jueves, 27 de febrero de 2014

FILANTROPÍA Y CAMBIO SOCIAL / Alfredo Stecher

En el siglo XIX, el fantasma del comunismo, ideas potentes encarnadas en los movimientos obreros y políticos socialistas, luego socialdemócratas y comunistas, estimuló enormes cambios en el sistema capitalista (aún mucho más entrelazado con rezagos feudales) y en los sistemas políticos e ideológicos que lo sostenían –y sostienen. Considero que los dos principales fueron el estado de bienestar y de regulación estatal impuesto por el canciller del imperio alemán, Bismarck, en el último cuarto del siglo XIX, que irradió hacia muchos otros países; y el Concilio Vaticano I, convocado por Pio Nono en el mismo período, así como, hacia fines del siglo, la encíclica Rerum Novarum (de los nuevos asuntos, la relación entre el capital y el trabajo), de León XIII, que dieron un giro socialmente más positivo a la doctrina de la Iglesia Católica e inspiraron el socialcristianismo.
Este fantasma fue anunciado y alimentado por el Manifiesto Comunista, de Marx y Engels, de palpitante actualidad en muchos aspectos, tanto en su denuncia de los males y abusos del sistema capitalista como en su reconocimiento de su capacidad de impulsar el progreso. Lamentablemente ellos mismos y luego Lenin creyeron que el capitalismo se había vuelto reaccionario y que solo una revolución socialista podría traer progreso. Lo que esto trajo fue la tragedia de la URSS bajo Stalin, y sus secuelas, y de Alemania y del mundo bajo Hitler.
Efectivamente el capitalismo ha estado siempre aparejado de mucha desigualdad e injusticias, pero también ha seguido trayendo consigo enormes progresos, tanto económicos como sociales. Las desigualdades, medidas con el índice de Gini, después de disminuir un largo tiempo en los países más desarrollados, han vuelto a acentuarse en las últimas décadas. Pero al mismo tiempo han ido disminuyendo a escala mundial, en la medida en que la globalización tiende a nivelar las diferencias de salarios entre los países extremos, a tal punto que actualmente muchas empresas, en vez de invertir en China o desinvirtiendo parte de lo invertido allá, están invirtiendo no solo en otros países en desarrollo sino que han comenzado a relocalizarse en EEUU. Se mantiene y sigue apareciendo mucha pobreza, pero la vida de los pobres de hoy, siendo terrible para muchísimos millones, es incomparablemente menos angustiosa y precaria que la del siglo XIX, también de gran parte del XX, y que, hace solo unas décadas, en el caso de China, India y otros países menos desarrollados.
Constatarlo no es motivo para no seguir luchando contra lacras, abusos e ineficiencias del sistema, por disminuir las desigualdades y eliminar la pobreza, pero sí es motivo para evitar retrocesos reaccionarios y caminos bien intencionados que obstaculicen las tendencias positivas o hasta consigan lo contrario.
Sigue habiendo expresiones perversas y terribles de la codicia sin fin, tan bien caricaturizada en la reciente película El lobo de Wall Street, y con consecuencias tan funestas como la crisis financiera del 2008 y la depresión desencadenada, o la parte oscura, por ejemplo, de corporaciones internacionales de alimentos, medicamentos, semillas y agroquímicos, que denunciamos. Pero una parte aún minoritaria, pero creciente, de capitalistas y ejecutivos, va adquiriendo visiones más complejas y empáticas de la realidad, en consonancia con cambios culturales generales en nuestras sociedades, y comparte la intención de generar un mundo más vivible para todos, con cambios al interior de las empresas, mayor compromiso con la calidad de sus productos y servicios, y en la responsabilidad con su entorno y con sus clientes. Mucho de eso es producto de luchas de trabajadores, consumidores, partidos políticos y diversas instituciones, en parte a través de presiones y regulaciones de los Estados, pero también de cambios en los medios de comunicación, de investigaciones y divulgaciones, y, en general, de cambios en la esfera ideológica. El liberalismo económico extremo está siendo socavado y modificado por ideas políticas liberales y sociales.

