Las proteínas (cadenas de aminoácidos) son fundamentales para la
estructura (principal componente de las células), regulación, defensa y otras
funciones del cuerpo; las hay valiosas y en cantidades significativas, no solo
en las carnes y leche sino también en huevos, legumbres, cereales integrales,
cereales andinos, papas, camotes, castañas amazónicas (nueces del Brasil),
nueces, almendras, algas (en particular el cochayuyo), granos germinados, chía y
muchos otros productos, incluidas algunas frutas y hortalizas.
Al combinar, en particular cereales integrales con legumbres, en una
comida o durante el día, los alimentos de origen vegetal pueden generar
proteínas completas, como las de alimentos de origen animal, sin las toxinas de
éstos (lo que hacen viables la alimentación vegetariana y la vegana -ésta mucho
más complicada en cuanto evitar carencias de nutrientes esenciales,
especialmente para niños).
Los seudocereales y cereales andinos (quinua, cañihua -su pariente
cercano-y kiwicha/amaranto andino) contienen los aminoácidos considerados
esenciales para los humanos en la alimentación (por no poder ser producidos por
nuestros cuerpos), en alto porcentaje, además de grasas y minerales
importantes, y no tienen gluten, por lo que son alimentos sobresalientes.
Muchos insectos y larvas tienen un alto nivel de proteínas de fácil
absorción, y muchos otros nutrientes, también hierro –importante donde se
acostumbra consumirlos o hay disposición para probarlos.
La soya destaca por su alto contenido proteico y de otros
nutrientes, y su bajo precio, pero su inocuidad es fundamentadamente
controvertida, por problemas para su asimilación y por efectos hormonales, además
de ser en general transgénica, con muchos residuos de pesticidas, por lo que no
es una opción saludable; tampoco la mal llamada leche de soya, en particular
para niños y adolescentes.
Pero hay modos de preparación de la soya que la hacen más tolerable
para el cuerpo, y, al parecer, beneficiosa como complemento alimenticio, gracias
a largos procesos de fermentación, como el tofu y el miso; en suplementos
alimenticios industriales también es de más fácil asimilación, pero de todos
modos implica una carga mayor para el hígado que otros alimentos, lo que
aconseja limitar la cantidad de ingesta y evitar el consumo frecuente y
prolongado.
El gluten es una combinación de proteínas -no esenciales para el ser
humano-, parte importante de las proteínas del trigo, cebada, centeno o avena,
que, por causas genéticas, son tóxicas para algunas personas, provocando
trastornos, principalmente de tipo autoinmune, como la enfermedad celíaca, que
se estima afecta comprobadamente a un 1% de la población en Europa y Estados
Unidos, o la sensibilidad no celíaca, con síntomas parecidos pero no reacción
autoinmune, o alergia, éstas probablemente menos de un 1%.
La enfermedad celíaca, producción de anticuerpos que atacan las
paredes intestinales e interfieren con la absorción de alimentos, lo que a su
vez favorece y agrava otras enfermedades, se manifiesta con todos o algunos
síntomas como diarreas -pero también estreñimiento-, gases, dolores
articulares, alteraciones cutáneas, anemia, cansancio, dificultad de
concentrarse y trastornos sicológicos como ánimo cambiante hasta depresión,
trastornos del sueño, jaquecas y migrañas, pérdida de peso, sistema
inmunológico debilitado que favorece aparición de enfermedades.
El mayor problema de la intolerancia al gluten es que sus síntomas se
confunden con los de otras intolerancias y enfermedades, salvo en bebes al
momento de iniciar alimentos con gluten, y que sigue teniendo nula o insuficiente
atención de muchos médicos.
El diagnóstico seguro requiere de pruebas de sangre y, si son
positivas, biopsia del duodeno para confirmar, pero una persona que tenga varios
de los síntomas, incluso intermitentes y cambiantes, y sin otras causas
evidentes, puede avanzar un autodiagnóstico con períodos de varias semanas sin
alimentos con gluten para detectar una posible relación, y evitar el gluten por
completo si la diferencia es notoria (es posible que se produzca un efecto
nocebo, lo contrario de placebo, que también lleva a mejora por mecanismos
sicológicos); la ausencia de síntomas no significa que la enfermedad esté
curada, pero sí una evolución menos dañina.
Como es complicada y más costosa la alimentación sin gluten, es
conveniente hacer un diagnóstico médico para no asumirla innecesariamente.
El gluten es de difícil digestión para muchas personas que no tienen
la intolerancia, de modo que conviene en general disminuir la ingesta de
alimentos con gluten, en especial de trigo (que lo contiene más y contiene además
otras sustancias que pueden provocar sensibilidad).
Contienen gluten incluso productos de cereales sin gluten, como
arroz y maíz, por agregados para su procesamiento y apariencia, y la cerveza y
diversos licores (en discusión si lo contiene el whiskey).
