lunes, 29 de julio de 2013

CHILE: LA ESCENA ELECTORAL /Alfredo Stecher

Las tribulaciones de la Alianza, tanto por el infortunio de sus precandidatos como por las rivalidades internas en los partidos y entre ambos, así como con el Gobierno, han opacado momentáneamente los complejos problemas de la Concertación, ahora Nueva Mayoría.
De acuerdo a lo esperado, la UDI ha nominado a Evelyn Matthei, economista, renunciante ministra de Trabajo, como su precandidata, y RN, después de insistir en Andrés Allamand, ha tenido que plegarse, ante la renuncia de éste a ser candidato presidencial, de modo que tenemos el interesantísimo escenario de la disputa por la presidencia de Chile entre dos mujeres (los varios otros candidatos no parecen tener ninguna chance).
La Alianza, por la resistencia de RN a Matthei, estaba tratando de ponerse de acuerdo en organizar una convención nacional relámpago de representantes de sus partidos para elegir al candidato común, desechando la idea de competir en primera vuelta. Al parecer han primado, por un lado, el temor a que la división y el enorme riesgo de ni siquiera llegar a una segunda vuelta presidencial desmoralicen a sus votantes, por otro lado la presión del presidente Piñera, que ha recuperado peso por estar mejorando su aceptación ciudadana hasta alrededor del 40%. En ese contexto Allamand debe haber percibido que tenía una alta probabilidad de volver a perder como precandidato, ante la fuerza de Matthei y fuertes disensiones internas en RN (un espectáculo penoso), y ha optado por el camino más seguro de candidato al Senado por Santiago Poniente. Los esfuerzos desesperados del presidente de RN por encontrar otro precandidato aceptable para su partido - y que aceptara - resultaron infructuosos.
La UDI parece ser el partido mejor organizado, ordenado y disciplinado, mientras que RN tiene un liderazgo errático y conflictivo. Y la UDI ha evidenciado una mayor capacidad de movilización de sus afiliados y simpatizantes – incluso físicamente, en sectores pobres. Pero nada le quita al grueso de la Alianza el calificativo que Longueira aplicó a su sector al haberlo llamado en abril, según un columnista, una derecha destructiva, chaquetera y pesimista.
En cuanto a los candidatos, en el indeseable caso de que tuviera que optar entre ambos, mi preferencia por Allamand frente a Longueira se invertiría ahora a favor de Matthei, tanto por la inmadurez paradójica mostrada por él, como porque siempre he tenido cierta simpatía por ella, a pesar de su pasado más conservador que Piñera y sus ocasionales exabruptos verbales ante ataques opositores. Si bien ella ha votado por el Sí en el plebiscito y ha defendido a Pinochet en ocasión de su prisión en Londres, parece haber evolucionado algo, como lo evidencia la poca simpatía que le tenía la UDI cuando creía no necesitarla. Probablemente esto corresponda a la tendencia general, lenta, de liberalización dentro de la derecha, que se expresa en la cada vez más frecuente autodefinición como centroderecha y, por ejemplo, en la conformación, liderada por jóvenes liderados por ex integrantes del actual Gobierno, de una fundación (lo que en el Perú llamamos ONGs) que considera como su principal enemigo a lo que llaman pacto entre burócratas socialistas y empresarios monopolistas.
Se le reconoce, no sé si exagerando algo, a Matthei honestidad, inteligencia, independencia de criterio, realismo, franqueza, capacidad de trabajo, autoridad y facilidad de trato con la gente común, cualidades que comparte con Bachelet (no solo el ser mujer e hija de general), aunque al parecer no mucha empatía y menos sencillez. Y se le reprocha mal carácter. No ha tenido una actuación destacada como ministra del Trabajo, pero sí ha impulsado varias iniciativas positivas y ha mostrado un notable empeño en castigar el incumplimiento de leyes laborales de parte de algunas grandes empresas.
