Varios congresistas pretenden salir por la puerta falsa, a hurtadillas, del Parlamento, para postular a presidencias regionales y alcaldías.
Ellos tratan de utilizar a Javier Valle Riestra que, prácticamente desde que fue electo, expresó su deseo de renunciar al Congreso. Su último intento ha sido presentar una demanda ante el Tribunal Constitucional (TC) para que se le permita dejar el cargo.
Por supuesto, nadie cree que Valle Riestra quiere postular el 2010 a ningún otro puesto electivo. Esta libre de toda sospecha. Pero tras esa renuncia inocente, vienen los otorongos ávidos de poder y dinero.
Muchos de ellos saben que no serán reelectos en las elecciones generales de 2011. A otros les parecen más apetitosos los puestos de alcaldes o presidentes regionales.
Se dice que los apristas, encabezados por el Premier y congresista Javier Velásquez Quesquén ya tienen “conversado” al TC, por lo menos a la mayoría, para que de el visto bueno a la demanda de Valle Riestra.
Detrás de él irán en tropel los otorongos que quieren capturar algún otro cargo.
La ley que promovió el mismo Velásquez para permitir la renuncia de los congresistas quedó empantanada, por eso ahora han imaginado este subterfugio para burlar la Constitución y las leyes.
El motivo por el que el cargo de congresista es irrenunciable es sencillo: desde el inicio de la república, dictadores y gobiernos autoritarios con fachada democrática presionaban y amenazaban a congresistas opositores para que renuncien. De esta manera se libraban de ellos sin necesidad de cerrar el Parlamento.
Es decir, la irrenunciabilidad al cargo era una garantía contra la prepotencia de los mandones. Ahora, para satisfacer los mezquinos intereses de un grupo de otorongos, se pretende eliminar esa garantía.
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