Tratar de ser buenos vecinos y amigos, y cooperar
para avanzar, no anula la competencia ni impide que surjan tensiones entre
países. Las peores, por su potencial disruptivo y destructivo, son las
territoriales con implicancias militares. En el caso de Chile, confío en que,
con el veredicto de La Haya, quede zanjado nuestro último diferendo
territorial, ojalá (más) favorable a nosotros, pero que ambas partes acepten
acatarlo, cualquiera sea el resultado, a lo que se han comprometido ambos
gobiernos – lo que los enaltece. En cuanto a las diferencias y conflictos en
otras esferas, lo importante es abordarlas de manera constructiva y avanzar
para superarlas con beneficio compartido, siempre con tendencia a la mayor
integración cultural, social, económica y política posible.
Para ello es importante, además de
respetarnos, conocernos mutuamente lo mejor posible, tratar de entender al
otro, explicar y difundir lo nuestro y analizar la experiencia del otro con las
preguntas ¿qué aprender, qué errores evitar, qué no imitar, en qué cooperar, en
qué buscar sobresalir en la competencia?
Me propongo en sucesivos artículos observar
con simpatía, es decir, con sentimiento de afinidad, preocupación y
solidaridad, lo que sucede en Chile, donde estoy residiendo, y contribuir a
responder esas preguntas. Me importa que a Chile le vaya bien y cada vez mejor,
como me importa que nuestro Perú avance en todo sentido, de modo que juntos
podamos dar una mayor contribución a la unión y desarrollo latinoamericanos. Me
importa que a todos nuestros vecinos, demás países latinoamericanos y del resto
del mundo les vaya cada vez mejor, pero es respecto de Chile que puedo aportar
un granito de arena.
En ese empeño me baso en información
periodística y en las opiniones de políticos y analistas, seleccionadas a
partir de mis propias posiciones, tratando de transmitir una imagen equilibrada.
Anticipando mi orientación al respecto toco algunos aspectos de lo económico y
de lo no económico.
Tomo el emblemático caso del pisco, uno de
nuestros productos bandera, aún a riesgo de molestar a algunas personas. Está
claro que nuestro pisco es diferente y superior al tradicional aguardiente
chileno, mal llamado pisco, por ser procesos diferentes, el nuestro de mosto
fresco fermentado destilado hasta alcanzar el grado alcohólico deseado, el
chileno de vino, destilado industrialmente (principalmente por dos grandes
empresas, cooperativas), con un resultado de hasta 73 grados, para luego
rebajarlo con agua desmineralizada. La superioridad del nuestro es ampliamente aceptada
en Chile, que así se ha convertido en el primer o segundo más importante
destino de nuestras exportaciones de pisco. Además, en una época de valoración
creciente de la diversidad, Chile está en desventaja por tener prácticamente solo
pisco de moscatel y algo de torontel y otras dos variedades marginales, nosotros
una gran variedad, cuatro no aromáticos, cuatro aromáticos, acholados y de
mosto verde.
Podríamos haber logrado la exclusividad del
nombre pisco, como Francia de la champaña. Pero no lloremos sobre leche
derramada: Nadie en el Perú se había interesado oportunamente por el registro
de la denominación en el mercado mundial (aunque en las últimas dos décadas
hemos avanzado en obtener numerosos reconocimientos bilaterales, en parte de
exclusividad, y obtuvimos en 2005 un reconocimiento exclusivo en el Sistema de
Lisboa de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, pero integrado
por pocos países). Y Chile había hecho el vivo asumiendo ese nombre como propio,
incluso rebautizando en 1936 como Pisco Elqui la población de La Unión, en
Coquimbo. Hay que reconocer que el nombre de pisco para una parte del
aguardiente chileno se remonta hasta al menos fines del siglo XIX, con algunas
menciones aún más antiguas, y ya se encuentra en diccionarios de chilenismos de
inicios del siglo XX, como vocablo en uso, proveniente del Perú. La denominación
de origen pisco es creada en Chile en 1931, para las provincias de Atacama y
Coquimbo. En el Perú la denominación de origen recién es legislada en 1990,
abarcando casi toda la Costa entre Lima y Tacna.
