El miércoles, poco después de haber retomado
el tema de la política chilena para nuestro blog, en mi habitual caminata
vespertina, pasando por un taller de reparación de televisores, vi la noticia
de que Pablo Longueira, de la Unidad Democrática Independiente - UDI, el
candidato de la Alianza (centroderecha, la coalición del presidente Piñera) a
la presidencia, había renunciado a su candidatura por enfermedad. Me pregunté
si no sería por alguna encuesta que confirmaba sus pocas chances de ganar -
apreciación ésta de amplio consenso. Pero luego, viendo los noticieros, resultó
que su enfermedad es una depresión aguda, con diagnóstico clínico, y que todos
los políticos entrevistados se mostraban consternados y solidarios, actitud a
la que me he sumado. Claro que encuestas malas pueden haber contribuido a
gatillarla y muchos sospechan un componente sicótico.
Supongo que quien siempre ha mostrado mucha
energía y perseverancia en política y acaba de ganar a Andrés Allamand, de
Renovación Nacional, el otro precandidato en campaña desde noviembre, por
estrecho margen las elecciones primarias entre precandidatos presidenciales de
la Alianza, después de muy intensos dos meses, no pondría un lastre a todo su
futuro político usando como pretexto una depresión ficticia.
Repaso los antecedentes que ayudan a entender
lo posterior, y en particular, porque la derecha está de nuevo como si
estuviera empezando a prepararse:
Ante el inicio de la carrera electoral,
presidencial y parlamentaria, en condiciones de bajo respaldo popular a su
Gobierno, veo en la Alianza dos variantes para la redefinición de sus
posiciones, la de quienes consideran que la derecha ha perdido fuerza por haber
diluido sus posiciones tradicionales en pos de ganar al centro, y la de quienes
apuestan por modernizarlas como centroderecha coherente (las palabras son
mías).
Y algo parecido en la izquierda – Concertación
-, la de quienes buscan afirmar el carácter de centroizquierda, alrededor del
eje Partido Socialista (al que pertenece la expresidenta Michelle Bachelet,
aunque empinada muy por encima de todos los partidos) - Democracia Cristiana, y
la de quienes pretenden un frente más amplio y más de izquierda, el Partido
Popular Democrático y el Partido Radical Socialdemócrata, que tienen menor
respaldo electoral. Ambos aceptan – la DC a regañadientes - una alianza electoral
con el Partido Comunista, que a su vez no tiene otra opción si quiere seguir
participando en la escena política legislativa (actualmente tiene tres
diputados gracias a apoyos de la Concertación, recíprocos).
Los resultados municipales, mucho más
favorables a la Concertación, han acelerado la formalización de las dos precandidaturas
presidenciales de derecha, de Laurence Golborne, y de Andrés Allamand, para
competir en la primaria de la Alianza. Ambos han renunciado para ello a los
ministerios en los que han ganado notoriedad e imagen favorable, Golborne a
Obras Públicas (antes en Minería) y Allamand a Defensa. Hay que destacar que,
aunque el presidente Piñera tiene una aprobación que oscila alrededor del 30%,
algunos de sus ministros, entre ellos los dos precandidatos, han estado
superando el 70% y casi todos el 50% (excepto el de Educación).
Un problema para sus partidos es que las
posiciones de los candidatos son algo más liberales que las de éstos. Por
ejemplo, Golborne acaba de reiterar su apoyo al Acuerdo de Vida en Pareja - AVP,
para homosexuales y para heterosexuales que prefieren no casarse, propuesto por
el Gobierno, y se ha abierto a considerar el aborto en caso de malformaciones,
a lo que la UDI se opone tajantemente, y Allamand, el propulsor de AVP, ha
declarado, por ejemplo, que el gran y problemático proyecto eléctrico
Hidroaysén, que el Gobierno y su partido respaldan, pero que es resistido por
los ambientalistas y gran parte de la opinión pública, está muerto.
Lo que complica aún más a la centroderecha es
que Golborne basa su campaña casi exclusivamente en su carisma, la simpatía que
genera, tanto que en declaraciones y entrevistas, con muchas – demasiadas - palabras,
básicamente se limita a subrayar su origen más popular, su éxito empresarial y
como ministro (el del rescate de los mineros sepultados) y su cercanía con la
gente. Por otro lado Allamand se centra en la experiencia acumulada en su larga
trayectoria política, que incluye su capacidad para negociar acuerdos con la
Concertación.
Ante la enorme ventaja en las encuestas de la
ausente Bachelet – tras unos años como directora ejecutiva de ONU Mujer – se
está instalando en los partidos de derecha un ambiente pesimista respecto de
sus posibilidades y en los de izquierda un mayor optimismo, a la vez que una creciente
preocupación por las luchas entre los partidos que la componen.
