miércoles, 16 de septiembre de 2009

CENTRALIDADES Y EMERGENCIAS: CHACALÓN Y POLLOCK /Andrés Solari Vicente


El texto que expuso Venturo y glosó Alvizuri sobre la cultura chicha, la semana pasada, motivan estas reflexiones. De los varios temas que se encuentran vinculados, creo importante señalar dos procesos que ayudarían a construir una metáfora para explicar la complejidad de lo que está pasando en el Perú.

Por un lado, el proceso por el cual los márgenes tienden a constituirse en centros, como propiedad intrínseca de éstos bajo circunstancias favorables. Deleuze y Guattari lo establecieron como centralidad de los márgenes. Por el otro, el proceso de emergencia, mediante el que un subsistema puede irrumpir (emerger) convirtiéndose en sistema, e incorporar a los elementos y relaciones del sistema (dominante) anterior como partes rearticuladas ‑aunque conflictivas‑ dentro del nuevo sistema.

Centralidad de los márgenes y emergencia, serían procesos verificables en diversos tipos de dinámicas, y no necesariamente peliagudos y violentos, ni tampoco siempre tersos y mesurados, como se desearía. Se conciben varias modalidades, no sólo por las peculiares características internas sino por la diferente manera en que los contextos pueden condicionarlos o intervenirlos, provocando, de la misma forma, tanto aceleramientos y mejoras como obstrucciones y distorsiones. De todas formas, estos procesos no conllevan un desprecio apriorístico por los centros.

Chacalón fue el resultado cumbre de un proceso portentoso de más de cuatro décadas de proliferación rizomática (Deleuze y Guattari), sin plano ni plan previo, espontáneo y con direccionalidad múltiple. Evolucionó a partir de la cumbia colombiana simplificada por los músicos de la Amazonía peruana en componentes que conservaban la estructura rítmica básica. Desde donde volvió a transformarse, sintetizada por músicos andinos e impregnada con melodías y tonalidades nuevas, transmutándose en “cumbia andina” nostálgica y dulzona, que al poco tiempo recibió el aporte de músicos de la costa, enfocados en las nuevas poblaciones urbanas de migrantes. Se agregaron instrumentos electrónicos y se ampliaron los sistemas rítmicos, dada la influencia de la música afroantillana.

El resultado fue una cumbia que integró estas tres vertientes (cuatro, si consideramos la raíz colombiana) y “regresó” en los años 90’s a Colombia con fuerte popularidad, al punto que llegó a ser de los ritmos que más se bailan en los centros nocturnos de barrios de ingresos medios y bajos. Hasta hace 5 años existían en Bogotá varios cumbiódromos en donde había (hay) fotos de homenaje a Chacalón. (Ello no significó que la cumbia colombiana tradicional decayera). Sucedía también que en presentaciones y fiestas Chacalón y La Nueva Crema, en virtud de los músicos invitados a tocar con ellos, fácilmente salseaban sus cumbias e incluso incorporaban fraseos jazzeados en algunas interpretaciones.

Ha sido (y sigue siendo) una evolución cultural sin territorialidad específica, con espacios casi disueltos, gitánicos, nómades, sin fronteras y transgresora de antiguos linderos y prejuicios. Puede entenderse como parte de la emergencia rizomática de esta misma centralidad de los márgenes. Chacalón fue una expresión integradora mayúscula, de la mejor calidad posible dentro de su propia circunstancia, con mayor visión, carisma y proyección que otros. Tongo es una versión menor en esta línea, quizás más fácilmente aprovechable y vulnerable a la manipulación ideológica, política y mercantil por el poder de las elites.

Al hacerse centralidades los márgenes adquieren capacidades de centros, entre éstas, la de proyectarse sobre sus contextos. Perú ha venido exportando (y lo sigue haciendo seguramente) cumbias andinas y chacaloneras a Colombia, Ecuador, Chile, Bolivia y Argentina, por la radio, grabaciones y presentaciones directas.

¿Hubo acaso políticas de apoyo para mejorar calidades musicales y capacidades de proyección? No, desgraciadamente. Y este punto conduce al tema de la variedad de maneras en que se influyen e intervienen estos procesos, que no se conciben encapsulados e irreversibles ni en las versiones más románticas sobre marginalidades, sino más bien, como multiformes y discontinuos.

Una de estas maneras es el uso de políticas estatales de promoción de tendencias artísticas. Un ejemplo de los más notables, ocurrió en los años ’50 del siglo pasado durante el enfrentamiento entre algunas expresiones artísticas. Por un lado, las que se generaban en los países dominados por las burocracias autoritarias a cuya cabeza estaba la URSS, y por otro, las de los países capitalistas occidentales. En ambos, los organismos de inteligencia intervenían encubiertamente para condicionar y sostener a los artistas que tenían producciones que suponían convenientes a sus intereses.

