sábado, 20 de octubre de 2012

OBSERVANDO CON SIMPATÍA/ Alfredo Stecher


Tratar de ser buenos vecinos y amigos, y cooperar para avanzar, no anula la competencia ni impide que surjan tensiones entre países. Las peores, por su potencial disruptivo y destructivo, son las territoriales con implicancias militares. En el caso de Chile, confío en que, con el veredicto de La Haya, quede zanjado nuestro último diferendo territorial, ojalá (más) favorable a nosotros, pero que ambas partes acepten acatarlo, cualquiera sea el resultado, a lo que se han comprometido ambos gobiernos – lo que los enaltece. En cuanto a las diferencias y conflictos en otras esferas, lo importante es abordarlas de manera constructiva y avanzar para superarlas con beneficio compartido, siempre con tendencia a la mayor integración cultural, social, económica y política posible.

Para ello es importante, además de respetarnos, conocernos mutuamente lo mejor posible, tratar de entender al otro, explicar y difundir lo nuestro y analizar la experiencia del otro con las preguntas ¿qué aprender, qué errores evitar, qué no imitar, en qué cooperar, en qué buscar sobresalir en la competencia?

Me propongo en sucesivos artículos observar con simpatía, es decir, con sentimiento de afinidad, preocupación y solidaridad, lo que sucede en Chile, donde estoy residiendo, y contribuir a responder esas preguntas. Me importa que a Chile le vaya bien y cada vez mejor, como me importa que nuestro Perú avance en todo sentido, de modo que juntos podamos dar una mayor contribución a la unión y desarrollo latinoamericanos. Me importa que a todos nuestros vecinos, demás países latinoamericanos y del resto del mundo les vaya cada vez mejor, pero es respecto de Chile que puedo aportar un granito de arena.

En ese empeño me baso en información periodística y en las opiniones de políticos y analistas, seleccionadas a partir de mis propias posiciones, tratando de transmitir una imagen equilibrada. Anticipando mi orientación al respecto toco algunos aspectos de lo económico y de lo no económico.

Tomo el emblemático caso del pisco, uno de nuestros productos bandera, aún a riesgo de molestar a algunas personas. Está claro que nuestro pisco es diferente y superior al tradicional aguardiente chileno, mal llamado pisco, por ser procesos diferentes, el nuestro de mosto fresco fermentado destilado hasta alcanzar el grado alcohólico deseado, el chileno de vino, destilado industrialmente (principalmente por dos grandes empresas, cooperativas), con un resultado de hasta 73 grados, para luego rebajarlo con agua desmineralizada. La superioridad del nuestro es ampliamente aceptada en Chile, que así se ha convertido en el primer o segundo más importante destino de nuestras exportaciones de pisco. Además, en una época de valoración creciente de la diversidad, Chile está en desventaja por tener prácticamente solo pisco de moscatel y algo de torontel y otras dos variedades marginales, nosotros una gran variedad, cuatro no aromáticos, cuatro aromáticos, acholados y de mosto verde.

Podríamos haber logrado la exclusividad del nombre pisco, como Francia de la champaña. Pero no lloremos sobre leche derramada: Nadie en el Perú se había interesado oportunamente por el registro de la denominación en el mercado mundial (aunque en las últimas dos décadas hemos avanzado en obtener numerosos reconocimientos bilaterales, en parte de exclusividad, y obtuvimos en 2005 un reconocimiento exclusivo en el Sistema de Lisboa de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, pero integrado por pocos países). Y Chile había hecho el vivo asumiendo ese nombre como propio, incluso rebautizando en 1936 como Pisco Elqui la población de La Unión, en Coquimbo. Hay que reconocer que el nombre de pisco para una parte del aguardiente chileno se remonta hasta al menos fines del siglo XIX, con algunas menciones aún más antiguas, y ya se encuentra en diccionarios de chilenismos de inicios del siglo XX, como vocablo en uso, proveniente del Perú. La denominación de origen pisco es creada en Chile en 1931, para las provincias de Atacama y Coquimbo. En el Perú la denominación de origen recién es legislada en 1990, abarcando casi toda la Costa entre Lima y Tacna.

