El diccionario de la RAE define la filantropía
como amor al género humano, y el altruismo como diligencia en procurar el bien
ajeno aun a costa del propio. Englobo bajo el nombre de filantropía ambos
conceptos, también expresados como amor a la humanidad y al prójimo. A costa
del propio, puede significar un sacrificio total, como el heroísmo, pero lo
aplico en el sentido de prescindir de una parte del bien propio logrado o
lograble. Incluye la caridad, pero va mucho más allá de esta.
También incluyo la actitud, insuficientemente
valorada y practicada, de preocuparse por prever y evitar, mitigar o
contrarrestar los efectos negativos que puede tener la propia acción sobre
otras personas, directamente o a través de cambios en su entorno, que puede ser
igual de necesario y con frecuencia más efectivo que la acción de ayuda o
cambio directa. Y definitivamente es mucho más importante –y auténtica- que la
de quienes hacen daño, consciente o semiconscientemente, con sus actividades
principales, y buscan aplacar su mala conciencia, si la tienen, lavar su imagen
o ufanarse de ser buenos, con obras de caridad marginales o tardías.
Además, sabiendo que no siempre es cierto, así
como no hay mal que por bien no venga, tampoco no hay bien que por mal no
venga, porque toda
acción genera una reacción, menor o mayor, que puede ser negativa, que hay que
prever, entender y atender. Se puede tratar de efectos negativos objetivos en
sus destinatarios o en su entorno, pero también de efectos subjetivos.
Quienes tienen como prioridad mejorar la vida
de otras personas, en tanto profesional independiente, a nivel de institución
privada, empresa o desde el Estado, o en cualquier otra ubicación laboral o
social, deben tener en cuenta que no basta su intención filantrópica para que
el resultado sea favorable. No solo el camino al infierno puede estar empedrado
de buenas intenciones. Y hasta en las relaciones interpersonales a veces un
gesto de saludo o una sonrisa, valiosos porque pueden estimular reacciones en
cadena positivas, a veces son malinterpretados y pueden obtener lo opuesto de
lo buscado. Lo que no es razón para no practicarlos, sino para tratar de
entender efectos inesperados.
Sin embargo, por lo general, es mayor la
probabilidad de que la actitud positiva hacia los demás tenga más efectos
positivos que negativos para la sociedad y, de rebote, para uno mismo.
Evidentemente el mundo no va a seguir
cambiando para mejor solo por filantropía. E incluso hay el riesgo, como antes
-y ahora más claramente-, con la simple caridad, de que las acciones positivas
de algunos sirvan para encubrir las miopías, ineficiencias y maldades de otros,
así como los clamorosos males del sistema económico y político en sus formas
actuales.
Por eso siguen siendo muy necesarias las
protestas y movilizaciones exigiendo mejoras y cambios de quienes tienen el
poder para brindarlos, así como la participación política activa para que
puedan asumir y ejerzan mejor ese poder las personas y partidos con mejor
orientación, más capaces, más honestos y con efectiva vocación de servicio
público.
Las acciones positivas pueden tener el efecto,
en ocasiones negativo, de apaciguar, pero también el más bien positivo de
indignar, por posibilitar una comparación real con lo que es factible lograr
con políticas diferentes y con concepciones y actitudes distintas de los
actores sociales. Por ello es importante tomar conciencia de sus posibilidades
y difundirlas, buscando siempre canalizar la indignación por cauces
constructivos.
La aspiración a mayores ingresos y a una vida
mejor, así como la competencia, son necesarias, son un motor y un mecanismo
poderoso, intensificado bajo el capitalismo, de avance material, incluso
intelectual y espiritual; pero también son indispensables más cambios
culturales y políticos para encauzarlos de manera que nuestras sociedades sean
más justas y equitativas y la gente más feliz, incluida aquella que por su
codicia, avaricia y ambición desmedidas (todas contenidas en el concepto inglés,
greed) alcanza mucho éxito material a costa no solo de los demás sino también de
su propio bienestar espiritual.
La filantropía inteligente y a escala
creciente está cambiando no solo en algo los movimientos sociales, sino también
a las personas con mayor capacidad de tomar decisiones que impactan en el
desarrollo social, económico y político. Aunque siguen siendo una reducida minoría,
son cada vez más las personas muy pudientes, incluso grandes empresarios, que
comprenden o al menos intuyen la necesidad de grandes cambios en nuestros
paradigmas y que comienzan a actuar en consonancia, lo que va impactando
también en la política. Y es creciente la preocupación por incluir la felicidad
en los objetivos de todos y la búsqueda de herramientas para medirla y de mecanismos
para lograrla, lo que se expresa cada vez más en los organismos internacionales
y en algunos gobiernos (algo iniciado por el gobierno de Bután, en el Himalaya).
La evolución de los conceptos de
responsabilidad social empresarial y de buenas prácticas empresariales va en
ese sentido; también el otorgamiento de reconocimientos públicos a quienes más
avanzan en ese aspecto, importante y positivo contrapunto a las justificadas
denuncias de abusos y daños de que son objeto las empresas más irresponsables.
Tomar conciencia de esto, apoyarlo e
inspirarnos en ello, es fundamental. En ese sentido continuaré en otros
artículos con la mención a ejemplos notables de filantropía, de los más
diversos tipos, en parte más o menos al azar, que revela la punta de lo que es
un iceberg de ya considerable tamaño y enorme importancia para el destino de la
humanidad.
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