Actualmente pocos dudan de
que sea alta la probabilidad de intensificación de la crisis económica mundial,
a partir de la conjunción de las crisis de Estados Unidos y de Europa. Con ello
va en aumento el riesgo de una depresión mundial que podría durar una década.
En ambos casos las políticas
económicas de ajuste fiscal llevan a agudizar la crisis en vez de
contrarrestarla, principalmente debido a cegueras ideológicas, concepciones
teóricas erróneas y presiones políticas de corto plazo frente a la debilidad
del liderazgo de dirigentes con posiciones o intuiciones más ajustadas al
carácter y a la gravedad de la situación. Hasta el Fondo Monetario
Internacional, a través de su nueva presidenta, Christine Lagarde, al momento
de alertar sobre la inminencia de una recesión global, si no se afronta la
situación adecuadamente, reconoce la necesidad de medidas de estímulo de la
economía en el corto plazo junto con otras de austeridad en el mediano y largo
plazo.
¿Qué sucede en Europa, en
los países del euro? ¿Porqué un país tras otro cae en una situación crítica, ya
hace un tiempo también España, la cuarta economía de Europa, luego nada menos
que también Italia, la sexta economía mundial, y tercera de Europa?
La Europa unida, en parte
políticamente, en parte por la moneda común, en la Eurozona, en parte por el
acuerdo de Schengen sobre migración, ha significado un gran avance para los
países europeos. Ha contribuido a una mayor unidad entre su Oriente y Occidente
y a la paz entre los países participantes o deseosos de participar,
especialmente en los del Este y en los Balcanes, ha fortalecido las bases de
desarrollo en común a través de enormes inversiones en infraestructura y en
industria en su seno, con una consiguiente mayor prosperidad de sus habitantes,
y ha constituido un contrapeso al poder norteamericano, en especial en lo
ambiental, contribuyendo al desarrollo de lo que puede llegar a ser una
multipolaridad mundial que marque positivamente al siglo XXI.
En este proceso, Alemania ha
jugado un rol preponderante, tanto en lo político como en lo económico, como
locomotora del conjunto. Los destinos de Alemania y de Europa parecían
indisolublemente ligados. Aunque en mucho sigue siendo así, el creciente peso
de las exportaciones e inversiones alemanas fuera de Europa, en especial a
China, parecen estimular en la política alemana una menor disposición hacia ese
rol de liderazgo europeo. Esto se refuerza con el cansancio de un sector
mayoritario de la opinión pública alemana respecto de un sacrificio inmediato (sin
calibrar adecuadamente los beneficios obtenidos en el mediano plazo) para la
incorporación de Alemania del Este y luego de países europeos periféricos.
Los mismos sectores en
Alemania que promovieron el euro y la ampliación de su ámbito y gran parte de
su opinión pública preferirían ahora andar solos o sólo con los países más
fuertes de la Eurozona. Pero todo indica que el costo de esa desintegración
sería mucho mayor que los beneficios. No es lo mismo, en términos de procesos y
de imagen, no incorporar a alguien que desincorporarlo.
La crisis está poniendo en
peligro no solo al euro sino también al conjunto del proyecto europeo. Como
señala Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores,
“Las crisis de Europa no provienen de una falta de capacidad militar o
económica. La UE es aún el mayor mercado del mundo y representa el 17% del
comercio mundial en comparación el 12% de Estados Unidos, en tanto que Europa
dispensa la mitad de la asistencia exterior mundial en comparación con el 20%
norteamericano.
La posición de Alemania,
atada a la Eurozona a regañadientes, está significando un freno a las medidas
políticas indispensables para contrarrestar la crisis, el fortalecimiento de la
capacidad fiscal y, en especial, la emisión de eurobonos, es decir, la
solidaridad del conjunto – o sea principalmente Alemania – con todos los países
en dificultades.
A la base de la crisis están
el no ajuste en los estados de sus gastos a sus posibilidades (que debería
hacerse sin afectar en demasía las bases de su crecimiento futuro), el carácter
incompleto de la unificación europea, sin los mecanismos políticos necesarios
para afrontar una crisis económica profunda y prolongada, y la creciente
contradicción entre el peso económico y político del mundo de las finanzas
frente al de la economía física, su base productiva. Cada vez es mayor el riesgo
sistémico de la especulación financiera extrema. Los mercados están nerviosos,
como se dice al constatar su volatilidad, pero los grandes especuladores están
en su salsa apostando contra las economías europeas más débiles y el euro.
Europa cruje también bajo la
presión de crecientes tendencias nacionalistas, chovinistas, racistas,
antiinmigrantes, contrarias a la integración, antidemocráticas, algunas de
ellas desde el gobierno, como en Italia y Hungría.
La crisis se manifiesta
particularmente en la prima de riesgo europea, la diferencia entre la tasa de
interés que tienen que pagar unos estados de Europa por sus bonos respecto de
la tasa de interés que paga Alemania por sus bonos. Al igual que la de Estados
Unidos su tasa de interés ha caído por debajo del 2%. Últimamente las primas de
riesgo de los bonos a diez años de España e Italia – otra vez aumentando - habían
llegado a superar el 6%, quedando la italiana aún un poco por encima de la
española, después de las intervenciones del Banco Central Europeo para
contrarrestar el embate del mercado contra ambas economías. A cambio el BCE
exige intensificar la austeridad y acelerar las reformas económicas de
liberalización, con la consiguiente agudización de los conflictos internos. A
mayor prima de riesgo, mayor el costo de endeudamiento de los países y su peso
en el presupuesto nacional.
La oposición alemana a estas
acciones de salvataje se explica por su reticencia, y la de otras economías
europeas centrales y del Norte, a financiar el abaratamiento de la deuda de
países que han gestionado mal su economía. Además temen que la intervención del
BCE se financie imprimiendo más dinero e impulsando así la inflación. Lo cierto
es que una cesación de pagos de parte de España e Italia traería consecuencias
mucho más graves para Europa que una inflación que, por el momento, no es una
amenaza seria. Incluso una cesación de pagos de la minúscula Grecia (2% del PBI
europeo) amenaza con desestabilizar el conjunto de la eurozona. Felizmente en
los últimos días hasta Ángela Merkel parece estar comprendiendo esto, aunque
sigue manteniendo una posición más dura que aumenta el riesgo.
El comportamiento de los
mercados tras la ligera rebaja de la calificación de deuda de los Estados
Unidos de parte de Standard&Poors y de indicios de recesión en Estados
Unidos, así como de la mayor percepción de riesgo en las economías europeas, ha
sido de pánico, inicialmente contenido, pero que amenaza con desbocarse. El
problema central no lo constituyen los bonos de los Estados Unidos, que por
mucho tiempo seguirán siendo la inversión más segura, sino la tendencia a la
recesión y al aumento del desempleo, acentuada por las políticas de austeridad,
que amenaza la estabilidad política. Los economistas más lúcidos proponen al
respecto más bien estímulos fiscales en el corto plazo, a la vez que
implementar ajustes fiscales profundos de más largo plazo.
Tanto la política
norteamericana como la europea han evidenciado ser disfuncionales al
crecimiento y desarrollo económicos y propiciadoras de una profundización de la
crisis. Ambas requieren de una profunda reforma, objetivamente mucho más
difícil en Europa por la contradicción entre sus intereses nacionales y sus
políticas de integración, pero subjetivamente más difícil en los Estado Unidos
por el entrampamiento ideológico de la política.