Sugiero la existencia de una relación de fractalidad entre el desfase peruano
respecto al pensamiento económico actual, una cultura de atropellamiento y la
actuación fatalmente cautelosa y dubitativa de la izquierda.[i]
Rezagos y desfases del pensamiento económico
Una visión del Perú realizada a cierta distancia permite apreciar con facilidad cómo ha campeado en economía y en la cultura, por tanto tiempo, el pensamiento neoconservador y el neoliberalismo, de manera casi adictiva y sin mayores discusiones de fondo. Al punto que, por ejemplo, hablar de regulaciones imprescindibles y de Estado fuerte siguen siendo anatemas al filo de la inquisición. Basta ver diariamente los artículos periodísticos más frecuentes en una prensa que no supera su chabacanería, con pocas excepciones, y también intercambiar opiniones con algunos economistas. Excepciones las hay, pero son pocas y menos influyentes.
Una visión del Perú realizada a cierta distancia permite apreciar con facilidad cómo ha campeado en economía y en la cultura, por tanto tiempo, el pensamiento neoconservador y el neoliberalismo, de manera casi adictiva y sin mayores discusiones de fondo. Al punto que, por ejemplo, hablar de regulaciones imprescindibles y de Estado fuerte siguen siendo anatemas al filo de la inquisición. Basta ver diariamente los artículos periodísticos más frecuentes en una prensa que no supera su chabacanería, con pocas excepciones, y también intercambiar opiniones con algunos economistas. Excepciones las hay, pero son pocas y menos influyentes.
Esto sucede justamente cuando en América
Latina, y no sólo en los ámbitos académicos, empiezan a soplar aires
diferentes, de mayor apertura, de flexibilidades metodológicas y de visiones integralistas (holísticas, para el caso).
Y en ciencias sociales, igualmente prosperan más que antes los análisis
específicos de las condiciones en que se desenvuelve cada sociedad y economía, como
argumentó Krugman en contra de aplicar recetarios neoliberales. Entre otros
avances, es el caso del neoestructuralismo
latinoamericano, que al margen de ortodoxias y de los cánones clásicos de los
enfoques unilaterales, viene realizando aportes importantes, mostrando que América
Latina ha empezado a entrar, desde hace unos años y en este sentido, en un
momento que abona a la creación de pensamiento nuevo. Puede verse, por
mencionar un ejemplo, el libro de Bárcenas y Prado (editores): “Neoestructuralismo
y corrientes heterodoxas en América Latina y el Caribe a inicios del siglo XXI”
(http://goo.gl/6x7jid, Cepal, 2015), donde se recogen aportes de 16 economistas de 8 países
latinoamericanos, un italiano y un francés; de peruanos, ninguno.
Como se puede apreciar, varias de estas (y
otras) polémicas sólo han permeado a algunos miembros de la izquierda, o lo han
hecho de manera tangencial. Cuando lo que reconocemos como izquierda, contendría
a las fuerzas que jalonan las mentes más abiertas y dispuestas a la crítica
creadora y actualizada, debido a su desapego ante los intereses creados y
defendidos por las elites del poder. Llama la atención que incluso en general, el
pensamiento económico, especialmente el que se refleja en publicaciones
periodísticas (y en parte en las académicas) peruanas, fundamentalmente está todavía
anclado a las discusiones de fines de los años ‘70s y principios de los ‘80s
del siglo pasado. Es decir, casi al margen de lo que se ha venido discutiendo
durante las tres últimas décadas en América Latina y en el mundo.[ii]
En las publicaciones académicas quizás es donde menos se ha venido dando este desfase, pero aun así, es una morosidad que no deja de ser notoria.[iii] No obstante, repito, en lo periodístico, escrito y televisivo, así como en las declaraciones de los políticos, es verdaderamente escandaloso que la discusión siga encerrada en los linderos temáticos más antiguos. Es decir, confinados en última instancia, a la discusión de las medidas para lograr el equilibrio, y sobre si se requiere más o menos Estado, regulaciones o políticas de fomento; pero incluso no como grados y matices a considerar sino como polaridades casi irreductibles que son, al mismo tiempo, el santo y seña que permite la etiquetación. Poca o ninguna reflexión nueva, como las que pueden observarse, por ejemplo, en la parte IV sobre el papel del Estado (pág. 297) del texto referido más arriba.
