Todo era una farsa, por supuesto. Un montaje destinado a engañar y apaciguar a la opinión pública indignada por los privilegios que goza el hermano del presidente Ollanta Humala.
Por ejemplo, dicen que han instalado un bloqueador de celulares y que los presos usan para comunicarse un teléfono fijo inalámbrico. Pero resulta que este último también sería anulado por el bloqueador. En verdad, era un montaje.
La realidad es que Antauro seguirá disfrutando de los privilegios que tenía antes, aumentados y extendidos. Por ejemplo, cuando lo trasladaron al Hospital Militar, en Navidad y año nuevo, tenía una oficina perfectamente equipada desde donde se ocupaba de sus múltiples negocios.
En una instalación militar, controlada por la gente que han designado Ollanta Humala y el coronel (r) Adrián Villafuerte, Antauro será realmente el Pachacutec al que todos rinden pleitesía.
La visita organizada por el INPE hace recordar a las que arreglaba Stalin a la Unión Soviética, que muchas veces dejaba embobados a sus ingenuos visitantes. Quizás la más famosa es la que realizó el vicepresidente de los Estados Unidos Henry Wallace en 1944, en plena segunda guerra mundial, a las minas de oro de Kolimá, en Siberia, donde existía un espantoso campo de trabajos forzados.
Los soviéticos desaparecieron el campo: quitaron las alambradas de púas y las torres de vigilancia que rodeaban el lugar y escondieron a los prisioneros en barracas, fuera de la mirada de los visitantes. Años después un sobreviviente contó que los tuvieron encerrados viendo películas.
Disfrazaron de campesinos a policías gordos y rozagantes y los mostraron a los invitados, que quedaron deslumbrados por lo bien que vivía la población.
Los supuestos trabajadores estaban felices. Wallace escribió que era un placer “escuchar a la gente cantando mientras caminaban a lo largo de la orilla del río, el joven tocando la guitarra y el acordeón”. (“Soviet Asia Mission”, 1946).
Owen Lattimore, otro de los visitantes, escribió en la revista National Geographic acerca de lo bien alimentados que estaban los trabajadores, con pescado, tomates, pepinos y melones. (“New Road to Asia”, diciembre 1944).
La verdad era la opuesta. Un prisionero polaco, Anatol Krakowiecki, describió la realidad: “de la mina de oro, viene una procesión de fantasmas humanos. Estos hombres han debido de asumir un trabajo penoso, como animales, durante toda la temporada de verano. Los animales se habrían rebelado o habrían muerto. El hombre soporta más que ellos. Explotados toda la estación, han terminado como esqueletos. Es difícil comprender como estos hombres están todavía con vida. Sólo la piel y el hueso, sin exageración. Estos seres, en otro tiempo hombres, completamente destrozados físicamente, ya no son necesarios a la mina de oro, porque su productividad es nula. Así, estos hombres medio muertos son destinados al mantenimiento de carreteras.”
Según Robert Conquest, la tasa de mortalidad entre los prisioneros llevados a Kolimá, una de las regiones más frías del planeta, era el 30% el primer año y casi el 100% en el segundo. En total murieron unos tres millones entre 1937 y 1953 en Kolimá.
El gobierno ha usado la misma técnica de Stalin, solo que al revés. Aquí han enseñado una severa prisión en la que, por supuesto, no habitará Antauro.
Pero Antauro es incontrolable. Tarde o temprano sabremos más de él.
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