El título de esta telenovela mexicana de
fines de los años setenta alude a acontecimientos personales y a sentimientos,
que, haciendo mucha abstracción del contexto, comparten una mayoría de seres
humanos. Claro que unos tienen motivos muchísimo más graves y más persistentes
para llorar.
A pesar de las diferencias abismales, muchos
pobres con acceso a la televisión logran identificar el sufrimiento del muy
rico con el suyo, no necesariamente para bien. Pero a alguna gente le cuesta
más aceptar, salvo en leyendas y cuentos, de reyes y de santos, que, en
diferentes grados, también hay ricos que tienen alguna empatía con los pobres.
Por supuesto que a muchos ricos les cuesta aún más identificarse con los
pobres.
Son más conocidos y abundan ejemplos de
insensibilidad y abusos de gente con poder económico, que merecen y deben ser denunciados
y combatidos, con denuncias y movilizaciones, dentro del marco legal y de
legitimidad social existente, que ellos pisotean, y como parte de la lucha por
un sistema político-económico más justo y equitativo.
Como parte de mi filosofía de combinar la
denuncia con el apoyo a lo positivo, me propongo mencionar, para mi propia toma
de conciencia y para contribuir a la de otras personas de espíritu abierto,
ejemplos de personas de enorme riqueza con momentos de gran generosidad –que no
redimen sus culpas- y de algunas que actúan en general guiadas por una identificación
humanista con los más desfavorecidos, con una ética del bien que en nuestras
sociedades tiene una de sus raíces más profundas en las enseñanzas y vivencias
de Jesucristo. Y que para ello no tienen que ser, y muchas veces no son, ni
cristianos, ni creyentes.
De joven me impresionó mucho la lectura de la
obra de teatro de Bertolt Brecht El alma
buena de Sezuán. Tal como la recuerdo, vagamente, se trata de tres dioses
enviados a Sezuán, China central, para encontrar a una persona buena. Éstos identifican
como única candidata a una mujer bondadosa que, para tener recursos para poder hacer
el bien de noche, de día actúa despiadadamente para lograr ingresos, de modo
que los dioses no logran decidir si es buena o no.
No comparto esta visión pesimista de tener
que ser malo para poder ser bueno. Sí es cierto que es frecuente que incluso personas
inescrupulosas –en realidad en todos los estratos sociales- tengan momentos de
bondad. Como decía el padre Hubert Lanssiers, admirable pastor de almas, sucede
hasta en criminales avezados como los que él visitaba en la cárcel.
Hay muchos ejemplos de empresarios exitosos
en lo económico y en muchos casos con pocos escrúpulos en sus negocios, que,
generalmente hacia el final de sus días, han destinado a obras de bien común
una parte significativa de la riqueza acumulada, compensando en pequeña parte
los daños causados por su codicia. Algunas buscan facilitar con ello su ingreso
al Paraíso. Antes y también ahora muchas personas adineradas expresan su faceta
bondadosa en obras de bien social, además de tener un mejor trato en sus negocios.
Antiguamente solían hacer donaciones a
conventos o beneficencias. En Lima un caso emblemático es el Puericultorio Pérez
Araníbar, el albergue de niños, niñas y adolescentes más grande, en extensión,
de América Latina, fruto de la gestión del médico de ese nombre, a inicios del
siglo XX, como director de la Beneficencia Pública de Lima, con canalización de
fondos de millonarios, por ejemplo de Larco Herrera, donante también del
hospital siquiátrico vecino. Claro que esto ha aliviado las penas de algunos,
pero no cambió el carácter oligárquico opresivo de nuestra sociedad.
En el Perú, como en otros países, en las
últimas décadas han ido en aumento los recursos destinados a filantropía por
grandes empresas, especialmente mineras, a través de fundaciones orientadas a
trabajo social y medioambiental, más allá de sus obligaciones legales, como
parte de sus esfuerzos para mejorar su imagen, pero también de muchas otras
empresas grandes y medianas, aunque de montos relativamente modestos,
generalmente con una combinación de motivaciones altruistas y de negocios.