Una de las expresiones de esto es la nueva filantropía, otro fantasma (exagerando un poco) que recorre el mundo.
Desde la antigua Grecia la filantropía es el amor a la humanidad, traducido por Jesús como amor al prójimo. Como caridad y solidaridad ha estado siempre presente en todas las sociedades y estratos sociales.
Hay para ello razones sicológicas de nuestra condición humana. La generosidad hacia el extraño en problemas corresponde a algo instintivo, innato: el primer impulso ante la desgracia ajena es a la cooperación, graficada en la escena de San Martín de Tours, en el siglo cuarto, compartiendo una de sus dos elegantes capas con un indigente desnudo.
Además, el sufrimiento ajeno incomoda a la mayoría de las personas (lamentablemente no a todas) y, junto con tratar de ignorarlo, estimula a buscar hacer algo al respecto, aunque con frecuencia sean solo arranques de generosidad simbólicos o muy marginales.
Un estudio sicológico reciente ha demostrado que la empatía, en sentido amplio, produce satisfacción, activando la misma zona del cerebro que en casos de recompensa y placer, el núcleo accumbens. Es decir, también hay un componente egoísta.
En todo caso en todos los estratos sociales el amor por la humanidad o el prójimo ha sido un factor positivo, con manifestaciones diversas.
Por supuesto que, en la inmensa mayoría de personas de todos los estratos y ocupaciones sociales, el impulso a la cooperación es inmediatamente frenado por el instinto de defensa y de conservación de lo propio, que hace que solo un tipo de personas santas (no las autoflagelantes) o de líderes muy sacrificados lo hayan hecho predominar en su vida –algo no necesariamente muy fructífero- y que no sean mayoría quienes son persistentes en el impulso positivo. Pero las minorías más filantrópicas han hecho y hacen mucho por cambiar el mundo para mejor, con sus acciones y con su ejemplo.
Es cierto que las acciones buenas de algunas personas no anulan ni compensan las malas de otras, y que pueden ayudar a enmascarar lacras del sistema imperante, pero también contribuyen a generar fuerzas sociales e ideológicas que se contraponen a ellas en busca de cambios, y con frecuencia a evitar que las sociedades caigan en los extremos más macabros y perversos de espirales de la maldad y de la venganza.
La filantropía en un sentido más restringido se refiere usualmente a personas con grandes recursos que destinan parte de ellos, a veces todo, a fines benéficos, en vez de acumularlos o heredarlos. Muchas veces esto se ha expresado, en combinación con la aspiración a tener entornos más positivos y prestigiosos, por ejemplo, en ámbitos urbanos, principalmente con iniciativas para equipamientos y otros bienes públicos. Y, como todo lo humano en su complejidad, con frecuencia también para lograr indulgencias, para ganar prestigio, para vender más, para ostentar poder, para lograr lealtades políticas, etc.
El mecenazgo, desde la Antigüedad y renacentista, nos ha legado muchas obras de arte maravillosas, teniendo por objetivo inmediato principalmente la satisfacción de las ansias artísticas de los soberanos y sus cortes, y, en gran medida, la función de consolidar un poder simbólico fundamental para su hegemonía. Ha ido evolucionando hacia tener también como objetivo el proveer a la sociedad de bienes públicos, como museos, bibliotecas abiertas, centros de artes musicales, instituciones educativas y de investigación, piscinas y baños públicos, entre otros.
La nueva filantropía expresa el sentimiento empático, generalmente combinado con diversas otras motivaciones, en un nuevo contexto intelectual. Simplificando, la filantropía se ha expresado siempre en la ayuda al prójimo con algún aporte desde la situación personal lograda, a escala limitada, o abandonando ésta, para ayudarlo compartiendo sus penurias y/o sus luchas. Desde el siglo XIX, aparte del mecenazgo, se expresaba además en acciones para formar o fortalecer instituciones progresistas, particularmente en la educación y cultura. La nueva filantropía busca transformar en parte la conciencia social y aspectos de la realidad, directamente o promoviendo lo replicable por otros, o resolver problemas de los menos favorecidos a mayor escala, muchas veces internacional, para mejorar las condiciones de vida y las capacidades de producción. Y esto no solo de parte de empresarios acaudalados sino también de profesionales y artistas económicamente exitosos.
Impresionado por la enorme cantidad y variedad de filántropos en la actualidad, y la poca conciencia acerca de su importancia para el mundo, me propongo ir mencionando ejemplos para contrarrestar esa falencia. No nos debemos alimentar solo de noticias y denuncias sobre crisis, guerras, terror y abusos, que por cierto sí hay que combatir. Debemos ir fortaleciendo una cultura de optimismo constructivo, ver el vaso medio lleno, sin ignorar y sin dejar de denunciar que también está medio vacío, pero también promoviendo conciencia de que es más fácil que se vacíe a que se llene más.

