Es al Perú plural y al Perú mejor, al de diálogo, a quien se le ha muerto Alberto Andrade. Al que cree y exige ser una patria abierta, una suma mestiza, un espacio donde cada identidad se encuentre y se afirme. Y donde las ciudades, los espacios públicos y de encuentro, las plazas y los parques, sean modos de encontrar y disfrutar esas identidades. Al Perú de ciudades vivas que fueron recuperadas del miedo y de la dejadez por su gestión y por pocas otras a las que señaló un liderazgo que hoy se ha extendido. Al Perú con ciudadanía y participación, al de quienes viven aquí, en la realidad y no en burbujas.
A quienes quieren hacer Perú y no solamente aprovecharlo.
A quienes apuestan y construyen presente para que haya futuro.
Detrás de su bonhomía criolla y afable, de sus calidades y su humor hubo un luchador sin fatigas que se dedicó a que Lima y el Perú sean mejores.
Que su descanso en el afecto de todos no nos exima de hacer memoria.
Ya en su gestión en Miraflores le había devuelto a la ciudad el espíritu de pertenencia, sentir que un parque es de todos y de cada uno, alentando e instituyendo la mejor experiencia de participación vecinal.
Y por eso, cuando hubo la barbarie cobarde y siniestra de Tarata, mientras la dictadura y el terrorismo habían hecho de la política una dicotomía penosa, su liderazgo, sin duda más intuitivo y vital que intelectual o ideológico, fue el que reencontró y abrió espacios nuevos, uniendo sin exclusiones Villa El Salvador y Miraflores, Lima y provincias, periferia y centro, conservadores y progresistas, sumando demócratas y agrupando a líderes locales y regionales.
Así este personaje sin aparato partidario derrotó dos veces a la dictadura en Lima y hasta llegó a reunir el principal grupo de alcaldías en el Perú. Eso le generó enemigos poderosos y turbios. Los autoritarios, los que lucraban del Montesinismo y los que lo servían, los comprados y los regalados.
Recordemos que fue Andrade el primero en decirle a la dictadura en las plazas ¡Basta Ya¡ pese a no ser un político clásico, a no tener aparato partidario y a ser ninguneado por quienes sí lo tenían pero ya no gravitaban.
También fue quien más defendió el fuero municipal y local, las competencias invadidas, el estado de derecho. Y quien sembró así la resistencia, convocando a su círculo cercano a figuras tan diferentes e importantes como Beatriz Merino, Javier Silva Ruete, Anel Townsend, Michel Azcueta, Carlos Bruce, y a los alcaldes de Tacna, Iquitos, Cajamarca, Pasco… dando la pelea sin tener los medios, contra quienes o ya los tenían o ya lo habían comprado todo, según registraron los videos que todos vimos.
Recordemos que Alberto Andrade y Luis Castañeda fueron figuras análogas en su rebeldía y en torno a ellos se inició la alternativa civil al plan montado de reelegir una vez más al aparato corrupto y corruptor de Fujimori-Montesinos. Aparato que a través de la prensa chicha consiguió agredir esas imágenes públicas de ambos. Y que luego fue Alejandro Toledo quien pudo recoger esas semillas ya fértiles. Andrade, a cambio de nada, le entregó a Toledo una organización, estrategias y estrategas, con lo cual Toledo y la democracia ganaron. Para irritación de sus pocos enemigos.
Así de generoso en la escena nacional, sin duda fue en Lima (y en su primera gestión) que Andrade aportó cambios históricos. Acompañado pluralmente redefinió el papel del Alcalde y en vez de esquivar problemas los afrontó.
La recuperación del centro y sus barrios, la reubicación de los ambulantes, alentar la cultura y las artes, hacer del municipio el foro democrático, le devolvió a Lima y a todas las múltiples formas de ser limeño, un espíritu de orgullo y reencuentro. Boicoteado por la policía, el montesinismo le organizaba una marcha semanal con vidrios rotos, cuando no diaria. Y la dictadura impidió cuanta obra pudo, comenzando con postergar y diferir el Gran Parque de Lima hasta que, tras la reelección, no pudo sino aceptarlo. Esa obra, materializada recién el 2000, fue uno de sus logros mayores y un símbolo de esos espacios de encuentro que buscó.
Allí lo conocí. Casi la primera vez que hablé con él fue cuando me invitó a hacer ese proyecto que yo había publicado cuatro años antes en un libro (“Urbanismo para sobrevivir en Lima”, 1992). Lo alentó a carta cabal, venciendo resistencias internas. Y en el aniversario de Lima del nuevo milenio, el 2000 (va a cumplir diez años y unos veinte millones de visitantes) se inauguró, rodeado de la guardia de asalto, que quiso pero no pudo atemorizar a los invitados, y reuniendo memorablemente a Joaquín Sabina, Susana Baca, Cecilia Barraza y Jean Pierre Magnet simbolizando la democracia que ya vendría, como pidió elogiosamente Sabina en escena.
Y supongo que ese proyecto exitoso y escritos míos sobre la ciudad a lo largo de décadas hicieron que él me invite después a ser Regidor, siendo yo independiente antes y después. Pero perdió. De modo que no lo conocí ejerciendo poder ni tuve ningún otro encargo en sus trece años de Alcalde, distrital o metropolitano. Pero sí tengo el orgullo de haber materializado ese sueño suyo. Y haber construido así una amistad mutuamente desinteresada.
Era un gran tipo. Lo saben todos los que lo conocieron mucho mejor que yo, trabajando con él día a día, a quienes extiendo mi duelo.
Y sé que el Gran Parque de Lima estará entre lo que mejor lo recuerde.
Que descanses Alberto, que sigas queriendo a todos tus muchos amigos, limeños y peruanos que te recordaremos con afecto y anécdotas y ríete de tus enemigos que no merecen más.
2 comentarios:
Enorme vacio difícil de llenar el que deja don Alberto Andrade Carmona, señor de señores. Cuántos politicastros faltos de neuronas y testosterona, que se acomodaron con el japonés corrupto estarán contentos. El, que le enfiló el cañón al adevenedizo, que se opuso al golpe, y que su ejemplo no supo ser seguido por sus antiguos dizque amigos del PPC, que se arrimaron a la dictadura.
No sería exageración que sus restos fueran guardadados en el Panteón de los próceres.
Hombre sencillo carismático y popular, honesto y valiente, supera sin obnstáculo las barreras ideoógicas que segmentan la sociedad. Andrade no fue de ningún modo un hombre de izquierda. Pero su honestidad, deseo de servicio y consecuencia, superan también estas barreras.
Descansa en paz Don Alberto Andrade, que tu valía como persona, como funcionario, como politico y como jefe de familia, trascienden al indevitable cruce de la estigia.
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