En la crisis actual o gran
contracción hay un importante componente de ineluctabilidad, pero otro que
depende de lo que se haga y no se haga en cada espacio político-económico, sea
en el sentido de amortiguarla con acciones adecuadas, sea en el de agravarla
por inacción o medidas inadecuadas o también como profecía autocumplida, por la
que, como sociedades y mercados, podemos alcanzar los peores resultados por
convencernos de que son inevitables.
La economía mundial y cada
economía componente de ella, probablemente sin excepciones, tendrán un
aterrizaje forzoso. La cuestión es solo si ese aterrizaje, siendo de todos modos
grave, es relativamente amortiguado o si es una caída en picada, tipo desastre,
como los casos de Irlanda e Islandia antes y de Grecia ahora, y si el desastre
se limita a algunos países o se extiende como reguero de pólvora o castillo de
naipes que se derrumba.
Según el secretario general
de la OCDE, Europa ya vive algo no muy distinto de una recesión. Considera que
la situación actual es producto de “cuatro fracasos enormes: en regulación,
supervisión, gobierno corporativo de las empresas y gestión del riesgo.” En la
apreciación de la coyuntura actual se subraya mucho el parecido de algunos
indicadores del sistema financiero con aquellos previos e inmediatamente
posteriores a la caída de Lehman&Bros – lo que llaman el “momento Lehman”
-, que desencadenó el casi colapso del sistema bancario.
En el caso de Europa los
intereses nacionales, la miopía y la debilidad política dificultan la
preparación de un aterrizaje menos desastroso. Europa está al borde del abismo
ante la al parecer inevitable suspensión de pagos de Grecia – postergada un
tiempo por el reciente rescate adicional - y ante el probable efecto dominó
sobre otras economías europeas. Felizmente sus cabezas políticas parecen estar
aprendiendo a golpes y se quedan hasta ahora a un paso del abismo, haciendo
esfuerzos por un salvataje tanto de Grecia y otras economías como de los
grandes bancos. A ello contribuye el estimado del costo del efecto extremo de la
salida de Grecia (deseada por algunos) de la eurozona: según un analista, desplome
de PIB griego en entre 40 y 50%, bancarrota de sus bancos, duplicación
inmediata de su deuda, necesidad de enormes sumas para recapitalizar entidades
de crédito y seguros en toda Europa, descrédito de Europa en su conjunto,
probable liquidación del euro y de la propia Unión Europea. Otro estimado es
que incluso Alemania podría sufrir una reducción de hasta 40% de su PIB.
Con razón, aunque a
regañadientes, Ángela Merkel, la canciller alemana, ha afirmado que “el euro es
una garantía de la unidad europea o, dicho de otra manera, si el euro fracasa,
Europa fracasa”, y está propugnando medidas mayores para evitar el desastre. En
particular plantea, junto con Nicolás Sarkozy, el presidente de Francia, un
plan para recapitalizar la banca europea – señal de lo crítica que es la
situación de ésta. Pero la principal fuerza en los esfuerzos por estabilizar la
economía europea, insuflando liquidez, es el Banco Central Europeo, a su vez
presionado por el FMI – hasta ahora en contra de la resistencia alemana - hacia
una política aún más activa y amplia de respaldo de los bonos soberanos
europeos, cuya pérdida de valor en los mercados son la principal amenaza para
la banca tenedora de éstos. También el Banco de Inglaterra está inyectando
liquidez a su economía a la vez que mantiene bajos los tipos de interés para
estimular la inversión.
Crecen las voces a favor de
medidas contracíclicas y contra la excesiva austeridad para evitar una
contracción más aguda, situación a la que se está encaminando Europa hasta
ahora. Como dice Krugman, la política de austeridad inmediata es como la
sangría de la medicina antigua, que debilita al paciente y hace más
problemática su recuperación futura.
Europa, además de las
medidas de salvataje de sus bancos y de las economías más débiles, necesita una
fuga hacia adelante: fortalecer y ampliar el euro, lo que exige tener una
política fiscal común, fortalecer la política de Schengen, de libre movimiento
de personas, y tener una política exterior común. Nada asegura que eso se
logrará, pero es posible.
Sin embargo hay opiniones,
que no comparto, como la del premio Nobel de economía, Myron Scholes, que
considera que la pregunta no es si la eurozona colapsa, sino que cuándo.
Creo que Europa va a hacer
lo que Churchill dijo o se le atribuye haber dicho sobre Estados Unidos, que
hacía siempre lo correcto una vez que había probado todas las demás
alternativas.
Una de las paradojas de la
situación actual es que la crisis que amenaza con desintegrar a Europa está
movilizando fuerzas que ayudarán a mantenerla e incluso a estimular al G-20,
grupo de las 20 principales economías, a abordar nuevamente las tareas que ha
dejado planteadas y abandonadas, en particular la regulación, control y freno
de los capitales especulativos. La principal herramienta en ese sentido parece
ser la llamada tasa Tobin o Robin Hood, impuesto sobre intercambios monetarios
internacionales, con el objetivo de restar atractivo a las operaciones
especulativas de muy corto plazo. Ésta es técnicamente factible y cuenta con un
creciente respaldo académico y político – aunque es resistida por Obama. Hasta
el FMI propone una tasa fija sobre activos bancarios, especialmente los de
mayor riesgo, y una tasa sobre los beneficios. Otra medida necesaria es una
mayor regulación de los bancos en el sentido de limitar su capacidad para
incurrir en inversiones arriesgadas.
Navegamos en aguas
procelosas. A escala mundial mucho dependerá de que primero Europa y luego
China logren un aterrizaje amortiguado y eviten la caída en picada.
Hasta ahora en el Perú
parecemos inmunes a los efectos más graves de la agudización de la crisis, pero
es probable que los buenos tiempos económicos se nos estén acabando.
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