Lima tiene dos futuros posibles.
El deseable es convertirse en una ciudad estructurada y democratizada, emergente, con varios centros y ya sin periferias ni exclusiones, mayoritariamente joven, mestiza y plural. Donde el Perú se reencuentre con esa su ciudad capital que demasiado tiempo se quiso cortesana y ajena y que fue fundada en la Colonia para gobernar centralistamente América del Sur. Hoy debe ser un lugar donde la historia y la memoria sean la energía del cambio, aquí donde ser limeño se redefine todos los días para mejor.
Para comenzar a construir ese futuro en la metrópoli 24 más poblada del planeta, en medio de un desierto, además, será fundamental por ejemplo que el nuevo transporte público organice su espacio, que se coordine la inversión pública central, metropolitana y distrital y que la inversión privada por fin se reparta y ya no se concentre saturando para lucrar rápido y mal. Que se deje atrás los tontos paradigmas y obsesiones anacrónicas de creer que hay ciudad y barriada, ciudad y conos, ciudad y no-ciudad. Cuando hace décadas que la realidad es otra.
Se necesita también que en Lima y el Callao (que ya son una y la misma) se recupere los ríos, se reactive y recicle el centro, se cuide el territorio.
Y que el litoral, la Costa Verde, sea un solo proyecto, como ha sido ya consensuado, está listo y es ejecutable hoy mismo. En vez de improvisaciones que se suman a esa lamentable colección de lotes y episodios autistas que la banaliza y agudiza su irrelevancia. Que cuando se trata de ordenar y recuperar el único espacio público y de encuentro importante que tienen Lima y el Callao, haya menos codicia en algunos privados que la deforman y menos clientelismo e improvisación en los responsables de lo público, cuya tarea central es defender lo público.
Esa Lima deseable hoy es posible porque ya no hay crisis, hay ahorro, hay expectativas de bienestar, hay viabilidad. Habría entonces futuro.
Pero Lima necesita un plan claro, autoridad con recursos reales y permanentes, en base a tributación en este espacio metropolitano fundamental donde vive y trabaja el tercio del país. Y no definirlas como mendicantes de un poder central que siempre quiere hacerlo todo y que para apadrinar, distritaliza lo que es metropolitano.
La Costa Verde es una. Y la usamos todos. Entonces eso que es para todos no lo pueden decidir ni pagar los recursos de 6 de los 43 distritos que dividen Lima en pedacitos.
Y que además no pueden ni deben hacer allí lo que se les ocurra ni ver ese suelo estratégico como chacras y lotes para rentas.
No comenzamos ese futuro deseable cuando se atomiza el gran espacio de problemas y posibles soluciones que es Lima-Callao en cincuenta gestiones distritales protagónicas y cortoplacistas, atentas a la elección que ya viene. Pero tampoco si no se asume el reto y el encargo de organizar una ciudad para todos, entre todos.
El otro futuro posible es el caos.
La ciudad descosida, invertebrada, fracturada, fragmentada y segregada en ghettos de exclusividad (para pobres y para ricos). Que crece cada noche por donde quiere, como un huayco, aunque manipulada y trazada con tiza por traficantes de tierras e invasiones.
Una donde la ciudad física y tangible, la urbe, induce que la ciudad (que son las personas y los colectivos), se ordene como una jungla, en pandillas, en grupos enfrentados. La ciudad de trincheras y barras bravas, mafias, tejidos soterrados de intereses, coimas, ilegalidad campeante, tierras de nadie donde todo vale y nada importa. Esa ciudad que genera dirigentes para eso, por ejemplo, en el deporte.
Ese futuro alternativo amenazador no está lejos tampoco y optamos frecuentemente por él. Esa ciudad desmadrada, donde los semáforos son sugerencias referenciales, el transporte de gente uno de bultos, la calle una bullanga, las avenidas una sarta de letreros, los árboles, recuerdos, la arquitectura una renuncia a sus más elementales encargos, los edificios, moles y empaquetamientos, los nuevos centros comerciales, unos inmensos “containers” o loncheras gigantes y desangeladas, festivales de consumo banal y sin identidad, desperdicios de oportunidades de crear nuevos espacios significantes.
