viernes, 29 de abril de 2011

LA GESTACIÓN DE UNA NACIÓN/ Francisco Belaunde Matossian

A propósito del actual proceso electoral, se ha editorializado en un conocido medio que “el Perú es más que la administración de la economía y el bienestar de las empresas, por más vitales que sean para su desarrollo y que un país es también historia, dignidad, cultura, identidad y sobre todo futuro”.
Cualquiera puede suscribir la segunda parte de esa frase; la primera, en cambio,  se yerra al pasar por alto una realidad innegable y es que la economía es un factor de primer orden en la construcción de una nación. A más movimiento económico, mayor integración y compenetración entre los miembros de una comunidad.
En ese aspecto, lo que ha estado pasando en estos últimos años es realmente notable. Somos testigos del surgimiento de una nueva clase media de origen popular no sólo en Lima, sino también en varias otras ciudades del país y cuyos miembros comparten valores similares tales como el dinamismo y las ganas de superación. Este fenómeno, si bien tiene sus raíces en las grandes migraciones de hace 40 años, se ha potenciado enormemente gracias al crecimiento económico. Científicos sociales como Rolando Arellano lo describen muy bien.
Por otro lado, se desarrollan y consolidan nuevos polos económicos en diversas regiones como Arequipa, que, incluso, crecen más que Lima, sentándose así las bases de una efectiva descentralización. En esa línea, es, por ejemplo, una excelente noticia y de gran valor simbólico, el paulatino desarrollo del transporte aéreo entre varias de nuestras ciudades que nunca habían estado conectadas entre sí, y entre éstas y localidades de los países vecinos. Es decir, se elimina el paso obligatorio por Lima para los habitantes de las diversas regiones. Es una aberración centralista y anti moderna que se desmorona.
En otras palabras, ya hay en el Perú una gran transformación en marcha y un avance hacia nuestra maduración como nación, gracias al crecimiento de la economía y que,  además, también tiene una gran incidencia, a mediano y largo plazo, en términos de consolidación democrática y de estabilidad política. Falta mucho camino por recorrer, sin duda, como nos lo recuerda el actual proceso electoral, pero lo alcanzado hasta ahora es extremadamente valioso y no podemos tirarlo por la borda, frenando, de un modo u otro, el impulso de las inversiones que lo ha hecho posible. No es el momento de apagar los motores del país; ni siquiera de hacerlos cascabelear. Por el contrario, todas las rectificaciones y ajustes necesarios tienen que ser hechos con el tren de la economía a toda marcha.
En resumen, menospreciar la importancia del factor económico en la construcción de la nación, es incurrir en ligereza y en falta de visión.
Por último, hay que reiterar lo que varias voces ya han solicitado: no descalifiquemos ni estigmaticemos a las personas por la decisión que van a tomar a la hora de votar, en uno u otro sentido. Para muchos, esa decisión estará cargada de incertidumbre y será inevitablemente incómoda y difícil. La tolerancia se impone más que nunca.


