La historia del Perú está llena de posibilidades importantes que se abrieron y luego se cerraron sin dejar mayor provecho. Trátese del descubrimiento de recursos naturales –el guano, el caucho, el petróleo, los minerales o la anchoveta– o de oportunidades de refundar el ordenamiento básico del país –como con Belaunde en 1963, Velasco en 1968, Vargas Llosa en 1990 o Paniagua en 2001–, lo que los peruanos han demostrado que saben hacer mejor es desaprovechar las oportunidades que surgen y tienen ante sí.
Hay países que tienen mucho menos oportunidades en su historia. Algunos, como Guatemala con los acuerdos de paz, tampoco las aprovechan. Otros, como Noruega con el recurso petrolero, parecen saber aprovecharlas. En el Perú, en cambio, las oportunidades han sido relativamente numerosas y han sido sistemáticamente desaprovechadas.
El despilfarro de Fuerza Social es la más reciente de esas historias de pérdida que el país sabe repetir. Habiéndose abierto a este embrión de izquierda una ocasión inmejorable en la campaña municipal de Lima en 2010, el liderazgo de Susana Villarán supo capitalizar en una apuesta esperanzada el sentimiento anti-partidos que prevalece en el país. El electorado limeño creyó ver en ella a alguien distinto, en quien se podía confiar y, pese a la feroz campaña de mentiras y calumnias, derrotó a la candidata de los partidos tradicionales, respaldada en el apoyo del gobierno y los medios de comunicación.
No obstante, en el liderazgo de FS se entreveraban dos visiones del futuro político. Una parecía dibujar los rasgos de una nueva izquierda, democrática y, para ello, libre de categorías y fijaciones del pasado. La otra, por el contrario, propugnaba “reconstruir Izquierda Unida” invocando como tótem a Alfonso Barrantes, como si esa no hubiese sido una historia de fracaso y frustraciones –otra oportunidad perdida–, cuyo mal raigal se halló precisamente en los rasgos esenciales de la vieja izquierda.
La circunstancia de la competencia electoral de 2011 ha forzado una definición pronta y ha ganado la visión conocida en las últimas décadas, plasmada esta vez en una alianza con grupos y sectores que no aportan nada para la creación de una fuerza política de veras nueva y distinta. Detrás de esa decisión probablemente hay un cálculo político, ciertamente equivocado, que llevará a FS, perdido el rumbo, a afianzarse como otro de los grupúsculos de los que está lleno la penosa historia de la izquierda en el Perú.
El empequeñecimiento de FS que resultará de las elecciones presidenciales de 2011 le restará fuerza y perfil para desarrollar exitosamente la grave tarea de gobernar Lima, que tiene en sus manos. Sus dirigentes han regalado a su feroz oposición de derecha un flanco más para ser atacados y denostados. Que no se quejen de lo que les venga por ese lado: esta vez se lo han ganado.
Quien ha perdido, una vez más, es el país. Que hoy en día sigue sin contar con partidos políticos dignos de ser llamados tales. Ni en esa derecha reaccionaria y agresivamente intolerante, atrincherada en los medios de comunicación desde donde siembra confusión y miedo; ni en esa izquierda tradicional, donde las ambiciones personales y grupales, teñidas de autoritarismos tributarios de Lenin, prevalecen sobre cualquier visión de largo plazo. Pese a sus discursos, en las dirigencias políticas muy pocos son los que piensan en el interés general y miran al largo plazo.
El panorama de las mejores oportunidades perdidas deja en 2011 al electorado frente a la misma opción –resignada, modesta y carente de ilusión– de los últimos veinte años: cómo elegir al mal menor sin equivocarse.
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