miércoles, 6 de mayo de 2009

EL MIEDO DE FAUSTA/ Celeste Viale Yerovi

La Comisión de la Verdad y la Reconciliación recogió 527 testimonios de mujeres que entre 1980 y el 2000 fueron sometidas a abusos sexuales como un método de tortura, principalmente por efectivos de las fuerzas del orden que las consideraban subversivas o pensaban que tenían alguna vinculación con terroristas.  Una parte de ellas fueron violentadas simplemente para satisfacer las necesidades “propias de la guerra”. El mayor porcentaje de víctimas tenía entre 13 y 15 años, niñas que han quedado marcadas para siempre.

La teta asustada, dirigida por Claudia Llosa, refiere los efectos de esta tragedia en la vida de las víctimas: en las madres y en su descendencia.

La película se abre al espectador mostrando el rostro moribundo de una vieja campesina postrada en su lecho de muerte, narrándole a su hija, en código de canto, el dolor de la indignidad por la violación sufrida en los años del terrorismo.  Esa es la herencia para  Fausta,  la vergüenza, el susto metido desde siempre en el cuerpo arruinándole el alma y con ello sus posibilidades de sonreír, de bailar, de enamorarse. Por eso la presencia fantasmal, etérea, casi autista de la protagonista a lo largo de toda la cinta, en oposición  elocuente con las escenas recurrentes de las bodas donde las  novias se enredan en su  largo velo de tul y vestido de encaje festejando su sueño de haber llegado al altar. El matrimonio es pues una imagen que contrasta con la desdicha de Fausta expresada en su rostro, en su manera de caminar, en su canto melancólico susurrado apenas, para calmar su dolor y ayudar a sobrellevarlo. Ella no canta para nadie más que para ella, es su lamento, su consuelo y una suerte de recuerdo necesario para  justificar la papa metida en su vagina. La película ha sabido recoger  lo más íntimo de los sentimientos de las mujeres maltratadas.  Aquello que no se puede denunciar que no se puede comunicar, la esencia del dolor.

En una sociedad tan violenta como la que vivimos, todos estamos expuestos a una agresión de cualquier índole, un robo, un asalto, un secuestro, una extorsión. Pero en una sociedad machista, por añadidura, donde se alimenta el “irresistible encanto femenino” y el “natural e incontrolable apetito sexual masculino” las mujeres debemos vivir siempre en estado de alerta frente a esta amenaza latente de la violación.  Y cada vez desde más temprana edad. Si bien es cierto que este mundo moderno ya no hace distingo de edad ni sexo, es cierto que la mayoría de las violaciones ocurre en mujeres jóvenes entre los 14 y 17 años (43.9% de los casos), según un estudio reciente del Ministerio del Interior.

Por eso, considero que  uno de los mayores aciertos de la película es el traslado a los espectadores del miedo de Fausta por la  violación. Se espera que en cualquier momento ocurra, de parte del amigo bien bacán que la persigue, de parte del jardinero, inclusive de parte del propio tío.  Pero nunca sucede, es solo la sensación que pueda llegar el momento “infausto”. Llosa ha preferido que sintamos todos, hombres y mujeres, la permanente amenaza de la violación merodeando sobre nuestras cabezas antes que mostrarnos la imagen descarnada del acto.

El trabajo de Magaly Solier es estupendo.  Ella como mujer andina y quechuhablante  ha sabido reflejar bien la tragedia de la postergación,  comunicar bien el sentir de la marginalidad, del olvido y el desconsuelo. 

No he podido ver la película sino recién hace unos días, las primeras semanas el público colmó las salas para verla, lo cual debe alegrarnos a todos. Aunque hay mucha gente a la que he escuchado decir que no va a ver películas peruanas para no perder su tiempo, para no perder su dinero o para no deprimirse,  el hecho es que más que cualquier otra película peruana ésta ha tenido enorme acogida desde antes de su estreno. Sin duda el haber obtenido el Oso de Oro contribuyó significativamente a ello. Pero quienes no deberían dejar de verla son los altos mandos militares, y determinar su proyección  en  sus escuelas de formación a fin de  desterrar el socorrido argumento de que las violaciones de los soldados forman parte de las “artes de la guerra”. Sería una decisión sana que hablaría de una verdadera vocación de parte por reflexionar en torno a esta sangrienta y vergonzosa etapa de nuestra historia que ningún peruano desea que se repita. Con Museo de la Memoria o sin él.  

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