Muerto joven a los 56, en un mutis tan elegante
como lamentable, Steve Jobs marca nuestra época y le ofrece algo parecido a lo
que hizo el Renacimiento, y a lo que antes hizo Grecia: acercar arte e
inteligencia. Arte que cambia
cosmovisiones. Convertir al ser humano en la medida de todas las cosas,
empoderarlo y reemplazar sus miedos por su libertad. Y entonces democratizar la
cultura y dar herramientas para que prevalezca la creatividad sobre la
repetición.
Su pugna con Bill Gates fue la del creador contra
el negociante, entender que esa formidable herramienta que se necesita (los
españoles la llaman mejor que nosotros: ordenador, algo que permite organizar;
mientras nosotros le decimos banalmente computadora, como los gringos: algo
cuantitativo) debe ser algo que nos
permita expresarnos y proponer y no solamente eso que fideliza clientes y
genera cautivos. Jobs creó herramientas de libertad, Gates, de consumo. En esa pugna dialéctica
claramente el romántico era Steve Jobs.
Esa generación californiana, en territorio
librepensador y hippie, a quienes el Estado de Nixon los había obligado contra
su conciencia a ir jóvenes a Vietnam, consiguió vengarse años más tarde de ese
Estado impositivo y mediocre. Los ordenadores fueron un gran acto de rebeldía,
como es todo el arte según Camus. Permitieron y permiten tener, primero en la
oficina, luego en casa y ahora en la mano, toda la información que necesito y
toda la capacidad de comunicación y persuasión que quiero. Con lo cual el
Estado policiaco resultó impotente. Y poder así organizar futuro, ese poder que
antes lo tenían el ejército o el aparato político.
Esa revolución es enorme. Y son esos ordenadores y
smartphones que impulsó Jobs a quienes debe Estados Unidos que haya ganado
Obama. Y, antes, en España, que perdiese Aznar, desnudadas sus mentiras. Y
también ahora que los Indignados se multipliquen de ciudad en ciudad y país en
país y hayan caído dictaduras en toda Africa del Norte. Y que le quede poco
tiempo a los regímenes dictatoriales centroamericanos, porque ya las puertas de
la información no se pueden cerrar.
Pero además de multiplicar información las
hermosas herramientas de Steve Jobs, que son obras de arte, poéticas y
metafóricas, han dado la base para una
estética nueva, en la imagen y hasta en la palabra. El estilo de nuestro
tiempo, en artes y pensamiento, se nutre de que los ordenadores sean como son.
Y es el ser humano quien, teniéndolos, adquiere autonomías y libertades que
antes se impedían y temían. Humanismo, entonces.
Los renacentistas, al inventar la perspectiva,
buscaban que todo se ordene desde el ojo y que en el centro de ese espacio
representado ahora esté la persona y ya no Dios. Antes, el ser humano veía
desde abajo a un Dios inalcanzable e omnipotente de quien se reverenciaba esa
omnipotencia. El Renacimiento al ordenar el espacio desde el ojo, prevaleciendo
la horizontal y ya no esa vertical subordinada y temerosa desde abajo,
convirtió al observador en sujeto. Cada ser humano escogía su mirada y su
entidad. Y ahora ve todo el espacio que le importa. El mundo cambió cuando se
pasó de los miedos a la lucidez y a la razón.
Si en el Renacimiento lo que importó era ver
libremente desde nuestros ojos y poder ser individuos, y si, para ello se
inventó la perspectiva, midiendo y
organizando el espacio perceptible, lo
que se hizo en el Humanismo fue celebrar la especificidad de cada persona.
Y ahora la libertad puede estar en cada mano. Y
cada vida ya no se rige por fatalidades sino que puede escogerse. El ordenador
Apple y las invenciones sucesivas de la familia de la manzana nos dan poder y
nos abren un futuro que dependerá de lo que cada uno quiera y haga.
Steve Jobs, que te vaya bien allá arriba, y si hay
Dios (o dioses, que sería mejor, como cuando los griegos) convéncelos de que
nos merecemos más que esto de andar con miedos. Y saludos a Picasso.
Gracias.
Un tributo a Steve Jobs escrito en Comic Sans... ¿en serio?
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