martes, 25 de agosto de 2009
UN VISTAZO A LA POLÍTICA CHILENA/ Alfredo Stecher
Chile está entrando de lleno en la campaña electoral que determinará si la Concertación, frente amplio de centroizquierda, logra un quinto mandato consecutivo. Ha gobernado ya con Aylwin y Frei (Democracia Cristiana), Lagos (PPD) y Bachelet (Partido Socialista), habiendo ganado las últimas elecciones por un ajustado margen en segunda vuelta contra la Alianza de derecha encabezada por Joaquín Lavín (UDI) y por Sebastián Piñera (Renovación Nacional).
La presidenta Michele Bachelet ha colocado la valla bien alta: en contra de temores y expectativas iniciales, ha logrado un notable y amplio reconocimiento, con una popularidad de más del 70% (la reciente encuesta de Ipsos le otorga un 77,5%), debida principalmente a su autenticidad, con seriedad, transparencia y preocupación social. Lo que más se le reconoce es su compromiso con la política social, en particular con la reforma del sistema previsional, políticas de Estado para los niños, que incluyen la implementación a gran escala de cunas para aliviar la carga a las familias trabajadoras y fomentar condiciones más igualitarias desde la infancia, políticas de Estado para el adulto mayor, una nueva política de vivienda, y la reforma de la educación (expresada en la reciente aprobación de una nueva Ley General de Educación, con énfasis en la calidad y en la equidad, y en el aumento de un 50% de los recursos, actualmente en un 4.6% del PBI).
Un aspecto importante del gobierno de Bachelet es la capacidad de generar acuerdos con la oposición para lograr el apoyo del Parlamento y del Senado, en donde la Coalición ha perdido su precaria mayoría inicial, en particular para la reforma previsional. Un caso emblemático es el del sistema de transporte Transantiago, cuya implementación comenzó a inicios de 2007, percibido como el gran fracaso de la ingeniería social desde el Estado. Sus evidentes y graves errores están siendo progresivamente corregidos. El interés compartido de quienes creen serán el próximo gobierno, ha permitido un acuerdo de financiamiento del Transantiago y de sistemas de transporte en las regiones hasta el año 2014 (con algunos aspectos financieros controvertidos aprobados en el Parlamento gracias a oportunas ausencias de algunos diputados de la Oposición).
La popularidad de Bachelet no es compartida sin embargo por el conjunto del gobierno de la Concertación. Sin llegar ni remotamente a los extremos a los que llega en nuestro país, hay un fuerte descrédito de la política y de los políticos, con una percepción de búsqueda del poder por el poder (con disputas menudas) y de burocratización, que lleva a una reducción de la participación electoral (voto voluntario) y a un ambiente de búsqueda de cambios.
Hasta hace medio año la opción en la escena electoral era continuar con lo regular conocido o apostar por las promesas de cambio de la oposición de derecha, que para este efecto ha conformado la Coalición por el Cambio, encabezada por Sebastián Piñera. Con ella han atraído a dos expresidentes del PPD (los senadores Flores y Schaulson) y hacen esfuerzos por incluir al senador Adolfo Zaldívar, ex presidente de la DC. Éste se apartó de la Concertación para formar su propio partido y lanzar su candidatura presidencial (alrededor de 1% de intención de voto), y actualmente coquetea principistamente con ambos frentes políticos.
La UDI, el partido mejor organizado y con mayor arraigo popular de esa coalición, quiere imprimir a la campaña de Piñera "un compromiso con los sectores populares, de inspiración cristiana, y partidario de la economía social de mercado", donde lo cristiano implica un predominio del Opus Dei y lo popular un grado importante de populismo. En cambio RN es un partido más cercano al gran capital moderno, más laico, más audaz en materia de reformas políticas, pero de todos modos socialmente muy conservador. Ambos fueron formados en función de la campaña por el sí de la Constitución de Pinochet, que fue derrotada. Curiosamente Piñera constituye una excepción por haberse manifestado en esa oportunidad por el no.
En los últimos meses se ha producido una gran sorpresa: ha aparecido un outsider sui géneris, de dentro del establishment político, el ya cuatro veces diputado del PS y de la Concertación Marco Enríquez-Ominami (MEO), que también enarbola la bandera del cambio. A diferencia de candidaturas más bien marginales como las del Partido Comunista, del Partido Humanista y de otras agrupaciones menores, MEO ha remecido la escena política.
Es hijo de Enríquez, máximo dirigente del MIR asesinado por la Junta Militar, hijo adoptivo de Ominami, senador de la Concertación. Lo llaman Marquito, cariñosa o despectivamente, en alusión a su juventud. Parece ser inteligente, articulado, amplio, pragmático, con un manejo político responsable, más propositivo que crítico, eso sí, con cierta arrogancia y con osadías políticamente incorrectas que lo hacen a la vez más atractivo y desconcertante, por ejemplo su no distanciamiento de Hugo Chávez y su afirmación de que en materia de la relación con Bolivia es pinochetista (en el sentido de más dispuesto a concesiones para mejorar las relaciones hacia una integración). Los tres temas que prioriza en la campaña son una profunda reforma del sistema político, una priorización radical de la educación y una reforma tributaria.
Su salida de la Concertación y lanzamiento como candidato independiente se produjo en ocasión de la negativa de la Concertación de realizar primarias nacionales más allá de un simulacro regional en el que la amplia victoria de Frei (pero con un respaldo significativo al ninguneado MEO) sirvió de pretexto para proceder a una proclamación de Frei desde las cúpulas de los partidos, para presentar una “imagen de unidad”.
Entre enero y marzo tuve la sensación de que ganará Piñera. Luego he pensado que puede ganar Frei (que no parece entusiasmar a nadie), si logra pasar a segunda vuelta, por el respeto que inspira, según las encuestas, como estadista, por la inclinación hacia lo conocido, en particular hacia ex mandatarios, y por la profunda desconfianza de las bases de la Concertación hacia los políticos de la derecha. Si bien la victoria de Frei sigue siendo probable, ya no es tan seguro como parecía hace pocos meses.
Según Ipsos, Piñera obtiene casi 36% de intención de voto en primera vuelta, Frei 23% y Enríquez-Ominami le pisa los talones con cerca de 21%; para la segunda vuelta las opciones son Piñera 45.5% - Frei 38.1% o Piñera 43.6% - MEO 40.3%, lo que lo convierte de candidato expectante en candidato viable.
Sea cual sea el resultado electoral, MEO de todos modos ha insuflado ya aires de renovación a la política chilena, aunque paradójicamente, si ganara, gobernaría con el respaldo parlamentario y de cuadros políticos de la Concertación.
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