lunes, 24 de febrero de 2014

Alfredo Stecher/ TRANSGÉNICOS, CIENCIA Y SALUD (2)

El informe de Seralini en 2012 sobre su investigación de 2 años (ampliación de su estudio inicial de 9 meses en 2007) con ratas alimentadas con dietas que contienen maíz transgénico de Monsanto, con y sin el herbicida Roundup y solo con Roundup (glifosato), señala que las ratas hembras en el grupo tratado murieron más temprano y con mayor frecuencia que las del grupo de control, y también desarrollaron tumores mamarios más tempranamente (que podrían transformarse en cáncer). Los machos mostraron niveles de congestión y necrosis de hígado más elevados y nefropatías de riñones. Los autores subrayan que el 76% de los parámetros bioquímicos alterados estaban relacionados con los riñones. Concluyen que son necesarias más investigaciones. Algo totalmente razonable.
Seralini considera, con razón, que la reacción de EFSA reivindica su investigación. Resumo aquí sus comentarios ante la controversia generada, en que refuta las acusaciones más frecuentes:
·         Frente a quienes lo consideran un estudio de cáncer mal diseñado, Seralini sostiene que es un estudio de toxicidad crónica, explícitamente no de carcinogénesis.
·         Afirma que es el único estudio de largo plazo del maíz NK603 y del pesticida Roundup, con el que éste está asociado.
·         El estudio usa la misma variedad de ratas usada por Monsanto, que es además la más comúnmente utilizada en ese tipo de investigaciones. Esta variedad tiene una propensión similar a la de los humanos a desarrollar tumores, que aumenta con la edad, por lo que es también la variedad preferida y recomendada de investigaciones sobre carcinogénesis.
·         Utilizó el mismo número de ratas que los estudios de la industria, solo que por dos años en vez de cinco o seis semanas, distinguiendo los efectos del TG de los del pesticida y midiéndolos con mayor frecuencia que Monsanto.
·         Si su estudio no prueba que el TG testeado es peligroso, con mayor razón hay que aceptar que los estudios de la industria no pueden probar que sea seguro.
·         Los tests habituales más cortos no duran lo suficiente para ver efectos de largo plazo como tumores, daño de órganos y muerte prematura. Los primeros tumores recién aparecieron después de cuatro a siete meses de la investigación.
·         Tanto la industria como los reguladores se equivocan al no considerar biológicamente significativos los efectos tóxicos encontrados en los estudios de Monsanto.
·         Son numerosos los estudios que muestran efectos tóxicos de los TG en animales de laboratorio y de granja y del Roundup (el glifosato de Monsanto) en su sistema endocrino.
Seralini informa que el costo de su investigación ha sido de 3,2 millones de euros.
Hasta aquí Seralini.
Partidarios de los transgénicos denuncian que el financiamiento a Seralini proviene de entidades ambientalistas –David contra los gigantes, lo que, sin que descalifique su investigación, refuerza la exigencia de estudios independientes.
La antes mencionada declaración de nueve científicos de diferentes países en apoyo a Seralini comienza señalando graves antecedentes de hostigamiento a científicos que han publicado estudios de riesgos de alimentos transgénicos (claro que eso no se da solo respecto de los TG). Recuerdan que por ello en 2009 veintiséis entomólogos especializados en maíz recurrieron al inusual mecanismo de enviar a la Agencia de Protección Ambiental de EEUU una carta de queja anónima respecto de la negativa de la industria de TG de permitir el acceso a TG para investigación (ésta se reserva derecho de decidir para qué pueden ser usados sus TG). Ante la presión generada, la industria suavizó ligeramente su posición restrictiva.
Informan que las reseñas en los más prestigiosos medios de difusión científica (Science, New York Times, New Scientist, Washington Post) sobre el artículo de Seralini uniformemente dejaron de balancear críticas al estudio con expresiones de acuerdo o apoyo, minimizándolas u omitiéndolas. Y señalan que muchos científicos publican artículos contrarios con falacias diversionistas, medias verdades o incluso mentiras, cuyo efecto –y a veces objetivo- es sembrar confusión.
Indican que las autoridades –como EFSA, EPA y FDA- tienen una responsabilidad importante al aprobar protocolos de investigación deficientes, con poco o ningún potencial de detectar consecuencias adversas de los TG, exigir pocos experimentos, y éstos solo a cargo de las propias corporaciones o de agentes suyos.
Consideran que los gobiernos se han acostumbrado a usar la ciencia cuando les conviene. Ponen como ejemplo al gobierno de Canadá que, después de haber encargado a la Sociedad Real de Canadá un estudio sobre TG, básicamente ignoró sus recomendaciones.
