Toco en este tercer artículo la ya mencionada entrevista reciente del
doctor Alexander Grobman a Materia, revista
informática, en Bogotá, en la que aparece con claridad su óptica frente a los
problemas asociados con los TG.
¿Por qué dedico tanto espacio y tiempo a las
afirmaciones del doctor Grobman? Porque es el más destacado representante de
los defensores de los TG en nuestro país.
El doctor Grobman dice con mucha razón que hay un margen de riesgo que tenemos que asumir con
cada tecnología que utilizamos, que ninguna tecnología tiene riesgo cero y que
la sociedad tiene que aceptar un nivel de riesgo determinado de acuerdo a un
beneficio. También coincido en que no podemos esperar a ver cuál es el posible
riesgo a cien años.
El ejemplo que
pone al respecto sin embargo no favorece su argumentación sobre los TG. Dice
que nadie sabe qué va a pasar de aquí a un siglo con la telefonía inalámbrica,
pero que sí sabemos cuáles son los beneficios. Esto es cierto. Pero resulta que, después de haber sido
declarados seguros los celulares, a pesar de muchas prevenciones iniciales, con
base en investigaciones con ratas e incluso estudios epidemiológicos, últimamente
han ido en aumento las alertas. Incluso la cauta Organización Mundial de la
Salud, después de una nueva revisión de lo publicado en la década previa sobre
experimentos y análisis epidemiológicos, recomienda desde hace más de dos años evitar
su uso por niños y su aplicación directa al oído, recurriendo a auriculares, y
cautela general, lo que incluye, por ejemplo, su uso como despertador cerca de
la cama, por precaución ante posibles efectos cancerígenos, en especial en el
cerebro – en un nivel intermedio de cinco niveles de riesgo, a la par con plomo
y gases de motores. Se considera que éste aumenta con mayor tiempo y cercanía
de exposición así como por intensificación de las ondas en espacios muy
cerrados, tales como ascensores y subterráneos, y a temperatura más elevada de
los aparatos. Muchos productores de celulares transmiten esas recomendaciones
en sus instrucciones de uso. Que haya muchos elementos más riesgosos presentes
en nuestra vida diaria no es motivo para no cuidarnos lo más posible de aquellos
en que el riesgo nos es conocido y posible de evitar o minimizar.
Tenemos como
sociedades la obligación de hacer una evaluación de los riesgos y de la
relación costo – beneficio de cada nueva tecnología independientemente de los
intereses económicos de quienes las producen y de monitorear los riesgos que
van apareciendo en la práctica, de modo de contrarrestarlos y de evitar los que
son socialmente inaceptables; y que cada consumidor pueda decidir si está
dispuesto a asumir, para sí y sus hijos o allegados menores, el riesgo
autorizado ya conocido. Velar por esto corresponde al Estado, y a las
organizaciones de defensa de los consumidores vigilar su cumplimiento. Ello
exige, en el caso de los TG, la indicación en la etiqueta de los productos que
los contienen.
No sé si es cierta la afirmación de Grobman de que tenemos moratoria de TG
porque el presidente Humala la había prometido en la campaña electoral sin
saber de qué hablaba y por eso ha tenido que cumplirlo. Lo que sí sé es que
responde a una creciente presión de parte de los consumidores, a las exigencias
de las organizaciones de consumidores y de las entidades ecologistas y de la
producción orgánica, y al mejor interés de nuestra sociedad y nuestra economía.
En cuanto a la salud, él y otros han ridiculizado la investigación del equipo
de Gilles Eric Seralini sobre daño grave por maíz TG NK603 en ratas, que
efectivamente no es concluyente, pero lo es bastante más que las
investigaciones a favor realizadas por Monsanto y por numerosos otros
investigadores, que han llevado a algunos organismos internacionales a declarar
a algunos TG, incluida esa variedad de maíz, como seguros. Esto lo ampliaré en
otro artículo.
Grobman no entiende la demonización de Monsanto y justifica la actuación
empresarial con que tienen
muchos accionistas con derecho a un ingreso, como lo tienen otras compañías. En verdad ¡qué pena nos
deben dar también los accionistas de las empresas que fabricaban casas con
asbesto o medicamentos con talidomida y que sufrieron enormes pérdidas –después
de haber ganado muchísima plata- cuando se evidenció también judicialmente el
enorme daño que causaban, y que había sido denunciado con pruebas mucho tiempo
antes! ¡O de las tabacaleras cada vez más limitadas por prohibiciones y
obligación de etiquetado de alerta en su ejemplar lucha por mantener la
industria, según ellos, principalmente para satisfacer a los consumidores y
mantener el empleo en la producción de tabaco! Conmovedor. Y siguen ganando
muchísima plata.