Ambos futuros están delante nuestro como opciones, pero el segundo amenaza estar más cerca. Y las buenas noticias económicas pueden ser malas para que la ciudad se reequilibre. Cada vez más carros, cada vez más consumo y demandas, cada vez más ruido y menos espacio, cada vez menos estándares aceptables empezando por la estética y la calidad de vida cotidiana. Y quedan no pocas obsesiones torpes en perpetuar esos ghettos de exclusión y segregación. Preferir burbujas a realidades, en inversionistas privados; y en no pocos líderes un afán de pelearse para atrapar poder para perpetrar abusos y privilegios. Ganar elecciones con cuentos para luego reventar piñatas.
Hay así tantas potencialidades vitales como mezquindades y riesgos delante de esta ciudad que cumple hoy los 475 años, de aquella suerte de bautizo colonial que tuvo un 18 de Enero. Pero que ya entonces era un lugar vivido y cultivado.
Como todo en el Perú tenía presente y tenía pasado. La pregunta ahora es cuál será ese futuro. Ojalá sea una Lima que querramos y que nos quiera a todas sus formas de vivir en ella. Que no solamente sea donde estamos sino donde pertenecemos y creamos. Donde la ciudadanía sea más que una palabra abstracta y libresca.
El reto para todos, gobernantes y ciudadanos, es escoger ese futuro.
Que, o hay que construirlo, o hay que dejar que ocurra estos 25 años que faltan para que seamos muy pronto, a los 500 años de Lima, una ciudad hermosa en que queremos vivir y desarrollarnos o una inhabitable, de donde largarse.
El deseable es convertirse en una ciudad estructurada y democratizada, emergente, con varios centros y ya sin periferias ni exclusiones, mayoritariamente joven, mestiza y plural. Donde el Perú se reencuentre con esa su ciudad capital que demasiado tiempo se quiso cortesana y ajena y que fue fundada en la Colonia para gobernar centralistamente América del Sur. Hoy debe ser un lugar donde la historia y la memoria sean la energía del cambio, aquí donde ser limeño se redefine todos los días para mejor.
Para comenzar a construir ese futuro en la metrópoli 24 más poblada del planeta, en medio de un desierto, además, será fundamental por ejemplo que el nuevo transporte público organice su espacio, que se coordine la inversión pública central, metropolitana y distrital y que la inversión privada por fin se reparta y ya no se concentre saturando para lucrar rápido y mal. Que se deje atrás los tontos paradigmas y obsesiones anacrónicas de creer que hay ciudad y barriada, ciudad y conos, ciudad y no-ciudad. Cuando hace décadas que la realidad es otra.
Se necesita también que en Lima y el Callao (que ya son una y la misma) se recupere los ríos, se reactive y recicle el centro, se cuide el territorio.
Y que el litoral, la Costa Verde, sea un solo proyecto, como ha sido ya consensuado, está listo y es ejecutable hoy mismo. En vez de improvisaciones que se suman a esa lamentable colección de lotes y episodios autistas que la banaliza y agudiza su irrelevancia. Que cuando se trata de ordenar y recuperar el único espacio público y de encuentro importante que tienen Lima y el Callao, haya menos codicia en algunos privados que la deforman y menos clientelismo e improvisación en los responsables de lo público, cuya tarea central es defender lo público.
Esa Lima deseable hoy es posible porque ya no hay crisis, hay ahorro, hay expectativas de bienestar, hay viabilidad. Habría entonces futuro.
Pero Lima necesita un plan claro, autoridad con recursos reales y permanentes, en base a tributación en este espacio metropolitano fundamental donde vive y trabaja el tercio del país. Y no definirlas como mendicantes de un poder central que siempre quiere hacerlo todo y que para apadrinar, distritaliza lo que es metropolitano.
La Costa Verde es una. Y la usamos todos. Entonces eso que es para todos no lo pueden decidir ni pagar los recursos de 6 de los 43 distritos que dividen Lima en pedacitos.
Y que además no pueden ni deben hacer allí lo que se les ocurra ni ver ese suelo estratégico como chacras y lotes para rentas.
No comenzamos ese futuro deseable cuando se atomiza el gran espacio de problemas y posibles soluciones que es Lima-Callao en cincuenta gestiones distritales protagónicas y cortoplacistas, atentas a la elección que ya viene. Pero tampoco si no se asume el reto y el encargo de organizar una ciudad para todos, entre todos.
El otro futuro posible es el caos.