Ella ya fue alguna vez precandidata a la presidencia – en 1992 en RN contra Piñera, o sea que ambición política no le falta, aunque ha estado dispuesta a dejar la política después de terminar el gobierno actual, al no haber postulado al Congreso. Los analistas recuerdan su involucramiento en el famoso caso Piñeragate, donde gente allegada a ella fue acusada de haber grabado y difundido instrucciones telefónicas de Piñera para perjudicarla en un debate televisivo, a raíz de lo cual ella renunció a RN. A pesar de eso Piñera la nombró ministra y es clara su preferencia por ella como candidata. Matthei tiene carisma y ha ganado en todas las elecciones para diputada y senadora en que participó. Parece tener un mayor apoyo que Allamand entre jóvenes y mujeres, la gran incógnita del voto ahora voluntario. Es indudablemente la candidata de centroderecha más fuerte contra Bachelet y está inyectando algo de optimismo a la alicaída Alianza. Pero todo sigue indicando que Bachelet ganará holgadamente.
Las tensiones en la escena política general pueden ser simbolizadas por la sorpresiva iniciativa conjunta de RN y DC de presentar en el Congreso una propuesta de reforma del sistema electoral binominal, sin consultar con la UDI ni Piñera ni el resto de la Nueva Mayoría, a lo cual el Gobierno ha respondido con una propuesta ligeramente diferente. Es significativo que lo que fue un mecanismo criticado desde lustros y corresponsable del desencanto masivo con la política, nunca abordado, ahora sea motivo de propuestas concretas que buscan anticiparse a la anunciada iniciativa de Bachelet al respecto. Y hacerlo conjuntamente RN y la DC es una poderosa señal a la Alianza y a la Nueva Mayoría de que, si no tratan bien a esos partidos en su seno, deja de parecer inviable un tercer bloque entre ambas coaliciones, en el – por cierto difuso - centro político.
El sistema binominal, implantado por la Constitución de 1980, promulgada por la dictadura militar, implica la elección, entre dos candidatos de cada partido o coalición, de dos representantes por circunscripción electoral, sin necesidad de alcanzar un porcentaje mínimo a nivel nacional (esto último ha permitido triunfos aislados de algunos representantes independientes). Y, si un partido obtiene más del doble que el siguiente, obtiene los dos cupos. El objetivo, logrado, era favorecer la estabilidad política, al ser un fuerte incentivo para la formación y la mantención de alianzas políticas y para la búsqueda de consensos en y entre ellas, así como una barrera de entrada para partidos nuevos o más pequeños. Como resultado, Chile ha gozado de una gran estabilidad política, pero a la vez ha sido favorecida la permanencia casi indefinida en el Congreso de políticos cada vez más criticados desde las bases como atornillados al Poder, y se ha generado un creciente y justificado rechazo popular a ese sistema electoral, recogido por políticos de izquierda. Tímidos intentos de la Concertación de modificarlo no han llegado ni siquiera a ser presentados en el Congreso, por la oposición interna y de la Alianza.
La expectativa de recuperar el Gobierno facilita la superación de las enormes tensiones en la Nueva Mayoría, pero no las elimina. Por ahora se dan principalmente respecto del reparto de cupos electorales, pero también son fuertes en el plano programático.
Las difusas exigencias de cambio de parte de amplios sectores ciudadanos, especialmente jóvenes, han sido centradas, principalmente por la fuerza del movimiento estudiantil, tanto universitario como secundario, en la gratuidad de la enseñanza, como una especie de varita mágica para su accesibilidad y calidad, y en una mayor participación y renovación generacional en la política, además de una nueva Constitución. Bachelet ha logrado simbolizar esto y facilitarle un cauce institucional que debilita, al menos por ahora, a las opciones más confrontacionales o anti sistema. Ha afirmado, por un lado, que quiere cambios profundos, a la vez que ha evitado mayores precisiones y ha incorporado a su equipo electoral a expresiones políticas diversas, también respecto de estos temas.
