El artículo de Liuba Kogan (“Las chicas Suarez, el género y la política” ) y los comentarios a propósito de sus hipótesis me resultan harto estimulantes. Sin duda, volveremos muchas veces más al mismo debate: ¿cómo debemos entender la noción de género?, ¿qué es esto que llamamos lo femenino, lo masculino?, ¿cuáles son los plazos de las transformaciones culturales?
El debate nos obliga a distinguir diversos planos. Una cosa es la dimensión cultural: el lenguaje a esta altura de la historia de la humanidad sigue siendo "masculino" y como bien anota Marcos Mondoñedo citando a las teorías lacanianas, la noción de feminidad se construye desde la masculinidad hegemónica (recomiendo a los interesados explorar en la etimología de la palabra “humano”). Más aún: hombres y mujeres transitamos por ambos géneros, por ambos significados culturales, a pesar de nuestro imbatible sentido común. En esta dimensión del debate, las cosas se juegan en el largo plazo. Está claro.
Otra es la dimensión, digamos, política-cultural, que es en la que Liuba y Matilde se ubican. Aquí sí podemos entrar en los detalles como si fueran evidencias de alto contrate. En un sentido, la forma en que participan muchas mujeres hoy en el ámbito público político es menos "maternal", menos de "asistente", menos de "la que está detrás de un gran hombre". Ejemplos sobran en las sociedades de todos los continentes, tanto en el mundo de la política como en las industrias culturales. Pero también es cierto que este proceso está lleno de frenos y regresiones (por eso Matilde invita a compartir las turbulencias que muchas mujeres llevan a su consultorio).
Es significativo que en la década de Fujimori las mujeres que le seguían se hayan aliado con el movimiento feminista para provocar valiosos avances para las mujeres -no siempre para lo femenino- en diversos campos de la sociedad: familia, salud, educación y participación política. Las fujimoristas, imperativas y defensoras de la democracia dictatorial; las feministas, progresistas y defensoras de la democracia en el hogar, la sociedad y el sistema político. Así son, pues, los procesos de transformación: lo que buscamos no siempre se cumple y lo que se cumple suele ser lo inesperado, lo que buscamos nunca sucede entre puros y no hay camino valioso si no estamos dispuesto a lidiar con el fango. Entonces celebramos el azar-que-no-es-casual porque resulta mejor que el estático proyecto ideal.
Hay algunas cosas claves y cada vez más compartidas en este in-nombrable proceso. Que lo femenino no es exclusivo de las mujeres, y lo masculino de los hombres. Que una cosa es el sexo-biológico (valga la redundancia) y otra la forma de andar por el mundo con ese sexo. Que las mujeres no son mejores ni peores que los hombres, y viceversa. Que los hombres no somos los que dominamos el mundo sino lo masculino y que eso nos favorece sin duda y también nos condena. Que lo femenino tiene otros poderes tímidamente reconocidos y que, sin embargo, las mujeres tienen la responsabilidad invisible/visible de la reproducción social, pero no sólo ellas. Que en las últimas décadas han sucedido cambios radicales en la sociedad y que esos cambios han sido causa y consecuencia de avance de las mujeres, del inmenso avance de las mujeres. Que este avance es a todas luces insuficiente para hacer más vivible nuestra humanidad. Que los hombres, aunque no lo aceptemos, nos sentimos amenazados y, sino, estresados con la competencia. Etecétera.
La transformación es, como dice el sicoanalista David Gutman, un proceso de zig zag que dibuja nudos indeseables y nunca líneas siquiera sinuosas. Para muestra el siguiente botón: cuando este blog inició su periplo contenía la firma de varones de distintas promociones y de ninguna mujer. Liuba fue la primera que se incorporó a este colectivo sin fronteras y no es casual que sea ella la que ponga el tema de la participación de las mujeres en el espacio público político. Tampoco viene de carambola que Matilde responda con amable sonrisa. Nos estamos moviendo.
Cuando nos sentamos a pensar a qué mujeres invitar a este espacio compartido nos sucedió lo de siempre: ¿a quiénes? (bueno a mí me sucede de forma regular cada vez que quiero convocar colegas a un proyecto y me descubro intentando un Club de Tobi). Las pocas mujeres que venían a nuestra mente ya escribían en otros blogs y en los diarios de circulación nacional; y las demás, aquellas que habitan en el mundo profesional y académico, no las imaginábamos haciendo periodismo en la red de redes. Ya sé que parece una tontería y que la cosa se puede resolver muy fácil pero esa tontería ha hecho que en esta web las chicas sean una escandalosa minoría. Y así, estamos hablando de estos temas.
En fin, después de leer el artículo de Liuba me quedan algunas preguntas de siempre: ¿cómo comprender este proceso de transformación de los significados de lo femenino y de las mujeres desde una visión más amplia, incluyendo también las mutaciones del sentido de lo masculino y la interpelada experiencia de nosotros los hombres?, ¿cuáles son las nuevas formas de agencia política y cómo ellas expresan el transcurso de los géneros?, ¿cómo conviven y hacen sinergia las formas tradicionales de concebir y vivir los géneros con las novedosas y balbuceantes maneras que venimos descubriendo? Y todo esto, ¿cómo se está realizando en las y los jóvenes que no van a leer este artículo?
Sólo un pequeño atrevimiento: una corrección gramática (o como se llame)
ResponderEliminar"Que los hombres, aunque no lo aceptemos, nos sentimos amenazados y, sino, estresados con la competencia. Etecétera..."
Más bien debe ser: "y, si no [separado], estresados..."
Pienso que lo de lo femenino y lo masculino es como un viaje que unos iniciamos desde un lado y otros desde el otro... si llegáramos a llenarnos de ambas cosas desde nuestro origen de hombre o mujer, sería otro el mundo. Si no (gracias Aida) seguirá siendo un enredo terrible.
ResponderEliminarel tiulo de lo uno y lo otro a que va ?
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