martes, 26 de abril de 2011

HUEVOS DE ESTURIÓN / Seis puntos / Fernando Rospigliosi

El resultado de la primera encuesta de Ipsos Apoyo muestra una diferencia de seis puntos a favor de Ollanta Humala, que tiene 42%, mientras Keiko Fujimori alcanza 36% de intención de voto. Algunos creen que no es una diferencia significativa, que la situación podría cambiar fácilmente. No es así.
        Quienes así piensan están enfocando el tema con los parámetros de la primera vuelta, donde disputaban 11 candidatos, 5 grandes. En las últimas semanas se produjeron cambios bruscos. Alejandro Toledo y Luis Castañeda se desplomaron y Ollanta Humala y PPK subieron como la espuma.
        Esa situación no se va a repetir en la segunda vuelta. No van a producirse bruscos desplazamientos de votantes de Humala a Fujimori o viceversa. Habrá algunos cambios, sin duda. Pero no de las dimensiones ni con la rapidez de la primera vuelta.
        Queda, según la encuesta, un 22% de ciudadanos que no decide su voto o que dice que sufragará en blanco o viciado. Los que no votarán por ninguno de los candidatos probablemente sean aproximadamente un 10%. Hay, entonces, alrededor de un 12% en disputa.
        Keiko Fujimori necesitaría obtener 9% de ese 12% para llegar a 45%. Suponiendo que el otro 3% va con Humala, este quedaría también en 45%.
        Es decir, Fujimori tiene que ganar las tres cuartas partes de los indecisos para empatar con Humala y emparejar las cosas.
        ¿Podrá hacerlo? No es imposible, pero es muy difícil. Lo peor de todo, para ella, es que hasta ahora no tiene campaña. Si sus allegados pensaron que mejor era quedarse quietos al principio, se equivocaron. Eso puede valer –a veces- para la primera vuelta, no para la segunda, donde el tiempo es más corto y las simpatías están más sedimentadas.
        En cambio Humala, con dos excelentes asesores brasileños, empezó su campaña, como corresponde, al día siguiente de la elección. Y no ha cesado de moverse desde ese momento en la dirección correcta para él, blanqueándose, maquillándose, disfrazándose, abriéndose a personas y grupos que antes le eran hostiles.
        Fujimori no se ha movido un milímetro hasta ahora. A la única persona a la que se ha acercado es a Kina Malpartida, que al final dijo que no podría votar por ella. Y siendo muy popular en el deporte, no significa nada para los que la rechazan por las malas prácticas de su padre.
        No se conoce, pero pareciera que no tiene a su lado a expertos en campañas electorales, indispensables para ganar una elección presidencial, sobre todo si es muy disputada. Su inmovilismo y falta de reacciones parecen indicar eso.
        Por último, no hay que olvidar que en el Perú siempre los que han empezado encabezando las encuestas en la segunda vuelta han ganado: Alberto Fujimori en 1990, Alejandro Toledo en 2001, Alan García en 2006. Eso no significa que siempre tenga que suceder lo mismo, pero evidentemente no es una casualidad.
        En conclusión, si Keiko Fujimori no cambia ya, es muy probable que Humala sea el próximo presidente. Los que le temen deberían tener sus pasaportes en regla.

lunes, 25 de abril de 2011

HUEVOS DE ESTURIÓN / En nada / Fernando Rospigliosi

A dos semanas de la primera vuelta electoral Keiko Fujimori parece estar en nada. No es casualidad que Ollanta Humala le lleve 6 puntos en la primera encuesta de Ipsos Apoyo, a pesar del rechazo y el miedo qué suscita el comandante retirado.
Humala está haciendo lo qué necesita para ganar, abriéndose a quienes lo criticaron y atacaron. Por ejemplo, fue a visitar y se exhibió con Alejandro Toledo, qué basó la etapa final de su campaña en la denuncia del peligro del salto al vacío que significaba el candidato chavista, al que atacó sostenidamente en el debate del 3 de abril, recordándole Madre Mía y el andahuaylazo, y al que combatió en sus últimos spots de TV.
Pero eso no fue obstáculo para que Humala se fotografiara sonriente con Toledo y luego le birlara a medio equipo de plan de gobierno.
Keiko Fujimori, en cambio, no tiene mejor idea que ir a misa y lucirse con el Cardenal Juan Luis Cipriani y el presidente Alan García, dos personajes que la aman y que sin duda votarán por ella, pero que son aborrecidos por buena parte de los electores que necesita conquistar para ganar.
¿Qué gana Fujimori exhibiéndose mostrándose con Cipriani y con García? Nada. ¿Qué pierde? Deja de ganar. Sigue encerrada en su propio círculo. Refuerza la aversión o, por lo menos, las dudas de quienes tienen una opinión negativa de ella.
Un tímido pedido de perdón por algunos de los delitos cometidos en el gobierno de su padre es insuficiente.
Parece que su segundo, el candidato a la vicepresidencia Rafael Rey, no le ha explicado nada.
En 2006 Alan García, que aparecía todavía como socialdemócrata, necesitaba abrirse hacía la derecha, a los partidarios de Lourdes Flores, para ganarle a Humala. Lo hizo.
Llamó a su lado a Rafael Rey y Antero Flores Araoz, dos de sus más tenaces perseguidores de principios de los 90. Ambos sustentaron la Acusación Constitucional contra García en aquél entonces.
En 2006 García los necesitaba para demostrar que había cambiado y ellos -Rey y Flores Araoz- querían ayudar a la derrota de Humala.
Parece que Rey no le ha aclarado a Fujimori como se maneja una campaña electoral. O quizás él tampoco se ha dado cuenta.
En cualquier caso, Humala lleva ya 6 puntos. Si las cosas siguen así, podría continuar ampliando su ventaja. El miedo no basta para ganarle, como parecen creer en la campaña de Fujimori.