Esto incluye tanto a propulsores de convocar una asamblea constituyente como a personas que prefieren el camino de cambios a través del Congreso; a defensores de la gratuidad de la enseñanza y a detractores que indican – en lo que concuerdo – que lo importante es elevar la calidad y que, al menos por un buen tiempo, la gratuidad generalizada es presupuestalmente regresiva; a partidarios de una reforma tributaria más profunda o más moderada; y a quienes promueven reformas al sistema binominal y quienes prefieren uno proporcional.

Personalmente debo decir que, aunque un poco desilusionado por estar rodeado casi exclusivamente por hombres, veo como más adecuadas las propuestas del exministro de Hacienda Andrés Velasco, que logró el lejano segundo puesto en las primarias de la Nueva Mayoría. Reacio a las tentaciones populistas, plantea reformas políticas importantes, pero moderadas, y cambios en lo económico cuidando la estabilidad, y expresa la modernidad cultural y el liberalismo valórico de crecientes capas medias, especialmente profesionales.

sábado, 20 de julio de 2013

Observando con simpatía/DEPRESIÓN ELECTORAL/Alfredo Stecher

El miércoles, poco después de haber retomado el tema de la política chilena para nuestro blog, en mi habitual caminata vespertina, pasando por un taller de reparación de televisores, vi la noticia de que Pablo Longueira, de la Unidad Democrática Independiente - UDI, el candidato de la Alianza (centroderecha, la coalición del presidente Piñera) a la presidencia, había renunciado a su candidatura por enfermedad. Me pregunté si no sería por alguna encuesta que confirmaba sus pocas chances de ganar - apreciación ésta de amplio consenso. Pero luego, viendo los noticieros, resultó que su enfermedad es una depresión aguda, con diagnóstico clínico, y que todos los políticos entrevistados se mostraban consternados y solidarios, actitud a la que me he sumado. Claro que encuestas malas pueden haber contribuido a gatillarla y muchos sospechan un componente sicótico.
Supongo que quien siempre ha mostrado mucha energía y perseverancia en política y acaba de ganar a Andrés Allamand, de Renovación Nacional, el otro precandidato en campaña desde noviembre, por estrecho margen las elecciones primarias entre precandidatos presidenciales de la Alianza, después de muy intensos dos meses, no pondría un lastre a todo su futuro político usando como pretexto una depresión ficticia.
Repaso los antecedentes que ayudan a entender lo posterior, y en particular, porque la derecha está de nuevo como si estuviera empezando a prepararse:
Ante el inicio de la carrera electoral, presidencial y parlamentaria, en condiciones de bajo respaldo popular a su Gobierno, veo en la Alianza dos variantes para la redefinición de sus posiciones, la de quienes consideran que la derecha ha perdido fuerza por haber diluido sus posiciones tradicionales en pos de ganar al centro, y la de quienes apuestan por modernizarlas como centroderecha coherente (las palabras son mías).
Y algo parecido en la izquierda – Concertación -, la de quienes buscan afirmar el carácter de centroizquierda, alrededor del eje Partido Socialista (al que pertenece la expresidenta Michelle Bachelet, aunque empinada muy por encima de todos los partidos) - Democracia Cristiana, y la de quienes pretenden un frente más amplio y más de izquierda, el Partido Popular Democrático y el Partido Radical Socialdemócrata, que tienen menor respaldo electoral. Ambos aceptan – la DC a regañadientes - una alianza electoral con el Partido Comunista, que a su vez no tiene otra opción si quiere seguir participando en la escena política legislativa (actualmente tiene tres diputados gracias a apoyos de la Concertación, recíprocos).
Los resultados municipales, mucho más favorables a la Concertación, han acelerado la formalización de las dos precandidaturas presidenciales de derecha, de Laurence Golborne, y de Andrés Allamand, para competir en la primaria de la Alianza. Ambos han renunciado para ello a los ministerios en los que han ganado notoriedad e imagen favorable, Golborne a Obras Públicas (antes en Minería) y Allamand a Defensa. Hay que destacar que, aunque el presidente Piñera tiene una aprobación que oscila alrededor del 30%, algunos de sus ministros, entre ellos los dos precandidatos, han estado superando el 70% y casi todos el 50% (excepto el de Educación).
