Egipto es un país de un millón de km2, solo un
20% menos que el Perú. Mirando los mapas por separado, nuestro país nos parece
mucho más grande, porque olvidamos que África, con más de 30 millones de km2 tiene
una extensión mucho mayor que América del Sur, con cerca de 18 millones de km2.
Y tiene unos 88 millones de habitantes.
Egipto es básicamente un gran desierto,
extensión del Sahara, atravesado por el río Nilo, con apenas 35 mil km2 (3 500
000 ha) de tierra cultivable y cultivada, de las más fértiles del mundo, el
tamaño de departamentos como Lima o Piura. En el Perú solo cultivamos algo más
de dos millones de hectáreas, menos de la mitad de la tierra cultivable, pero
gran parte del resto es tierra con selva o vegetación de altura, principalmente
pasturas, mientras que en Egipto el resto es desierto totalmente árido, sin
bosques ni pastos.
Egipto comparte con nosotros la característica
de haber sido cuna de una de las grandes civilizaciones; ha sido por tres
milenios potencia mediterránea bajo los faraones, siempre asimilando a los sucesivos
conquistadores, hasta la derrota de Cleopatra y Marco Antonio frente a Octavio (luego
emperador Augusto), quien la convirtió en provincia romana, por muchos siglos.
Pero posteriormente volvió a ser potencia independiente durante más de un
milenio bajo los árabes mahometanos, con políticas tolerantes y de inclusión de
judíos y cristianos, como en España antes de los Reyes Católicos y la
Inquisición, y con gran preocupación por la ciencia y la economía.
Egipto sigue siendo una potencia en el mundo
árabe - en gran parte empobrecido, pero en su parte asiática, países del Golfo,
especialmente rico -, y tiene uno de los ejércitos más numerosos del mundo,
único contrapeso fuerte al de Israel, aunque perdedor en todas las guerras entre
ambos – y tiene enormes fuerzas policiales. Para contribuir a estabilizar la
situación política en la región, Estados Unidos apoya a Egipto anualmente con
1300 millones de dólares en ayuda militar y otros 300 millones en ayuda civil,
lo que le da una cierta influencia a través del Ejército – y explica porqué el
gobierno norteamericano evita la palabra golpe, que lo obligaría a suspender
esa ayuda de inmediato.
Me he preguntado por qué toco algo tan
candente, fuera de mi temática habitual, ampliamente abordado por muchos
analistas, y me contesto que es tan relevante para la estabilidad mundial y
para nuestra concepción de la democracia y del bienestar de nuestras sociedades
que no quiero rehuir el reto. No envidio la tarea de gobiernos y cancillerías
de países desarrollados de tomar posición al respecto y comprendo la cautela de
Obama y los intentos de ayudar a encarrilar un proceso descarrilado.
A raíz de la política del presidente
derrocado, Mohamed Morsi, y del golpe militar, la estabilidad de Egipto está en
cuestión y su futuro aún más incierto que antes. Ojalá no siga las sendas
fratricidas de Libia y de Siria.
Morsi fue elegido por más del 50% de los votos
en elecciones democráticas más o menos limpias, aunque con más del 50% de
abstención electoral – en todo caso con resultados aceptados por todos, pero su
gobierno ha hecho todo lo posible, en un plazo récord de poco más de un año,
por empeorar enormemente la ya grave situación económica, enfrentar de manera
abusiva a todas las demás fuerzas políticas y socavar la democracia, poniendo
así en cuestión su legitimidad.
Las elecciones son efectivamente un componente
esencial de la democracia, pero no bastan. Hitler usó las elecciones
democráticas para alcanzar el Poder y acabar con la democracia – con la
complicidad no solo de la extrema derecha sino también de los comunistas
orquestados por Stalin, para quienes en ese tiempo el nacionalsocialismo y la
socialdemocracia eran dos variantes del mismo fascismo. Mussolini, que fue
aupado al Poder por el rey, a raíz de su marcha sobre Roma, hubiese ganado
elecciones democráticas si las hubiera convocado. Y otras dictaduras nefastas,
en casi todos los continentes, han ganado elecciones amañadas con hasta cerca
del cien por ciento de los votos.
Morsi y los Hermanos Musulmanes no son iguales
a esos precedentes históricos, cuya repetición se hace cada vez más difícil por
el repudio interno e internacional que generan, pero son parte del islamismo
sectario y antidemocrático, solo superado en esos aspectos por el partido
salafista Nur, el segundo en votación, aún más fundamentalista; y claro, por
los jihadistas y seguidores de Al Qaeda. Según opinión generalizada, Morsi
había reunido todos los méritos para ser repudiado, al orientar su gobierno hacia
un control total del Poder, concentrado en su persona, imponer una constitución
islamista (aprobada por amplia mayoría, pero en una votación con solo 35% de
participación), tener una gestión extremadamente inepta, alentar el
enriquecimiento ilícito de sus partidarios y tolerar, si no alentar, el odio
hacia las mujeres sin velo y su violación para limpiar el espacio público de la
presencia femenina (lo que Sami Naïr denuncia como expresión de un fascismo
religioso ultraconservador). Álvaro Vargas Llosa considera al régimen depuesto como
un fascismo islámico. Creo que exageran.
