Javier Velásquez Quesquén ha contestado con razón a sus críticos que no estamos en un régimen parlamentario, que él no ha sido elegido por el Congreso para llevar a cabo un plan de gobierno diferente al del presidente de la República, que su función constitucional es sólo la de ser coordinador de la política de gobierno y vocero del Ejecutivo.
Hasta allí la parte formal del asunto y nadie puede discutírselo.
El tema es político.
Justamente al no estar en un régimen parlamentario y al no tener elecciones congresales de mitad de periodo que expresen la voluntad popular, el único mecanismo de desfogue de las tensiones políticas en crisis graves es la del cambio de gabinete.
Yehude Simon no se ha ido por los errores propios (y vaya que los tuvo), sino como fusible para tapar los errores de otro; notoriamente, los del Presidente de la República.
No se trata pues de traer un nuevo programa de gobierno o de reinventar la rueda. Como es obvio es el Premier del mismo gobierno y del mismo presidente y matices más o menos las políticas son parecidas.
De lo que se trata es de solucionar una crisis política, a partir de transmitirle a la ciudadanía un mensaje de renovación-rectificación y con ello ampliar la base política del régimen; más todavía, cuando el presidente ha perdido nueve puntos en un mes y tiene casi 70% de desaprobación.
En el Perú en la última década hemos tenido primeros ministros que han cumplido cabalmente ese rol político. Uno puede coincidir o discrepar con parte o mucho de lo que hicieron Roberto Dañino, Luis Solari, Beatriz Merino, Carlos Ferrero, PPK y Del Castillo, pero fueron primeros ministros con personalidad y cada uno de ellos, en su momento, sirvió al gobierno para hacerlo más y no menos. Es verdad que Yehude Simon desdibujó mucho la figura del Premier, pero justamente su fracaso en mantener la talla de los anteriores obligaba aún más a recuperar la importancia del cargo. Ojo, no para el bien de la oposición y satisfacción de los “pigmeos mentales” (nueva descripción presidencial de los que osan discrepar), sino principalmente para el éxito del gobierno y, por tanto, para el bien del propio presidente.
¿Cumple ese rol político Velásquez Quesquén?
No, por tres razones muy concretas.
1. A pesar de haber sido presidente del Congreso no ha dejado de ser una figura de segundo nivel en su partido.
2.-. La opinión pública abrumadoramente quería un premier no aprista.
3.- Velásquez es corresponsable de los sucesos de Bagua, ya que las maniobras de postergar la derogatoria de los decretos (obviamente ordenada por García) contribuyeron a la crispación y al desenlace final.
El principal perjudicado por esta designación es Alan García y el gobierno. No garantiza una luna de miel con la opinión pública y probablemente ni siquiera una tregua que vaya mucho más allá de las Fiestas Patrias.
Al no contar con una figura fuerte a quien dirigir las miradas y eventuales críticas, los ojos estarán puestos directamente en la figura presidencial y el desgaste correrá por su cuenta.
El tiempo dirá si nos equivocamos.
Pregunta:
¿Se puede ser Premier y presidente del Congreso a la vez como lo es ahora JVQ? Hay quienes han salido ya a señalar –mismos pigmeos mentales*- que no y que lo que haga es nulo. La inquietud es válida. No es cuestión de formalismos sino de respeto a la ley.
*Perdóneseme la licencia el usar dos veces esta expresión de García en un sólo artículo, pero me parece extraordinariamente reveladora de su arrogante visión del mundo.
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