martes, 30 de diciembre de 2008

PROPOSICIONES / ¿ELIMINAR EL VOTO PREFERENCIAL? /Carlos Basombrío Iglesias

La política es en casi todo el mundo la actividad lícita menos respetada. Ello podría servirnos de consuelo a los peruanos si es que aquí el desprestigio no llegase a cumbres inalcanzadas en otros lares. (Quien dude de nuestro liderazgo en el tema, revise el Latinobarómetro 2008).

Debido a que el Congreso es el que más nítidamente exuda política entre todas las instituciones que soportan la vida democrática, éste tiende a concentrar las iras de la gente. ¡Vaya que los otorongos se han ganado a punche el afecto ciudadano! Muchos nos preguntábamos si después del Congreso del 2001-2006 se podía caer más bajo. A estas alturas pocos discuten que el actual es el peor del que se tenga memoria.

¿Hay posibilidad de revertir esa situación? Imposible por completo y menos aún en poco tiempo, pero algunas mejoras podrían darse. Para ello se necesita mejorar la calidad de la representación parlamentaria vía un conjunto de reformas políticas. De todas las propuestas que hay circulando, parece que la única que se puede llegar a plasmar es la de la eliminación del voto preferencial.

A mi juicio el voto preferencial terminó de malear la política partidaria en el Perú. Los congresistas entran al Parlamento en competencia, no con sus rivales de otras tiendas, sino derrotando a sus propios compañeros de lista. Los vicios de este sistema son múltiples. Por un lado los partidos buscan gente “conocida” (no importa mucho por qué) que atraiga votos preferenciales a su lista. Del otro, los miembros de la lista “invierten” harto dinero en sus propias campañas y/o recurren al vedetismo más chabacano para hacerse más visibles.

La gran mayoría de los que entran en el Congreso bajo esos términos buscan luego recuperar su “inversión”. Se conoce mucho de los pillos que les roban sus salarios a sus trabajadores o que falsifican facturas para mejorar sus ingresos congresales, pero se ha investigado poco de cómo en un Congreso donde los individuos priman sobre las agrupaciones se consiguen los votos para leyes que pueden significar millones a favor o en contra de determinados intereses.

Eliminar el voto preferencial y devolver a los partidos la posibilidad de construir un mínimo de institucionalidad sería un avance. Para empezar, obligaría a los aspirantes a congresista a interesarse en su organización y tener vida partidaria más allá de las elecciones, lo que ya de por sí sería una novedad en un país en donde luego de la etapa electoral los partidos no pasan de ser un membrete y algunos locales vacíos.

El problema es que solo es un parche a uno de los tantos chupos del enfermo. Si no hay otros cambios en paralelo, no va a servir de mucho. Hay múltiples otras reformas que debieran acompañarlo. La más importante sería la renovación parcial que ayudaría a recobrar legitimidad para la representación nacional en un país en el que, al año, ésta ya se ha perdido.

La eliminación del voto preferencial tendría que venir acompañada, también, de mucho mayores exigencias de democracia interna en los partidos y de una exigente fiscalización del origen de los fondos de campaña. La financiación pública de los partidos a cambio de límites y controles a las contribuciones de particulares –como ocurre en democracias avanzadas– es una idea a retomar; más todavía en un país cada vez más infiltrado por el narcotráfico y otras mafias.

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