Un problema para sus partidos es que las posiciones de los candidatos son algo más liberales que las de éstos. Por ejemplo, Golborne acaba de reiterar su apoyo al Acuerdo de Vida en Pareja - AVP, para homosexuales y para heterosexuales que prefieren no casarse, propuesto por el Gobierno, y se ha abierto a considerar el aborto en caso de malformaciones, a lo que la UDI se opone tajantemente, y Allamand, el propulsor de AVP, ha declarado, por ejemplo, que el gran y problemático proyecto eléctrico Hidroaysén, que el Gobierno y su partido respaldan, pero que es resistido por los ambientalistas y gran parte de la opinión pública, está muerto.
Lo que complica aún más a la centroderecha es que Golborne basa su campaña casi exclusivamente en su carisma, la simpatía que genera, tanto que en declaraciones y entrevistas, con muchas – demasiadas - palabras, básicamente se limita a subrayar su origen más popular, su éxito empresarial y como ministro (el del rescate de los mineros sepultados) y su cercanía con la gente. Por otro lado Allamand se centra en la experiencia acumulada en su larga trayectoria política, que incluye su capacidad para negociar acuerdos con la Concertación.
Ante la enorme ventaja en las encuestas de la ausente Bachelet – tras unos años como directora ejecutiva de ONU Mujer – se está instalando en los partidos de derecha un ambiente pesimista respecto de sus posibilidades y en los de izquierda un mayor optimismo, a la vez que una creciente preocupación por las luchas entre los partidos que la componen.
Hace poco el panorama ha cambiado completamente. En apretada síntesis, Golborne tuvo que renunciar a la precandidatura, que no daba mucho fuego. Oportunamente dos días antes de vencer el plazo para la inscripción de precandidatos en las primarias vinculantes organizadas por el Estado, la Corte Suprema ratificó decisiones judiciales condenando a Cencosud (actual propietaria de Wong) por cláusulas abusivas en contratos de tarjetas de crédito con los 600 mil clientes de sus cadenas de retail y supermercados, obligándola a devolver a éstos millonarias sumas por comisiones que fueron declaradas anticonstitucionales – aunque habían sido avaladas por la Superintendencia de Banca y Seguros, y por ello sin sanción. Se trata de considerar renovado un contrato de tarjeta de crédito tras aumento de la comisión mensual - en aproximadamente un dólar - con el solo hecho de seguirla usando el usuario, sin su aceptación expresa. La norma que lo permitía ya fue derogada. En un clima político crispado por anteriores casos de abusos de grandes empresas, y agravado por la infortunada declaración de Golborne de que solo cumplía instrucciones de la empresa, su candidatura se hacía insostenible.
Fue en ese momento que la UDI inscribió como su precandidato a Longueira, que tuvo que renunciar al Ministerio de Economía (parecido al nuestro de la Producción). Longueira, uno de los fundadores de la UDI, había impulsado la generación de una amplia base popular que la convirtió en el partido con militancia más numerosa; es el más derechista en lo valórico, pero a la vez con mayor preocupación por lo social y con cualidades de articulación y negociación reconocidas desde antes por Bachelet.
Allamand, buscando asegurarse la victoria en las bases de la derecha, realizó su campaña de precandidato acentuando las posiciones más conservadoras, con lo que perdió respaldo de votantes del centro.
