La muerte de una gran persona, como Nelson
Mandela -Madiba (abuelo)-, y el rendirle homenaje, son una buena ocasión para
recordar y consolidar aprendizajes positivos, compartiéndolos con quienes
probablemente han tenido menos tiempo y acceso para leer la gran profusión de
artículos en la prensa nacional e internacional.
Hace unos tres lustros me impresionó mucho,
con impacto duradero, la autobiografía de Mandela, El largo camino a la libertad, uno de los libros más notables que
he leído. Igualmente todo lo sabido de su actuación política posterior, en
especial el proceso de eliminación del apartheid –segregación racial,
literalmente separación-, con reconciliación, y luego su rechazo a ser
reelegido como presidente de Sudáfrica. Es una poderosa contribución a un mundo
mejor, como lo expresan el respaldo de su pueblo y el reconocimiento
internacional -también la asistencia de casi cien jefes de Estado y gobierno,
además de ex presidentes y políticos de todos los colores políticos, a su
funeral, con fiesta popular del pueblo sudafricano de todas las razas.
Estuvo 27 años en prisión, por condena, en
1990, de cárcel a perpetuidad (no a pena de muerte, gracias a presión
internacional, incluidas las Naciones Unidas); durante 19 años en condiciones
muy duras, en la islita Robben, cerca de Ciudad del Cabo. En reclusión, revisó
sus inicios como revolucionario principista, fogoso, valiente y hábil, a la vez
que dandy, de ropa elegante, durante veinte años, como militante del Congreso
Nacional africano, (CNA), partido principalmente de negros, pero abierto a
personas de todas las razas. Allí había llegado a ser jefe de la juventud y
luego de su brazo armado, y evolucionó hacia ser el político humilde, audaz y
consecuente con visión de estadista, siempre revolucionario por la profundidad
del cambio buscado, pero realista, cuidadoso y constructivo en los métodos
usados. A la larga se convirtió en líder indiscutido de una gran mayoría de la
población negra, mulata e india (originaria de la India), discriminada y
oprimida por el régimen. Mandela ha dicho que el sostén de todos sus sueños fue
la sabiduría colectiva de toda la humanidad. Ha estado siempre dispuesto a
escuchar opiniones discrepantes de sus amigos y partidarios y de sus adversarios
políticos y a desarrollar de manera paciente y creativa un diálogo
constructivo.
Para ello estudió en la cárcel el afrikáans,
derivado del holandés, el idioma de los opresores racistas, estimuló a otros a
hacerlo, estableció relaciones amistosas con sus carceleros, provocando un
efecto inverso al síndrome de Estocolmo, y logró negociar, desde la cárcel, una
transición pacífica a la eliminación del apartheid. Felizmente encontró en el
presidente Frederick de Klerk una contraparte que terminó confiando en la
salida propuesta, después de más de cuatro años y más de sesenta reuniones de
negociación en la cárcel, ya con condiciones de vida mejoradas. De Klerk
comprendió poco a poco, y logró convencer de ello a la mayoría en su partido
racista, que Sudáfrica y su capa dominante blanca, de poco más que un 10% de la
población, agobiados por el boicot económico, cultural e incluso deportivo
mundial y por la creciente movilización interna en su contra, estaban
condenados a sufrir una prolongada guerra civil, como Angola y Namibia, y a ser
a la larga derrotados, si no aceptaban el ramo de olivo alcanzado por Mandela.
Entre ambos evitaron a su pueblo cruentos enfrentamientos, con indecibles
sufrimientos y la pérdida de muchas vidas y riquezas, que nunca se sabe en qué
tipo de régimen desembocan –generalmente en una nueva forma de opresión
extrema. Con justeza Obama y De Klerk recibieron juntos el premio Nobel de la
Paz.
Mandela se mantuvo firme en sus exigencias de
desegregación real y total y de una democracia plena, e incluso después de la
abolición oficial del apartheid en 1990 no aceptó llamar a un alto de las
acciones armadas, por cierto restringidas, hasta que eso no estuvo plenamente
garantizado. El Congreso Nacional Africano había desarrollado desde sus inicios
en 1913 hasta 1949 una lucha pacífica dentro de los marcos constitucionales
bajo el dominio inglés. Incluso entonces, cuando la victoria electoral de los
afrikáner llevó a un gobierno que fue eliminando progresivamente toda
participación legal y prohibió toda forma de protesta, el CNA seguía realizando
mítines pacíficos, aunque ilegales, que costaron penas de cárcel a 8500
personas, sin un solo caso de violencia.
