Con el profundo respeto y admiración de siempre por su valía literaria y su seriedad intelectual y política, debo decir que discrepo de planteamientos que Mario Vargas Llosa ha expresado en su última entrevista realizada por periodistas del diario La Tercera en Santiago, en ocasión de su visita por el homenaje organizado por el serio y prestigioso Centro de Estudios Públicos (CEP), de derecha, al escritor Jorge Edwards al cumplir 80 años de edad. Claro que sus respuestas, como siempre, interesantes, se explayan en diversos otros temas que no voy a tocar.
Al tratar de analizar los problemas del desarrollo en Chile, Vargas Llosa hace afirmaciones sobre otras realidades, como siempre muy categóricas, que son una lectura simplista y equivocada de la realidad. Me refiero a tres discrepancias centrales.
Pero comencemos por las coincidencias. Critica la concepción puramente economicista del desarrollo, que solo mide índices económicos (agrega, estadísticos, que no tienen porqué ser solo económicos). Considera la igualdad de oportunidades como un principio absolutamente fundamental de la cultura democrática y señala que se genera una gran frustración cuando ésta no se ejercita. Plantea la importancia de la calidad de vida y del rol que juega la cultura en ella. Y concluye en que el desarrollo económico por sí solo no es suficiente. Critica el igualitarismo como mito que ha generado sociedades donde algunos son mucho más iguales que otros, alusión a Orwell y a las sociedades soviéticas. Y que lo fundamental es que la gente tenga las oportunidades para corregir la desigualdad, que inevitablemente existe, gracias a su talento y esfuerzo.
Luego destaca que en Estados Unidos, a pesar de la desigualdad, la gran característica es el optimismo. Nombra casos “inmensos” – Steve Jobs, Warren Buffett, Bill Gates – como típicos de que alguien de abajo puede llegar a la cúspide trabajando, rompiéndose el alma, sacrificándose, aprovechando ese espacio grande que hay para inventar y crear. Y dice que la sociedad europea ha ido rompiendo las estructuras rígidas que otorgan ciertos privilegios a la hora de competir, pero nada comparable a los Estados Unidos.
Su visión de los Estados Unidos es claramente idílica y además desfasada. Que lea si no el último artículo de su hijo Álvaro, aparecido el mismo día en el mismo diario, sobre el estado lastimoso de la educación, cuyas características describe. Menciona diversos intentos fallidos por reformarlo, algunos audaces y bien encaminados, pero incapaces de superar la combinación de complejidad enrevesada del sistema, de obstáculos políticos y de resistencia de los muy poderosos sindicatos de maestros (formados en la lucha justa contra los abusos del sistema). Señala que, según Bill Gates, en los próximos 20 años Estados Unidos necesitará un mínimo de 120 millones de personas con alto nivel educativo y que, por culpa del sistema escolar, no habrá disponibles en el mercado nacional más de 50 millones. Cita a un educador reformista, Bill Strickland, “No son los barrios y vecindarios fracasados los que determinan el fracaso de los colegios, sino al revés.” Y vecindarios fracasados hay por doquier. Finaliza con datos espeluznantes, que justifican el título del artículo, “Una educación escolar del Tercer Mundo”: Solo el 8% de los alumnos de octavo grado de Alabama, el 14% de los de Misisipi, el 30% de los de Nueva York, el 40% de los de Nueva Jersey pasan las pruebas. Un sistema así no facilita y menos garantiza la igualdad de oportunidades y justamente genera frustración.
Otra gran objeción es su visión de los Estados de bienestar europeos, que considera completamente irreales, imposibles de financiar, y les achaca la generación de la espantosa crisis económica. Es cierto que los excesos del Estado de bienestar, especialmente en los países periféricos, han contribuido a profundizar la crisis y son insostenibles. Pero hay países que han combinado el Estado de bienestar con un gran crecimiento económico y relativa estabilidad, y es evidente que la principal causa de la crisis, que efectivamente hace inviable muchos aspectos y niveles de bienestar, es el gran capital exclusivamente especulativo y la falta de regulación y la insuficiente y muchas veces cómplice supervisión de los mercados de capitales, especialmente de derivados, y de los mercados inmobiliarios.
Y la tercera gran objeción es su carga contra el ecologismo y ambientalismo como bandera que según él usa la izquierda radical, en todo el mundo, para resucitar los viejos problemas, para lo cual pone como ejemplo el caso del proyecto minero Conga, en Cajamarca (que necesita ser mejorado, pero que es indispensable para nuestro desarrollo). Es cierto que muchos antiguos izquierdistas (y me incluyo) han encontrado en el ecologismo y ambientalismo nuevas formas para expresar su disconformidad con los graves problemas de las sociedades humanas y su solidaridad humana; y han contribuido a la necesaria denuncia de los graves riesgos de nuestros modos de producción y de vida no solo para las poblaciones actuales sino para las generaciones futuras, así como a la generación de soluciones y de fuerza social y política para lograr su aplicación. Pero es erróneo reducir el campo del ambientalismo a antiguos izquierdistas, porque incluye a lo más destacado de la ciencia y política de diversas posiciones ideológicas, excepto las muy conservadoras y fundamentalistas de derecha, y es dañino estigmatizarlo.
Por cierto hay en este campo social y político, como en todos, personas presas de esquemas irreales, con frecuencia también fundamentalistas, o simplemente irresponsables o con intereses subalternos, que causan daño. Pero eso no debería impedir, y menos a una mente lúcida como la de Vargas Llosa, de apreciar la importancia de la causa y lo mucho de inteligencia, de buena voluntad e incluso de sacrificio involucrados. Defender el ambiente, racionalmente y con la pasión de una causa noble, es imprescindible para la mejora de la calidad de vida en toda sociedad y para evitar o contrarrestar los desastres que nos amenazan. En eso último la principal responsabilidad es de los países y sociedades desarrollados, pero también nos corresponde a nosotros, con mesura, aprovechando lo ambiental incluso como motor de un desarrollo propio mejor.