Ahora la Alianza se enfrenta de nuevo al dilema de nombrar a su candidato presidencial, ya sin tiempo para primarias. La opción de que sea Allamand, quizá el mejor candidato, parece difícil, especialmente después de haber despotricado contra la UDI y contra Piñera el día de su derrota interna. Lo que rápidamente corrigió – pero el daño estaba hecho. Aunque sea insólito, la persona al parecer con mayores chances de ser ungida por la UDI es la ministra de Trabajo, Evelyn Matthei, también mujer e hija de general (del más decente de los miembros de la Junta Militar, al menos al final, que forzó la aceptación inmediata del resultado del Plebiscito, la victoria del No), quien hace poco anunció su retiro de la política y la renuncia a la UDI porque su partido no la quería – lo que era cierto, por salirse del libreto y por ser proclive a enfrentamientos verbales con insultos. Está por verse si la Alianza logrará unirse tras un solo candidato o si volverá a dirimir fuerzas en la primera vuelta electoral, como frente a Bachelet en 2005, donde sus votos sumados superaron los de ella, algo costoso y riesgoso.
En cambio la izquierda, que hace unos meses parecía en peligro de descomponerse, en particular por su bochornosa incapacidad de inscribir candidaturas para las primarias para congresistas, está en una situación inmejorable. Evidenciando su gran habilidad política, Michelle Bachelet impuso el reemplazo de la denominación de Concertación por la de Nueva Mayoría, percibida como algo más de izquierda, logrando la incorporación del PC y de partidos menores, a la vez que manteniendo en el redil a la DC y al independiente Andrés Velasco, exministro de Hacienda (como nuestro MEF), como expresiones de las posiciones más centristas.
Las primarias significaron un arrollador triunfo de Bachelet, con más de 70% de los votos en la Nueva Mayoría y un 53% de los votos sumados de ambas coaliciones (la Alianza alcanzó vistosos 800000 votos, la Nueva Mayoría alrededor de impresionantes dos millones. La DC, que había logrado la mayor votación en las elecciones municipales, ratificando su condición de partido más grande de la centroizquierda, sufrió un descalabro al quedar su precandidato Orrego, con un magro 8%, tercero después de Velasco, con 13%. Último, con 5%, quedó Gómez, el a mi juicio poco serio precandidato del PRSD, quien había radicalizado sus propuestas.
El buen resultado de Velasco, de posiciones más liberales en lo valórico y más cautas en lo económico, facilita a Bachelet mantener la posición centroizquierdista que ha querido imprimir a la Nueva Mayoría y probablemente evita la fuga de votos de centro hacia la centroderecha.
Debo decir que alegra, por Chile, y también por nosotros, que nos beneficiamos con vecinos razonables y exitosos, la mayor perspectiva de estabilidad con cambio que estos resultados auguran, y que cualquiera de los principales precandidatos a la presidencia, no solo de la izquierda, sería probablemente un buen presidente – y agrego aquí a Marco Enríquez-Ominami, quien corre por su cuenta, tratando de forzar una segunda vuelta con él como retador, con posibilidades reales si la centroderecha va dividida.

jueves, 18 de julio de 2013

EGIPTO CONTROVERSIAL/ Alfredo Stecher

Egipto es un país de un millón de km2, solo un 20% menos que el Perú. Mirando los mapas por separado, nuestro país nos parece mucho más grande, porque olvidamos que África, con más de 30 millones de km2 tiene una extensión mucho mayor que América del Sur, con cerca de 18 millones de km2. Y tiene unos 88 millones de habitantes.
Egipto es básicamente un gran desierto, extensión del Sahara, atravesado por el río Nilo, con apenas 35 mil km2 (3 500 000 ha) de tierra cultivable y cultivada, de las más fértiles del mundo, el tamaño de departamentos como Lima o Piura. En el Perú solo cultivamos algo más de dos millones de hectáreas, menos de la mitad de la tierra cultivable, pero gran parte del resto es tierra con selva o vegetación de altura, principalmente pasturas, mientras que en Egipto el resto es desierto totalmente árido, sin bosques ni pastos.
Egipto comparte con nosotros la característica de haber sido cuna de una de las grandes civilizaciones; ha sido por tres milenios potencia mediterránea bajo los faraones, siempre asimilando a los sucesivos conquistadores, hasta la derrota de Cleopatra y Marco Antonio frente a Octavio (luego emperador Augusto), quien la convirtió en provincia romana, por muchos siglos. Pero posteriormente volvió a ser potencia independiente durante más de un milenio bajo los árabes mahometanos, con políticas tolerantes y de inclusión de judíos y cristianos, como en España antes de los Reyes Católicos y la Inquisición, y con gran preocupación por la ciencia y la economía.