Han sido impresionantes las manifestaciones
contrarias, estimadas en 17 millones de personas, de un amplísimo movimiento
democrático impulsado por el grupo llamado Tamarud – rebelión -, que manifiesta
haber reunido 22 millones de firmas exigiendo la destitución de Morsi (lo que equivaldría
a más de 7 millones de firmas en nuestro país). Este movimiento considera la
destitución de Morsi como un paso más en su revolución popular.
La discrepancia fundamental se refiere a si se
justificaba sacarlo por un golpe, para evitar el empeoramiento de la situación,
o si, por haber sido elegido democráticamente, debía esperarse hasta las
siguientes elecciones. Algunos analistas consideran que los militares habían
contribuido deliberadamente al desgobierno y deterioro de la situación, pero la
responsabilidad central reside evidentemente en la política de Morsi.
Los militares, en Egipto, son una casta
especialmente privilegiada, con mucho poder económico y político a todo nivel, que
ha gobernado Egipto por más de medio siglo y ha sido en general muy
antidemocrática y represiva, de modo que su golpe hace temer lo peor. Sin
embargo hay algunos indicios alentadores de que el cambio generacional, las
experiencias vividas y el entorno internacional están influyendo en un sentido
positivo. El presidente destituido, Morsi, se había basado en el general Abdel
Fatah al Sisi, de 59 años, para defenestrar al mariscal Husein Tantaui y toda
la octogenaria cúpula militar (que había depuesto al dictador Mubarak), y lo
había nombrado jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa, al
considerarlo afín por su condición de islamista, por cierto moderado. Claro que
muchos militares derrocaron a quienes los habían nombrado y también Pinochet
fue designado por Allende, confiando en su lealtad, pero eran otros tiempos y
Pinochet no convocó a un gobierno civil ni anunció la celebración de
elecciones. Y Al Sisi parece haber invocado a Morsi repetidas veces, incluso en
el ultimátum al final, a desarrollar una política de inclusión y no de
confrontación total con las fuerzas opositoras moderadas y hasta con los demás
islamistas.
Preocupa la violenta represión de las protestas
masivas realizadas por los Hermanos Musulmanes, que –felizmente – se
comprometen a ser pacíficas, pero al parecer incluyen a elementos violentistas.
Y preocupa la influencia de los islamistas más fundamentalistas. Pero hay
aspectos que alimentan la esperanza para un futuro mejor: la presión
internacional, la renuencia de los militares más jóvenes a asumir el desgaste
que provoca el ejercicio directo del Poder, la hoja de ruta anunciada, con plazos
breves para la elaboración de una constitución y la convocatoria de elecciones,
así como la designación del jefe de la Corte Suprema Constitucional, Adly Masur,
como presidente interino y de un gabinete de transición de orientación
tecnocrática, más laica y democrática (que incluye como vicepresidente al
premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei), con apoyo tanto del movimiento
Tamarud, como del gran imán de la principal mezquita suní y del patriarca copto
(la numerosa minoría cristiana).
Actualmente las principales fuentes de
ingresos y de divisas son los servicios, en particular el turismo – fuertemente
afectado por la crisis política - y el canal de Suez (juntos alrededor del 50%
del PIB), la industria, el gas y la agricultura. Las principales importaciones
son productos industriales, alimentos (mayor importador de trigo del mundo),
combustibles y armamento. El apoyo económico del más moderno Qatar a Morsi está
siendo reemplazado por el de los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, más
reaccionarios, expresión del complejo ajedrez geopolítico del Oriente Próximo y
Medio.
En condiciones en que parece ser imposible
reducir simultáneamente el poder del Ejército y de los islamistas, quizá una
democracia tutelada por militares más modernos que antes resulte ser el mal
menor frente a la manifiesta falta de voluntad de los islamistas, incluso los
moderados, a tener una política de respeto y de tolerancia de la pluralidad
democrática. Solo el tiempo dirá quiénes se equivocan menos en el análisis de
esta situación tan complicada, que muestra una vez más que, siendo complicado,
lo más fácil es derrocar a una dictadura, lo más difícil, reemplazarla por un
buen gobierno. En todo caso las fuerzas laicas y democráticas necesitan tiempo,
además de condiciones menos adversas, para desarrollarse y ganar más fuerza.
Merecen ser apoyadas.
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