sábado, 23 de mayo de 2009

DISEÑO: ACCIÓN POLÍTICA/ Sandro Venturo


Vamos a conversar del diseño como una actividad que tiene implicancias y consecuencias políticas. Lo que sigue es una reflexión ideológica que apenas tratará los aspectos profesionales del diseño, que no abordará ninguna cuestión técnica ni metodológica. Es ideológica porque me interesa compartir con ustedes algunas digresiones acerca de los supuestos y los impactos de la experiencia del diseño en nuestra sociedad.

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En la actualidad la noción de diseño reúne a un conjunto amplio de actividades creativas: arquitectura, diseño gráfico, diseño textil, diseño industrial, diseño de interiores, en fin, todas ellas orientadas a hacer de la vida una experiencia funcional y al mismo tiempo agradable. Un vaso no sólo es un recipiente de líquidos, es también un objeto que forma parte de una escenografía cotidiana donde todo o casi todo (incluyendo el espacio mismo) busca representar el carácter o el estilo de las personas que conviven dentro de dichas escenografías, dentro de estos espacios que contienen a su vez objetos con significado.

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Pero el mundo del diseño no sólo propone una experiencia sensorial con sentido, también se pregunta por la funcionalidad (eficacia / eficiencia) de las actividades humanas.

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Diseño es, según el diccionario, una actividad previa a la experiencia (dibujar, trazar, delinear, designar....), sin embargo, en los catálogos de diseño lo que se nos presenta son los productos: una línea de ropa, un ensayo fotográfico, una colección de afiches, una antología de edificios, y así sucesivamente. Para el sentido común, para la gran mayoría de consumidores e incluso para gran parte de los propios diseñadores, exponer "diseño" pasa por presentar productos, no necesariamente las ideas que los originan, no los debates acerca de las ideas o las concepciones que le dan sentido a las tendencias que los consumidores sigue automáticamente.

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 El trabajo del diseñador es un pequeño eslabón de una cadena de producción, distribución y consumo en la que se juegan intereses de diversa índole: económicos, políticos, culturales y, claro está, narcisistas. Por ello, diseñar es también negociar permanentemente, con uno mismo, con los capitalistas, con los proveedores, con los clientes, con todos los involucrados en este proceso.

No existe creativo fuera del mundo, a menos que se haya creído el cuento decimonónico del creador tocado por la divinidad.

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La noción del diseño que compartimos proviene de la revolución industrial, esto es, la producción de manufacturas a gran escala y a precio unitario a la baja. Por ello no debe sorprendernos que hayamos pasado del diseño masivo y anónimo, a las propuestas de diseño provenientes de corrientes o vanguardias –pienso, como todos, en Bauhaus que proponía una idea de sociedad mejor-, y que en las últimas tres décadas el diseño sea gobernado por marcas, sean éstas marcas de autor o corporativas.

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Cambió el mercado y con él también las dinámicas sociales y culturales. Acaso uno de los factores más relevantes para el actual panorama del diseño esté asociado a la “democratización” de las modas y el hedonismo. Lo que antes era exclusivo de las aristocracias sociales y culturales en arquitectura, diseño textil y decoración, por solo citar algunas disciplinas del diseño, hoy se ha extendido a sectores sociales que también han sofisticado y diversificado su consumo. Casi todos los grupos sociales, digo los “integrados al mercado”, consumen “diseño” porque ofrece una experiencia de integración social y cultural, de modernización y cosmopolitismo, que compite los canales tradicionales de integración, a saber, el mercado laboral y la participación política.

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El diseñador, como todo creador, se enfrenta consciente o inconscientemente a la imagen de Dios: cada vez que inventa algo está re-creando el mundo.

El diseño propone configuraciones de los cursos de acción de las personas. Señala pistas y referencias, El diseño constituye espacios, condiciona nuestros cuerpos. Cristaliza identidades. El diseño propone formas de vida. Favorece unas, desanima otras. Siempre toma partido. Diseñar es tomar decisiones. Diseñar es impactar para bien o para mal en la vida de la gente. Diseñar es hacer política.

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El arquitecto, como todo diseñador, cuando prefigura tiene una idea del tipo de sociedad que está proponiendo, es decir, del tipo de relaciones sociales que va a promover y, a su vez, está contribuyendo a levantar un paisaje que determinará en el largo plazo la identidad y el cosmos de su comunidad.

Un diseñador que no es consciente de las consecuencias de su obra no sólo es irresponsable sino que se pierde la oportunidad de potenciar su propio trabajo, de llevar al límite su propia creatividad.

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En pocos años el ciudadano que no sepa "leer" y "escribir" imágenes vivirá como "analfabeto visual" y, tal como sucede en nuestros días con los analfabetos, tendrá serias dificultades para desenvolverse en su sociedad.

En el caso de los diseñadores la cosa es más grave. Muchos diseñadores son analfabetos visuales: no tienen dominio sobre el lenguaje que producen a pesar de que son diestros en el uso de aplicaciones gráficas, a pesar de que son hábiles para adecuarse a la última versión del software de diseño gráfico.

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Los diseñadores, por lo menos en el Perú y en países como el nuestro, son formados para repetir los discursos visuales predominantes. Detestan el debate teórico, le temen al “floro” y por eso lo descalifican. Tienen un uso intuitivo del color, se guían por el buen ojo, no porque hayan experimentado con las fuentes y los límites de las paletas de color disponibles, sean impresas, analógicas y electrónicas. No saben componer, es decir, no sólo no tienen dominio sobre la gramática y las múltiples posibles sintaxis del discurso visual sino que, inclusive, no están entrenados para reflexionar acerca de lo que hacen y de las consecuencias de lo que producen.

La mayoría de diseñadores desconocen los procesos del mercado en el que participan, no tienen idea de por dónde van los debates acerca del diseño que ellos repiten mientras se ponen al día en las revistas internacionales de diseño, impresas o vía web, no sospechan siquiera cuáles son las relaciones de su labor con otras disciplinas y terminan siendo autores subordinados al cliente que detestan, al jefe de mercadeo que los dirige, al productor ejecutivo del lugar en el que laboran.

Muchos de los diseñadores que he conocido en estos últimos veinte años apenas han visitado una imprenta y preferirían realizar sus obras sin contacto con sus contrapartes. Los diseñadores que conozco, y son muchos, no tienen siquiera conciencia de las consecuencias políticas de su trabajo y del potencial transformador de sus realizaciones.

¿Se puede desarrollar una trayectoria profesional relevante de esta forma?

 (Fragmentos de la charla en el Centro de la Imagen / miércoles 20 de mayo)

1 comentario:

Fernando Montalván, Editor dijo...

Sin ánimo de molestar; el post me recuerda la corrección que le hizo a Alan García, César Hildebrandt, en vivo y en directo, y es que la palabreja no es DISgresión sino digresión: efecto de romper el hilo del discurso y de hablar en él de cosas que no tengan conexión o íntimo enlace con aquello de que se está tratando.
Muy cordialmente,
FM.