Señalan que todo esto erosiona la confianza pública en la ciencia y en las instituciones y expone a riesgos a la población. Subrayan, y coincido plenamente, que la confianza pública y la salud humana son dos valores que tenemos que cuidar.
Un problema que encontramos en todo lo relacionado con alimentos es la llamada equivalencia sustancial, que significa que un nuevo alimento o componente de alimentos es considerado sustancialmente equivalente a su similar de origen natural si tiene la misma composición química, y se concluye que por lo tanto puede ser tratado de la misma manera respecto de su seguridad. La industria usa este argumento para evitar que los nuevos genes sean considerados aditivos, lo que obligaría a más estudios y a su mención en las etiquetas.
Esto recuerda la eficaz y perniciosa propaganda de las empresas de lácteos para bebés, indicando que eran equivalentes e incluso superiores a la leche materna, inicialmente quizá de buena fe. La mayoría de los médicos, también de buena fe, hacía suya esa afirmación ingenua o mentirosa, y las empresas bombardeaban a las lactantes desde el hospital o clínica con muestras gratis para inducir el consumo. En algunos sitios lo siguen haciendo. Ha tomado décadas de campañas de científicos responsables y ciudadanos y políticos preocupados el desenmascarar ese error y luego engaño fundamentado en estudios científicos de las corporaciones.
Por supuesto que la existencia de leches industriales más apropiadas para lactantes que la de vaca es un beneficio para madres que no producen suficiente leche –o ninguna, como fue el caso de mi madre, lo que me hizo más propenso a enfermedades infecciosas, pero reemplazar la leche materna por ella es un crimen. Y también para después del destete –ojalá siempre lo más tardío posible.
Tenemos también el caso de las grasas trans artificiales, que de repente han resultado ser, de modo generalizado, sustancias dañinas a ser evitadas, pero que durante décadas han sido usadas (y siguen siendo usadas, en proporción felizmente decreciente) en la fabricación de alimentos, a pesar de crecientes advertencias sobre los peligros que entrañan para la salud.
Las grasas trans aparecen, también en la cocina casera y de restaurantes, con el calentamiento de alimentos a altas temperaturas, en particular con las frituras. En la industria se derivan de hidrogenar las grasas y solidificarlas, para transformarlas, por ejemplo, en la antes supuestamente tan saludable margarina, y para agregarlas a muchos otros productos con miras a mejorar su consistencia y sabor (para aumentar su atractivo para los consumidores) y facilitar su conservación. Así aparecen, con una alta concentración, en muchas galletas, dulces y alimentos congelados, como pasteles y pizzas, entre otros. Incluso en la década del 80, habiendo ya muchas voces críticas desde la ciencia, la industria hizo campañas a favor de las grasas trans como buenas frente a las saturadas –como la manteca- que serían malas (resultaron ser menos malas que las trans).
El consumo de alimentos con grasas trans obstaculiza el paso de nutrientes de y hacia las células y aumenta las lipoproteínas de baja densidad (LDL), o colesterol "malo", lo que eleva fuertemente el riesgo de enfermedad coronaria. Es probable que favorezca la generación de cáncer.
Ya en 1978, hace 35 años, una investigadora norteamericana de lípidos, Mary Enig, fue la primera en publicar datos relacionando el consumo de grasas trans con problemas cardiovasculares y cáncer, solitariamente en contra del amplio consenso científico y médico -expresado en investigaciones, publicaciones y su financiamiento-, que más bien recomendaba el consumo de margarinas en vez de la denigrada mantequilla. Como relata la autora en un ensayo, representantes y asesores de Kraft Foods y Unilever, obviamente preocupados por el prestigio de la ciencia, la visitaron para pedirle que se retractara.
Poco después un investigador de Harvard, interesado en averiguar la verdad, inició un estudio de ocho años de la alimentación de 85000 enfermeras. Encontró que quienes habían consumido más grasas trans habían aumentado el riesgo de una enfermedad cardiaca.
Siguieron décadas de controversia, y poco a poco más científicos y políticos fueron aceptando las evidencias, frente a la tenaz resistencia de la industria y sus científicos, ante campañas de personas e instituciones del mismo tipo que ahora tan “irresponsablemente” cuestionan a los transgénicos. Recién el año pasado la FDA recategorizó las grasas trans artificiales y expresó su intención de prohibirlas o de obligar a disminuir drásticamente su proporción en los alimentos. Y ya son prohibidos en varios estados.