Grobman afirma, también con razón, que en todos los países, mediante un sistema de
genética convencional, se han ido cambiando las variedades, y menciona que en
Europa ya no se encuentra nada de los trigos antiguos del siglo XIX, que todo
son variedades mejoradas. Que se ha perdido la diversidad, pero se ha
beneficiado la gente con un mayor rendimiento y –agrego-, legítimamente en
principio, a las empresas creadoras de las variedades comerciales
sobrevivientes-. Olvida decir que eso ha ocurrido en un tiempo en que había mucha
menor conciencia de la importancia de la biodiversidad, y es obvio que lo que
se hizo con conocimientos y criterios mucho más limitados y en parte
incorrectos no es una buena razón para que hagamos lo mismo. Quién sabe qué
mejoras se podría hacer en los trigos actuales si siguieran existiendo esas
variedades.
Es aún materia
de más investigación y deliberación si, por ejemplo, el maíz TG es una amenaza
para las variedades cultivadas y silvestres (propias de nuestro carácter de
país originario), pero está fuera de discusión que la conservación de nuestra
biodiversidad es importante para nosotros mismos y como servicio a la
humanidad. A ese respecto Grobman y otros han hecho enormes aportes que valoro,
en la forma de estudios y de bancos de germoplasma y de genes. No debería
borrar con la izquierda lo que hizo con la derecha (o viceversa).
Grobman
caricaturiza las decisiones de la Unión Europea sobre prohibiciones y
restricciones a los TG. Según él se deben (solo) a cuestiones políticas, a la
fuerza de los partidos verdes, además de intereses de la industria química para
vender más pesticidas. ¡O sea que las grandes empresas ejercen presiones! Se
permite aludir a que las ONGs mueven mucho dinero y que hay también ciertos
grupos empresariales que patrocinan los cultivos orgánicos, lo que reconoce
como legítimo –yo también.
Parece ignorar
el muchísimo dinero que corre en Estados Unidos y también en Europa y las
presiones a favor de los transgénicos, en el Gobierno y en las instituciones de
investigación. Un típico caso de ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en
el propio.
Y parece no
saber que las normativas europeas son en general más exigentes en materia de
seguridad nutricional, sanitaria y ambiental que las de otros países, en
particular Estados Unidos, aunque lamentablemente bastante laxas en el caso de
los TG.
Grobman señala
que en Europa los agricultores son más ineficientes y que la UE equilibra estas
ineficiencias con los subsidios, que equivalen al 50% de su presupuesto total.
Curiosamente los agricultores norteamericanos, efectivamente en promedio más
eficientes por la mayor escala y la organización empresarial más moderna de su
agricultura, siguen recibiendo enormes subsidios, también los que producen con TG
– y eso reconocidamente por una combinación de presiones políticas y de una
preocupación por mantener la capacidad productiva nacional que no está en
condiciones de poder competir en el mercado abierto sin esos subsidios.
Extiende a
nuestro país su afirmación de que se mueve mucho dinero en contra de los TG,
afirmando que quince ONGs internacionales tienen gente pagada a tiempo
completo. No sé si eso es cierto, sí que sería legítimo, pero me consta que muchas
de las personas que yo conozco que más han luchado y siguen luchando por una
efectiva moratoria a los TG lo hacen por convicción y casi ad honorem.
Dice no tener
ningún conflicto con que empresas estén en el negocio orgánico, y que si la
gente quiere pagar dos o tres veces más eso es su problema. Efectivamente es
nuestro problema, pero es problema de Grobman exagerar tanto la diferencia de
precios. Es cierto que el mayor precio es frecuente, y corresponde al mayor
costo y mayor beneficio, pero suele no sobrepasar un 10 o 20% y en muchos casos
ser inexistente, de modo que la mayoría de agricultores están en lo orgánico
por convicción y no solo por interés económico.
Él plantea que
su problema está en que se haga una campaña contra ellos (él y otros, se
entiende) diciendo que son malos. Es cierto y lamentable que haya ataques a
personas, pero los defensores más serios de los derechos del consumidor y de
los productos orgánicos nos basamos en argumentos y no en descalificaciones
personales.
Publicado por Grupo
Agronegocios digital.
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