jueves, 25 de marzo de 2010

HIJOS DE LA CRISIS 15: LA FALACIA DE LOS MERCADOS EFICIENTES / Fernando Villarán

Uno de los mejores libros sobre la crisis mundial del 2008-2009 es “El origen de las crisis financieras” de George Cooper (subtítulo: “Bancos centrales, burbujas financieras y la falacia de los mercados eficientes”). Vintage Books, New York, December 2008. No solamente está muy bien escrito, con fino humor inglés, toca temas novedosos y relevantes, sino que tiene el mérito de haber sido escrito por un “insider” del sistema financiero. Cooper es presidente de una empresa de inversión (Alignment Investors), ha trabajado durante toda su carrera en Goldman Sachs, Deutsche Bank y JP Morgan.

La tesis central del libro es que el fundamento de la teoría económica liberal y neoliberal: los mercados se autorregulan por una “mano invisible”, son intrínsecamente estables y asignan eficientemente los recursos, es falso.

Si bien no es su propósito principal, durante la primera parte del libro, el autor hace evidente cómo los economistas ortodoxos, convencionales, que algunos llamamos neoliberales, y allá llaman “partidarios del libre mercado”, no aceptan, ni utilizan, los conceptos de “burbujas de precio” (price bubbles), ni “contracciones violentas del crédito” (credit crunch), tampoco los “ciclos de expansión-recesión” (boom-bust cycles). Para ellos todos estos fenómenos son comportamientos naturales, propios de los mercados, fluctuaciones normales de precios y cantidades de dinero que se auto corrigen, por los mecanismos internos del mercado. De estas certezas se deriva su convicción de que es necesario dejar solo y libre al mercado, evitar cualquier tipo de intervención por parte de los Estados. Los problemas en la economía no pueden tener su origen en el mercado, todos ellos vienen por la intervención de los Estados, de manera que nadie puede meterse con la mano invisible que mira todo y maneja todo eficientemente.

Una de las pruebas (sutiles) para detectar a un economista (o periodista, que abundan, u hombre de negocios) neoliberal, ortodoxo, libre-mercadista, republicano, conservador, o como quieran llamarlo, es que no acepta el concepto de “especulación”. Para ellos no hay mercados especulativos, actividades especulativas, ataques especulativos a activos, monedas o países, no existe nada de esto. Se trata de movimientos normales de los mercados en los que algunos individuos o empresas crean y aprovechan las oportunidades para generar ganancias extraordinarias; que el final, no son sino premio a su inteligencia.

Habiéndose liberado de todos sus propios prejuicios y falacias que aprendió en las universidades y bancos anglosajones, Cooper encara cada uno de estos conceptos y situaciones (las burbujas, los crunchs, los busts y la especulación) y los explica de manera brillante, con una lógica implacable, diría científica, y al mismo tiempo, con esa cierta desaprensión y distancia que tienen los ingleses.

Una de las ideas centrales del libro (es imposible tratarlas todas), con la que estoy plenamente de acuerdo, es que los mercados no son todos iguales, que como se sabe, es una de las principales premisas, o dogmas, de los economistas liberales y neoliberales. Los mercados de bienes y servicios (sector real) son muy diferentes de los mercados de activos (assets), los mercados de crédito y los mercados de capitales. (Desde mi punto de vista existen tres mercados: bienes y servicios, financiero y de valores, pero este no es el punto central). El punto es que, bajo la premisa de que todos los mercados son iguales y se comportan igual, y que la mano invisible actúa por igual en todos ellos, es imposible prever y menos evitar las crisis como las que hemos vivido. En realidad los economistas de Wall Street se fueron caminando directo hacia el precipicio, en fila india, con los ojos vendados. Y como son tan individualistas, ni siquiera gritaban cuando se caían, para al menos alertar a los que venían detrás.

