viernes, 20 de marzo de 2009

(CAJON DE/SASTRE) / El cerebro asustado / Liuba Kogan


Slavoj Zizek  comenta la gran reflexividad de los sujetos contemporáneos y para hacerlo, -entre varios ejemplos-, menciona los calificativos que recibió Emir Kusturica como realizador de películas como Underground o Tiempo de Gitanos. Para unos, un “racista inverso” al mostrar “la autenticidad exótica del Otro balcano”; para otros, un “artista auténtico” de la parte más pobre de la ex Yugoslavia (http://www.cholonautas.edu.pe/biblioteca.php).

Cuando vi la Teta asustada, no recordé el texto de Zizek, sino Tiempo de gitanos: la recreación de un universo ficcional cerrado sobre sí mismo, el uso de simbolismos, y la música.

Al margen de parecidos estilísticos, creo que ambas películas –La teta asustada y Tiempo de gitanos- incomodan a muchos,  porque narran “al otro” desde un lugar de enunciación poco habitual.

Leí comentarios como: “Claudia Llosa es una folklorista muy convenida que se apropia de la cultura indígena…”, o “…se inventó la enfermedad, el mito y la cultura andina”. (Lo mismo se le criticó a Kusturica con Tiempo de gitanos: quién era él para hacer una película sobre los gitanos, si él no lo era).

Detrás de estas acotaciones (agrego una más: “es una perspectiva sesgada… de una representante del cine oligárquico del país”), está oculta la idea de la existencia de una interpretación correcta de la realidad y de enunciadores exclusivos y autorizados para hablar de esa realidad.

El de Claudia Llosa, parece ser un lugar de enunciación poco habitual para narrar una historia sobre violencia armada,  lo andino y las mujeres en nuestro país: se la ha descrito como oligarca, rubia y de ojos celestes.

Entiendo  que muchos se sientan “confrontados” con el punto de vista de la directora, incluso exigiéndole a la película el carácter de documental, cuando se trata de una película de ficción. En tiempos de reflexividad todos tenemos algo qué decir –diría Zizek-. Y de la película se ha dicho de todo en diferentes blogs (desde que presenta folklorismos pre-modernos, hasta que muestra una tolerancia posmoderna). Sin embargo, lo que leo en los comentarios a la película de Claudia Llosa,  es cuán poco dispuestos estamos los peruanos a vernos desde el lugar del otro. Por eso para muchos, ni siquiera resultaba imprescindible ver la película antes de comentarla. 

2 comentarios:

  1. Desafortunadamente aun no he tenido la oportunidad de verla Teta asustada. Sin embargo, si ello expresa lo andino, lo serrano, lo cholo o el mall llamado “indio” las críticas que esta ha recibido, aun no son el total de los muchos más comentarios que esta ha de acumular. Al respecto, el problema de interpretación y proyección idiosincrásica deriva de un cúmulo de factores que incluyen las características sociales y culturales de los comentadores y actores. Al igual, el problema de interpretación de vivencias culturales, deviene de cómo uno enfoque ‘el respeto y desarrollo de cultura y la interpretación general de la cosmovisión andina'. Si la película ha prestado atención al simple hecho de la violencia sin interpretar las raíces o los motivos sue generis de esta, entonces el resultado deriva en una interpretación meramente superficial del hecho y del vivir andino. Es decir, estrictamente de ficción; pero ¿valido para interpretar una parte de nuestra historia o la continuación de esta?, no lo creo. El respeto a las culturas y sus interpretaciones no implica pasivo mirar de lo que acontece en dicha sociedad; sino por el contrario, el análisis necesita de una participación activa en el aprendizaje y en la enseñanza coordinada de nuestras vivencias.

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  2. Señora Kogan:

    Quizá el problema hay que verlo desde otra perspectiva: aquí hay dos temas: uno la obra en sí y otro las connotaciones que tiene.

