Coincido con un amigo común, el economista Ramón
Ponce, que me escribe que la nación pierde a un combatiente de primera línea y
nosotros a un querido amigo. Ni él mismo ni nosotros, hace no mucho,
presentíamos su muerte.
Recibí consternado la noticia a través de una
llamada del doctor Antonio Bacigalupo, muy destacado científico en nutrición
animal y humana, ex decano de Zootecnia, ex profesor y amigo de Julio Favre.
Horas antes habíamos brindado en su casa un simbólico pisquito por la salud de
Julio, en ocasión de presentarme él partes de la notable y muy variada música para
su ingeniosa y entretenida comedia “El robo del manto de la virgen”, centrada
en Chincha, su comunidad negra y un teatro de varietés francés, años antes de
la Guerra del Pacífico. Hace pocos meses nos reunimos con Antonio y Julio en mi
departamento, a raíz de una breve estadía de éste en Santiago.
Sigo conmovido.
Nos conocimos con Julio en la Universidad
Agraria La Molina, creo que en 1965, en el curso de redacción técnica del gran
poeta y destacado profesor Javier Sologuren. Nuestra relación fue de
adversarios en elecciones y luchas estudiantiles, pero de mutuo respeto.
Coincidíamos en el interés por contribuir a la mejora de nuestra Universidad,
en ese tiempo una de las más destacadas de ciencias y tecnologías agrarias en
Latinoamérica.
Posteriormente nuestros caminos divergieron
más, y probablemente mis posiciones eran más equivocadas que las suyas. Pero ante
la insania criminal de Sendero Luminoso, coincidimos en la decisión de resistir
y no salir del país. El terror, de cualquier signo, es el peor enemigo de una
sociedad. Por iniciativa de otro amigo común, el arquitecto Eduardo Figari, formamos,
en los aciagos años finales de la década del 80, junto con Julio y otras
personas, un grupo de tertulia política, el Grupo Puente. Se trataba de
facilitar un mayor conocimiento mutuo y la discusión entre posiciones
provenientes de o pertenecientes a diferentes canteras políticas, principalmente
socialistas y liberales. Nos unía un afán común de contribuir mejor a la
pacificación y desarrollo de nuestro querido país. Después de períodos, durante
varios lustros, de reuniones frecuentes, algunos integrantes, entre ellos
Julio, nos hemos seguido reuniendo intermitentemente.
Julio Favre es considerado un hombre valiente,
franco, emprendedor, visionario, apasionado por sus empresas y por el Perú,
preocupado por buenas condiciones de trabajo y laborales así como de
cooperación con sus proveedores, y siempre dispuesto a financiar obras sociales
en su entorno. Esto le ha valido el reconocimiento de su personal y de gran
parte de la sociedad de la provincia de Huaura, lugar de origen de su actividad
empresarial, y en otros lugares. Para ello ha constituido también una
Asociación de Apoyo Social.
Favre ha sido un pionero en mejorar los
estándares de producción avícola, en especial con su pollo denominado natural,
sin hormonas ni antibióticos en su crianza, alimentado solo con productos
vegetales, en espacios más amplios que los habituales, como expresión de una
preocupación ecológica y por una alimentación más sana y más sabrosa, en
respuesta también – y favoreciéndola - a la evolución de las demandas de los
consumidores. Este noviembre con su empresa en Huacho, originalmente llamada
Atahuampa, una de las que luego conformaron Redondos (nombre derivado del
innovador diseño de sus galpones), pensaba festejar en grande los 40 años de la
empresa.
Redondos es la segunda o tercera empresa avícola
y de otros alimentos en el Perú, diversificada (en pavos, porcinos, acuicultura,
procesados y pollos bebé, también de exportación) y siempre innovadora, y Favre
fue presidente de la Asociación Peruana de Avicultura y de la Confiep. Gracias
a él y a empresarios como los hermanos Ikeda, de San Fernando, también surgidos
desde abajo, el Perú tiene una de las carnes de pollo más baratas, sabrosas y
saludables – claro que no tanto como el pollo orgánico. Sus acciones y
posiciones han sido siempre, y muchas veces con razón, controvertidas, pero respetadas
por su intención positiva y valentía.
Julio encabezó la resistencia de empresarios
de Huacho frente a Sendero y el MRTA, con la negativa a entregar cupos y el
reclutamiento de personal militar en retiro para su defensa. Salvó la vida de
un ataque senderista a su casa debido a que no se encontraba presente. En 1990
su fábrica de envasado de espárragos en Huacho, en que trabajaban 800 obreras,
fue destruida por Sendero. Su respuesta fue reconstruirla en tiempo récord gracias
a un generoso préstamo bancario, en reconocimiento de la confianza que
inspiraba su intachable conducta empresarial, e instalar una pequeña base del
Ejército.
He visto con pena en Internet ataques
indignantes contra Julio, que me motivan a escribir estas líneas para evitar
que hagan mella entre las personas sensatas como las que siguen este blog. Lamentablemente
hay algo de cierto en el dicho “miente, miente, que algo queda”, y hay que
limpiar de lodo a quienes no se lo merecen en absoluto. Y es cierto que hay
aspectos que criticar, pero con respeto y no inquina, tratando de entender y de
convencer.
