Europa nos importa, no solo por provenir de
ella muchos de nuestros antepasados –además de los autóctonos, los de África y
de Asia-, sino por ser el mayor bloque de muchos países, que es uno de nuestros
principales mercados y proveedores, con una organización democrática, por más
que sea notablemente deficiente. Su desempeño económico y político, al igual
que el de Estados Unidos y China, tiene enormes repercusiones en nosotros.
Grecia tiene cerca de 11 millones de
habitantes, 130 mil km2 –más o menos como Ancash, Lima, Ica y Junín juntos, o
Arequipa más Cusco. Su caso actual, además de la importancia para ellos mismos
y Europa, posee una gran carga simbólica, en tanto cuna, gracias a sus
antepasados muy remotos, de la democracia como sistema de gobierno, y de una
cultura que es componente central de las raíces de la europea, que es también
la nuestra -en fructífero mestizaje con la preibérica y otras. Grecia fue de
los primeros países en adoptar el sufragio universal en el siglo XIX. Fueron
los griegos los que usaron la palabra Europa -inicialmente, en Homero, el
nombre mitológico de una reina de la isla Creta, princesa fenicia raptada por
los minoicos-, y, ya en el siglo quinto antes de Cristo, usada por Heródoto,
primer historiador sistemático conocido, como nombre para todo lo situado al
Oeste de Grecia. Es bueno recordar que fueron griegos los principales
iniciadores de la filosofía, ciencia, historia, literatura y artes occidentales
(a su vez influidos por las de Mesopotamia y Egipto), y el griego fue lingua
franca del Mediterráneo durante más de medio milenio, incluso de los romanos,
hasta ser paulatinamente desplazada por el latín. Igualmente nuestro alfabeto
latino derivó del griego (y este del fenicio, basado en los jeroglíficos
egipcios).
El mundo se está complejizando cada vez
más, a la vez que, por un lado, organizando más, por otro lado, desorganizando,
haciendo más difícil la comprensión de sus procesos y la toma de posición al
respecto.
La catástrofe griega y el rescate europeo
de su economía es un caso emblemático. Grecia se encuentra en un estado
lamentable y terrible para su población. De una parte, por responsabilidad propia
de sus grandes empresarios (campeones del no pago de impuestos), y, aún más, de
sus estamentos dirigentes en las últimas décadas, al haber descompuesto por
politiquería un Estado antes más basado en la meritocracia y luego haberse farreado
los recursos recibidos de Europa y del FMI; de otra parte, por responsabilidad de
los organismos europeos que la integraron a la Eurozona, a pesar de claramente no
reunir las condiciones necesarias (con falseamiento de estadísticas), de los
bancos europeos que alimentaron con préstamos exuberantes un comportamiento y una
política económica y social insostenibles. Esto fue agravado por el
condicionamiento de los dos enormes salvatajes financieros previos, a una
austeridad extrema, incluso criticada por el FMI, que llevó a una debacle de la
economía, con enorme contracción y continuada depresión, que agravaron la
terrible situación de las mayorías de menores o nulos ingresos.
El resultado es una situación en que
cualquier solución tiene consecuencias negativas para todas las partes, de
impacto difícil de medir y sopesar, pero siempre más desfavorable y dramática
para las personas de menores ingresos. Se trata de encontrar el camino, lleno
de imponderables, de menor costo y mayores probabilidades de desenlace final
positivo tanto para Grecia como para la Unión Europea, con la menor intensidad y
duración del sufrimiento para el pueblo griego, evitando lo más posible los
errores cometidos en los muy difíciles y dramáticos, pero menos complejos,
salvatajes previos de Islandia, Irlanda, Chipre, Portugal y España, y en las
privatizaciones apresuradas de empresas del Este de Alemania tras su reunificación.
Me inclino a pensar que lo negociado
recientemente a solicitud del gobierno griego es la salida menos mala, por
puntos, no categóricamente. Si bien una sólida mayoría de la ciudadanía
respaldó con su voto el pedido del primer ministro, Tsipras, de rechazar con el
No las condiciones impuestas por las autoridades económicas europeas y del
Fondo Monetario Internacional, hay una amplia mayoría ciudadana y de los
partidos más sensatos, de todo el espectro político, según encuestas un 70% de
la población, que prefiere mantenerse en la zona del euro, seguramente tanto recordando
el descalabro de la antigua dracma (casi como en el Perú, del inti) y la
incesante devaluación de la nueva, como por el temor a que se debilite el
respaldo europeo frente a Rusia y a Turquía, percibidos como amenazas.
Tsipras ha usado ese referéndum para lograr
la aprobación, por la troika (la Comisión Europea -CE, el Banco Central Europeo
-BCE y el Fondo Monetario Internacional -FMI), del rescate económico -algo
también recomendado por el gobierno de los Estados Unidos-, con condiciones un
poco menos duras que las exigencias previas, pero siempre durísimas, frente a
un desastre económico y social muy probablemente aún mayor, y encaminar a su
país a una senda de estabilización y crecimiento sostenible, una posición que
puede estar equivocada, pero es valiente, aunque, como afirma el economista Krugman,
no tan responsable como él originalmente creía; ojalá resulte siendo una
solución y no un problema aún mayor, como tras los dos rescates previos.