Tomémoslo por el lado positivo, un reconocimiento por Chile a la calidad de nuestro pisco (denominado originalmente así en el Perú y por haber sido exportado a Chile desde nuestro puerto de Pisco y en botijas denominadas pisco, denominación prehispánica, que recuerda los aríbalos – nombre de origen griego aplicado a una cerámica típica de la cultura inca). Siempre he sostenido que nos conviene una pugna fraterna al respecto, que aumenta el interés de los consumidores internacionales por probarlo, siendo fácil ganar en la competencia de calidad a los paladares extranjeros; y que nos ha convenido en el pasado el pequeño pero significativo espacio conquistado por el pisco chileno en mercados externos, por el excelente márketing, favorecido por la calidad de sus vinos, a cuya sombra hemos podido colocar inicialmente con mayor facilidad el nuestro.

Ahora que nuestro pisco está asociado al boom de la gastronomía peruana, el “pisco del Perú” está superando al chileno en exportaciones y obligando a los productores de nuestro vecino a mejorar la calidad del suyo, sin por cierto alcanzar la del nuestro. Aumentemos juntos y/o compitiendo fraternalmente la cuota de mercado internacional para el pisco y ganemos esa competencia por los mercados más exigentes con nuestro “Pisco del Perú”, al amparo también de nuestra floreciente marca país.

Un caso de mucho mayor magnitud e importancia es la minería. Perú y Chile están entre los grandes países mineros y entre los primeros en producción de cobre (siendo Chile de lejos el mayor productor, cuatro veces mayor que nosotros). Algunas de las más grandes empresas mineras del mundo se encuentran en ambos países. La minería genera en cada país una gran red de proveedores de bienes y servicios, creadores de ingresos y de empleo, que constituyen un cluster crecientemente competitivo en cada país. Hay pocas, pero crecientes inversiones peruanas relacionadas con la minería de Chile y viceversa. Mientras más entrelacemos nuestras actividades en este campo, como supercluster binacional, más podremos aprovechar ventajas de escala y de competitividad frente al mercado mundial.

Otro es el caso de las frutas, en que Chile nos lleva muchas décadas de adelanto en el mercado mundial, con eficaz aprovechamiento de la producción de contraestación respecto del hemisferio Norte. Sin embargo nosotros tenemos, además del efecto contraestación, la gran ventaja, por la diversidad de climas, de poder ofrecer una mucho mayor variedad de frutas de calidad y durante más meses por año. En los últimos lustros las inversiones chilenas en fruticultura en el Perú se han multiplicado, aprovechando estas ventajas, no sin producir tensiones y conflictos por el uso creciente de tierras y agua y de carácter laboral. Pero también han contribuido, junto con importantes inversiones peruanas y de otro origen, no solo a un enorme salto en la tecnología, producción y exportación y su aporte al PIB y al empleo, nacional y de varias regiones, especialmente de la Costa, sino también a constituir un cluster frutícola con servicios para técnicas productivas y de márketing avanzadas que favorece nuestra competitividad.

En estos y otros ámbitos debemos tener cuidado con la prepotencia de algunos empresarios y ejecutivos chilenos, en parte autocriticada y remediada, pero seguir aprovechando know how, servicios y mecanismos de comercialización en la competencia común con otros países.

Tenemos con Chile también una gran afinidad cultural, ancestral y moderna, y compartir iniciativas culturales resulta para nosotros de gran ventaja. Incluso, por ejemplo, los grandes eventos musicales que prefiere nuestra juventud y los pequeños, como los de música clásica, son mucho más factibles por el imán del mucho mayor mercado cultural chileno, que además permite reducir costos.

En Chile vivimos más de 50 mil peruanos, entre ellos empresarios, especialmente exitosos en la gastronomía peruana, muy bien acogida, pero principalmente trabajadores, incluyendo a gran número de trabajadoras del hogar, muchas de ellas especialmente apreciadas por su buena relación con niños y su buena dicción en castellano, así como por sus dotes culinarias. Un porcentaje significativo de estos trabajadores regresa después de algunos años al Perú con un pequeño capital y con nuevas competencias y perspectivas, enriqueciendo nuestro tejido social y económico, así como acá han aportado  positivamente al chileno.

El indispensable fortalecimiento de nuestra institucionalidad en todas las dimensiones nos debe también ayudar a que, en estas relaciones, sean respetados los derechos de nuestros conciudadanos y empresas y del país en su conjunto, e igualmente de las personas e intereses de Chile en nuestro país, a la vez que a aprovechar mejor nuestra cooperación.

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