En las publicaciones académicas quizás es donde menos se ha venido dando este desfase, pero aun así, es una morosidad que no deja de ser notoria.[iii] No obstante, repito, en lo periodístico, escrito y televisivo, así como en las declaraciones de los políticos, es verdaderamente escandaloso que la discusión siga encerrada en los linderos temáticos más antiguos. Es decir, confinados en última instancia, a la discusión de las medidas para lograr el equilibrio, y sobre si se requiere más o menos Estado, regulaciones o políticas de fomento; pero incluso no como grados y matices a considerar sino como polaridades casi irreductibles que son, al mismo tiempo, el santo y seña que permite la etiquetación. Poca o ninguna reflexión nueva, como las que pueden observarse, por ejemplo, en la parte IV sobre el papel del Estado (pág. 297) del texto referido más arriba.
Causa más extrañeza que se suponga, en otros
ámbitos, que no debemos deshacernos del neoliberalismo sino que habría que
mantenerlo –pero al mismo tiempo‑ superarlo. Podríamos pensar que es una paradójica
dubitación justificada para un país que identificó, en su más profundo
imaginario colectivo, que la victoria sobre las penumbras del terrorismo fue
parte intrínsecamente constitutiva de una misma amalgama con el neoliberalismo (y
quizás con la dictadura). Cuando la primera no conduce ni lleva consigo a la segunda,
porque las victorias sobre el terrorismo no requieren de programas de ajuste
(ni dictaduras), salvo que sean aquellas tomadas como coartadas de este tipo de
políticas, suposición que no deja de ser posible. Una población aterrorizada se
resigna más fácilmente para aceptar tales medidas de shock económico y social.
Asimismo, estos son dos procesos que no siempre
se verifican emparejados en otras experiencias históricas, ni obviamente en las
propuestas del pensamiento político democrático, menos aún en aquellas otras alternativas
que postulan sistemas de democracia participativa con economías sociales y
solidarias. No es posible mantenerse en el neoliberalismo y superarlo. No es éste
el espacio para hacer una discusión metodológica en este punto, pero, si se lo asume
como modelo de manejo de la política económica no se podrá superarlo si es que
no se le abandona por completo.
En el mejor de los casos, es en esta
paradojal dubitación que se encuentra una buena parte del pensamiento económico
peruano, quizás haciendo un tímido eco del fracaso del neoliberalismo a nivel
mundial como herramienta de desarrollo –de economías y sociedades‑ frente al
cual sólo se estaría empezando a dar la vuelta de tuerca para encontrar las
alternativas y visiones propias.
La cultura del atropello
Más allá de las respuestas conocidas nos podemos preguntar ¿a qué más se puede deber este desfase, estas polaridades irreductibles y dubitaciones, que se reflejan en el comportamiento de algunos actores políticos? La respuesta puede estar en varios campos no abordados, pero hay uno que quisiéramos subrayar, cual es, el de la cultura del atropello que se respira en diversos ámbitos de la vida en el Perú.
Más allá de las respuestas conocidas nos podemos preguntar ¿a qué más se puede deber este desfase, estas polaridades irreductibles y dubitaciones, que se reflejan en el comportamiento de algunos actores políticos? La respuesta puede estar en varios campos no abordados, pero hay uno que quisiéramos subrayar, cual es, el de la cultura del atropello que se respira en diversos ámbitos de la vida en el Perú.
Un Jurado Nacional de Elecciones que decide
de manera arbitraria sobre los candidatos que deben o no seguir en la carrera
electoral, sin que el país se levante y pida su renuncia. Esto es un atropello
gigantesco al sentido común del ser ciudadano. Pero es tan atropellamiento como
al que día a día viven sometidos los peatones que deben pasar alguna calle, en
Lima y en otras ciudades peruanas. Los automovilistas les dicen “pasas rápido o
te chanco”. Es como si les advirtieran que no tienen más derechos que aquellos
que los choferes están dispuestos a cederles, bajo la amenaza del ultraje en
cada crucero, porque sus posibilidades de ser ciudadanos se basaría en la idea
de atentar contra las demás ciudadanías. En otras palabras, la ciudadanía mal
entendida y vivida, como una lid entre derechos siempre en pugna, en donde los
resultados tienen que ver más con la fuerza previa (física, social, cultural y
política) que disponga cada supuesto ciudadano en el convivir diario.
