Nunca imaginé que
alguna vez escribiría un artículo sobre el Papa, y menos, dos seguidos. Pero el
interés mostrado por varios lectores y la importancia del tema me llevan a
ampliar mis reflexiones a partir de lo que conocemos de las opiniones anteriores,
cuando Bergoglio aún era arzobispo o cardenal. Reiterando mi aprecio por su persona
y que tengo expectativas globalmente positivas, considero importante insistir
en los aspectos que califiqué de sombras, en que sus posiciones pueden resultar
dañinas para nuestras sociedades, tanto o más que las de su antecesor, en la
medida de su mayor legitimidad e influencia.
Me preocupan
principalmente las convicciones que expresa sobre asuntos de sexualidad, pero
también su insistencia en ver la obra del Diablo en posiciones contrarias a la
suya. Espero que sean matizadas en la práctica.
Incluso actualmente estas
posiciones son en parte ignoradas hasta por algunos en la jerarquía
eclesiástica, como sucede en muchos países en los que la Iglesia Católica no es
mayoritaria o ha perdido peso en el poder político, especialmente en Estados
Unidos, Canadá y el Norte de Europa. Hay episcopados que aceptan administrar
anticonceptivos a mujeres violadas o tienen mayor comprensión para el uso del
preservativo para prevenir el sida. Y felizmente parecen ser mayoría entre los
católicos, incluidos muchos en posiciones políticas relevantes, quienes,
conservando su fe y algún grado de relación con su Iglesia, no aplican en la
práctica sus prescripciones sexuales, entre otras.
Entre las sombras de
las opiniones de Bergoglio destaca obviamente la condena de los anticonceptivos
y del aborto. No entiendo la resistencia a los anticonceptivos y considero, por
ejemplo, inmoral e inhumano el extremo de que la Iglesia Católica impida en
muchos países, en particular en África, la repartición de condones para frenar
el avance del sida.
En cuanto al aborto,
considero que es preferible evitarlo, principalmente por los riesgos físicos y
sicológicos para la madre. Pero en muchos casos resulta ser el mal menor, al
menos en los primeros meses, cuando el feto incluso pasa por estadios previos a
nuestra condición de mamíferos y es una persona humana potencial, pero no lo es
aún, y es aún parte de la madre y totalmente dependiente de ella
fisiológicamente. Incluso la naturaleza tiene mecanismos de aborto espontáneo, muy
frecuentes en el primer mes (de modo que la mujer ni se entera) - en total
hasta de un 15% de los óvulos fecundados.
Considero que, sin ser
deseable, es lícito y debería ser legal recurrir al aborto en los primeros
meses por decisión de la madre, ojalá adecuadamente asesorada en lo médico y
sicológico y realizado en las mejores condiciones posibles. Las políticas al
respecto deberían ser laicas y no eclesiásticas. Que las iglesias se ocupen de
quienes quieren hacerles caso.
Entiendo a quienes,
convencidos de que la persona existe con plenos derechos desde el momento de la
fecundación, se oponen consecuentemente al aborto en todos los casos – como
entiendo la lógica de otros fundamentalismos, pero considero a todos nefastos
cuando logran imponerse.
Prefiero a quienes
son inconsecuentes ante demandas apremiantes de la realidad, como es el caso de
violaciones y de malformaciones congénitas severas. Pero entonces no entiendo
que no acepten ampliar ese criterio a lo que es no solo un problema moral y
económico, sino de salud pública, el enorme número de abortos en condiciones
sanitarias deplorables para las pobres, con muchas muertes y efectos graves
para la salud de las madres, pero, en el otro extremo, asequibles bajo algún
eufemismo para las mujeres con mayores recursos. Es una de las facetas de
nuestras enormes inequidades.
En Chile se estima
que hay unos 200 mil abortos al año; hay quienes consideran exagerada la cifra,
pero, aunque fuera “solo” la mitad, es una realidad espantosa debida a las
condiciones derivadas de la ilegalidad. También en el Perú se estima en cientos
de miles los abortos clandestinos cada año, y el aborto figura en un destacado
lugar entre las causas de muerte de mujeres. ¿Estas vidas no valen nada? Valoro
la compasión ex post que preconiza y practica Bergoglio, pero valoraría mucho
más una compasión ex ante.
Entre las sombras
está también la oposición al divorcio civil. Pero incluso allí se van matizando
las posiciones en la práctica. La Iglesia Católica, a través de la derecha,
impidió en Chile hasta la década pasada la aprobación del divorcio. Pero luego
de aprobado, ha dejado de ser tema y hasta muchos católicos de derecha se
divorcian. Y, quienes tenían las necesarias conexiones y poder económico y político,
siempre han podido divorciarse, a través del resquicio legal de la nulidad o bajo
la figura de una licencia papal especial, uno de los tantos servicios de la
Curia. En el Perú es saltante el caso de nuestro expresidente Manuel Prado,
pero dista de ser un caso aislado.
Y por supuesto no
coincido con la apreciación de Bergoglio de que el ateísmo priva al hombre de
una parte esencial, la espiritual.
Pero no nos
quedemos solo con lo oscuro, retomemos también lo claro.
Bergoglio ha
escrito: “La dignidad la tenemos por el trabajo, porque nos ganamos el pan, y
eso nos hace mantener la frente en alto. Pero cuando el trabajo no es lo
primero sino que lo primero es la ganancia, la acumulación de dinero, ahí
empieza una catarata descendente de degradación moral. Y termina esta catarata
en la explotación de quien trabaja.” … “y empieza a crecer el afán de dinero
insaciable.” (2011)
Se puede
interpretar como una prédica anticapitalista, pero no debería ser vista así,
sino contra los excesos del capitalismo y contra el parasitismo, así como
contra el estalinismo y sistema soviético, contrarrestados por la democracia gracias
a los movimientos sociales y los reformismos socialistas y liberales.
Bergoglio no ha
asumido, como lo hizo su orden bajo el padre Arrupe, la Teología de la
Liberación, que ha sido en general positiva, aunque con algunos excesos
individuales en su tolerancia hacia e incluso compromiso con partidos
violentistas, lo que Bergoglio expresa así: “en la teología de la liberación
hubo desviaciones y excesos, pero también miles de agentes pastorales,
religiosos, religiosas, laicos jóvenes, maduros y viejos, que se comprometieron
como lo quiere la Iglesia y constituyen el honor de nuestra obra”. Un
reconocimiento valioso.
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