Las tribulaciones de la Alianza, tanto por el
infortunio de sus precandidatos como por las rivalidades internas en los partidos
y entre ambos, así como con el Gobierno, han opacado momentáneamente los
complejos problemas de la Concertación, ahora Nueva Mayoría.
De acuerdo a lo esperado, la UDI ha nominado a
Evelyn Matthei, economista, renunciante ministra de Trabajo, como su
precandidata, y RN, después de insistir en Andrés Allamand, ha tenido que
plegarse, ante la renuncia de éste a ser candidato presidencial, de modo que
tenemos el interesantísimo escenario de la disputa por la presidencia de Chile
entre dos mujeres (los varios otros candidatos no parecen tener ninguna chance).
La Alianza, por la resistencia de RN a Matthei,
estaba tratando de ponerse de acuerdo en organizar una convención nacional relámpago
de representantes de sus partidos para elegir al candidato común, desechando la
idea de competir en primera vuelta. Al parecer han primado, por un lado, el
temor a que la división y el enorme riesgo de ni siquiera llegar a una segunda
vuelta presidencial desmoralicen a sus votantes, por otro lado la presión del
presidente Piñera, que ha recuperado peso por estar mejorando su aceptación
ciudadana hasta alrededor del 40%. En ese contexto Allamand debe haber
percibido que tenía una alta probabilidad de volver a perder como precandidato,
ante la fuerza de Matthei y fuertes disensiones internas en RN (un espectáculo
penoso), y ha optado por el camino más seguro de candidato al Senado por
Santiago Poniente. Los esfuerzos desesperados del presidente de RN por
encontrar otro precandidato aceptable para su partido - y que aceptara - resultaron
infructuosos.
La UDI parece ser el partido mejor organizado,
ordenado y disciplinado, mientras que RN tiene un liderazgo errático y
conflictivo. Y la UDI ha evidenciado una mayor capacidad de movilización de sus
afiliados y simpatizantes – incluso físicamente, en sectores pobres. Pero nada
le quita al grueso de la Alianza el calificativo que Longueira aplicó a su
sector al haberlo llamado en abril, según un columnista, una derecha
destructiva, chaquetera y pesimista.
En cuanto a los candidatos, en el indeseable caso
de que tuviera que optar entre ambos, mi preferencia por Allamand frente a
Longueira se invertiría ahora a favor de Matthei, tanto por la inmadurez
paradójica mostrada por él, como porque siempre he tenido cierta simpatía por
ella, a pesar de su pasado más conservador que Piñera y sus ocasionales
exabruptos verbales ante ataques opositores. Si bien ella ha votado por el Sí en
el plebiscito y ha defendido a Pinochet en ocasión de su prisión en Londres, parece
haber evolucionado algo, como lo evidencia la poca simpatía que le tenía la UDI
cuando creía no necesitarla. Probablemente esto corresponda a la tendencia general,
lenta, de liberalización dentro de la derecha, que se expresa en la cada vez
más frecuente autodefinición como centroderecha y, por ejemplo, en la
conformación, liderada por jóvenes liderados por ex integrantes del actual Gobierno,
de una fundación (lo que en el Perú llamamos ONGs) que considera como su
principal enemigo a lo que llaman pacto entre burócratas socialistas y
empresarios monopolistas.
Se le reconoce, no sé si exagerando algo, a
Matthei honestidad, inteligencia, independencia de criterio, realismo, franqueza,
capacidad de trabajo, autoridad y facilidad de trato con la gente común, cualidades
que comparte con Bachelet (no solo el ser mujer e hija de general), aunque al
parecer no mucha empatía y menos sencillez. Y se le reprocha mal carácter. No
ha tenido una actuación destacada como ministra del Trabajo, pero sí ha
impulsado varias iniciativas positivas y ha mostrado un notable empeño en castigar
el incumplimiento de leyes laborales de parte de algunas grandes empresas.
Ella ya fue alguna vez precandidata a la
presidencia – en 1992 en RN contra Piñera, o sea que ambición política no le falta,
aunque ha estado dispuesta a dejar la política después de terminar el gobierno
actual, al no haber postulado al Congreso. Los analistas recuerdan su
involucramiento en el famoso caso Piñeragate, donde gente allegada a ella fue
acusada de haber grabado y difundido instrucciones telefónicas de Piñera para
perjudicarla en un debate televisivo, a raíz de lo cual ella renunció a RN. A
pesar de eso Piñera la nombró ministra y es clara su preferencia por ella como
candidata. Matthei tiene carisma y ha ganado en todas las elecciones para
diputada y senadora en que participó. Parece tener un mayor apoyo que Allamand entre
jóvenes y mujeres, la gran incógnita del voto ahora voluntario. Es
indudablemente la candidata de centroderecha más fuerte contra Bachelet y está
inyectando algo de optimismo a la alicaída Alianza. Pero todo sigue indicando
que Bachelet ganará holgadamente.