En 1960 el Gobierno ilegalizó a la CNA, que
se negó a disolverse y pasó a la clandestinidad. Fue el cierre de toda vía de
protesta pacífica lo que obligó al CNA en 1961 a recurrir a la violencia, a
pesar de su vocación pacifista (inspirada en Gandhi). Se limitaron a acciones
de sabotaje con el menor costo en vidas, para socavar las bases económicas y
los símbolos de poder del régimen, y desecharon la guerrilla y el terrorismo,
buscando que su lucha generara el menor resentimiento y odio posible para las
relaciones interraciales en el futuro.
El extremismo racista llevó a recluir a la
población negra en veinte bantustanes, territorios oficialmente independientes,
aunque solo reconocidos por el Estado sudafricano. Además le quitó la
nacionalidad sudafricana, de modo que, para trabajar en territorio blanco,
requerían de un pasaporte y un visado. Y quienes vivían desde antes allí o
migraban a territorio blanco para proveerlo de mano de obra baratísima eran
separados en guetos urbanos, para salir de los cuales necesitaban el pasaporte.
Esto fue aplicado también, con menor intensidad, a la población mestiza e
india.
Mandela siempre subrayó que la lucha no era
contra los blancos, sino por la libertad de blancos y negros de los grilletes
físicos y morales de la segregación. , Como decía Mandela, así como el
esclavista, el racista también es víctima de las relaciones de dominación y
abuso que establece, del odio y de la estrechez mental. Su política en el
proceso previo y desde el Gobierno permitió aislar y derrotar a blancos
recalcitrantes que iniciaron acciones terroristas, principalmente de los
aparatos de seguridad, y neutralizar a los extremistas derechistas del partido
Inkatha de la etnia zulú. Y Sudáfrica vive desde entonces un incuestionado
período de paz desde la abolición del apartheid.
Como presidente elegido en 1994, y con de
Klerk como vicepresidente, Mandela se centró en la mejora de las relaciones
internas y en generar una imagen de seriedad y confiabilidad, para lograr el
reconocimiento internacional y atraer inversión extranjera, delegando la
gestión interna a sus ministros, incluyendo, según la proporción de votos
obtenidos (el CNA 62%), a miembros de otros partidos. Esto fue exitoso, pero no
evitó la emigración de un millón de los blancos más racistas.
Su gobierno instauró una Comisión de la
Verdad y Reconciliación, siguiendo el ejemplo chileno, pero centrada en los
casos más graves de violación de los derechos humanos, con sesiones públicas y
la posibilidad de exención judicial de penas a quienes mostraran un auténtico
arrepentimiento. Se trataba de clarificar la memoria con la verdad a la vez que
practicar el perdón.
Lamentablemente, si bien ante la escasez de
cuadros negros y la conveniencia de eficiencia y de una imagen de estabilidad,
se mantuvo gran parte de la burocracia pública, depurada de racistas extremos,
la falta de experiencia política y administrativa de los cuadros dirigentes
limitó la eficacia del Estado. Y Mandela no pudo evitar que la corrupción
corroyese a parte de su familia, incluida su ex esposa Winnie, y a una parte de
los dirigentes del CNA y funcionarios estatales, lo que se ha expresado, por
ejemplo, en el descrédito del actual presidente Zuma (el cuarto desde la
instauración de la democracia multirracial).
Es notable el cambio de país paria
internacional a miembro del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica), o BIITS (Brasil, India, Indonesia, Turquía y Sudáfrica), conjuntos
bastante artificiales pero indicativos del radical cambio de peso y apreciación
de Sudáfrica en la economía mundial. Comparte con los demás el crecimiento
económico y la mejora de la situación económica de todos sus pobladores, pero
también el aumento fuerte de la desigualdad. Y ha aumentado mucho la
delincuencia y han empeorado algunos servicios del Estado. Pero el CNA sigue
teniendo un respaldo ampliamente mayoritario.
Ha muerto, pero sigue vivo en nuestra
memoria, un gigante del siglo XX, faro para nuestro siglo XXI.