Egipto sigue siendo una potencia en el mundo árabe - en gran parte empobrecido, pero en su parte asiática, países del Golfo, especialmente rico -, y tiene uno de los ejércitos más numerosos del mundo, único contrapeso fuerte al de Israel, aunque perdedor en todas las guerras entre ambos – y tiene enormes fuerzas policiales. Para contribuir a estabilizar la situación política en la región, Estados Unidos apoya a Egipto anualmente con 1300 millones de dólares en ayuda militar y otros 300 millones en ayuda civil, lo que le da una cierta influencia a través del Ejército – y explica porqué el gobierno norteamericano evita la palabra golpe, que lo obligaría a suspender esa ayuda de inmediato.
Me he preguntado por qué toco algo tan candente, fuera de mi temática habitual, ampliamente abordado por muchos analistas, y me contesto que es tan relevante para la estabilidad mundial y para nuestra concepción de la democracia y del bienestar de nuestras sociedades que no quiero rehuir el reto. No envidio la tarea de gobiernos y cancillerías de países desarrollados de tomar posición al respecto y comprendo la cautela de Obama y los intentos de ayudar a encarrilar un proceso descarrilado.
A raíz de la política del presidente derrocado, Mohamed Morsi, y del golpe militar, la estabilidad de Egipto está en cuestión y su futuro aún más incierto que antes. Ojalá no siga las sendas fratricidas de Libia y de Siria.
Morsi fue elegido por más del 50% de los votos en elecciones democráticas más o menos limpias, aunque con más del 50% de abstención electoral – en todo caso con resultados aceptados por todos, pero su gobierno ha hecho todo lo posible, en un plazo récord de poco más de un año, por empeorar enormemente la ya grave situación económica, enfrentar de manera abusiva a todas las demás fuerzas políticas y socavar la democracia, poniendo así en cuestión su legitimidad.
Las elecciones son efectivamente un componente esencial de la democracia, pero no bastan. Hitler usó las elecciones democráticas para alcanzar el Poder y acabar con la democracia – con la complicidad no solo de la extrema derecha sino también de los comunistas orquestados por Stalin, para quienes en ese tiempo el nacionalsocialismo y la socialdemocracia eran dos variantes del mismo fascismo. Mussolini, que fue aupado al Poder por el rey, a raíz de su marcha sobre Roma, hubiese ganado elecciones democráticas si las hubiera convocado. Y otras dictaduras nefastas, en casi todos los continentes, han ganado elecciones amañadas con hasta cerca del cien por ciento de los votos.
Morsi y los Hermanos Musulmanes no son iguales a esos precedentes históricos, cuya repetición se hace cada vez más difícil por el repudio interno e internacional que generan, pero son parte del islamismo sectario y antidemocrático, solo superado en esos aspectos por el partido salafista Nur, el segundo en votación, aún más fundamentalista; y claro, por los jihadistas y seguidores de Al Qaeda. Según opinión generalizada, Morsi había reunido todos los méritos para ser repudiado, al orientar su gobierno hacia un control total del Poder, concentrado en su persona, imponer una constitución islamista (aprobada por amplia mayoría, pero en una votación con solo 35% de participación), tener una gestión extremadamente inepta, alentar el enriquecimiento ilícito de sus partidarios y tolerar, si no alentar, el odio hacia las mujeres sin velo y su violación para limpiar el espacio público de la presencia femenina (lo que Sami Naïr denuncia como expresión de un fascismo religioso ultraconservador). Álvaro Vargas Llosa considera al régimen depuesto como un fascismo islámico. Creo que exageran.
