El mundo lamentablemente se está
acostumbrando a situaciones impresentables, con las elecciones en Estados
Unidos llevándose las palmas, expresión de una sociedad en parte muy enferma.
Ninguno de sus dos grandes partidos es una maravilla, pero el Republicano está
batiendo récord en mala conducta, cosecha de sus largos años de políticas
destructivas, con sus candidatos más aventajados en primarias o asambleas
electorales (caucus) por estados: Donald Trump, el provocador e irresponsable multibillonario
showman y peligroso demagogo, y Ted Cruz, el evangélico extremista contrario a
todo avance en políticas sociales, líder del boicot en el Congreso de casi
todas las iniciativas del presidente Obama (el más decente y visionario en
mucho tiempo). Ambos llevarían a Estados Unidos a perder en lo económico y, lo
que es más importante para nosotros, en su tembloroso pero valioso liderazgo mundial
favorable a democracias, paz y lucha contra el cambio climático. Como a muchos
analistas, me parecía imposible que Trump ganara la nominación y aún más
imposible, que ganara la elección –ahora ya no estoy tan seguro. Y eso a pesar
de haber en el lado demócrata dos pesos pesados, con Hillary Clinton claramente
la más preparada y confiable, pero que suscita muchas resistencias por
representar al establishment, a la élite política que gran parte del electorado
considera causante de grandes males. Curiosamente Trump, parte del
establishment en su vertiente económica, aparece como adalid contra este. Bernie
Sanders, hace décadas gobernador del pequeño estado de Vermont, fronterizo con
Canadá en el Noreste, auto declarado socialista, merece mucho respeto por su
señalamiento de graves problemas y planteamiento de algunas soluciones, pero su
posición de rechazo a los tratados de libre comercio, en la que coincide
nuestra izquierda, dañaría mucho su economía y la nuestra, además del lastre de
su falta de experiencia de gestión gubernamental.
Para no quedarnos atrás, nuestro Congreso
se ha preocupado por diseñar una normativa electoral quizá bien intencionada,
pero enmarañada e incumplible, y el Jurado Nacional de Elecciones, por
aplicarla discrecionalmente, al parecer para favorecer la alicaída candidatura de
García – en extraño maridaje con Flores-, de modo que el APRA (y, de paso, el
PPC) logre al menos superar la valla del 5% de los votos para la mantención de
la inscripción. Y tenemos una carta de reserva, una aunque no muy probable, de
todos modos posible e igualmente impresentable victoria del fujimorismo, más
por lo que representa en cuanto a un pasado ominoso que por la candidata,
seguramente bastante menos dañina que su padre (y todavía mentor). Es un muy
preocupante indicador del atraso de nuestra sociedad que ella predomine
ampliamente en los sectores económicos D y E, pero también, por un lado, de un
realismo oportunista que, pensando en muchos casos que todos los políticos son
igual de malos y rateros, valoran lo que han logrado y pueden lograr de
positivo por políticas populistas y clientelistas; por otro lado, capaces de
obviar el fuerte machismo en sus filas, un síntoma positivo. Es esperanzadora la
elevada intención de voto en contra.
Está claro que es inaceptable que fallas
administrativas, por lo demás comunes a casi todos los partidos (pero afeitadas
por los más avispados), puedan privar al electorado del derecho constitucional de
expresar su opción política – lo que correspondería serían sanciones de otro
tipo. Si el JNE fuera coherentemente tan legalista e irresponsable, nos
quedaríamos sin candidatos y sin elecciones, algo que suele suceder bajo
dictaduras que buscan pretextos para perpetuarse o en el marco de una guerra
civil, pero inconcebible en un país con varias décadas de democracia, solo muy empañada,
pero tampoco eliminada del todo, por el fujimorato.
Lamento el silencio de otros candidatos y
aplaudo la protesta de Verónika Mendoza. Pero, ya que no queda más que aceptar diversas
fallas de las personas que uno prefiere, mantengo mi posición de apoyar a PPK,
que, aunque de poca habilidad para conducir su campaña, ofrece la mayor
probabilidad de un gobierno sin sobresaltos, realista, que mantenga la
estabilidad económica y política y ataque con firmeza algunos problemas claves,
en especial la seguridad ciudadana y de las actividades económicas, así como una
inversión pública productiva, y mejore la educación, la salud pública y el
funcionamiento del aparato estatal. Sabrá manejar bien la espinosa relación con
las necesarias pero poco responsables grandes empresas. Lamento su poco
compromiso con el ambiente, pero confío en que se dejará asesorar en este como
otros puntos por personas y equipos calificados. A falta de un político comprobadamente
destacado e íntegro, la mejor opción es un tecnócrata con esas características,
uno de los casos donde el mal menor es lo mejor posible.
Aspiro y debemos todos aspirar a mucho más,
pero en este momento me conformo con que no retrocedamos como país por
políticas y gestión erradas, porque ningún otro candidato logrará, aunque lo
quiera, algo significativamente mejor, sí algo peor, y la mayoría algo mucho
peor.
Pero ahora, lo que más necesitamos, es
librarnos de sobresaltos que impidan seguir desarrollando y tratar de aglutinar
en una alternativa poderosa y de largo aliento, bajo la forma de un partido o
frente estable de partidos, que podríamos calificar de centroizquierda, a las
muchas fuerzas positivas que han ido emergiendo en casi todos los campos de
nuestra realidad, en todas las regiones, desde la sociedad civil y en el propio
Estado.
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