martes, 19 de abril de 2011

miércoles, 13 de abril de 2011

SEGURIDAD CIUDADANA… Y, DESPUES DE LAS ELECCIONES, QUE….?/ Gral. PNP ( r ) Enrique Yépez Dávalos

Rumbo a la segunda vuelta electoral es difícil señalar con claridad la diferencia sustancial que en seguridad ciudadana nos ofrecen los partidos políticos de Keiko Fujimori y Ollanta Humala. Si aún tuviéramos que analizar, no solo las dos posiciones, sino la de los demás partidos, todos tienen en sus respectivos Planes de Gobierno aspectos similares, parecidos, incluso iguales para enfrentar la ola delictiva que, cual tsunami, se acrecienta después de un terremoto.
Y, no es que los respectivos planes adolezcan de serias omisiones e incongruencias, por el contrario, son una suma de valiosas propuestas y de buenas intenciones. Yo creo que el fondo del  asunto se centra en quién de los dos protagonistas tendrá el liderazgo y la decisión política de asumir la seguridad interna como una de las prioridades de su gobierno. Una cosa es decirlo como postura electoral -todos los candidatos dijeron lo mismo-, y otra cosa es asumir con decisión su compromiso a partir de julio del presente año.
La estrategia de gobierno, cualquiera  sea el ganador, debe tener un claro concepto de la forma cómo plasmar sus propuestas en acciones concretas, y esto pasa necesariamente por armonizar actividades preventivas, educativas y de reinserción, con formas de acción represivas, investigatorias y de control. Priorizar sólo sanciones carcelarias y dejar de lado el amplio campo de políticas preventivas multisectoriales,  es entrar de lleno a un camino represivo y a un “estado autoritario”  con serias consecuencias para los ciudadanos y para la estabilidad del estado.
Experiencias en este sentido abundan. Por ejemplo, algunos países centro americanos que asumieron el poder ofreciendo  políticas de “mano dura”, al momento de ejecutarlas no tuvieron  el éxito esperado. Las “maras salvatruchas” y otros apelativos de jóvenes y adolescentes en riesgo constituyen actualmente un serio problema porque se han constituido en el “brazo armado” de la delincuencia organizada.  Peor aún, países, como México, que asumieron una lucha eminentemente policial-militar contra el narcotráfico, con mínimo porcentaje de reinserción, desarrollo y participación comunitaria, se debaten desde hace cuatro años en una cruenta lucha sin cuartel, y cuyas principales víctimas son los ciudadanos que se encuentran en el centro del fuego cruzado de ambos lados.
Qué hacer entonces en nuestro país, en particular en las grandes ciudades y en las zonas de cultivo de la hoja de coca para frenar la ola delictiva?
Enfrentar el narcotráfico y el terrorismo con  efectividad y eficiencia es un tema fundamental. En este artículo no entraremos en este tema que merece un tratamiento especial por expertos en la materia, que en nuestro medio los hay de primer nivel. Sus consecuencias afectan no solo a la seguridad de los ciudadanos, sino, sobre todo, al orden interno del país.
El propósito que me impulsa en esta oportunidad  es profundizar un poco más sobre el incremento de la delincuencia  social,  llamada también “delincuencia de las calles”. Este es el tipo de delincuencia que afecta directamente a la población de todos los estratos por igual, y genera, sin lugar a dudas, un gran sentimiento de inseguridad. Yo creo firmemente que en las zonas urbanas el esfuerzo de seguridad debe centrarse en el territorio más pequeño, que es el barrio, el sector y el distrito, donde el vecino es víctima cotidiana de ladrones callejeros, pandilleros y micro comercializadores de drogas, que actúan con total impunidad ante la falta de efectivos policiales. Los ciudadanos se sienten frustrados ante la inacción del estado, lo que viene dando lugar a que el 90% de la población sienta que la delincuencia crece, y en lugares de escasa vigilancia algunos pobladores estén adoptando, de mutuo propio, mecanismos de autodefensa que en muchas ocasiones se convierten en “ajusticiamientos” por mano propia.
Una de las formas efectivas para reducir su incidencia a nivel distritos,  es, a mi criterio, teniendo “más policías en las calles” tanto para el patrullaje como para acciones de investigación. La fórmula para lograrlo es, a mediano plazo, creando mayor número de vacantes en las escuelas de policía para que egresen más efectivos debidamente preparados; y, a corto plazo, ejecutando una estricta política de racionalización de efectivos, incluyendo una reforma de la estructura orgánica, para que policías que actualmente están trabajando en unidades y oficinas administrativas, pasen a prestar servicios de patrullaje y de investigación bajo el comando del comisario distrital. Es decir, la prevención, la investigación y el control del delito a nivel local deben estar bajo la responsabilidad única de un funcionario de policía, con recursos suficientes como para ejercer sus funciones con solvencia y efectividad.