Han sido impresionantes las manifestaciones contrarias, estimadas en 17 millones de personas, de un amplísimo movimiento democrático impulsado por el grupo llamado Tamarud – rebelión -, que manifiesta haber reunido 22 millones de firmas exigiendo la destitución de Morsi (lo que equivaldría a más de 7 millones de firmas en nuestro país). Este movimiento considera la destitución de Morsi como un paso más en su revolución popular.
La discrepancia fundamental se refiere a si se justificaba sacarlo por un golpe, para evitar el empeoramiento de la situación, o si, por haber sido elegido democráticamente, debía esperarse hasta las siguientes elecciones. Algunos analistas consideran que los militares habían contribuido deliberadamente al desgobierno y deterioro de la situación, pero la responsabilidad central reside evidentemente en la política de Morsi.
Los militares, en Egipto, son una casta especialmente privilegiada, con mucho poder económico y político a todo nivel, que ha gobernado Egipto por más de medio siglo y ha sido en general muy antidemocrática y represiva, de modo que su golpe hace temer lo peor. Sin embargo hay algunos indicios alentadores de que el cambio generacional, las experiencias vividas y el entorno internacional están influyendo en un sentido positivo. El presidente destituido, Morsi, se había basado en el general Abdel Fatah al Sisi, de 59 años, para defenestrar al mariscal Husein Tantaui y toda la octogenaria cúpula militar (que había depuesto al dictador Mubarak), y lo había nombrado jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa, al considerarlo afín por su condición de islamista, por cierto moderado. Claro que muchos militares derrocaron a quienes los habían nombrado y también Pinochet fue designado por Allende, confiando en su lealtad, pero eran otros tiempos y Pinochet no convocó a un gobierno civil ni anunció la celebración de elecciones. Y Al Sisi parece haber invocado a Morsi repetidas veces, incluso en el ultimátum al final, a desarrollar una política de inclusión y no de confrontación total con las fuerzas opositoras moderadas y hasta con los demás islamistas.
Preocupa la violenta represión de las protestas masivas realizadas por los Hermanos Musulmanes, que –felizmente – se comprometen a ser pacíficas, pero al parecer incluyen a elementos violentistas. Y preocupa la influencia de los islamistas más fundamentalistas. Pero hay aspectos que alimentan la esperanza para un futuro mejor: la presión internacional, la renuencia de los militares más jóvenes a asumir el desgaste que provoca el ejercicio directo del Poder, la hoja de ruta anunciada, con plazos breves para la elaboración de una constitución y la convocatoria de elecciones, así como la designación del jefe de la Corte Suprema Constitucional, Adly Masur, como presidente interino y de un gabinete de transición de orientación tecnocrática, más laica y democrática (que incluye como vicepresidente al premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei), con apoyo tanto del movimiento Tamarud, como del gran imán de la principal mezquita suní y del patriarca copto (la numerosa minoría cristiana).
Actualmente las principales fuentes de ingresos y de divisas son los servicios, en particular el turismo – fuertemente afectado por la crisis política - y el canal de Suez (juntos alrededor del 50% del PIB), la industria, el gas y la agricultura. Las principales importaciones son productos industriales, alimentos (mayor importador de trigo del mundo), combustibles y armamento. El apoyo económico del más moderno Qatar a Morsi está siendo reemplazado por el de los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, más reaccionarios, expresión del complejo ajedrez geopolítico del Oriente Próximo y Medio.
En condiciones en que parece ser imposible reducir simultáneamente el poder del Ejército y de los islamistas, quizá una democracia tutelada por militares más modernos que antes resulte ser el mal menor frente a la manifiesta falta de voluntad de los islamistas, incluso los moderados, a tener una política de respeto y de tolerancia de la pluralidad democrática. Solo el tiempo dirá quiénes se equivocan menos en el análisis de esta situación tan complicada, que muestra una vez más que, siendo complicado, lo más fácil es derrocar a una dictadura, lo más difícil, reemplazarla por un buen gobierno. En todo caso las fuerzas laicas y democráticas necesitan tiempo, además de condiciones menos adversas, para desarrollarse y ganar más fuerza. Merecen ser apoyadas.