Aquí y en todas partes, los gobiernos sienten la tentación de jugar por lo bajo, aprovechando del poder que ostentan y, sin que nadie lo sepa, trasgredir las reglas y límites que las leyes les imponen. Muchas veces se auto justifican asumiendo que lo hacen por causas “nobles”, como la seguridad nacional o la estabilidad política. Pero, una vez que dan el primer paso, la tentación de ir más allá puede ser irresistible y comenzarse a usar esas artes para obtener beneficios indebidos de distinta índole o sacar del camino a quienes los incomodan. Y luego más… y luego más.
Como todos sabemos el freno para estas tentaciones nos son normalmente las reservas morales de quienes gobiernan, sino el contrapeso de poderes en el Estado y, en países tan débiles institucionalmente como el nuestro, el ponerle luz a la oscuridad desde la prensa. De allí la importancia de poner en evidencia y desbaratar esos intentos cada vez que sea posible, aún sabiendo que lo intentarán, una y otra vez.
En general se podría definir ese lado oscuro del poder como las acciones clandestinas de operadores actuando desde el corazón del poder, que usan métodos vedados para obtener fines ilícitos. Las cosas más usuales: obtener información de opositores y críticos utilizando los servicios de inteligencia del Estado; el conseguir votos, apoyos, miradas al costado, etc. a cambio de prebendas; la presión a los medios de comunicación para “bajar el tono”; el mal uso de la administración tributaria para beneficiar y perjudicar a discreción, etc.
Pero, si se quiere, eso es lo “light” y –si se le deja suelto- el lado oscuro puede ir más allá. La mayoría de los funcionarios públicos y tecnócratas no participan ni concuerdan con esos actos, pero saben o al menos sospechan lo que está pasando y prefieren mirar al costado. Los argumentos son siempre los mismos: “la gobernabilidad”, “apostemos por avanzar en lo que se pueda” o, simplemente, “mientras no se metan conmigo”. El lado oscuro se alienta de ese pragmatismo.
Hasta dónde se puede llegar cuando no hay frenos, quedó demostrado con creces durante el gobierno de Fujimori. Desde su inicio Montesinos fue montando un poder en la sombra en base a métodos ilegales. Con anuencia de Fujimori, poco a poco se convirtió en un esquema de control de las instituciones por la corrupción, llegándose incluso a la creación de un aparato criminal que hizo las atrocidades que todos conocemos. En este caso, el lado oscuro hizo metástasis y terminó dominando casi por completo al gobierno.
Pero Vladimiro no inventó la pólvora. Yendo para atrás, durante el primer gobierno de Alan García, el lado oscuro estuvo asociado principalmente a Agustín Mantilla (no por casualidad de tan fluida y “aceitada” relación con Montesinos) y simbolizada por el Comando Rodrigo Franco.
Superados los tiempos de la violencia y el terror, con el retorno a la democracia la situación mejoró a ese respecto. Así, si bien no se puede descartar la existencia de ese tipo de prácticas durante el gobierno de transición, al ser un período tan breve y dadas, además, las características personales de Paniagua y de muchos de los que asumieron cargos públicos en ese entonces, podemos suponer que éstas no pasaron de la anécdota.
En cambio a Toledo no le debe haber disgustado del todo la idea de tener un esquema así a su servicio. Se podrían citar algunos coqueteos con esa lógica y escaramuzas concretas que dan cuenta que ese lado oscuro se trató de construir. Afortunadamente -incluso, para él mismo- fueron ensayos torpes y rápidamente descubiertos. Su cercanísimo colaborador, César Almeyda, quien pagó varios años de cárcel por jugar a aprendiz de Montesinos, constituye el caso emblemático.
Descartada –por razones obvias- la hipótesis de que Toledo contó con una maquinaria clandestina eficientísima que logró no ser descubierta, el hecho que luego de años de lupa aprista contra su gestión tengan que seguir dale que dale con los viajes a Punta Sal y el avión parrandero, abonan a su favor.
Pero ahora está de nuevo en el poder el APRA, con ganas y oficio en el asunto. Desde que llegaron se empezó a percibir que había mucho jugándose en los sótanos del poder. Se sabe que Mantilla tiene más influencia de lo que se admite, pero por allí no parecieran ir los tiros. Más bien, y desde los primeros meses, el hilo de la madeja pasa por los pactos secretos con lo peor del fujimorismo. Una de las cosas más importantes a las que se han abocado -y que en gran medida han conseguido- es controlar para sus fines y por diferentes medios a congresistas, jueces y fiscales.
Como dijimos al comienzo, el principal antídoto contra la oscuridad es la luz que hace evidente el abuso del poder. De allí el rol extraordinario que cumple la prensa.
Por ello fue tan importante el descubrimiento de los “petroaudios”. Fue un punto de ruptura que puso en evidencia que al más alto nivel del gobierno y con ramificaciones múltiples, existía una red de corrupción en la que, de una manera u otra, estaban involucrados encumbrados personajes del Estado. Quizás quienes denunciaron estos hechos no valoraron lo fuerte y arriba que habían golpeado y no supieron evaluar la magnitud de la respuesta.
Con la complicidad pasiva de algunos políticos que navegan con bandera de cándidos, que creyeron en la contrición y se subieron al poder al primer guiño, desde ese lado oscuro del poder se planificó y viene ejecutando (fría e inescrupulosamente) una contraofensiva feroz contra los periodistas que se atrevieron. (Al respecto se ha escrito ya ampliamente en varios lugares, incluyendo este blog).
La capacidad de reacción contra el uso abusivo del poder no ha desaparecido en el Perú, como prueba el retroceso en la ley firmada por García y Simon para llevar a la cárcel a quienes difundan ese tipo de materiales. Pero sí se ha debilitado significativamente. Hoy la mayoría de los medios de comunicación están abiertamente alineados con el gobierno (algo que no se veía desde el fujimorismo) y, en varios que no lo están, la frase más escuchada es “seamos prudentes”.
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