Publicado por Grupo Agronegocios

miércoles, 19 de febrero de 2014

Alfredo Stecher/ TRANSGÉNICOS, CIENCIA Y SALUD (1)

Personalmente no me opongo por principio a la manipulación transgénica, expresión de avances en la ciencia, que siempre tienen potencial de aplicaciones de luz y de sombra. Si algún día, en el futuro, un conjunto de investigaciones científicas independientes demuestran que hay transgénicos cuyo consumo no implica un riesgo significativo ni para los humanos ni para el ambiente, lo aceptaré. Pero considero que, al menos en el actual nivel de desarrollo de la transgénesis, de ninguna manera pueden ser considerados seguros los TG en general, porque, con los complejos e imprevisibles cambios que la transgénesis genera a nivel proteico, los efectos en la salud son imprevisibles y requieren de investigación de largo plazo, que incluya estudios epidemiológicos, y, por supuesto independiente de los intereses económicos detrás. Estas condiciones no están dadas actualmente para ningún TG.
Por ahora me concentro en tomar posición respecto de investigaciones y estudios actuales que evidencian la existencia de riesgo en varios de los transgénicos de mayor producción y demuestran que su seguridad para la alimentación es al menos muy dudosa, definitivamente no comprobada, y que, por lo tanto, debe ser aplicado el principio de precaución.
Este tema toca las responsabilidades tanto de las corporaciones como de científicos fuera de ellas y de las autoridades.
¡En cuántos casos ha sido considerado algo como seguro que luego resultó dañino o incluso mortal!
Baste recordar el tabaco, defendido durante muchas décadas por las tabacaleras como inocuo. Tomaré solo un ejemplo adicional pertinente: durante décadas el policloruro de bifenilo (con Monsanto como su mayor productor) fue muy útil a la industria por su estabilidad química, por no ser inflamable y por otras propiedades muy útiles, usado en instalaciones eléctricas y en agroquímicos. Sus efectos dañinos fueron denunciados desde la década del 30 y la industria se resistió durante décadas a admitirlo. Recién fue prohibido a partir de la década del 70, en que había alcanzado su máxima producción anual, 700 mil toneladas. Ha causado y sigue causando inmenso daño a la salud de millones de personas, en especial a fetos, con consiguiente disminución intelectual, además de carcinogénesis y daño hepático, y daños a toda la cadena trófica, en especial de ríos y marina. Al degradarse en desechos es altamente volátil y permanece durante siglos en el agua y sedimentos (según la agencia de las NNUU es uno de los doce contaminantes más peligrosos).
También tenemos otro tipo de controversias científicas, la relativa a la contribución humana al cambio climático, que después de décadas de estudios y discusiones ha sido universalmente aceptada –excepto por muy pocos científicos.
Hay casos contrarios, no pocos, en los que algunos científicos han alertado sobre riesgos que luego resultaron no comprobados. Un caso es el del timerosal, sustancia con mercurio usada para la conservación de vacunas, en particular la hexavalente para niños, motivo de campañas internacionales en contra. En Chile acaba de ser vetada por la Presidencia una ley del Congreso prohibiendo su uso, considerando que no existe evidencia científica que pruebe las acusaciones de que puede provocar autismo y que prescindir de esta substancia encarecería notablemente la provisión de vacunas a la población. Incluso si, aunque improbable, algunos casos de autismo llegaran a ser relacionados convincentemente con el timerosal, muy triste para los afectados y sus progenitores, el beneficio de la vacunación accesible para millones de personas aconsejaría seguirlo usando, hasta que haya otro componente que cumpla la función de preservación a un costo comparable. No usar timerosal implicaría un costo significativamente más alto de las vacunas. Hasta donde puedo entender el tema, parece que el Ejecutivo tiene la razón.