Otro problema que el gobierno tiene que resolver con prioridad es el denominado “servicio individualizado” que permite al policía el trabajo en sus horas de descanso para obtener un adicional al escaso sueldo que percibe. El problema es que no solo afecta sus momentos de “franco”, sino que “vende” su servicio a dueños de establecimientos de ínfima categoría con el uniforme y el arma que el estado le otorga para servir a la comunidad. Una forma de cortar rápidamente este trabajo es cambiando el régimen laboral actual de 24 x 24 horas, a otra modalidad que proteja sus momentos de descanso. Para ello el estado abonaría un bono por “exclusividad de la función policial”, equivalente al promedio de ingresos por “servicios individualizados” para todos los policías en actividad. El estimado presupuestal, a decir de especialistas en el tema, no pasaría del 18% anual del presupuesto del Ministerio del Interior.
Como una segunda propuesta de rápida implementación, sería la contratación de aproximadamente 1,800 policías en retiro, previa selección, para labores administrativas, otorgándoles como compensación un promedio de 700 soles por trabajo en horario de oficina. Con el mismo criterio, de tener más policías en las calles, sería necesario también la implementación de un “servicio policial voluntario” como requisito previo para todos los jóvenes que postulen  a las escuelas de policía. Este servicio, previa reglamentación, por un año, sería de carácter preventivo, de control del tránsito y de orientación al público.
Por supuesto que teniendo más policías en las calles no solucionamos el problema, si es que el  policía no se hace presente de inmediato frente a los requerimientos ciudadanos. Para lograrlo es necesario que todas las comisarías de Lima y de las principales ciudades del país, cuenten cada una con un promedio de 15 vehículos patrulleros, de la policía o del serenazgo, exclusivamente para ser sectorizados por aéreas o cuadrantes, debidamente interconectados con sus centrales y con el 105, que permita estar presentes en el lugar de los hechos en un promedio de 3 a 4 minutos como máximo.
Este trabajo preventivo y de intervención rápida tiene que estar estrechamente vinculado a una eficiente labor de inteligencia y de investigación que acopie pruebas con prontitud para que la autoridad judicial tome las acciones pertinentes.  Si los autores son delincuentes ocasionales que no necesitan de una sanción carcelaria, como sucede en las mayor parte de los casos, es necesario ejecutar otro tipo de acciones para evitar la impunidad del delito menor, y una de las medidas efectivas, a mi punto de vista, sería la implementación de “salas de meditación” construidas por los municipios en las instalaciones de las comisarias o fuera de ellas, si no tienen espacio, para que delincuentes menores de edad, pernocten en la noche y de día ejecuten trabajos comunitarios dispuestos por el juez de paz de las comisarías, bajo la supervisión de organismos protectores de los derechos humanos.
Evidentemente, el accionar policial es solo un eslabón de la cadena para mejorar la seguridad ciudadana. Existen otras medidas que deben ejecutar los municipios, con participación de la misma policía y de los demás sectores públicos. Estas actividades tienen que ver con la organización  de la población en juntas vecinales y la implementación de programas educativos y de reinserción. Es una tarea difícil pero gratificante si  alcaldes, comisarios y funcionarios de sectores públicos locales trabajan de la mano con los vecinos. Incluso, la Secretaría Técnica del Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana debería contar con presupuesto para alentar iniciativas ciudadanas que permitan un trabajo integrado con la población en beneficio de menores en riesgo y de mujeres maltratadas.
Resumiendo, el nuevo gobierno, a partir de julio, tiene que tener “mano dura” para delincuentes prontuariados, narcotraficantes, terroristas y autores de delitos execrables,  cuyo accionar afecta al ciudadano y al estado; y, con el mismo énfasis, debe  tener una política de “guantes blancos” para miles de jóvenes generalmente pobres y que son pasibles de reinserción. Éstos se encuentran en situación de riesgo por la desarticulación familiar, por la pérdida de valores en un entorno donde la violencia es el común denominador. El estado tiene la obligación de mejorar su calidad de vida y de evitar por todos los medios se conviertan en delincuentes prontuariados. El ingreso  a  las cárceles de nuestro país es el pasaporte seguro para convertirlos en avezados.

