Tras ganar el Oso de Oro en el Festival de Berlín, y enterarse de que el mandatario García había elogiado su triunfo, nuestra compatriota Claudia Llosa hizo, acaso sin saberlo, la declaración más certera de la oleada de comentarios que ha generado La teta asustada. “Me parece surrealista que el presidente hable de la película”, dijo, con frescura juvenil.
En efecto. No resulta tan surrealista que el actual jefe del Ejecutivo hable de cine (al fin y al cabo, la película sobre su presidencia la estamos viendo por segunda vez), pero sí que elogie un film que, al parecer, traería al presente hechos dolorosos del pasado, que él y la mayoría de sus escuderos suelen distorsionar, eludir o incluso ocultar con dedicación.
¿García entusiasmado por una película que recuerda, según se ha informado, la terrible persistencia del trauma en mujeres golpeadas por la guerra interna? Permítanme dudarlo, aun cuando después venga Yehude Simon a sugerir que quien sostiene eso es de la ‘izquierda irresponsable’. No, es simplemente una intuición generalizada y responsable.
Mi sensación de duda aumenta, además, porque (el misterio se develará el 12 de marzo, cuando se estrene la película en Lima) ha trascendido que los hechos recreados con maestría fílmica ocurrieron, en su mayoría, durante el primer debut del APRA en el poder. Es decir, en esos tiempos en que los derechos humanos estaban entre paréntesis.
Estoy seguro que Claudia no se ha propuesto incomodar a nadie, pues la ecuación cine-compromiso político no es lo suyo y mejor porque esa ruta, por lo general, es desafortunada. Pero parece que la película y su historia hablarán por sí solas, tocarán conciencias, con mucho más arte que ese bodrio impresentable llamado Vidas paralelas.
Pero, ¿qué ha hecho el actual gobierno mientras espera para comprar su boleto de entrada? Bueno, actuar como un penoso censor de la conciencia ciudadana. Tal como han informado algunos ex miembros de la Comisión de la Verdad, se acaba de rechazar una donación de dos millones de dólares para construir el llamado Museo de la Memoria.
Ese museo iba a albergar la magnífica muestra fotográfica Yuyanapaq, que retrata con dureza, pero a través de decenas de extraordinarias fotos, las crueldades del conflicto interno que vivimos. Que nos da una imagen dolorosa, pero indispensable, de lo que fue nuestra historia en un momento reciente. ¿La idea es que ya no se vea más esa película?
Lamento sospechar que sí. Albergo, con una mezcla de indignación y pena social, que, no solo García, sino varios de quienes lo acompañan en su segundo debut, quieren apagar esa pantalla. ¡Incluso si Alemania les da el dinero para financiar el museo? Tal decisión resulta hasta insultante para con este país amigo y sobre todo para las miles de víctimas.
Esa obra, por cierto (Yuyanapaq), es una obra colectiva que, ahora resulta claro, no le importa al Ejecutivo actual. Por eso es surrealista escuchar a García un elogio de La teta asustada. Lo que aparece como evidente es que se trata de una forma de reconocer los lauros, pero no los contenidos. De acariciar el trofeo sin asumir la historia que lo sustenta.
Tenemos, entonces, como país, una película premiada por todo lo alto, el esfuerzo de una directora que se la juega por un cine de autoría muy personal y por contar un poco cómo somos. Y que incluso se apoya, para hacerlo, en personajes ocultos y modestos, como Magaly Solier, o en el quechua, nuestra lengua persistentemente ninguneada.
Por añadidura, esta vez parece haber escogido una historia terrible que nos cruza y nos retrata, de pronto al estilo de Quisiera ser millonario, la película ganadora de varios Oscar. No es que la pobreza venda, es que el cine, bien hecho, puede lograr que nos asomemos a las profundidades de la existencia humana, incluyendo el dolor y la miseria.
Desde el gobierno, en cambio, se nos lanza el mensaje de que apaguemos la luz, aunque no para prender la conciencia. Se quiere que no veamos, que cambiemos de canal. Y por una razón vergonzosa: algunos de los villanos de ese film empujan desde las sombras. Pero no importa. Ahora han llegado unas tetas orgullosas a redimirnos de esa amenaza.