Tsipras ha logrado ya la aprobación, por
amplias mayorías en el Parlamento (con excepción de pequeños partidos
antieuropeos y de una minoría del propio, la nueva Coalición de izquierda
radical), de gran parte del paquete de medidas iniciales exigido como condición
para el acuerdo definitivo. Una gran incógnita es cómo un Estado casi fallido,
que, bajo otros gobiernos, no ha podido ni querido cumplir con las condiciones anteriores,
puede llevar a la práctica cambios tan complejos, lastrado como está por
corrupción, clientelismo, ineficiencia, sistema tributario totalmente
inequitativo, además de elevados gastos militares y desmedidos peso e
intervención de la Iglesia Ortodoxa, así como por una economía de muy baja
productividad, a pesar de tener más horas de trabajo semanales que Alemania, y
casi el doble de las prósperas Holanda y Suecia.
Y, si bien el rescate contradice el
categórico No del referéndum, una amplia mayoría de la población, seguramente
en parte no la misma, sigue apoyando a su Primer ministro.
Quienes critican el rescate como una
imposición humillante y una claudicación, olvidan o prefieren no considerar que
la alternativa es una catastrófica cesación de pagos (recordemos sus terribles
efectos en Argentina, en 2001) y el colapso de su sistema bancario, con
consecuencias aún más duras y duraderas que la dramática situación esperable
ahora.
El rescate lo es simultáneamente de varios
bancos europeos, que reciben la mayor parte de las decenas de miles de millones
en juego, lo que disminuye a la eurozona tanto el elevado riesgo de una crisis
del sistema financiero, de consecuencias imprevisibles para una economía
mundial que aún no logra superar la crisis desencadenada en 2008, como el de un
desgarramiento que acentúe también en lo económico las peligrosas tendencias
centrífugas en lo político. Eso sí, tendrá que encontrar una vía democrática de
la eurozona para reestructurar la deuda griega (y otras), algo a lo que la
política Merkel, primera ministra de Alemania, parece estar dispuesta, en
contraste con su economicista ministro de economía, Schäuble, con muchos
políticos europeos y con la opinión de una ligera mayoría de la población de
Alemania (país que, junto con gran corresponsabilidad en la generación de la
situación, carga también con el mayor peso del rescate).
Mejor hubiese sido que Grecia no entrara a
la eurozona, pero ya es parte de ella, y una salida de la misma tiene consecuencias
económicas y políticas imprevisibles, también para Europa. Lo que está en juego
es la existencia misma de una Europa amplia y sólida como uno de los polos de
desarrollo mundial, capaz de contener las fuerzas antidemocráticas, racistas y
xenófobas internas y contrapesar el neo expansionismo ruso, además de garantizar
su estabilidad económica.
Si fuera fácil salir de la eurozona y
volver a su moneda nacional, el dracma, seguramente Tsipras lo hubiera
preferido. Pero el cambio de moneda, además de otros costos enormes, también entrabaría
la economía por interminables litigios respecto de contratos previos, y, como
escribe el ahora famoso economista Picketty, la salida de Grecia del euro sería
además (preciso, podría ser) el principio del fin de la zona euro. Frente a la
excesiva dureza del paquete de salvataje propone una conferencia que permita
reestructurar todas las deudas de la zona euro (aclaro, algo que la normativa
actual no permite, siendo la griega la punta de un iceberg colosal) y una
reforma institucional con la creación de una cámara parlamentaria (agrego, que
le dé una base más democrática y más fuerte).
El Salvador y Ecuador, que han adoptado el
dólar como su moneda, en la cual tienen aún menos injerencia que Grecia en el
euro, demuestran que usar una no propia funciona, con menoscabo de una
soberanía monetaria que habían usado mal, a cambio de una estabilidad que les
ha facilitado retomar la senda del crecimiento. En el Perú tenemos una
situación intermedia, con uso, tanto del nuevo sol como del dólar como monedas
de amplia aceptación, casi a la par. Hemos aprendido, a un costo altísimo, que
la estabilidad macroeconómica y monetaria es una condición indispensable
–aunque no suficiente- del crecimiento económico sostenido, que es a su vez uno
de los pilares del desarrollo sustentable.
Lamentablemente la salida de Grecia del
euro sigue siendo una espada de Damocles en el horizonte.
La buena noticia es que las autoridades
europeas están siendo obligadas por la crisis –como otras, también una
oportunidad- de replantearse la organización política de la eurozona, hacia una
mayor representatividad democrática, y de seguir fortaleciendo la normativa y
los mecanismos de control del sistema financiero para disminuir los riesgos de
colapso. A tal punto obligadas, que según el economista Jeffrey Sachs, que
considera al sistema de gestión de crisis europeo inepto, extremadamente
politizado y poco profesional, si no son capaces de salvar ahora a Grecia, no
serán capaces de salvar la eurozona. Francia, del centroizquierdista Hollande,
y Alemania, de la centrista Merkel, parecen haber comprendido el reto y estar
dispuestas a enfrentarlo.