En las calles y avenidas, los automovilistas
hacen un ballet agresivo para tratar de adelantarse y pasar a los otros, se
embisten todos pero no siempre se chocan, cuestión que es inaudita en otros
países donde no se trata de lo que cada quien deja hacer, o puede hacer, sino
de ajustarse a las normas.[iv] Es allí donde está el
problema, porque cada uno busca indeclinablemente entrar anticipándose al otro
aunque sea por un miserable milímetro. “Es que si no, se te meten Andrés” me
decía un amigo y respetable ciudadano. Avanzar en el tráfico es idéntico a entrenarse,
día a día, para sacarles ventaja a los demás, a toda costa y a riesgo de morir
en cada crucero. Los microbuses, cual aves picudas (como escribiera Ricardo Blume)
son los más conspicuos atropelladores de todo lo que esté a su paso. Muere
gente a diario por eso, pero como si nada, la ciudad lo acepta como normal
porque es la pauta que priva. Igual, en las carreteras. Es cierto que es un
ballet sui géneris, pero también, y más, es la expresión de una cultura en
permanente compulsión de atropellamiento, de aventajamiento contenido que se
torna en amenazante, y se constituye en unas de las razones de fondo de nuestro
subdesarrollo. Porque este asedio permanente del uno sobre el otro se reconstituye,
en otro plano, en una fuente disipadora de energías personales y sociales.
Quienes paseen por algunos parques públicos
donde está prohibido con letrero y policías en el sitio, el skateboarding podrán experimentar, sin
embargo, que a ciertas horas están expuestos a ser arrollados por patinadores
que hacen piruetas y carreras. Cualquier transeúnte puede ser desbaratado. Si
se les ocurre llamarles la atención a nuestros skaters alegarán broncamente que no tienen por qué cumplir las disposiciones
y seguirán haciendo de estos parques unos espacios de sobresalto y de atropellos
inminentes.
Es que quizás, por otro lado, el Perú todavía
relame sus heridas y en muchos casos se ahoga en ellas. Las demonizaciones abundan
y obstaculizan una comunicación fluida y franca, condición básica para que sea
creativa. Se sigue abusando de la diatriba, de la adjetivación fácil o del
insulto abierto, para excomulgar a quien levante alguna idea diferente. Por
ejemplo, en el escaparate nacional que es la televisión se muestran unos
entrevistadores (Althaus por ejemplo, y antes también Hildebrandt) que parecen
máquinas de arrollar a sus entrevistados; en lugar de canalizadores lúcidos de
la generosidad de éstos, lo que podría convertir cada programa en conjugación
de conocimientos brindados al público. Algunas veces, pareciera que las
invitaciones son hechas para promover la confrontación, cual reality shows.
(Esto no quiere decir que las preguntas dejen de ser incisivas y en
profundidad). La confrontación siempre atrae audiencia, la exposición
sustanciosa y fluida no necesariamente.
La tendencia general a la polarización y a la
estigmatización por una u otra frase, gesto, gusto o ropa que se use, es el pan
de cada día, al lado de la obsesiva tendencia clasificatoria (sea por raza,
clase, etnia, origen geográfico, estudios, o cualquier cosa) que subyace en el
comportamiento cotidiano. Social y culturalmente hablando, también atropellan quienes
clasifican, prejuician y excluyen.
Una conversación en grupo suele convertirse
en muchas conversaciones yuxtapuestas con sucesivas interrupciones de unos y
otros, en donde pocos se entienden y bastantes se arrollan, confunden y
desbaratan. Estilo ameno, sin duda, pero igual poco fecundo y finalmente
desolador. Es la cultura del atropello que prolifera por todos lados. Incluso
si se va a realizar un trámite y se revisa por Internet los requisitos, horas de
atención y demás, resulta que cuando se está haciendo fila aclaran que no
siempre es así, que ahora hay un requisito adicional o bien que el horario no
es ese que se anuncia, etc. Si a estas micro violencias cotidianas, que son
muchas, les agregamos la corrupción, las formas agresivas del achoramiento y el bullying cada vez más generalizados en las escuelas (como ha
mostrado una reciente encuesta entre estudiantes), tendremos un cuadro
generalizado de intimidación ciudadana que repercute en la salud mental de la
población, horada su dignidad y carcome los empeños para estimular la convivencia,
la creatividad, el espíritu crítico y la productividad social. (Téngase en
cuenta que no consideramos en este análisis la oleada de violencia
delincuencial justamente ahora antes de la segunda vuelta de las elecciones,
que aparece cual si fuera un psicosocial montesinista, para infligir más
temores y orillar a la opinión pública a favor de las “soluciones” de mano dura,
leviatánicas).
Se afirma que en el Perú crecen especialmente
las grandes inversiones por las mejores condiciones que el país brinda y se
repite (exagerando, claro) lo mismo que podría decirse en muchos otros países
(seguridad jurídica, paz social, seguridad financiera, flexibilidad laboral, estabilidad
general, etc.). Pero sin duda, una de las que no se mencionan es esta cultura
de atropellamientos, cuya regla viva es que quien tiene fuerza impone sus propias
condiciones.