martes, 12 de abril de 2011

LLANTA DE PRENSA/ Augusto Álvarez Rodrich, Mirko Lauer, Fernando Rospigliosi


I. Es Ollanta Maquillable






II. Es Keiko Maquillable






III. Mismo Congreso son distinta Mosca


HUEVOS DE ESTURIÓN / Humala y los conflictos / Fernando Rospigliosi

        El martes 12 Ollanta Humala dijo en Radio Programas que en el Perú habían muchos conflictos sociales que no se solucionaban por falta de diálogo, y que él sí podría resolverlos.
        En Bolivia, Evo Morales dijo lo mismo antes de llegar al poder y hubo muchísima gente ingenua que le creyó y votó por él, aún estando en desacuerdo con casi todo lo que proponía. El cándido razonamiento era: “si Evo es el que genera y azuza los conflictos, si llega a la presidencia ya no habrán más protestas, por lo menos viviremos en paz”.
        Craso error. Como se puede observar, los conflictos no han cesado en Bolivia. Recientemente hubo una huelga de la Central Obrera Boliviana contra el gobierno por aumento de salarios, hace pocos meses se produjo un alzamiento popular cuando el gobierno quiso sincerar los precios de los combustibles subsidiados, y a lo largo de estos años se han producido numerosos conflictos, incluyendo los mineros formales e informales peleándose a dinamitazos, con muertos y heridos, y violentas manifestaciones de los propios cocaleros, la base de Evo. Es decir, lo de siempre.
Ni siquiera en este tema Evo ha sido mejor que los anteriores, y en casi todo lo demás, economía y democracia incluidos, ha sido mucho peor.
Humala pretende engatusar a los electores peruanos con el cuento de que él disminuiría los conflictos cuando, en realidad, lo más probable es que aumenten. En efecto, mucha gente entusiasmada con el discurso radical, empezará a exigir todo, lo posible y lo imposible, recurriendo a los métodos que el propio Humala ha instigado antes, el bloqueo de carreteras, el desorden y la asonada.
En suma, tampoco en el tema de conflictos sociales Humala garantiza nada mejor de lo que ha sido el actual gobierno, que ha tenido un pésimo manejo.

martes, 5 de abril de 2011

HUEVOS DE ESTURIÓN / El portaaviones brasileño / Fernando Rospigliosi

Algunas personas creen que Ollanta Humala ha cambiado y que ahora su modelo no es el venezolano Hugo Chávez sino el brasilero Lula da Silva. Yo no creo eso. Pero al margen de las impresiones que cada quién puede tener, hay un asunto muy importante que a veces no se toma en cuenta.