El cine nos trae esas pequeñas victorias y el poder muestra sus grandes miserias. Su surrealismo nada artístico lo delata, mientras la memoria persiste. Por favor, Claudia, no pases la película en Palacio porque allí, hoy, la democracia está sin sostén alguno.
En efecto. No resulta tan surrealista que el actual jefe del Ejecutivo hable de cine (al fin y al cabo, la película sobre su presidencia la estamos viendo por segunda vez), pero sí que elogie un film que, al parecer, traería al presente hechos dolorosos del pasado, que él y la mayoría de sus escuderos suelen distorsionar, eludir o incluso ocultar con dedicación.
¿García entusiasmado por una película que recuerda, según se ha informado, la terrible persistencia del trauma en mujeres golpeadas por la guerra interna? Permítanme dudarlo, aun cuando después venga Yehude Simon a sugerir que quien sostiene eso es de la ‘izquierda irresponsable’. No, es simplemente una intuición generalizada y responsable.
Mi sensación de duda aumenta, además, porque (el misterio se develará el 12 de marzo, cuando se estrene la película en Lima) ha trascendido que los hechos recreados con maestría fílmica ocurrieron, en su mayoría, durante el primer debut del APRA en el poder. Es decir, en esos tiempos en que los derechos humanos estaban entre paréntesis.
Estoy seguro que Claudia no se ha propuesto incomodar a nadie, pues la ecuación cine-compromiso político no es lo suyo y mejor porque esa ruta, por lo general, es desafortunada. Pero parece que la película y su historia hablarán por sí solas, tocarán conciencias, con mucho más arte que ese bodrio impresentable llamado Vidas paralelas.
Pero, ¿qué ha hecho el actual gobierno mientras espera para comprar su boleto de entrada? Bueno, actuar como un penoso censor de la conciencia ciudadana. Tal como han informado algunos ex miembros de la Comisión de la Verdad, se acaba de rechazar una donación de dos millones de dólares para construir el llamado Museo de la Memoria.
Ese museo iba a albergar la magnífica muestra fotográfica Yuyanapaq, que retrata con dureza, pero a través de decenas de extraordinarias fotos, las crueldades del conflicto interno que vivimos. Que nos da una imagen dolorosa, pero indispensable, de lo que fue nuestra historia en un momento reciente. ¿La idea es que ya no se vea más esa película?
Lamento sospechar que sí. Albergo, con una mezcla de indignación y pena social, que, no solo García, sino varios de quienes lo acompañan en su segundo debut, quieren apagar esa pantalla. ¡Incluso si Alemania les da el dinero para financiar el museo? Tal decisión resulta hasta insultante para con este país amigo y sobre todo para las miles de víctimas.
Esa obra, por cierto (Yuyanapaq), es una obra colectiva que, ahora resulta claro, no le importa al Ejecutivo actual. Por eso es surrealista escuchar a García un elogio de La teta asustada. Lo que aparece como evidente es que se trata de una forma de reconocer los lauros, pero no los contenidos. De acariciar el trofeo sin asumir la historia que lo sustenta.
Tenemos, entonces, como país, una película premiada por todo lo alto, el esfuerzo de una directora que se la juega por un cine de autoría muy personal y por contar un poco cómo somos. Y que incluso se apoya, para hacerlo, en personajes ocultos y modestos, como Magaly Solier, o en el quechua, nuestra lengua persistentemente ninguneada.
Por añadidura, esta vez parece haber escogido una historia terrible que nos cruza y nos retrata, de pronto al estilo de Quisiera ser millonario, la película ganadora de varios Oscar. No es que la pobreza venda, es que el cine, bien hecho, puede lograr que nos asomemos a las profundidades de la existencia humana, incluyendo el dolor y la miseria.
Desde el gobierno, en cambio, se nos lanza el mensaje de que apaguemos la luz, aunque no para prender la conciencia. Se quiere que no veamos, que cambiemos de canal. Y por una razón vergonzosa: algunos de los villanos de ese film empujan desde las sombras. Pero no importa. Ahora han llegado unas tetas orgullosas a redimirnos de esa amenaza.
El cine nos trae esas pequeñas victorias y el poder muestra sus grandes miserias. Su surrealismo nada artístico lo delata, mientras la memoria persiste. Por favor, Claudia, no pases la película en Palacio porque allí, hoy, la democracia está sin sostén alguno.
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