Las manifestaciones de intolerancia en muchas personas aumentan con
un incremento de la ingesta, pero, como se puede manifestar incluso con
cantidades ínfimas de gluten, en particular la alergia, hay que considerar que
solo insumos integrales sin gluten garantizan que no haya gluten agregado
intencional- o accidentalmente; recientemente hay indicaciones oficiales voluntarias
en diversos países para que la industria etiquete como libre de gluten, cuando
realmente lo pueden garantizar.
El cuerpo requiere grasas naturales ¡tanto insaturadas como
saturadas!, incluido el colesterol, pero se debe reducir (o eliminar) el
consumo de las saturadas –de origen animal- y eliminar el de grasas trans
(incluso prohibidas en algunos lugares).
Las grasas no desnaturalizadas por refinación son importantes por
muchos micronutrientes, incluidas las vitaminas liposolubles (A, D, E, K), o por
permitir absorberlas para las células del sistema nervioso y cerebro y para
muchas otras funciones.
El colesterol es elemento estructural de las células, fundamental
para el sistema nervioso, precursor de la vitamina D, de hormonas y de las
sales biliares.
El colesterol llamado malo no proviene principalmente de alimentos
con colesterol sino que también es fabricado por el cuerpo, y es malo cuando,
debido a un metabolismo dañado por mala nutrición u otros factores, excede la
cantidad que el cuerpo sí necesita, lo que es generado principalmente por las
grasas hidrogenadas de los alimentos industriales.
Las grasas trans son las producidas por frituras, por horneado a
altas temperaturas (especialmente en galletas, snacks y costras de pan, también
en el concolón del arroz) y por hidrogenación (margarinas); las grasas trans
comienzan a ser producidas a partir de los 150 grados, con aumento rápido a
medida que aumenta la temperatura.
Todo aceite pierde sus cualidades nutricionales y se vuelve
progresivamente tóxico cuando se oscurece por la temperatura y cuando se
enrancia (y adquiere un sabor feo).
La mantequilla, preferentemente sin sal (en particular la
artesanal), es mucho menos nociva que las margarinas, y, en pequeñas
cantidades, puede ser beneficiosa, por ser la grasa animal más integral y de
más fácil digestión; hasta la manteca es menos nociva que las margarinas,
aunque en mucho menor grado que la mantequilla.
Las mejores grasas son las de aceites obtenidos por prensado en
frío, como el aceite de oliva virgen extra –mejor extra virgen- y el de coco
(no confundir con el de palma aceitera, junto con el de soya el más usado en el
mundo).
Es importante aumentar el consumo de grasas Omega 3, porque la
alimentación occidental moderna contiene un exceso de Omega 6, en una
proporción que puede llegar hasta 20:1 en cada persona, cuando recientes
investigaciones recomiendan un máximo de 2-4:1, con 1:1 como óptimo; esta
desproporción propicia el sobrepeso, favorece las inflamaciones y contribuye al
desarrollo de muchas enfermedades graves, en especial cardiacas, presión
elevada y reumáticas, incluso depresión.
Como es prácticamente imposible alcanzar esa proporción, excepto en
pueblos de pescadores artesanales, tiene sentido tomar un suplemento de Omega 3
(cápsulas de aceite de pescado, mejor de krill), además de preferir carne de
animales que pastean o se alimentan de alfalfa, y huevos de corral, para
reducir lo más posible la desproporción.
El de lejos mayor aporte de Omega 3 en proporción a lo consumido lo
obtenemos de los pescados azules -anchoveta, sardina, caballa, jurel, bonito,
atún-, en menor medida salmón y trucha.
Es importante que el suplemento de Omega 3 sea de calidad
garantizada y lo más fresco posible, ya que se enrancia bastante rápido – no
exceder plazo de vencimiento.
El exceso de Omega 6 proviene principalmente de los aceites
refinados (el de lejos peor, de girasol –con una proporción de 122:1-, luego
los de maíz, soya y palma, pero también de los cereales –alrededor de 10:1- (de
los que nos resulta difícil prescindir) y, en menor medida, de las carnes de
animales con crianza industrial; la quinua contiene mucho Omega 6 y poco Omega
3 (10:1), pero por sus demás cualidades es de todos modos muy recomendable.
También a este respecto es fundamental aumentar el peso de los
vegetales en nuestra comida, ya que, si bien su aporte de Omega 3 no es alto,
está más o menos en cantidad similar al de Omega 6 y, en varios, es mucho más
alto, lo que ayuda a mejorar el balance general; en particular tienen esa
característica las coles y sus parientes, el poro, la espinaca, los rabanitos,
la papaya, y, en menor medida, pero siempre con relación favorable, la papa,
pepinillo, plátano y piña; una altísima proporción de Omega 3 lo tienen el
sacha inchi y la chía.
Conviene evitar o reducir lo más posible el uso de aceites refinados
y el de margarinas (éstas, como excepción, para frituras, si, por costo, no se
dispone de una alternativa mejor).
No se debe reutilizar el aceite, manteca o margarina usados en
frituras y hay que evitar las partes del producto carbonizadas por horneado, tostado,
brasa o parrilla, también el concolón quemado (aunque sean ricas).
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