Hace unas semanas me topé en Google con un artículo muy serio sobre la controversia desatada respecto de la investigación del doctor Gilles-Eric Seralini (biólogo molecular francés) y su equipo, sobre alimentación de ratas con maíz NK603 tolerante al herbicida glifosato (Roundup), una de las variedades TG más cultivadas. Un investigador alemán, Hartmut Meyer, de la Red Europea de Científicos para la Responsabilidad Social y Ambiental (ENSSER), Alemania, y Angelika Hilbeck, del Instituto de Biología Holística (IBZ) del Instituto Federal Suizo de Tecnología, y presidenta de ENSSER, informan de su estudio comparativo de métodos aplicados por Seralini, Monsanto y otras 21 investigaciones con alimentación de ratas y de estándares de evaluación de riesgo de éstos aplicados por los investigadores y por la Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria (EFSA). Ambos declaran no tener conflicto de intereses.
El estudio me aclaró algunas dudas y me animó a tocar el espinoso tema Seralini, motivo de encendidos debates entre científicos a favor y en contra. Cuando una semana después quise guardarlo, no pude encontrarlo, a pesar de una larga búsqueda, porque no recordaba los nombres ni el título exacto. Esto me hizo pensar en la conocida manipulación de ubicación de artículos en Google que realizan algunas empresas a través de otras que la tienen como uno de sus servicios.
Finalmente logré ubicarlo por medio de su mención y de un link al final de una declaración de apoyo a Seralini, de inicialmente nueve científicos de diversos países. Para interiorizarlo mejor y para quienes lo aprecien (y me lo pidan) he hecho un resumen extenso en castellano.
Las conclusiones centrales de este cauteloso estudio son que ninguna de las investigaciones es concluyente y que los problemas detectados por Seralini y otros hacen necesarias y urgentes más investigaciones de larga duración y totalmente independientes de las grandes corporaciones de las industrias de semillas, pesticidas, alimentos y medicamentos; que los estudios de Monsanto son más limitados que los de Seralini; y que hay una gran responsabilidad de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) que ha aplicado un doble estándar favorable a Monsanto al aceptar las investigaciones de ésta y no la de Seralini. Critican una parte de la metodología de Monsanto como carente de rigor científico y de justificación legal en el sistema de la Unión Europea para declarar biológicamente irrelevantes las diferencias estadísticamente relevantes entre organismos genéticamente modificados y sus progenitores -organismos de los que se derivan.
Como reacción al debate suscitado, la Comisión Europea decidió proveer fondos para un estudio propio de dos años respecto del maíz NK603, y la EFSA emitió una nueva guía para investigaciones de alimentos con ratas, más exigente, que los autores consideran positiva, aunque encuentran en ella algunas limitaciones. Además decidió dar a conocer en Internet todos los documentos relacionados con la evaluación de riesgo, lo que incluye el informe técnico de Monsanto sobre su estudio de 90 días. Monsanto ha contribuido publicando sus datos primarios. Lamentablemente esto no incluye los de seguridad respecto del glifosato por ser la confidencialidad una regla general para datos de pesticidas. Algo que me resulta curioso. Seralini al parecer aún no ha publicado sus datos primarios.
En 2013 la prestigiosa revista Food and Chemical Toxicology, que había publicado el artículo de Seralini tras su revisión por pares, decidió retirarlo con el pretexto de tener resultados no concluyentes -argumento que invalidaría a muchos otros artículos publicados por ellos mismos-, pero reconociendo no haber encontrado evidencia de fraude o tergiversación de los datos. Publicar estudios no concluyentes, una práctica muy frecuente, estimula la contribución de otros científicos.
Claire Robinson, de GM Watch, anota que la retractación de la revista había sido precedida del nombramiento de Richard E. Goodman, ex investigador de Monsanto, integrante del International Life Sciences Institute, en el recién creado puesto de editor asociado para biotecnología. Imparcialidad garantizada.