El purismo político actual
En este marco, el empobrecimiento de la política y el purismo político son dos de los corolarios a considerar. Porque la política requiere de confianzas primarias para el aglutinamiento con quienes piensan de manera similar, o bien, para el acercamiento coyuntural a las otras formaciones políticas que puedan tener momentáneas coincidencias. No hay otra forma de que el pensamiento mayoritario, equivocado o no, se exprese constructivamente.
En este marco, el empobrecimiento de la política y el purismo político son dos de los corolarios a considerar. Porque la política requiere de confianzas primarias para el aglutinamiento con quienes piensan de manera similar, o bien, para el acercamiento coyuntural a las otras formaciones políticas que puedan tener momentáneas coincidencias. No hay otra forma de que el pensamiento mayoritario, equivocado o no, se exprese constructivamente.
Pero esta base del quehacer político se
embrolla en el Perú no sólo por la corrupción imperante sino porque esta
cultura de atropello y confrontación juega también su papel para impedirlo,
porque no genera un caldo de cultivo propicio para el intercambio, menos para los
acuerdos nacionales que realmente sean orientación y se pongan en ejercicio. La
consecución del nosotros nacional depende de muchos elementos, más profundos e
importantes que la cultura de atropellamiento, sin embargo, probablemente ésta sea
uno de los tragacantos que más la estorban.
No existe un ambiente de confianza básica para
asumir posiciones políticas de cierto riesgo, menos cuando el sacar ventajas y
adelantarse es la norma que se ha impuesto. Desde allí se entienden también las
dificultades de algunas posiciones de izquierda para distinguir matices y
tonalidades, que hacen diferencias en diversos campos, sin que se las reconozca
para actuar. Porque todavía, parecería, que se sigue haciendo política desde el
miedo al pasado de terror y al presente de atropellamientos, desde esquemas e
identidades grupales, normalmente polarizadas y en confrontación. No imagino a
un ciudadano que luego de varias horas de bregar en el asedio del tráfico
limeño pueda llegar a una reunión sin la viada y el apremio de seguir ajochando
a quienes se les pongan en frente para obtener ventajas, aunque estas fuesen milimétricas.
Dime cómo es el tráfico en las calles en que andas y te diré qué podrás lograr,
no sólo políticamente hablando.
Hoy vemos una izquierda peruana
relativamente fortalecida en el voto pero –a humildes pareceres‑ todavía incierta
para hacer política de mayor calado, que es justamente la que comporta riesgos
pero abre los espacios. El purismo principista en política (compresible, pero no
justificable) que todavía aflora, es seguro desde el ángulo de la asepsia, pero
como se sabe, ésta aplicada de manera extrema dificulta que el sistema
inmunológico se fortalezca. A último momento podría dejarnos mirando desde el
balcón lo que se decide en el llano, atiborrado de puyas y sinsabores pero que
hay que sortear desde la lisa misma. No sólo las grandes fallas y boquetes
dejan ver la luz para hacer avanzar la democracia hacia un mejor vivir de
nuestros pueblos. La historia ha mostrado ampliamente que se crece también
desde las fisuras e intersticios, que dejan pasar destellos de luz y esperanza
de vientos más amplios.
La izquierda debe encabezar los esfuerzos
para impedir que el pasado de la dictadura fujimorista se vuelva presente. No
es cuestión de acompañar, porque así se puede convertir en el furgón de cola en
estos avatares. El término “voto crítico” por PPK se quedaría corto, es
incompleto, da la idea de ser sólo eso, los acompañantes malhumorados de PPK. Es
preciso tener la visión de ponerse a la cabeza de la lucha por una democracia
amplia y profunda, como los ríos que esculpen nuestra geografía, y tomar la
iniciativa en los hechos con mucha imaginación y audacia. Que no pase lo que
sucedió con el senderismo, cuando las dubitaciones permitieron retroceder la
historia.
Veronika Mendoza ha declarado a la prensa que
hará campaña para que Keiko no sea presidenta, sin embargo, esta expresión
sigue teniendo el sello de las medias tintas. Estas declaraciones tendrán
claridad para algunos pero no para un público más amplio, menos acostumbrado a los
matices del pensamiento elíptico. Porque además, deja el campo libre para
pensar que, de pronto, votando en blanco o viciado se podría conseguir que Keiko
Fujimori no sea elegida. ¿Por qué no ser más explícitos, y por tanto, más
públicos y democráticos? ¿Por qué no hablarle más clara y transparentemente al
pueblo? ¿Por qué no sincerarse ante el electorado? Los pronunciamientos dubitativos
y parabólicos afianzan la cultura intimidante en que se vive.