    Esto no es ninguna novedad pues toda verdadera obra de arte siempre posee una carga de escándalo, de sorpresa y, sobre todo, de crítica. La historia está plagada de ejemplos sobre ello, en especial, cuando abordan temáticas vivas y que comprometen aspectos sociales y políticos (y muchas veces, filosóficos).

    Lo que realmente habría que analizar es qué revela esta polémica en nuestro caso concreto de los peruanos. Hacer un juicio netamente técnico, al estilo de los críticos de cine, en mi opinión es, en este punto, insuficiente.

    Todos sabemos de la crisis profunda que atraviesa el arte occidental en general, cosa que incluye al cine. Más que Hollywood, es la mitogenia norteamericana (el esquema de girar todo en relación al individuo, a la pareja, al conflicto personal en desmedro de la visión global, la histórica, la de los pueblos, que incluye al cine independiente) lo que se impuso en todo el planeta. Muertos los grandes artistas-creadores de cine (Fellini, Kurosawa, Bergman) solo quedó la maquinaria que debía seguir produciendo, sea como fuere. Personas respetables como Allen y otros no pueden escapar al destino de ser “cineastas” y se sienten compulsados a hacer películas, pase lo que pase, aún en contra de su voluntad o cuando sienten que ya se ha agotado su vena genial.

    Por otro lado surge un cine no norteamericano en el mundo, como el caso de la India y en partes de Asia, que aparentemente tratan de mostrar “el otro lado de cara”, pero, analizado en su conjunto, no escapan a los patrones básicos ya establecidos por los consumidores que previamente ha formado la maquinaria yanqui (los de tiempo de duración, formato, secuencias de acción y de descanso, tecnología y un largo etcétera). Entonces, llegado a este momento, tenemos una industria floreciente y millonaria, pero estancada en una visión neoliberal del mundo, donde el mercado y su parafernalia lo determina todo. Puede haber justeza, buena técnica, excelente manejo, pero no hay la suficiente genialidad para escapar del corsé del sistema.

    Por otro lado, el Perú es complejo como país y no como espectador de cine. Hay cosas internas no resueltas que, con asuntos como éste, saltan fuertemente y causan rechazo y acres polémicas. El hecho que la directora tenga un sello de clase alta tan notorio, y sea pariente del famoso escritor, y tenga el aparato de comunicaciones dominante a su favor, causa confusión entre los sectores populares pues se duda que esa visión refleje realmente algo “cierto”, pero desde el punto de vista de quienes lo viven.

    Se apela al argumento de la ficción, como el caso de la triste novela de su tío “Lituma en los Andes”, y en donde se pretende usar la licencia literaria para decir barbaridad y media, a gusto de la editorial española que lo financia. ¿No es esto caer en el error de hacer arte “para los ojos europeos, para el aplauso de quien te premia" y no para pensar en qué se juega realmente en el fondo de todo esto? La anécdota de los muchachitos publicistas limeñitos haciendo un comercial para el Banco de Crédito donde el cuy es un elemento mágico que proporciona dinero revela realmente la ignorancia y el desprecio profundo que tiene la clase alta peruana de conocer en verdad qué está mirando (el cuy solo es un diagnóstico; el personaje de la fertilidad es el Ekeko). ¿Alguien ha dicho algo sobre este equívoco? Nadie, pues para toda la clase no andina da lo mismo; los ven como objeto folclórico, de estudio sociológico de la Católica, para financiar ONGs o para ganar premios en distintas artes en el extranjero.

    Sí, señora Kogan, hay mucho pan que rebanar en toda expresión artística, pero quizá no la que ésta película haya querido proponer, sino sobre la forma cómo se ha hecho, qué connotación ha causado y de qué manera se la ha exaltado. Ahí, en suscitar los viejos desencuentros de estos dos perús -el de los blancos optimistas que lo ven como una fuente para su riqueza y el de los cholos que lo sienten como su casa pero de la cual no son propietarios (que todos tratamos de negar y de lo cual nos burlamos)- es donde está el verdadero mérito de esta cinta.

    Muchas gracias.

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