Me encantaría poder apoyar a una mujer para
y en la presidencia. No solo por ser mujer, sino por su capacidad, muchas veces
superior a la de hombres en situación similar. Toda mi vida, desde el colegio,
la universidad, mi vida política, en Ideas, en Recursos, en BioLatina, he
procurado la mayor participación posible de la mujer, su mayor desarrollo
posible y su acceso a los mayores cargos para los que estaban preparadas,
inicialmente sin tener conciencia de los movimientos feministas, pero pronto
apoyándolos.
Como no puedo apoyar al fujimorismo, espero
alguna vez poder apoyar a Mendoza, si evoluciona positivamente, pero no por ser
joven (lo seguirá siendo por lustros) sino por seguir estando comprometida con
cambios profundos, moderna y ojalá más abierta, con experiencia no solo de
maestra y congresista, sino también de gestión política. También estoy muy a
favor de una mayor participación de los jóvenes en la política (en realidad,
una combinación de todas las edades), pero paso a paso, tanto para evidenciar
en la práctica su ética y sus capacidades, como para ampliar y consolidar estas
hasta la adquisición de la experiencia necesaria para los cargos más elevados.Me simpatiza, pero no logro calibrar bien a Mendoza como persona y política, por desconocimiento, pero sí estoy convencido de que no tiene la experiencia necesaria de gestión gubernamental. Por el mismo pie cojea gente como Arana y todo el país debería estar preocupado por la posibilidad de que cogobierne con Mendoza. Ella tiene un equipo económico con experiencia académica y algo de práctica, pero en el plano político bastante cuestionable.
Me parecen muy equivocados algunos puntos de su programa y de su propaganda, pero aprecio otros, en particular su posición a favor de la agricultura ecológica y contra los transgénicos, que efectivamente está ausente en otras candidaturas (no la preocupación ecológica), pero siendo importante, y debiendo seguir luchando por ella, confío que con ayuda de Mendoza, no es lo más importante en la conducción inmediata del país.
Con Mendoza, aunque no se confirmen las denuncias, como preferiría, corremos un enorme albur y la casi certeza de fracaso inmediato y para las siguientes justas electorales por descrédito adicional de la izquierda. En el caso de Susana Villarán la he apoyado un tiempo, equivocándome al valorarla mucho más que lo que la experiencia luego ha mostrado –una gran decepción.
PPK, que no es de la alta aristocracia, como alguien afirma, que estudió con beca, sí es expresión de un enorme éxito personal, anhelo de todos los emprendedores, con capacidad de gestión política demostrada al pasar a priorizar su voluntad de servicio al país (que entiendo también como homenaje a su padre), sabemos de qué pie cojea –y cada vez cojea más (lo del gas es un tema aparte)-, pero no nos causará ningún sobresalto y gobernará democráticamente, bastante bien, como la parte mejor o menos mala del gobierno de Toledo, debida a él, lo que facilitará el desarrollo de alternativas para el futuro, tanto desde la oposición como desde el Estado mismo. Y no necesitará probar tantos errores como algunos creen (con razón) necesitará cometer Barnechea antes de achuntarle a algo (en esto hay exageración, pero no demasiada, porque para evitarlo hay que tener experiencia de gestión, que él no tiene).
Barnechea es hijo de hacendados de Ica, nieto de latifundista vasco, pariente de ex presidentes de Bolivia, graduado de Harvard (que se sepa, sin necesitar beca), todo lo cual no lo descalifica en absoluto, al contrario, es un indicio -no prueba- de alto nivel cultural, algo positivo. Sí lo es su producción de libros-, pero no lo convierte, como dijo fanfarronamente, en realidad en campesino iqueño (algo perdonable, pero inadecuado). Lo que sí lo descalifica es la afirmación de que PPK es lo mismo que el fujimorismo, que obviamente no es cierta, y que disminuye la posibilidad de una necesaria política amplia de alianzas desde el Gobierno o desde la oposición.
Ser de izquierda es con frecuencia un indicador de mayor interés por las mayorías, pero no una prueba de que se las va a favorecer objetivamente a la larga, como han demostrado tantas experiencias populistas (claro que también las de derecha), y otras peores. Muchas veces es más bien una expresión de resentimientos-comprensibles, pero no constructivos.
Es probable que gran parte del electorado de los diferentes candidatos comparta características básicas de ubicación en la vida, y de honestidad o deshonestidad, y que debemos respetar a todos, a la vez que tratar de que conozcan mejor qué significa probablemente para el próximo período presidencial la victoria electoral de cada candidato y partido.
Cuando votamos por un candidato a presidente, debemos pensar en el conjunto del país, aunque nos decepcione respecto de algún área de nuestro especial interés, como para mí, la agricultura orgánica y la moratoria a los transgénicos, lo que hacemos bien en priorizar cuando el voto es por congresistas, entre los que tienen chances de ser electos (si ninguno ad hoc, algunos de los más inteligentes y abiertos).
Si no hay riesgo de que gane un candidato a la presidencia que uno considera malo, como a mi juicio Fujimori, que arrastra un terrible legado político y tampoco tiene capacidad de gestión estatal, podemos darnos el lujo de votar por el que más nos convence, independientemente de sus chances de ganar, con la idea de darle respaldo a su partido y a su proyección a futuro. Y, en el caso de congresistas, si los bastante seguros de entrar cubren nuestras preocupaciones especiales, podemos respaldar a alguien sin chances pero que queremos promover.
Pero ese riesgo es enorme, por lo que debemos sopesar nuestro voto con mucho realismo, que no significa abandonar ideales ni dejar de luchar por ellos.
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