La ciudad descosida, invertebrada, fracturada, fragmentada y segregada en ghettos de exclusividad (para pobres y para ricos). Que crece cada noche por donde quiere, como un huayco, aunque manipulada y trazada con tiza por traficantes de tierras e invasiones.
Una donde la ciudad física y tangible, la urbe, induce que la ciudad (que son las personas y los colectivos), se ordene como una jungla, en pandillas, en grupos enfrentados. La ciudad de trincheras y barras bravas, mafias, tejidos soterrados de intereses, coimas, ilegalidad campeante, tierras de nadie donde todo vale y nada importa. Esa ciudad que genera dirigentes para eso, por ejemplo, en el deporte.
Ese futuro alternativo amenazador no está lejos tampoco y optamos frecuentemente por él. Esa ciudad desmadrada, donde los semáforos son sugerencias referenciales, el transporte de gente uno de bultos, la calle una bullanga, las avenidas una sarta de letreros, los árboles, recuerdos, la arquitectura una renuncia a sus más elementales encargos, los edificios, moles y empaquetamientos, los nuevos centros comerciales, unos inmensos “containers” o loncheras gigantes y desangeladas, festivales de consumo banal y sin identidad, desperdicios de oportunidades de crear nuevos espacios significantes.
Ambos futuros están delante nuestro como opciones, pero el segundo amenaza estar más cerca. Y las buenas noticias económicas pueden ser malas para que la ciudad se reequilibre. Cada vez más carros, cada vez más consumo y demandas, cada vez más ruido y menos espacio, cada vez menos estándares aceptables empezando por la estética y la calidad de vida cotidiana. Y quedan no pocas obsesiones torpes en perpetuar esos ghettos de exclusión y segregación. Preferir burbujas a realidades, en inversionistas privados; y en no pocos líderes un afán de pelearse para atrapar poder para perpetrar abusos y privilegios. Ganar elecciones con cuentos para luego reventar piñatas.
Hay así tantas potencialidades vitales como mezquindades y riesgos delante de esta ciudad que cumple hoy los 475 años, de aquella suerte de bautizo colonial que tuvo un 18 de Enero. Pero que ya entonces era un lugar vivido y cultivado.
Como todo en el Perú tenía presente y tenía pasado. La pregunta ahora es cuál será ese futuro. Ojalá sea una Lima que querramos y que nos quiera a todas sus formas de vivir en ella. Que no solamente sea donde estamos sino donde pertenecemos y creamos. Donde la ciudadanía sea más que una palabra abstracta y libresca.
El reto para todos, gobernantes y ciudadanos, es escoger ese futuro.
Que, o hay que construirlo, o hay que dejar que ocurra estos 25 años que faltan para que seamos muy pronto, a los 500 años de Lima, una ciudad hermosa en que queremos vivir y desarrollarnos o una inhabitable, de donde largarse.
Estoy completamente de acuerdo en tus afirmaciones, las suscribo al pie de la letra. Unos días antes de leer tu columna en El Comercio escribí una nota sobre Chorrillos que de repente de interesa, está en:http://boletodeida.wordpress.com/
ResponderEliminarSiempre es interesante leer tus opiniones, saludos...
gracias
ResponderEliminarleí la nota sobre Chorrillos y matizaría esos elogios, reconociendo el voluntarismo y logros en seguridad y revitalización.
Pero La Herradura está totalmente abandonada,Agua Dulce también y la estética de las estatuas y fuentes así como esas casas de la mujer, del niño, etc. son de cuando Odría
Estoy de acuerdo también, y pienso, sin ironía alguna, que AOZ debería postular para alcalde de Lima.
ResponderEliminarUrbs Regum
ResponderEliminarLima es por definición una ciudad excluyente, sierva desde su fundación a dos reyes de ultramar.
Fue localizada tan cerca de la costa como fue posible, para embalar las riquezas extraídas de América con destino a Europa.
Los quechuas, los aymaras, los chancas y demás hubieran pensado que era cosa de locos fundar una ciudad acá, en el desierto cerca del señor de los terremotos. Ellos construyeron sus urbes en el corazón del país porque miraban hacia adentro.
Mientras Lima sea el piquete anestesiado de zancudo que es, la disyuntiva, que didácticamente expone el arquitecto Ortiz de Zevallos, se inclina hacia el futuro caótico.