Las tensiones en la escena política general pueden
ser simbolizadas por la sorpresiva iniciativa conjunta de RN y DC de presentar
en el Congreso una propuesta de reforma del sistema electoral binominal, sin
consultar con la UDI ni Piñera ni el resto de la Nueva Mayoría, a lo cual el
Gobierno ha respondido con una propuesta ligeramente diferente. Es
significativo que lo que fue un mecanismo criticado desde lustros y corresponsable
del desencanto masivo con la política, nunca abordado, ahora sea motivo de propuestas
concretas que buscan anticiparse a la anunciada iniciativa de Bachelet al
respecto. Y hacerlo conjuntamente RN y la DC es una poderosa señal a la Alianza
y a la Nueva Mayoría de que, si no tratan bien a esos partidos en su seno, deja
de parecer inviable un tercer bloque entre ambas coaliciones, en el – por
cierto difuso - centro político.
El sistema binominal, implantado por la
Constitución de 1980, promulgada por la dictadura militar, implica la elección,
entre dos candidatos de cada partido o coalición, de dos representantes por
circunscripción electoral, sin necesidad de alcanzar un porcentaje mínimo a
nivel nacional (esto último ha permitido triunfos aislados de algunos
representantes independientes). Y, si un partido obtiene más del doble que el
siguiente, obtiene los dos cupos. El objetivo, logrado, era favorecer la
estabilidad política, al ser un fuerte incentivo para la formación y la
mantención de alianzas políticas y para la búsqueda de consensos en y entre
ellas, así como una barrera de entrada para partidos nuevos o más pequeños.
Como resultado, Chile ha gozado de una gran estabilidad política, pero a la vez
ha sido favorecida la permanencia casi indefinida en el Congreso de políticos
cada vez más criticados desde las bases como atornillados al Poder, y se ha
generado un creciente y justificado rechazo popular a ese sistema electoral,
recogido por políticos de izquierda. Tímidos intentos de la Concertación de
modificarlo no han llegado ni siquiera a ser presentados en el Congreso, por la
oposición interna y de la Alianza.
La expectativa de recuperar el Gobierno
facilita la superación de las enormes tensiones en la Nueva Mayoría, pero no
las elimina. Por ahora se dan principalmente respecto del reparto de cupos
electorales, pero también son fuertes en el plano programático.
Las difusas exigencias de cambio de parte de
amplios sectores ciudadanos, especialmente jóvenes, han sido centradas, principalmente
por la fuerza del movimiento estudiantil, tanto universitario como secundario,
en la gratuidad de la enseñanza, como una especie de varita mágica para su
accesibilidad y calidad, y en una mayor participación y renovación generacional
en la política, además de una nueva Constitución. Bachelet ha logrado
simbolizar esto y facilitarle un cauce institucional que debilita, al menos por
ahora, a las opciones más confrontacionales o anti sistema. Ha afirmado, por un
lado, que quiere cambios profundos, a la vez que ha evitado mayores precisiones
y ha incorporado a su equipo electoral a expresiones políticas diversas,
también respecto de estos temas.
Esto incluye tanto a propulsores de convocar
una asamblea constituyente como a personas que prefieren el camino de cambios a
través del Congreso; a defensores de la gratuidad de la enseñanza y a
detractores que indican – en lo que concuerdo – que lo importante es elevar la
calidad y que, al menos por un buen tiempo, la gratuidad generalizada es
presupuestalmente regresiva; a partidarios de una reforma tributaria más profunda
o más moderada; y a quienes promueven reformas al sistema binominal y quienes
prefieren uno proporcional.
Personalmente debo decir que, aunque un poco
desilusionado por estar rodeado casi exclusivamente por hombres, veo como más
adecuadas las propuestas del exministro de Hacienda Andrés Velasco, que logró
el lejano segundo puesto en las primarias de la Nueva Mayoría. Reacio a las
tentaciones populistas, plantea reformas políticas importantes, pero moderadas,
y cambios en lo económico cuidando la estabilidad, y expresa la modernidad cultural
y el liberalismo valórico de crecientes capas medias, especialmente
profesionales.
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