Considero que el manejo de la política exterior peruana es uno de los logros más destacados en este gobierno. (¡Qué abrumadora diferencia con la seguridad, en la que se va de tumbo en tumbo!)
En un contexto regional muy difícil (con vecinos tan agresivos por razones ideológicas como Evo Morales y Hugo Chávez), se ha logrado un cierto balance, manteniendo buenas relaciones con Brasil, Colombia y Ecuador.
El tema más sensible -y a mi juicio mejor manejado- es el de la relación con Chile.
Llevar nuestro diferendo marítimo a La Haya y demandarles separar asuntos para mantener una relación constructiva en otros ámbitos, mientras esto se resuelve pacíficamente, ha sido una decisión sabia. Le da un contenido jurídico impecable a nuestro planteamiento, al someternos a un tribunal internacional. Obliga a Chile a discutir, en ese escenario, un asunto del que soberbiamente se negaba a hablar por declararlo inexistente y zanjado. Le da un plazo fijo de solución al último problema fronterizo pendiente.
Chile ha sido colocado a la defensiva y obligado a responder ante un Tribunal en el que, aunque lo niegue de la boca para fuera, sabe que le puede ir mal. (Basta que en La Haya la línea de frontera se nueva algo en dirección favorable al Perú, para que con justicia reclamemos victoria).
También, de carambola, al haber construido un consenso interno total sobre la demanda de La Haya, esto tiene su impacto local, quitándole argumentos a la agresividad belicista de nuestros “halcones” y piso a los que medran políticamente exacerbando el “nacionalismo”.
A esta estrategia político diplomática se suma otra más reciente: la de denunciar el armamentismo en la región y proponer un pacto de no agresión. El hecho que Chile haya rechazado ambas iniciativas no ayuda a su imagen y prestigio internacional, ya que no es precisamente bien visto, ni materia de la que sentirse orgulloso, el oponerse a iniciativas que eviten que los conflictos escalen o avalar que se gaste en exceso en armas.
De hecho Chile gasta en armas montos inmensos, inmorales e inalcanzables para el Perú. Tratar de competir con ellos es absurdo económicamente hablando y sólo intentarlo podría en serio riesgo las posibilidades de enfrentar los enormes problemas de pobreza y exclusión social que nos laceran. Hizo muy bien Allan Wagner en focalizar nuestras inversiones en Defensa para los cinco años en un Núcleo Básico Eficaz, pensado para disuadir a los vecinos de un eventual ataque directo a nuestro país. Gastar racionalmente en Defensa debiera permitir, además, focalizar nuestra inversión en seguridad en aquello que es nuestra amenaza central: el narcotráfico, aliado con el senderismo en el VRAE y el Huallaga.
Pero hay una inmensa presión militar (a través de varios tabloides de extrema derecha) por crear un clima en el que los ciudadanos nos sintamos desprotegidos ante un “inminente” ataque chileno. Reclaman que se tiene olvidadas a las Fuerzas Armadas, pese a que el presupuesto de Defensa es el segundo más grande del país - es casi lo mismo que lo que se gasta en Educación- y ha subido constantemente, pasando de 3,691 millones de soles en el 2000 (con Fujimori) a 4,842 este año.
Pero se reclama más. Es que las compras de armas son un gran negocio para los vendedores y, por razones harto conocidas, también para los operadores de las compras. Así, hay muy sólidos motivos que llevan a determinados medios a presionar por las compras, llenándonos de titulares alarmistas. Les importa un comino si esto se hace a costa de otras necesidades acuciantes del país.
En un contexto regional muy difícil (con vecinos tan agresivos por razones ideológicas como Evo Morales y Hugo Chávez), se ha logrado un cierto balance, manteniendo buenas relaciones con Brasil, Colombia y Ecuador.
El tema más sensible -y a mi juicio mejor manejado- es el de la relación con Chile.
Llevar nuestro diferendo marítimo a La Haya y demandarles separar asuntos para mantener una relación constructiva en otros ámbitos, mientras esto se resuelve pacíficamente, ha sido una decisión sabia. Le da un contenido jurídico impecable a nuestro planteamiento, al someternos a un tribunal internacional. Obliga a Chile a discutir, en ese escenario, un asunto del que soberbiamente se negaba a hablar por declararlo inexistente y zanjado. Le da un plazo fijo de solución al último problema fronterizo pendiente.
Chile ha sido colocado a la defensiva y obligado a responder ante un Tribunal en el que, aunque lo niegue de la boca para fuera, sabe que le puede ir mal. (Basta que en La Haya la línea de frontera se nueva algo en dirección favorable al Perú, para que con justicia reclamemos victoria).
También, de carambola, al haber construido un consenso interno total sobre la demanda de La Haya, esto tiene su impacto local, quitándole argumentos a la agresividad belicista de nuestros “halcones” y piso a los que medran políticamente exacerbando el “nacionalismo”.
A esta estrategia político diplomática se suma otra más reciente: la de denunciar el armamentismo en la región y proponer un pacto de no agresión. El hecho que Chile haya rechazado ambas iniciativas no ayuda a su imagen y prestigio internacional, ya que no es precisamente bien visto, ni materia de la que sentirse orgulloso, el oponerse a iniciativas que eviten que los conflictos escalen o avalar que se gaste en exceso en armas.
De hecho Chile gasta en armas montos inmensos, inmorales e inalcanzables para el Perú. Tratar de competir con ellos es absurdo económicamente hablando y sólo intentarlo podría en serio riesgo las posibilidades de enfrentar los enormes problemas de pobreza y exclusión social que nos laceran. Hizo muy bien Allan Wagner en focalizar nuestras inversiones en Defensa para los cinco años en un Núcleo Básico Eficaz, pensado para disuadir a los vecinos de un eventual ataque directo a nuestro país. Gastar racionalmente en Defensa debiera permitir, además, focalizar nuestra inversión en seguridad en aquello que es nuestra amenaza central: el narcotráfico, aliado con el senderismo en el VRAE y el Huallaga.
Pero hay una inmensa presión militar (a través de varios tabloides de extrema derecha) por crear un clima en el que los ciudadanos nos sintamos desprotegidos ante un “inminente” ataque chileno. Reclaman que se tiene olvidadas a las Fuerzas Armadas, pese a que el presupuesto de Defensa es el segundo más grande del país - es casi lo mismo que lo que se gasta en Educación- y ha subido constantemente, pasando de 3,691 millones de soles en el 2000 (con Fujimori) a 4,842 este año.
Pero se reclama más. Es que las compras de armas son un gran negocio para los vendedores y, por razones harto conocidas, también para los operadores de las compras. Así, hay muy sólidos motivos que llevan a determinados medios a presionar por las compras, llenándonos de titulares alarmistas. Les importa un comino si esto se hace a costa de otras necesidades acuciantes del país.
Diversas versiones periodísticas indicarían que el gobierno no quisiera caer en ese juego y que apuesta por priorizar otros gastos (y específicamente en seguridad, invertir en el problema VRAE). Ello habría llevado a los enfrentamientos entre Rey y Giampietri (tan afines en otros ámbitos de su pensamiento). Ojalá que esta no confirmada posición del gobierno en relación con el gasto militar sea cierta, que se pongan firmes y que no cedan. Lo del VRAE no es broma y cada compra militar más allá de lo ya planificado para darles el gusto a los que reclaman “restablecer el balance con Chile” -algo imposible por supuesto- nos distrae de la posibilidad enfrentar los problemas del país.
Por ahora la política exterior está demostrando ser nuestra mejor política de defensa.
Por ahora la política exterior está demostrando ser nuestra mejor política de defensa.
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