Una segunda idea es que el aumento del crédito a los trabajadores y la clase media, en lugar de beneficiarlos a ellos (que al final tienen que pagar las deudas o entregar las garantías-casas, como efectivamente ha sucedido), aumenta proporcionalmente las ganancias corporativas. Es la primera vez que veo una relación de este tipo, tan directa; que ciertamente resulta muy relevante en esta crisis, en la que el sobre endeudamiento de la población norteamericana ha jugado un papel central.

Una tercera es que el verdadero peligro en estas crisis son los booms (crecimiento explosivo) del crédito, y no tanto los booms de los precios de bienes y servicios, o incluso, de activos. Las consecuencias de esta tesis son inmensas: la labor principal de los bancos de reserva en todo el mundo debe ser controlar y evitar los booms crediticios; es decir, pinchar y reventar las burbujas cuando todavía están pequeñas, en sus inicios.

Una cuarta idea es que los mercados financieros y de valores son esencialmente inestables. Mientras que en los mercados de bienes y servicios (sector real) las fluctuaciones del precio de un bien (por ejemplo una subida, resultado de un exceso de demanda) atrae inversiones que aumentan la oferta, que hace que luego de un tiempo baje el precio del bien, y de paso generan empleo y desarrollo; en los mercados financieros, los aumentos de precios (producto de un golpe de demanda exógeno) generan más demanda por ese activo, que hace subir todavía más el precio, y lo hace aun más atractivo, hasta el infinito. Esto lo explica con ejemplos muy inteligentes, sólidos y al mismo tiempo, didácticos; por cierto, sin utilizar elaboradas formulas matemáticas a las que nos tienen acostumbrados los economistas neoliberales, y que sólo han servido para oscurecer los fenómenos económicos. 
En realidad, Cooper no pretende ser original en esto, reconoce el trabajo pionero del economista norteamericano Hyman Minsky, alumno de Joseph Schumpeter en la Universidad de Harvard y seguidor de John Maynard Keynes; el que desarrollo, en varios artículos y libros, su “Hipótesis de la inestabilidad financiera”.

De esta tesis, a la que le dedica más espacio en el libro, se desprende una quinta idea, que es particularmente atractiva. El autor divide a los economistas en tres grupos: (i) los que creen que los mercados financieros son estables y se autorregulan, y que por lo tanto piensan que los bancos centrales no deben existir (aquí ubica a Milton Friedman como su exponente principal), (ii) los que piensan que los mercados financieros son inestables y que por lo tanto se requiere de la presencia e intervención de los bancos centrales, y (iii) los que creen que los mercados financieros son estables, pero al mismo tiempo plantean que los bancos centrales son necesarios. El se ubica en el segundo grupo, y si bien discrepa con los del primer grupo, los respeta porque son coherentes. A los que no entiende, y yo tampoco, es a los del tercer grupo de economistas, no sólo porque son contradictorios e inconsecuentes con sus propias ideas, sino sobre todo, porque una vez a cargo de los bancos centrales, no saben para qué están allí, no saben qué hacer, y terminan embarrando peor las cosas. Como efectivamente ha ocurrido en muchos países del mundo.

Finalmente, y para no hacer muy largo este artículo, Cooper plantea que la causa principal de la crisis mundial son las ideas económicas equivocadas. En sus propias palabras: “Si la culpa sobre la crisis debe ser puesta en algún lugar, ese lugar tiene que ser la comunidad económica, por haber escogido promover sus equivocadas teorías sobre los mercados eficientes y autorregulados, cuando hay una tremenda evidencia que las contradice” (pag. 171, traducción del autor).

Es de lectura obligatoria para todos los que les interesa sacar las lecciones de la crisis y evitarlas en el futuro; en particular, para los que trabajan en los bancos centrales de todo el mundo. La bibliotecaria del BCRP debería pedir, de inmediato, un lote para todos los directores del banco, todos los gerentes, y paso, unas copias más para regalarlas a los periodistas neoliberales que siguen hablando de economía como si no hubiera pasado nada; sin darse cuenta que, hace rato, están calatos.
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