Hace poco el panorama ha cambiado
completamente. En apretada síntesis, Golborne tuvo que renunciar a la
precandidatura, que no daba mucho fuego. Oportunamente dos días antes de vencer
el plazo para la inscripción de precandidatos en las primarias vinculantes
organizadas por el Estado, la Corte Suprema ratificó decisiones judiciales
condenando a Cencosud (actual propietaria de Wong) por cláusulas abusivas en
contratos de tarjetas de crédito con los 600 mil clientes de sus cadenas de
retail y supermercados, obligándola a devolver a éstos millonarias sumas por comisiones
que fueron declaradas anticonstitucionales – aunque habían sido avaladas por la
Superintendencia de Banca y Seguros, y por ello sin sanción. Se trata de
considerar renovado un contrato de tarjeta de crédito tras aumento de la comisión
mensual - en aproximadamente un dólar - con el solo hecho de seguirla usando el
usuario, sin su aceptación expresa. La norma que lo permitía ya fue derogada. En
un clima político crispado por anteriores casos de abusos de grandes empresas,
y agravado por la infortunada declaración de Golborne de que solo cumplía instrucciones
de la empresa, su candidatura se hacía insostenible.
Fue en ese momento que la UDI inscribió como
su precandidato a Longueira, que tuvo que renunciar al Ministerio de Economía
(parecido al nuestro de la Producción). Longueira, uno de los fundadores de la UDI,
había impulsado la generación de una amplia base popular que la convirtió en el
partido con militancia más numerosa; es el más derechista en lo valórico, pero
a la vez con mayor preocupación por lo social y con cualidades de articulación
y negociación reconocidas desde antes por Bachelet.
Allamand, buscando asegurarse la victoria en
las bases de la derecha, realizó su campaña de precandidato acentuando las
posiciones más conservadoras, con lo que perdió respaldo de votantes del centro.
Ahora la Alianza se enfrenta de nuevo al
dilema de nombrar a su candidato presidencial, ya sin tiempo para primarias. La
opción de que sea Allamand, quizá el mejor candidato, parece difícil,
especialmente después de haber despotricado contra la UDI y contra Piñera el
día de su derrota interna. Lo que rápidamente corrigió – pero el daño estaba
hecho. Aunque sea insólito, la persona al parecer con mayores chances de ser
ungida por la UDI es la ministra de Trabajo, Evelyn Matthei, también mujer e
hija de general (del más decente de los miembros de la Junta Militar, al menos
al final, que forzó la aceptación inmediata del resultado del Plebiscito, la
victoria del No), quien hace poco anunció su retiro de la política y la
renuncia a la UDI porque su partido no la quería – lo que era cierto, por
salirse del libreto y por ser proclive a enfrentamientos verbales con insultos.
Está por verse si la Alianza logrará unirse tras un solo candidato o si volverá
a dirimir fuerzas en la primera vuelta electoral, como frente a Bachelet en
2005, donde sus votos sumados superaron los de ella, algo costoso y riesgoso.
En cambio la izquierda, que hace unos meses
parecía en peligro de descomponerse, en particular por su bochornosa
incapacidad de inscribir candidaturas para las primarias para congresistas, está
en una situación inmejorable. Evidenciando su gran habilidad política, Michelle
Bachelet impuso el reemplazo de la denominación de Concertación por la de Nueva
Mayoría, percibida como algo más de izquierda, logrando la incorporación del PC
y de partidos menores, a la vez que manteniendo en el redil a la DC y al
independiente Andrés Velasco, exministro de Hacienda (como nuestro MEF), como
expresiones de las posiciones más centristas.
Las primarias significaron un arrollador
triunfo de Bachelet, con más de 70% de los votos en la Nueva Mayoría y un 53% de
los votos sumados de ambas coaliciones (la Alianza alcanzó vistosos 800000
votos, la Nueva Mayoría alrededor de impresionantes dos millones. La DC, que
había logrado la mayor votación en las elecciones municipales, ratificando su
condición de partido más grande de la centroizquierda, sufrió un descalabro al
quedar su precandidato Orrego, con un magro 8%, tercero después de Velasco, con
13%. Último, con 5%, quedó Gómez, el a mi juicio poco serio precandidato del
PRSD, quien había radicalizado sus propuestas.
El buen resultado de Velasco, de posiciones
más liberales en lo valórico y más cautas en lo económico, facilita a Bachelet
mantener la posición centroizquierdista que ha querido imprimir a la Nueva
Mayoría y probablemente evita la fuga de votos de centro hacia la
centroderecha.
Debo decir que alegra, por Chile, y también
por nosotros, que nos beneficiamos con vecinos razonables y exitosos, la mayor
perspectiva de estabilidad con cambio que estos resultados auguran, y que
cualquiera de los principales precandidatos a la presidencia, no solo de la
izquierda, sería probablemente un buen presidente – y agrego aquí a Marco
Enríquez-Ominami, quien corre por su cuenta, tratando de forzar una segunda
vuelta con él como retador, con posibilidades reales si la centroderecha va
dividida.
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