¿No es acaso éste el mismo esquema dubitativo de algunos
economistas peruanos que piensan que hay que mantener el neoliberalismo y, al
mismo tiempo, superarlo? Aparte, y realmente grave, es el caso de comentaristas
políticos, como Jorge Nieto Montesinos, que declaran por ejemplo, que el
secretario general del partido fujimorista investigado por la DEA por un
descomunal lavado de dinero, es un personaje “no precisamente de lo más
transparente”, aparente ironía que termina lavando uno de los rostros más
sospechosos de la política peruana. Se lavan dineros tanto como se lavan rostros. Las dubitaciones y los circunloquios no son malos en sí mismos, pero
en estas particulares condiciones son fatales para el futuro democrático del
Perú. El Perú de hoy vive entre el atropellamiento y las dubitaciones, entrampado en las verdades a medias, lejos de
la lisura primordial. Parafraseando a Chabuca Granda, necesitamos que llegue la hora de clarinar.
El problema pendiente en la fase que sigue es
que no se puede pasar por alto la sospecha de que los aparatos electorales del
fujimorismo, incluyendo al sistema de cómputo del proceso y de votación en las mesas,
con algunas encuestadoras, hayan sido manipulados para dar resultados preestablecidos.
No es casual que a principios de la década los equipos especializados en
“ingeniería electoral” mexicanos (priistas) intercambiaran experiencias con sus
pares peruanos fujimoristas. Si gana el fujimorismo esta vez, será probable que
se instaure una larga fase de dictaduras
perfectas (democraduras) en el
Perú.
* * *
[i] Agradezco las sugerencias de
Cesar Attilio Ferrari, Vicente Otta Rivera y Martha Landa Mariscal.
[ii] Escapan
a esta situación, cuando menos, la antropología, la historia, la ciencia
política, la sociología, la historia económica y los estudios agrarios, en
donde por el contrario, se perciben avances originales y consistentes.
[iii] Se
pueden señalar como excepciones, aunque no sea un listado completo, los
trabajos de, por ejemplo: Víctor Torres Cuzcano, Eloy
Ávalos, Jazmín Tavera, Álvaro Cano, Luis García, Roxana Mamani, Alexandra
López, Adolfo Medrano, Jorge Osorio, Roberto Machado, Luis
García, Roxana Barrantes y Jericó
Fiestas Flores.
2 comentarios:
Estimado señor Andrés Solari. Coincido con su planteamiento en el sentido que los funcionarios en el gobierno, políticos, y periodistas, en su mayoría están encerrados en temas económicos antiguos.
En donde no tenemos convergencia, es en la parte que asegura un surgimiento con equidad de América latina (incluyendo el texto de referencia) y en que las reorganizaciones del estado se han hecho con el objetivo de superar las desigualdades. Estamos presenciado la caída y el rechazo de varios gobiernos y sus economías. Honduras, Venezuela, Argentina, Brasil son casos reales.
tampoco estoy de acuerdo en la parte en la que asegura textualmente "Hoy vemos una izquierda peruana relativamente fortalecida en el voto". Cuando los resultados de la votación en primerara vuelta nos han mostrado la ubicación de la izquierda fuera de carrera.
De la misma forma no estoy de acuerdo, con su selectividad en el empleo de la cultura del atropello. Quizás porque en el afán de interpretación nos dejamos llevar por una u otra preferencia o por el seguir tendencias. Respetuosamente considero que por ejemplo:
El demandar que no entre tal o cual partido, porque en anterior oportunidad otro mandatario estuvo involucrado en corrupción, es simplemente no respetar la votación/opinión de las mayorías y buscar un atropello a esos resultados.
O en el caso de los candidatos eliminados antes de la primera vuelta, que en mi personal parecer, siempre respetuosamente, considero que fue el resultado del "no cumplimiento de los requerimientos por parte de ellos mismos".
O en el caso del secretario del partido FP, acusado de lavado y relaciones dudosas, en las que simplemente no hay pruebas fehacientes, como si lo son en el caso de "reo contumaz" del vicepresidente de la alianza PPK, y que curiosamente de ello nadie habla.
Mis preocupaciones. estimado señor Solari, son los intereses en juego que podemos apreciar públicamente, que incluyen la manipulación de la opinión publica a través de artículos alejados de la imparcialidad, de programas televisivos empleando acusaciones falsas y hasta la intervención de agencias de inteligencia extranjera en desmedro de un candidato y a favor de otro, sin alguna autoridad del estado que pida las aclaraciones respectivas, claro esta como la Cepal afirma y usted recalca contra las desigualdades. Creo que a esa cultura del atropello deberíamos prestarle atención. Atentamente, reciba mis saludos.
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