La filantropía en el mundo se fue
extendiendo en particular hacia arte y cultura, como extensión del otrora mecenazgo
de la nobleza, y a educación, investigación médica y promoción social y
política democrática. Son particularmente
conocidos los casos de los notables empresarios y multimillonarios
norteamericanos y sus fundaciones sin fines de lucro – como Carnegie,
Rockefeller y Ford, de inicios del siglo XX, haciendo eco ampliado a una
tendencia común, especialmente en el mundo anglosajón.
Fueron imitados por miles de otros
multimillonarios, por ejemplo, más recientemente, George Soros y Stephan
Schmidheiny (heredero de la fortuna basada en el asbesto, terrible contaminante),
lo que ha contribuido mucho, en su faceta más positiva, a mejorar las sociedades
norteamericana y europeas, y con ello aportado también al resto de la humanidad
–aunque a muchos les cueste reconocerlo. Cada año los premios Nobel nos
recuerdan, por ejemplo, la gran fundación del sueco Alfredo Nobel, inventor de
la dinamita, que donó un enorme capital para esa premiación.
Considero importante recordar que muchos
empresarios, de todo tamaño económico, son básicamente honestos y correctos. Y
que hay fortunas, grandes y chicas, no mal habidas o no acumuladas sin
consideraciones sociales, sino producto del esfuerzo, del ingenio, del espíritu
emprendedor y de una suerte no adversa, con trato de sus colaboradores y
clientes por encima del promedio socialmente aceptado. Éxito al que aspiran
muchos de los pequeños emprendimientos que surgen cada año, algunos con el
componente de preocupación social desde un inicio.
A nivel internacional destacan en las últimas
décadas las fortunas generadas en el ámbito de la cibernética, algunas en parte
invertidas en fundaciones, como la de Bill&Melinda Gates, la más grande del
mundo. Bill Gates y Warren Buffett han iniciado hace unos años la
campaña “La promesa de dar” para conseguir que los hombres más ricos de Estados
Unidos donen al menos el 50% de su fortuna, en vida o como herencia,
filantrópicamente, que buscan extender a otros países. De inmediato se
adhirieron 40 multimillonarios norteamericanos. Warren
Buffett, el llamado oráculo de Omaha, inversionista, entre los más ricos del
mundo, de vida relativamente frugal, promete dejar el 99% de su fortuna a
fundaciones, a pesar de tener hijos.
Tenemos casos atípicos –aunque no el único-
como el de Rosalía Mera, fallecida hace poco, de familia humilde, inicialmente
costurera, cofundadora de Inditex, la multinacional textil española, junto con
su marido, empleado de comercio (ahora entre los cinco más ricos del mundo,
campechano). Luego, separada de su marido y por su cuenta, Mera invirtió con
notable éxito en una variedad de negocios, estudió pedagogía cuando ya era
millonaria (la mujer más rica de España, puesto 66 a nivel mundial), era doctora
honoris causa, creó una fundación para niños discapacitados (como un hijo suyo)
y un centro de iniciativas empresariales así como un estudio de grabación
musical para fomentar a artistas jóvenes. Ella destacaba por su forma de vida
sencilla, incluido el uso del transporte público en su ciudad natal, A Coruña,
Galicia, sede de su vida empresarial, por su aire hippy, por considerarse de
izquierda, por apoyar al movimiento de indignados 15-M contra la política de recortes
del gobierno español y la corrupción, y por participar en manifestaciones
ecologistas. Parafraseo un dicho suyo, ante la crisis que vive España, de que
estamos en un barco que o nos salvamos juntitos o no, no podemos estar echando
gente fuera.
Hay también personas que pudiendo ser multimillonarias
por lo que saben hacer, prefieren desarrollar servicios gratuitos basados en la
cooperación, movilizando a miles de voluntarios en todo el mundo, y
crecientemente hay dueños de iniciativas o empresas exitosas que limitan sus
ingresos con la idea del downshifting, lograr una vida más simple y austera
para escapar a la lógica capitalista y consumismo obsesivos, de afirmar lo
público frente al predominio de lo privado, con miras a una mayor felicidad,
propia y ajena, y un sentido de vida más pleno.
Nada de esto cambia radicalmente el sistema,
pero favorece su evolución más positiva y contrarresta las tendencias al
deterioro que afectan principalmente a los pobres.
Me propongo seguir tocando este tema.