martes, 28 de mayo de 2013

CRISIS, MINERÍA Y HUACAS/ Alfredo Stecher

Para el Perú el deterioro de la escena económica mundial, con reducción de los precios de todos los metales (también del oro, aunque no por la misma razón), implica una significativa reducción del presupuesto estatal y de fondos disponibles para desarrollo regional y programas de promoción así como un freno a la inversión minera. Ya han sido postergados en su ejecución varios mega proyectos mineros en el mundo, partiendo por los más conflictivos. Reducciones adicionales de los precios pueden llevar a reducir exploraciones y paralizar algunas explotaciones mineras, comenzando por las de menor escala, por lo general de mayor costo unitario, o al menos hacer aún más difícil su formalización y el logro de un respeto mínimo de derechos sociales y ambientales, muchísimo más maltratados que en la gran minería y gran parte de la mediana.
Además de la crisis influye en la baja de precio del cobre la búsqueda, en China, de una mayor eficiencia en sus inversiones, con un menor uso de cobre. Ya en 2011 y 2012 el consumo de cobre en China aumentó muy por debajo del crecimiento de su PIB, a la vez que aumentó la oferta de cobre en el mundo. China consume más cobre que Europa, Estados Unidos y Japón juntos.
Definitivamente se acabaron los altísimos precios del cobre de la última década, a veces de hasta cuatro dólares la libra, y los expertos esperan un promedio de 3.2 para los próximos años. Sin embargo se trata de expertos que no prevén una agudización de la crisis. Algunas minas ya tendrían problemas de rentabilidad con un precio por debajo de 3 ó de 2.8 dólares la libra. En caso de crisis más aguda la baja podría llegar a $1.5 o menos, lo que sería una catástrofe para Perú y aún más para Chile. Ya en la situación actual y con pronósticos relativamente optimistas, algunos grandes proyectos mineros han sido postergados por razones no solo de conflictividad.
Pero si el precio se mantiene al menos dos años más por encima de $3, tenemos un valioso tiempo para aprovechar lo mejor posible lo que queda del boom minero, incluyendo la diversificación productiva, para depender menos de él, y para seguir consolidando nuestra posición mundial de productor significativo con varias minas muy competitivas aún en condiciones adversas del mercado mundial.
Algunos dirán ¡qué bien que no haya más inversión minera!, mirando solo sus facetas más problemáticas en lo social y ambiental, que son reales. Pero son justamente las grandes inversiones mineras, en particular de las empresas sujetas a mayores controles accionarios y de opinión pública en sus países de origen o sede, y con gestión más moderna, las que ocasionan menos problemas y generan recursos para resolver esos problemas - y tantos otros acumulados, especialmente por la propia minería, pero también en otros aspectos de nuestra vida mal gestionada por otras empresas privadas, poblaciones y entidades estatales altamente ineficientes y con frecuencia negativas, a todo nivel. Casos emblemáticos son La Oroya y Hualgayoc, el vertido de desagües y de basura doméstica en los ríos y la proliferación de plásticos desechados en aguas y paisajes.
Curiosamente – en realidad no tan curiosamente – muchas personas que muestran la mayor intransigencia frente a algunas grandes inversiones mineras de Occidente, en promedio las más responsables, muestran gran laxitud frente a grandes inversiones chinas, “por no ser imperialistas”. En realidad en todo el mundo las inversiones chinas - que sean bienvenidas si cumplen con los estándares sociales y ambientales exigibles – suelen ser mucho menos respetuosas con estos estándares. Marcona es un buen y triste ejemplo. En especial deben ser cuidadas, aunque eso requiera inversiones costosas, las aguas que pueden ser contaminadas, de modo que tanto las poblaciones como la agricultura no se vean afectadas, y deben ser repuestas, con creces, las aguas que se gasten en la explotación minera.
Es cierto que las poblaciones que pierden parte de su territorio son fuertemente afectadas, y por lo tanto deben ser fuertemente compensadas, con consulta de sus opiniones y estudio de sus necesidades y opciones, de una manera lo más favorable posible a su ulterior desarrollo, con especial cuidado y empatía en el caso de poblaciones indígenas. Esto muchas veces no es el caso, al menos inicialmente – y tiene que ser exigido y logrado. Pero lo que no es aceptable es que intereses legítimos de pocas personas afecten seriamente el desarrollo del conjunto de nuestra nación en formación, que no debe basarse solo en el crecimiento del PIB, pero que lo requiere como fuente también de recursos para otras dimensiones del bienestar.
Quiero llamar la atención sobre un aspecto al parecer ignorado por los enemigos a ultranza de la gran inversión minera (ya que de la chica, la más contaminante, no se ocupan): el Perú ha sido siempre, desde tiempos prehispánicos, un país – también - minero. Felizmente la riqueza minera de nuestra orografía compensa en parte lo poco favorable que es a la agricultura – que sin embargo siempre ha sido y debe seguir siendo una de las bases de nuestro desarrollo.
Como lo reseñan algunas crónicas españolas, los incas, ensalzados por muchas de las personas anti mineras, consideraban a las minas, al menos a las de oro y de plata, y a los cerros en los que se ubicaban, como wakas, lugares sagrados y destinos de peregrinación festiva, a la vez que realizaban en ellos las mitas a las que estaban obligados - combinación del sistema agrícola del que vivían y del sistema minero. Informes de la extirpación de idolatrías de parte de los españoles dan cuenta de que el punkucamayoq, guardián de la entrada a la mina, tenía a la vez una función de oráculo y de sanador, y recibía las ofrendas de los peregrinos. El producto de las minas de socavón, con oro de tipo compacto (ya que no conocían el uso minero del mercurio – que en forma de cinabrio solo servía como pintura), era de propiedad exclusiva de los incas (a diferencia del oro aluvional en los ríos, que correspondía a las comunidades que lo extraían).
Un reciente artículo periodístico sobre el hallazgo y estudio arqueológico de la mayor explotación de cobre precolombino en el norte de Chile, en Collahuasi, Tarapacá, me lleva a una reflexión adicional.
Se trata de una mina inca, ya explotada desde antes, siglo X. Han sido identificados hasta ahora 50 hornos de fundición en tres lugares distintos, que constituyen un distrito minero que incluye campamentos, recintos administrativos, sitios rituales y caminos. Se trata de todo un sistema interconectado, basado en trabajadores mitimaes traídos rotativamente de asentamientos humanos cercanos, a través de mitas. La tecnología, a diferencia de las fundiciones prehistóricas europeas – que generalmente usaban sistemas mecánicos, como fuelles -, consistía en atizar el fuego con viento, por lo que estaban situadas en la cima de pequeñas colinas. El combustible era de llaretas y queñuales, que evidentemente resultaban depredados, como fueron depredados, salvo relictos, todos los bosques en nuestra vertiente occidental de los Andes, y algunos en la oriental desde tiempos prehispánicos e incluso preincaicos.
En Tarapacá se trata de un lugar desierto, inhóspito. En otras zonas andinas la tecnología probablemente ha sido similar, quizá con variantes en zonas con lluvias. Es uno de los tantos temas que requeriría mucho más investigación arqueológica e inversión en ella. Las empresas mineras harían bien en contribuir más a ello, y el Estado, en promoverlo.