La vestimenta, mucho más allá de protegernos de las inclemencias del clima, cumple una función simbólica fundamental: comunica algo sobre nosotros mismos: informa sobre nuestra identidad y sobre nuestra posición social.
Podemos vestirnos para conseguir propósitos distintos o podemos obligar a los otros a vestirse para:
a. Establecer jerarquía de estatus.
b. Mostrar una identidad ficticia (disfrazarnos).
c. Seguir los usos o costumbres.
d. Borrar las diferencias.
e. Expresar autenticidad.
f. Demostrar rebeldía.
El Decreto Supremo 004-2009, que estipula que las trabajadoras del hogar no pueden ser obligadas a usar uniformes en espacios públicos, me despierta una pregunta: ¿es el uniforme el asunto en disputa o más bien, la libertad de negarse a usar el uniforme? Voy por lo segundo.
Hay uniformes que enaltecen y enorgullecen a sus poseedores: las alumnas de enfermería que llevan gustosas un uniforme que anuncia una nueva profesión, los jugadores de futbol que aman sus camisetas, los recicladores que encuentran en el uniforme una fuente de dignidad al dejar harapos como distintivo social de un trabajo devaluado socialmente, etc.
El uniforme como prenda, puede ser distintivo de dignidad, pertenencia y de orgullo; pero por otra parte, puede ser símbolo de opresión (por ejemplo, el uniforme del preso). Es decir, el concepto de uniforme, no es en sí un asunto moralmente bueno o malo, sino que puede representar ambas cosas.
El Decreto Supremo que comentamos no ataca los problemas de fondo del maltrato y discriminación hacia las trabajadoras del hogar. El problema no radica en el uniforme, sino en lo que ese uniforme representa: supresión del rostro, apellido e identidad de su poseedora; a la vez la negación de la ciudadanía o una de segundo orden.
Lo realmente valioso del Decreto, es avalar la libertad de las trabajadoras para negarse al uniforme en espacios públicos; es decir, el derecho a tener un rostro y a no ser tratada como ciudadana de segunda clase en establecimientos públicos. Es un avance: las estadísticas muestran lo difícil que es erradicar la violencia y maltrato en el espacio privado; o asegurar sus derechos laborales.
No olvido algo que escuché hace varios años en la época de oro de la Feria del Hogar: un joven le pedía a una señora dos tiquetes de adulto para el ingreso. Mientras la susodicha le respondía -mirando a su empleada uniformada empujando un coche de bebé-: ¿cómo voy a pagar una entrada por ella, si es mi empleada? El joven le respondió… son dos adultos…. Ella no entendía. Aunque incompleto, el Decreto Supremo, me alegra.
Creo que es buena la iniciativa de eliminar el uniforme de las empleadas domésticas en ciertos casos.
ResponderEliminarEs verdad que con ello no se termina el problema de la discriminación hacia estas trabajadoras pero es un paso que nunca se dio y que genera un precedente importante.
La cuestión aquí es que no se use para otros fines, como distraer a la opinión pública de asuntos que afecten a la Nación.
Nuestro país es multicultural y multiracial, debe existir espacio para todos y los que no deben tener ningún rinconcito son los que osan ser discriminadores.
Hay cosas que aplican a una situación y otras que no. En algunos lugares de tareas similares el uniforme es muy digno, como el caso de un mayordomo; nada mas noble y mas fino que ellos, verdad? Pero claro, nadie los coge a patadas ni lo ningunea bajo la cruz de tela, como un estigma que dice "vales menos que el resto".
ResponderEliminarRecuerdo la frase de un amigo... era para los guardias o también llamados "wachimanes" (watchman); él les decía "son desempleados con uniforme"; una frase algo desafortunada para mi gusto, pero que revela ese desprecio que puede haber y encerrar algo tan simple y a la vez tan simbólico como un uniforme.