Lula era un radical, que se moderó en la campaña electoral para ganar. Pero una vez en el gobierno ¿hubiera podido dar un giro a la izquierda como Hugo Chávez o Evo Morales? La respuesta es no, en Brasil eso es casi imposible.

La razón es que Brasil es un país inmenso, una potencia mundial, con una estructura productiva muy desarrollada, un sistema financiero inmenso, empresas gigantescas, muchísimas pequeñas y medianas empresas, una clase media amplia y relativamente fuerte, una burocracia estatal establecida.

En suma, es como un inmenso portaaviones. Cualquiera que sea el piloto de esa nave gigantesca, no puede hacer un brusco viraje a la izquierda o a la derecha. No puede acelerar ni frenar en un instante. Es imposible. Los movimientos del portaaviones tienen que ser pausados, graduales.

El Perú no es un portaaviones. Es una frágil bolichera. Un piloto extremista puede dar un brusco viraje y hacerla escorar. En ese sentido se parece más a Venezuela y Bolivia, donde presidentes populistas y autoritarios como Chávez o Evo pueden dar un irresponsable golpe de timón y descarrilar al país, imponiendo una dictadura maquillada como democracia.

En síntesis, Lula tenía límites muy fuertes para imponer una dictadura populista como la venezolana. Así hubiera querido no hubiera podido.

En el Perú, Humala si podría llevar al Perú al abismo chavista.

EL GRAN CONSENSO NACIONAL/Sandro Venturo

Siempre sucede así: la primera impresión suele ofrecernos un perfil sincero del personaje. El domingo el debate nos ofreció nuevamente una primera impresión. Vimos a cada candidato puesto al centro de una vitrina, lejos de sus portátiles, sin capacidad de camuflarse en la ignorancia de los atolondrados periodistas, huérfanos del apoyo de sus correligionarios, desnudos en la improvisación ante la mirada de miles de miles de televidentes.

La jornada fue exigente para quienes nos obligamos a seguirla completa pues fue aburrida. No se trató en estricto de un debate sino una antología de lugares comunes. Con el ánimo de compartir mis antiguas/nuevas impresiones, ofrezco al conciudadano algunos comentarios bienintencionados y en borrador.

Ollanta Humala es militar antes que político -o su forma de ser político sucede desde la cultura castrense- y ayer fue evidente una vez más esto. El comandante no declaraba con su voz sino que leía un texto que -presumo como tanta gente- ha sido escrito por sus asesores. Eso sí, fue disciplinado, no se salió de las indicaciones dictadas por su esquina, mostró aplomo de mando medio. Hasta cuando decía “les doy mi palabra” estaba leyendo, siguiendo un buen libreto estratégicamente elaborado, como toda su campaña. La performance de Humala también nos dijo que él no respeta las reglas aunque sigue las retóricas reglamentarias, puesto que cuando le tocaba preguntar, no preguntaba, dictaba repetidamente su propuesta. (¿nos quería decir que, en el fondo, es un pendejo?) Y cuando fue invitado a responder los temas difíciles que lo acompañan, desdeñó la oportunidad, demostrando que no es sensible a la rendición de cuentas ni a la clarificación de las denuncias que hieren su reputación.

Castañeda Lossio estuvo desconectado, fuera del debate, sugiriendo que el intercambio de opiniones le resulta pueril. Lo suyo es el monólogo de la infraestructura, la autocracia de las obras. Lucho sólo habló con energía, y hasta de forma imperativa, cuando se refirió a su gestión municipal; después, cuando le tocó demostrar que puede ser un estadista, balbuceó, miro de costado, afirmó  generalidades inconexas. A esta altura queda claro que no es mudo, que nunca lo fue, sino que se hacía. Y lo que también se hizo evidente es que tiene ciertos rasgos políticos autistas, no porque haya nacido así sino porque aparentemente no le interesa el diálogo ni sabe bien para qué sirve.