A raíz del devastador terremoto del 15 de
agosto de 2007 en Pisco y provincias aledañas, con alrededor de medio millón de
damnificados, Julio Favre, acompañado de Eduardo Figari, recibió del presidente
Alan García la tarea de hacerse cargo de la reconstrucción de las zonas
destruidas. Consternados por la magnitud de los daños y del sufrimiento,
aceptaron la tarea bajo el compromiso de que recibirían facultades y recursos
similares a los que permitieron en Colombia la reconstrucción de la ciudad de
Armenia y otras menores, en el eje cafetero, después de los terremotos de 1997.
El Gobierno colombiano había decidido entregar la tarea a la sociedad civil, la
que cumplió con éxito, superando las expectativas. García decidió,
adecuadamente, tomarlo como ejemplo, y el Gobierno conformó el Fondo de
Reconstrucción del Sur, Forsur.
Entonces aún sin el vistoso rótulo RSE – que
felizmente va ganando adherentes poco a poco -, Favre y Figari, con la
cooperación de algunos otros empresarios, de similar motivación, entre ellos
Fernando Cillóniz (muchos propuestos no aceptaron el encargo), asumieron con
toda seriedad, enorme dedicación y creatividad ese difícil compromiso de
responsabilidad social empresarial - y cívica, con el ofrecimiento de García de
dotar al Forsur de la autoridad, autonomía y recursos necesarios para poder ser
eficaz. Me consta que durante meses sus frecuentes traslados y estadías en la
zona de desastre fueron cubiertos íntegramente por su peculio.
Forsur logró elaborar lineamientos y normas
básicas para una reconstrucción con criterios urbanísticos y de vivienda
adecuados e intentó establecer mecanismos de consulta y una fructífera
coordinación entre todos los actores, públicos y privados. Pero frente a la terrible
ineficacia, corrupción, incompetencia y lentitud de la mayoría de actores
estatales e institucionales involucrados, al no contar con las condiciones
necesarias para realizar la tarea encomendada, lo que García no pudo cumplir,
Favre y Figari se vieron obligados a renunciar al encargo recibido. El
resultado penoso ha sido un proceso de reconstrucción lentísimo, tortuoso y con
resultados que nadie pondría como un ejemplo para otro país o región.
Ahora reaparecen desaforadas y en muchos casos
malintencionadas críticas a Favre, y, de paso, a Figari, con el sambenito de
que ellos solo buscaban lucrar. La lógica es la habitual: como hay empresarios
corruptos, también lo serían quienes, al contrario, destacan por su honestidad
y compromiso social. Así solo contribuiremos a fracturar más a nuestra
sociedad, cuando lo que se requiere es unirnos por encima de diferencias,
contradicciones y ópticas diferentes. Pongo mi mano al fuego por la probidad de
ambos, incapaces de enriquecerse o favorecer a sus allegados a costa del erario
público o de fondos para víctimas de emergencias.
Mi aprecio por Julio no significa que hayamos
coincidido en todo. Al contrario, discrepamos con frecuencia, especialmente sobre
la forma de enfrentarse al terrorismo, así como luego sobre el modo de procesar
como sociedad esas terribles experiencias, a partir de la Comisión de la Verdad
y Reconciliación, que yo valoro y que él rechazaba. Y también respecto de la
coyuntura política o temas como los transgénicos. Además le he criticado frecuentemente
lo que he considerado ataques suyos, a través de su columna periodística, gratuitos
y excesivos, y le he hecho notar que por ellos a veces también yo me siento
ofendido. Su respuesta ha sido siempre disculparse y atribuirlo a su
vehemencia. Sabía escuchar y trataba de entender otras opiniones. Y, en efecto,
ninguna diferencia ha significado desconocer su profundo compromiso por un Perú
mejor.
Necesitamos como país, sin esconder lo que nos
separa, la cooperación o al menos el respeto mutuo y la tolerancia entre todas
las personas de buena voluntad, en quienes predomina lo positivo sobre lo
negativo, en la sociedad civil y, a partir de ella, en la institucionalidad
política. Necesitamos que predomine este enfoque sobre la inquina y la
agudización de las discrepancias, y sobre la absolutización de los intereses
personales y de grupo. No hay varitas mágicas para avanzar y evitar tragedias,
tanto más probables cuanto más nos polarizamos.
Se me dirá que un homenaje no es el momento de
expresar críticas. Eso es cierto en el cementerio, donde mi lejanía física no
me ha permitido estar, pero en la prensa política es indispensable, para dar
más fuerza a lo positivo, que evidencia así no provenir del desconocimiento de
las discrepancias sino de su justa calibración. Creo que él lo hubiera
apreciado. Una lástima que dejemos tantos homenajes importantes para el después.
1 comentario:
Alfredo mis condolencias se que lo querias mucho, gracias por enseñarnos a respetar a las personas con quienes a veces no compartirmos nuestras ideas.
Un abrazo a la distancia!!
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