Nuevamente, como por arte de magia sísmica, el brutal terremoto de Chile ha despertado acá alarma y ha activado conciencias preventivas dormidas. Otra vez, poblamos los medios, las ondas, incluso la discusión callejera, con conversas sobre lo que pasaría –en Lima, sobre todo, porque nuestro ombliguismo capitalino funciona hasta en eso- si (“¡Dios no lo quiera!”, dicen los más beatos) aconteciera un sismo de similar magnitud.
Pero las reiteradas declaraciones del ingeniero Ronald Woodman, presidente del Instituto Geofísico del Perú –hace poco en El Comercio, antes en ‘La Hora N’ y, en general, ¡hace años!- revelan una feroz falla estructural en nuestras instituciones y mentalidades: resulta que hace meses pedía una alerta local contra los tsunamis, resulta que no le respondían nada y resulta que hasta el Congreso se le vació cuando fue a hablar sobre el tema.
Los congresistas que estuvieron ese día no salieron del recinto por temblor alguno. Salieron porque sufren de una enfermedad colectiva que nos ataca a todos gravemente. Adolecemos de una necedad anti-preventiva, creemos que los sismos, o los fenómenos de diverso tipo, o no ocurrirán o si ocurren bueno, pues, Dios nos ayudará. Si hay algo en lo que no somos –y perdonen el término huachafo y algo manido- pro-activos es en esto.
Entrado el siglo XXI, tenemos una escasa, escuálida cultura de prevención. Ausencia que, por cierto, se expresa en una falta de institucionalidad sólida para enfrentar los eventos naturales o de otro tipo. Defensa Civil (DC) existe, ha crecido, pero no tiene mayor autoridad (salvo cuando todo ya se ha venido abajo, como en el caso de Pisco) y aún así, no es, digamos, la gran entidad que hace sentir plenamente segura a la población.
La web de la DC pareciera decir lo contrario. El SINPAD (Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres) ha ganado hasta un Premio ‘Excel Gob 2007’ al ‘Mejor Esfuerzo’, otorgado por la OEA. ¿Quién se entera? ¿Se siente? Hay mucho de esfuerzo, seguramente, pero algo de inevitablemente opaco en su presencia. Defensa Civil somos todos, pero solo algunos se sienten involucrados, autoridades incluidas.
Es una cuestión de normas, pero también de imaginario y prácticas (por eso hablamos de ‘cultura preventiva´). Hace poco, un amigo, dueño de una lavandería, recibió un llamado de la DC diciéndole que irían tal día para una inspección. Los esperó, contrito, pero no fueron. En el Cusco, se insiste en que Aguas Calientes no debe estar allí, en el cauce de un río que no pide permiso, pero, normal, no se hace caso y continúa el negocio.
Y, claro, después tenemos al Ministro de Comercio Exterior y Turismo, Martín Pérez, diciendo, cuando las aguas bajaron un poco, que ‘se reiniciará la campaña para atraer turistas’. Del problema de que Aguas Calientes esté allí, ni un carajo (al menos público). No sorprende. La ministra Aráoz, tampoco se interesó por los reclamos del ingeniero Woodman, como el presidente García no tiene la prevención en su floro continuo.
¿Es nuestra karmática idiosincrasia? No lo creo. Así como en otras áreas del conocimiento hay lumbreras que estudian, luchan, trabajan y se rajan por su tema, en el área de prevención de desastres, y sismología tenemos varios expertos que, desde hace décadas, claman por una mayor cultura preventiva. Allí están los ingenieros Julio Kuroiwa, Alberto Giesecke, Mateo Casaverde, Ronald Woodman, Julio Escobar.
Han sido y son verdaderos patriarcas de la prevención de desastres, pioneros de la Defensa Civil, casi apóstoles de la sismología, pero se les trata como una zapatilla. Piden una alerta local para los tsunamis, u otras cosas, y les hacen esperar meses, cuando no años, hasta que, como ha sido el caso, un terremoto en Chile hace que la Presidencia del Consejo de Ministros baje el dedo y suelte la plata, que sí corre fácil para otras cosas (1)
¿Hay derecho a basurearlos de ese modo? No, por supuesto. Pero acaso una de las cosas que se nos escapa, con una facilidad impresionante, es que la prevención de desastres es, en buena medida, un asunto de derechos humanos. Si el Estado no garantiza la seguridad ante sismos, si no tiene alertas tempranas contra fenómenos naturales peligrosos, si no vigila las construcciones, está desprotegiendo, de manera flagrante, el derecho a la vida.
Claro, no se ve en el instante, se percibe solo un riesgo potencial y, por tanto, parece algo imaginario. Pero, en rigor, las muertes en un terremoto son más causadas por la falta de prevención que por el movimiento en sí. Si las autoridades –en todos sus niveles: local, regional, central- no crean un escenario de protección propicio, mezcla de conciencia educativa, participación y leyes rigurosas, mandan a los ciudadanos al matadero sísmico.
O a las fauces de un desastre que, debemos insistir, no es ‘natural’, es social. Porque la naturaleza no mata, no es ‘desastrosa’, simplemente actúa de acuerdo a sus leyes, a veces dislocadas, pero no se enfurece con intención alguna. Si, definitivamente, no acabamos con ese ‘chip’, si seguimos creyendo que es la voluntad de Dios, o la maldad del entorno, no cambiaremos y seguiremos entregándonos al suicidio colectivo auto-cumplido.
¿Qué hacer? La tarea es ardua, pero sobre todo urgente. La prevención de desastres debe ser, como ha señalado Augusto Álvarez Rodrich, un tema de debate electoral, algo que se les debe exigir a las autoridades y los candidatos. El gobierno actual, a su vez, debe tener una sacudida grado 10, para darse cuenta de que este asunto tiene ribetes sociales, culturales, geopolíticos, tecnológicos. Es una cuestión de Estado suprema en el Perú.
Junto con eso debería haber reformas legales y revoluciones educativas que nos hagan entender en qué suelo, mar y montañas vivimos. La generación de patriarcas sísmicos tiene derecho a ver al menos parte de su tarea cumplida. De lo contrario, navegaremos siempre en la inconciencia, en la dejadez y, finalmente, en la estupidez. Y, cómo no, en la pobreza, porque un país sin prevención es un país desgraciado, condenado al espanto.
(1) Increíblemente, la PCM anunció el martes 2 de marzo, tres días después del terremoto de Chile, que daría el dinero para la alerta contra los tsunamis. ¿Y si no había sismo en el sur? ¿Se iba a dar después del próximo tsunami?
1 comentario:
Muy buen artículo. Felicitaciones,
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