Keiko Fujimori expresó con solvencia e hidalguía los límites del fujimorismo. Durante la campaña Fuerza 2011 ha evidenciado que no le preocupa conquistar nuevos electores porque sabe que no pueden hacerlo, sino no se comprende por qué la candidata subrayó tantas veces su herencia. El discurso de Keiko estuvo orientado a no perder los votos adheridos al pasado de su familia. Ella también fue disciplinada y siguió la ruta trazada por sus maestros –o por lo menos eso parece-, y en ese trance se lució como una alumna aplicada pero carente de peso propio. No estuvo mal, hizo bien su tarea, pero para jugar como su padre debió actuar a la ofensiva. Parece que ella nunca ha jugado pegada a la red y mucho menos de armadora. La hija de Alberto Fujimori también lee libretos –lo hizo desde la CADE- y tiene cierta dificultad para ofrecernos su propia voz. Ella está tratando de recuperar una estela conformada por una antigua fidelidad clientelista. Pura añoranza.

PPK, es decir, Pedro Pablo Kuczynski fue, de todos, el único que no se ató a su personaje gracioso y pachochón; por el contrario, se esforzó por compartir sus ideas, por transmitir una mensaje propio, mas no pudo escapar del sentido común actual, acaso porque él lo representa orgánicamente. Como los demás –incluyendo a Humala por supuesto- defendió los consensos nacionales y abogó entonces por un crecimiento seguro acompañado de una inmensa sensibilidad contra la pobreza. PPK es un buen funcionario público -y también privado-  que no ha perdido cierta vena académica, pero como estadista pareciera que le falta vuelo, que carece de cancha y concha. Es verdad que la tos le jugó una mala pasada, es verdad también que por eso se nos presentó frágil, disminuido, avivando el temor de que acaso no tenga salud suficiente para tremendo encargo.

Alejandro Toledo es -lo conocemos tanto- ontológicamente desarticulado. Su discurso nunca es discurso, es una colección de frases célebres que ha ido recogiendo en la última década. Toledo intenta decir algo y a veces termina diciendo otra cosa pero todos entendemos al final qué quiso decir. En las entrevistas posteriores estuvo mejor pues relajó un poco esa táctica con la que le está yendo tan mal, esto es, polarizar entre la continuidad y el salto al vacío. En el debate fue de menos a más, transitó desde el cansino balbuceo hasta la pícara carambola, y en el camino nos dijo que a veces es corajudo y, otras tantas, que no puede con esa arrogancia que le mete cabe y lo hace tan antipático. Acaso el cholo, con su dispersión, representa bien la fragmentación del sistema político, la atomización de una sociedad diversa, el predominio de frágiles instituciones civiles, la hegemonía de la inmediatez y de las decisiones de última hora.

Para terminar, una conclusión inconclusa.

Sospecho que en el Perú maceramos un gran consenso desde hace dos décadas: nadie quiere cambios de raíz, nadie quiere poner en riesgo lo avanzado aunque lo avanzado nos tenga insatisfechos. Todos queremos cambios responsables. Por eso será que Humala juega hacia la derecha, por eso será que Keiko simpatiza con el comandante, por eso será que todos le revientan cuetes al alcalde Castañeda, por eso será que PPK y Toledo se rechazan como se rechazan los gemelos que buscan diferenciarse.

Parece que los peruanos somos volátiles para la política pero sospechosamente estables para la macroeconomía. Guardamos con celo los vectores del “modelo” desde una conciencia en sí, no para sí. Defendemos el sistema de forma solapa, alentando a los antis y obligándolos luego a moderarse drásticamente. Sino no se entiende la disposición a fragmentar el Congreso, a quitarle el piso a los escasos  grandes partidos, a forzar empates electorales que se resuelven en la cola, a saturar el centro con excesiva dedicación.

Nuestros políticos están determinados por la propensión conservadora de la gente y mientras esto suceda no habrán vanguardias ni visiones inspiradoras. Nuestros liderazgos están obligados a ir detrás o al lado de la historia. Nada de trascendencia, harta sensatez.