Tomémoslo por el lado positivo, un
reconocimiento por Chile a la calidad de nuestro pisco (denominado originalmente
así en el Perú y por haber sido exportado a Chile desde nuestro puerto de Pisco
y en botijas denominadas pisco, denominación prehispánica, que recuerda los
aríbalos – nombre de origen griego aplicado a una cerámica típica de la cultura
inca). Siempre he sostenido que nos conviene una pugna fraterna al respecto, que
aumenta el interés de los consumidores internacionales por probarlo, siendo fácil
ganar en la competencia de calidad a los paladares extranjeros; y que nos ha
convenido en el pasado el pequeño pero significativo espacio conquistado por el
pisco chileno en mercados externos, por el excelente márketing, favorecido por
la calidad de sus vinos, a cuya sombra hemos podido colocar inicialmente con
mayor facilidad el nuestro.
Ahora que nuestro pisco está asociado al boom
de la gastronomía peruana, el “pisco del Perú” está superando al chileno en
exportaciones y obligando a los productores de nuestro vecino a mejorar la
calidad del suyo, sin por cierto alcanzar la del nuestro. Aumentemos juntos y/o
compitiendo fraternalmente la cuota de mercado internacional para el pisco y
ganemos esa competencia por los mercados más exigentes con nuestro “Pisco del
Perú”, al amparo también de nuestra floreciente marca país.
Un caso de mucho mayor magnitud e importancia es
la minería. Perú y Chile están entre los grandes países mineros y entre los primeros
en producción de cobre (siendo Chile de lejos el mayor productor, cuatro veces
mayor que nosotros). Algunas de las más grandes empresas mineras del mundo se
encuentran en ambos países. La minería genera en cada país una gran red de
proveedores de bienes y servicios, creadores de ingresos y de empleo, que constituyen
un cluster crecientemente competitivo en cada país. Hay pocas, pero crecientes
inversiones peruanas relacionadas con la minería de Chile y viceversa. Mientras
más entrelacemos nuestras actividades en este campo, como supercluster
binacional, más podremos aprovechar ventajas de escala y de competitividad frente
al mercado mundial.
Otro es el caso de las frutas, en que Chile
nos lleva muchas décadas de adelanto en el mercado mundial, con eficaz
aprovechamiento de la producción de contraestación respecto del hemisferio
Norte. Sin embargo nosotros tenemos, además del efecto contraestación, la gran
ventaja, por la diversidad de climas, de poder ofrecer una mucho mayor variedad
de frutas de calidad y durante más meses por año. En los últimos lustros las inversiones
chilenas en fruticultura en el Perú se han multiplicado, aprovechando estas
ventajas, no sin producir tensiones y conflictos por el uso creciente de
tierras y agua y de carácter laboral. Pero también han contribuido, junto con
importantes inversiones peruanas y de otro origen, no solo a un enorme salto en
la tecnología, producción y exportación y su aporte al PIB y al empleo,
nacional y de varias regiones, especialmente de la Costa, sino también a
constituir un cluster frutícola con servicios para técnicas productivas y de
márketing avanzadas que favorece nuestra competitividad.
En estos y otros ámbitos debemos tener cuidado
con la prepotencia de algunos empresarios y ejecutivos chilenos, en parte autocriticada
y remediada, pero seguir aprovechando know how, servicios y mecanismos de
comercialización en la competencia común con otros países.
Tenemos con Chile también una gran afinidad
cultural, ancestral y moderna, y compartir iniciativas culturales resulta para
nosotros de gran ventaja. Incluso, por ejemplo, los grandes eventos musicales
que prefiere nuestra juventud y los pequeños, como los de música clásica, son
mucho más factibles por el imán del mucho mayor mercado cultural chileno, que
además permite reducir costos.
En Chile vivimos más de 50 mil peruanos, entre
ellos empresarios, especialmente exitosos en la gastronomía peruana, muy bien
acogida, pero principalmente trabajadores, incluyendo a gran número de
trabajadoras del hogar, muchas de ellas especialmente apreciadas por su buena
relación con niños y su buena dicción en castellano, así como por sus dotes
culinarias. Un porcentaje significativo de estos trabajadores regresa después
de algunos años al Perú con un pequeño capital y con nuevas competencias y
perspectivas, enriqueciendo nuestro tejido social y económico, así como acá han
aportado positivamente al chileno.
El indispensable fortalecimiento de nuestra
institucionalidad en todas las dimensiones nos debe también ayudar a que, en
estas relaciones, sean respetados los derechos de nuestros conciudadanos y
empresas y del país en su conjunto, e igualmente de las personas e intereses de
Chile en nuestro país, a la vez que a aprovechar mejor nuestra cooperación.
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