Alfredo Stecher
Retomo mi blog después de un paréntesis motivado por problemas de salud pasajeros. He estado siguiendo las informaciones sobre filantropía en el diario La Tercera de Chile, ocasionalmente de otras fuentes, y me asombra y alegra tanto la amplia cobertura, en cuanto a amplitud de campos, como la real multiplicación y ampliación de su magnitud e impacto. Quiero en sucesivas entregas dar ejemplos de esto, que contribuyen a reforzar mi idea de que, a pesar de todo -y Trump-, la humanidad sigue avanzando, que son poderosas las fuerzas capaces de seguir mejorando nuestro mundo y de enfrentar a las contrarias, por cierto muy poderosas.
Filantropía, según la RAE, es amor al
género humano. Puede ser definida como la ayuda a otras personas sin pensar en
un beneficio propio (al menos no como objetivo principal), expresión de empatía
y de solidaridad, que puede ser instintiva o fruto de educación y entorno, o
combinación de ambos. Esto puede ser real, en el sentido de no buscar un
beneficio material, al menos inmediato, o aparente, en el sentido de diseñado
para favorecer sus intereses personales directamente. En general se trata de
una combinación de consideraciones, de corto o más largo plazo, de expresión de
un sentimiento o de reflexión sobre beneficios futuros no solo económicos ni
solo propios, por ejemplo, respecto de cómo se quiere que sea la sociedad en la
que vivir y legar a hijos y nietos.
Al margen del objetivo, se espera que se
trate de ayuda efectiva, que puede ser asistencial, para aliviar problemas, o
proveedora de medios o de capacidades para resolverlos. Son frecuentes las
críticas a iniciativas filantrópicas, como mecanismo de propaganda o barniz de
actividades explotadoras o solo interesadas en aumentar ganancias, o como búsqueda
de indulgencia por prácticas despiadadas. Todo eso se da en la filantropía,
como se dan abusos e hipocresías de parte de personas y entidades de los más
diversos campos y peso económico en sus relaciones laborales o personales.
Pero también se da, y con creciente
frecuencia y magnitudes, expresiones de empatía, de responsabilidad social y
ambiental y de intención de devolver algo a la sociedad que le ha permitido
tener éxito y/o ganancias, donde el efecto imagen, siendo real, es un aspecto
subordinado. Y son muy frecuentes las fundaciones benéficas, muchas veces con
el nombre de su creador o de quien proviene la donación, que buscan mantener
vivo el nombre. La filantropía con frecuencia se combina con el activismo por
diferentes causas, con donaciones o arriesgando ingresos seguros al
manifestarse a favor o en contra de algo.
Es difícil calibrar el peso que en cada
iniciativa filantrópica tienen las diversas motivaciones que se conjugan; lo
importante es que el resultado sea algo globalmente positivo, que predominen
los aspectos favorables para los beneficiarios y a la humanidad. Es necesario a
la vez valorar lo positivo y denunciar lo negativo.
Hay que distinguir la beneficencia, que
pudiendo tener características similares, muchas veces es asociada a un desprecio
por la dignidad humana, a veces injustamente, como el caso de las campañas de
solidaridad con víctimas de catástrofes, no solo útiles, sino estimulantes de
las facetas solidarias de mucha gente.
Supongo que por una combinación de instinto
y de educación familiar -padre ex sacerdote y madre maestra- llegó a primar
pronto en mí una actitud de filantropía (sin que tuviera conciencia del
concepto), inicialmente con una motivación también religiosa, que se manifestó
en la selección de mi profesión -la economía entendida como ciencia social- y
en mi rol como dirigente estudiantil, luego en el plano político, en el de
apoyo social y de promoción del desarrollo a través de una ONG, en el de
priorización de proyectos de desarrollo en el marco de la empresa de
consultoría, en la formación y conducción de una empresa certificadora
ecológica y finalmente, en esta última etapa de mi vida, en seguir
contribuyendo a lo anterior y en la elaboración de mi blog de artículos de
opinión.