Quienes somos
solidarios con las mujeres y apoyamos la lucha por la igualdad de género por lo
general dejamos que el homenaje corra a cargo de ellas mismas y de las
organizaciones feministas, cuando somos nosotros objetivamente igual de
interesados en su éxito.
Normalmente me he
limitado, en su día, instaurado en 1910 por la Internacional Socialista, a
saludar a las mujeres más cercanas, familia y amistades, eso sí, tratando de
apoyar su causa en la práctica en toda mi actividad y de corregir los rasgos
machistas que inevitablemente afloran, igualmente en mí, un poco por nuestra
educación y entorno – y que también marcan, en distintos grados y formas, a la
mayoría de las mujeres. Eso será corregido paulatinamente con nuestra evolución
social – que, aunque cada vez avanzamos más rápido, me temo tomará siglos
completar.
La igualdad de
géneros ha avanzado principalmente gracias a las luchas, sacrificios y auto
superación de primero algunas, luego miles y cada vez más mujeres.
Considero clave esa
igualdad, en dignidad, derechos básicos y oportunidades, su reconocimiento y
salvaguarda, lo que no implica ignorar ni minusvalorar nuestras diferencias
físicas y sicológicas, principalmente debidas al rol específico en la
perpetuación física de nuestra especie, que exigen consideración especial.
En el mundo sigue
habiendo muchísimas sociedades donde la exclusión y el abuso siguen siendo la
norma. En las nuestras, digamos occidentales y cristianas, hemos avanzado - mucho
respecto del pasado, demasiado poco respecto de lo necesario - en la valoración
y empoderamiento de las mujeres, en disminuir el grado y la amplitud de la
discriminación y de la violencia de género - aunque ambas siguen siendo
generalizadas. Pero aún subsisten con fuerza, también en nuestro país, los
extremos más criminales del machismo, tanto en violencia intrafamiliar como en
la trata de mujeres y niñas para la prostitución. Expreso aquí mi especial reconocimiento
a las organizaciones y personas que luchan contra estas lacras, feministas o
no, y a quienes desde los medios de comunicación las apoyan.
Un síntoma
esperanzador es que en nuestras sociedades el reconocimiento y empoderamiento
de la mujer está siendo asumido por un espectro cada vez más amplio de
personas, que incluye tanto a izquierda como derecha. Por ejemplo hoy, la
esposa del presidente de Chile, Cecilia Morel, destaca los avances de parte del
actual gobierno de centroderecha de Sebastián Piñera con medidas como el
posnatal de seis meses – compartible con la pareja -, el ingreso ético familiar
con un bono al trabajo de la mujer, la ley de acoso laboral, la ley respecto
del feminicidio, un proyecto que perfecciona la Ley de violencia intrafamiliar y
el recién anunciado proyecto de ley de participación política femenina, de
incentivo de la participación de mujeres en las candidaturas políticas.
Continúa así y profundiza avances logrados en los veinte años de la
Concertación, en particular también bajo Michelle Bachelet, como reconoce la senadora
por Renovación Nacional Lily Pérez, refutando a la ministra del Sernam.
Nuestra alcaldesa,
Susana Villarán, ella misma expresión del avance femenino, primera mujer
elegida como alcalde de Lima, ha entregado en esta ocasión premios Lima – warmi
(mujer en quechua) a mujeres distinguidas en diferentes campos, entre ellas a
la destacada compositora de música criolla Ana Renner, partícipe del grupo de
música criolla Perúdefiesta.
Creo que nunca he
citado a un ministro de Estados Unidos para evidenciar coincidencia, aunque las
haya habido. Pero, hoy, leyendo el artículo de John Kerry, el flamante
secretario de Estado que reemplaza a Hillary Clinton, “El rol esencial de la
mujer”, no puedo sino decir que estoy bastante de acuerdo. Valoro especialmente
su insistencia en que ningún país puede avanzar y alcanzar sus objetivos de
prosperidad, estabilidad y paz si deja atrás a la mitad de su pueblo, en que los
problemas económicos, políticos y sociales más apremiantes no pueden ser
resueltos sin la plena participación de la mujer. Subraya la importancia de las
medidas favorables a la mujer, porque cuando las mujeres están sanas y seguras
pueden contribuir (yo preciso, más y mejor, porque lo han hecho siempre) con su
trabajo, liderazgo y creatividad a la economía, beneficiando a toda la
sociedad.
Tomará mucho tiempo,
pero confío en que cada día sean menos frecuentes y fuertes las organizaciones
flagrantemente machistas, por reformarse o por desaparecer ante la marea social
cada vez más favorable a la igualdad de hombre y mujer. Incluso, aunque no soy
católico ni creyente, tengo una remota esperanza de que en esta o en alguna
próxima elección el tan invocado Espíritu Santo guíe al colegio cardenalicio
hacia la elección de un Papa sensible a la igualdad de género y los derechos de
la mujer, y que algún día seguramente bastante lejano, además de sacerdotisas,
la Iglesia Católica hasta tenga una Papisa. Sería un aval formidable al menos
en los países de mayoría o gran presencia católica como el Perú.
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