¿Pueden morir 400 niños en un bombardeo y encontrar para ello una justificación basada en la política o la seguridad? Se puede. Pero, permítanme decirlo con desolación y transparencia, al costo de, como ha dicho Roberto Lerner en este blog -refiriéndose a las guerras- enlodar moralmente lo humano. Al costo, agrego yo, de perder algo de razón.
El fenómeno no es nuevo en el ámbito humano. Un viejo truco, alentado por la educación religiosa tradicional, nos invita a creer que somos ‘animales racionales’, que nuestra corteza cerebral nos hace más pensantes. Pero la evidencia demuestra que el raciocinio es para nosotros apenas una entelequia, una aspiración lejana. Está por alcanzar.
No puedo escribir otra cosa después de leer tantas explicaciones, tan sesudas y honorables, que, al fin de cuentas, buscan estirar hasta límites infinitos el análisis, para no aceptar que lo ocurrido en Gaza fue un inmenso crimen. Un crimen con escasísimos atenuantes, si acaso tiene alguno. Un crimen que condenaría cualquier Dios sorprendido.
Argumentar que se denuncia unos crímenes y no otros –los de Hamás- no hace más que aumentar la confusión y la esquizofrenia. Como ya sostuve en una ocasión, si nos importa un niño de Sderot, nos importan también, por la misma razón, los más de 400 niños muertos en Gaza. Esos niños son el mismo niño de Sderot 400 veces muerto.
Salvo que creamos que para defender a ese uno fue inevitable matar a los otros. Y qué pena, pues, porque así es la guerra. Y nos disculpan porque no quisimos hacerlo. Que Hamás haya dicho, para confirmar su necia lógica, que resultaba lícito matar niños israelíes (¡), no exculpa al primer ministro Olmert diciendo “que no tuvo la intención”.
No, supongamos que no, pero lo hizo. Y que los integristas usen a los niños como ‘escudos humanos’ no disculpa nada. Nada. La locura de otro no autoriza mi locura, por más de que la revista de la dudosa seda de las ‘razones de Estado’. De modo que internarse por esa ruta –la de los ‘otros tienen la culpa de todo’- conduce al sinsentido.
Por lo demás, sostener que demandar el retiro israelí de los territorios ocupados es deslizar, de manera sibilina, la idea de que Israel no debe estar allí es levantar falso testimonio, como recordaba Moisés. Lo digo explícitamente: Israel tiene derecho a quedarse allí, plena y soberanamente, pero no a usurpar territorios que no son suyos.
¿O la ONU está loca y, por eso, se hizo acreedora a unos bombazos? Es este organismo el que sostiene eso, en numerosas resoluciones despreciadas. Si la justicia internacional se respetara, y no se encubriera con galimatías, esto no sería motivo de discusión. De los 22,000 kilómetros cuadrados de territorio israelí, unos 2,000 son territorios ocupados.
¿Para qué se hablaría de negociación, entonces, entre los mismos israelíes? Simple, elemental: porque el piso no está parejo, porque hay zonas que fueron ocupadas, y colonizadas, a través de sucesivas guerras, todas las cuales ganó Israel. Porque, por añadidura, las que se devolvieron, se mantuvieron bajo estricto control militar.
Porque, por necedades imperdonables de las dirigencias árabes y por la soberbia militar de Israel, no se respetó la partición de Palestina decretada por la ONU en 1947. Decir, además, que “Israel no quiere acabar con los palestinos, ni privarlos de un lugar para vivir” es hacer una generalización demasiado generosa. No se ha sido monolítico en eso.
Lean lo siguiente, con serenidad por favor: “Lo que es seguro es que nunca vamos a aceptar la existencia de un Estado Palestino. Sería una catástrofe” (Uzi Landau, ex ministro de Seguridad Interior. Tomado de la edición de Le Monde del 14/12/01). Otro indicio: el asesinato, en 1994, de Isaac Rabin, un hombre que sí apostaba por la paz.
Para cada orate de Hamás, que se niega a reconocer el derecho de Israel a existir, hay un extremista judío que quisiera desaparecer a los palestinos. Otra evidencia: el ataque perpetrado por Baruch Goldstein en 1994, dentro de una mezquita de Hebrón, que acabó con 29 palestinos muertos. Sospecho que ese señor no quería el Estado Palestino.
Si se aduce que son unos cuantos descerebrados, estaría en parte de acuerdo, sobre todo en los casos de Goldstein y Yigal Amir, el homicida de Rabin. Pero ocurre que el indicio más clamoroso de que no ha habido esa unanimidad sin fisuras en Israel, respecto a los palestinos, ha sido la tozuda e ilegal creación de colonias en los territorios ocupados.
¿Para qué esas colonias si se está tan convencido de la existencia del Estado Palestino? ¿Qué tanta posibilidad tienen los palestinos de existir, realmente, bajo un férreo control militar y una, a veces antojadiza, entrega de alimentos? Es ligero decir que hay unanimidad, solidez, en la convicción de que se quiere el Estado Palestino sí o sí.
Simplemente, no es cierto. Como no es cierto que todos los palestinos quieran negociar con Israel. Hay cientos de extremistas que no lo quieren. Pero incluso alguien tan simbólico como Ismail Haniya, el Primer Ministro del gobierno de Hamás, sostuvo, hace cerca de un año, que aceptaría la retirada de Israel a los límites anteriores a 1967.
En cristiano, musulmán o judío, eso quería decir que, finalmente, reconocía que ya no quería todo, que Israel se podía quedar en parte. Pero, claro, a estas alturas del partido, esas declaraciones tan poco difundidas han quedado aplastadas por las bombas y los misiles. Y no conocerlas invita a simplificar todo, en vez de ir a un debate serio.
Termino recordando a Blas Pascal, con su clásica frase: “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Asociada siempre con la nebulosa experiencia del enamoramiento, la asumo en este caso para decir, con claridad, que esta bárbara secuencia histórica que hemos presenciado, impotentes, debería haber movido también nuestros sentimientos.
Creo que sólo partiendo de la compasión humana era posible decir algo razonable sobre lo ocurrido en Gaza. Las fotos, o imágenes, de niños muertos no debían matar nuestro análisis, sino impulsarlo, hacerlo vigoroso, justamente para que no se vuelva aséptico y carente de dignidad. Sólo se puede ser lúcido si se es compasivo, solidario, noble.
Y esos más de 400 niños muertos nos reclaman eso: compasión y razón. Como escribía Julio Ramón Ribeyro en una de sus Prosas Apátridas, “la muerte de un niño es un desperdicio de la naturaleza”. Si tantos pequeños muertos, ya sea en Gaza o Sderot, no nos conmueven, o nos llevan a esbozar explicaciones hiper-alambicadas, algo nos pasa.
Allá los que no quieren explicar nada por estos inocentes. O que lo quieren explicar sin explicarlo, para al final justificarlo. No entiendo eso, lo siento. Mi corazón, permítanme la ingenuidad analítica, no puede comprenderlo. Más bien, en medio de mis análisis y reflexiones, me ha ofrecido algunas lágrimas por esos niños y muchas, muchas ideas.
DEBATE "CONFLICTO HOY EN GAZA"
Participan: Ariel Segal y Farid Kahhat
Jueves 22 de Enero, 7 p.m.
Auditorio de la Biblioteca Nacional del Perú
(Av. Javier Prado, a una cuadra del Museo de la Nación)
Ingreso Libre
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