En Europa, los artistas plásticos no‑figurativos no habían recibido apoyos de ningún tipo para llegar a hegemonizar y ser la centralidad de los procesos. En Estados Unidos, predominaban a sus anchas las corrientes figurativistas, cuya supremacía sería disminuida por acciones gubernamentales. En el libro de Frances Stonor Saunders, La CIA y la guerra fría cultural (2001, Debate, Barcelona), entre otras cosas, la autora muestra cómo es que Jackson Pollock fue financiado y promovido por la CIA, más allá de sus clásicas funciones, para convertirlo en pintor de gran renombre. Estas intervenciones de apoyo, especialmente para los artistas plásticos no-figurativos más abstractos y estrafalarios, los trasformaron de marginales en centralidades artísticas. Se divulgaban sus obras, se facilitaban sus exposiciones, se promovían entrevistas, se conseguía para ellos espacios privilegiados en los medios, se compraban sus obras a precios exorbitantes (volviéndolos inmediatamente apreciados y famosos). Todo para convencer que en Occidente las expresiones artísticas podían ser todo lo extravagantes y adefesieras que se quisiera porque había libertades plenas. Estoy lejos de cuestionar la validez artística de las expresiones no‑figurativas, pero varios de estos pintores, de haber carecido de apoyos hubiesen seguido siendo marginales.

Las élites del poder intervienen en estos procesos para intentar reorientarlos y manipularlos a favor de sus intereses, si no encuentran fuerzas opositoras. Las experiencias hablan principalmente de intervenciones sobre (o contra) los movimientos sociales que suelen acompasarse con estos procesos artísticos y culturales, como en el caso del movimiento hippie y el rock, como ha mostrado Daniel Estulín.

La estigmatización tiene el riesgo de hacer perder a las élites segmentos de mercado y posibilidades de manipulación en otros campos, principalmente en el político. La otra opción es cooptar (asimilar) social y mercantilmente a estas expresiones ‑antes marginales‑ dentro de ámbitos más fácilmente manejables, como la televisión por ejemplo, en encuadres ideológicos absorbentes y avasalladores. Obviamente, estos mecanismos no son siempre planeados ni totalmente reflexivos, como podría suponerse.

Los márgenes van hacia los centros, pero no como tendencia inmanente, entre otras cosas, porque los poderes elitistas tratarán regularmente de manipularlos antes que adoptar la pluralidad cultural y la inclusión social y política como principios rectores de democracia. Los medios para ello son diversos: el racismo, la cultura de exclusión, el miedo, la discriminación, la represión física, etc. La eclosión cultural de los márgenes en su búsqueda de centralidad y en reintegración social de sus propios espacios locales (provinciales, por ejemplo, o el mismo Chacalón percibido como “poder de los cerros”), causa injustificados pavores en las élites peruanas cuando se convierte y manifiesta en irrupciones políticas articuladas, pero además por no ser expresiones depuradas, cultivadas ni decantadas.

Pero si es así, un extravío de la intelectualidad peruana (o de los sectores con evoluciones diferentes) habría sido permanecer divorciada de estos procesos y en actitud de retroalimentar desconfianzas. No digo que se vacilen con Tongo. Me refiero a vinculaciones e integraciones multiformes y multivérsicas con esta variedad de procesos socioculturales y políticos para aprender del otro (sin buscar sustituir visiones), para estimular evoluciones y soluciones en diversos sentidos (sin idealizar saberes de ningún tipo). Si Gastón Acurio, y otros chefs de similares calidades, se hubiesen quedado en sus huariques culinarios y sociales, la gastronomía peruana no hubiera tenido este notable impulso a nivel mundial. ¿Está sucediendo esto mismo con la política y con las demás expresiones populares? No, salvo atisbos poco visibles. Creo que prevalece un cierto desprecio a sotto voce que dice “O son puros y cultivados, o no merecen mi interés y simpatía”. Quizás por ello también todavía tenemos una política y una economía como la actual.Creo que si no se transgreden las diversas fronteras que imponen los prejuicios del actual horizonte mental, la reconfiguración social del Perú no será promisoria, la realidad seguirá siendo fangosa, acorralada entre círculos viciosos depredatorios, democracias endebles, utopías fracasadas y espíritus de exclusión diseminándose como esporas en todo tipo de direcciones. El amor y la heterodoxia son energías principales que empujan la historia.

1 comentario:

Fredy Roncalla dijo...

Hola, exelente articulo, que aparte de la musica trata del importante tema de la marginalidad y la centralidad y las diferentes dinamicas de cooptacion desde el poder. Y el final ensaya una estrategia con miras al futuro, creo que hay para mas. Lo unico es que Pollock no tine vela en este entierro y le seccion, mucho para conversar, invito al autor a continuar este tema en
http://hawansuyo.blogspot.com/
Gracias