Publicado por Grupo Agronegocios

viernes, 7 de febrero de 2014

Alfredo Stecher/ DISCREPANCIA SOBRE TRANSGÉNICOS (III)

Toco en este tercer artículo la ya mencionada entrevista reciente del doctor Alexander Grobman a Materia, revista informática, en Bogotá, en la que aparece con claridad su óptica frente a los problemas asociados con los TG.
¿Por qué dedico tanto espacio y tiempo a las afirmaciones del doctor Grobman? Porque es el más destacado representante de los defensores de los TG en nuestro país.
El doctor Grobman dice con mucha razón que hay un margen de riesgo que tenemos que asumir con cada tecnología que utilizamos, que ninguna tecnología tiene riesgo cero y que la sociedad tiene que aceptar un nivel de riesgo determinado de acuerdo a un beneficio. También coincido en que no podemos esperar a ver cuál es el posible riesgo a cien años.
El ejemplo que pone al respecto sin embargo no favorece su argumentación sobre los TG. Dice que nadie sabe qué va a pasar de aquí a un siglo con la telefonía inalámbrica, pero que sí sabemos cuáles son los beneficios. Esto es cierto. Pero resulta que, después de haber sido declarados seguros los celulares, a pesar de muchas prevenciones iniciales, con base en investigaciones con ratas e incluso estudios epidemiológicos, últimamente han ido en aumento las alertas. Incluso la cauta Organización Mundial de la Salud, después de una nueva revisión de lo publicado en la década previa sobre experimentos y análisis epidemiológicos, recomienda desde hace más de dos años evitar su uso por niños y su aplicación directa al oído, recurriendo a auriculares, y cautela general, lo que incluye, por ejemplo, su uso como despertador cerca de la cama, por precaución ante posibles efectos cancerígenos, en especial en el cerebro – en un nivel intermedio de cinco niveles de riesgo, a la par con plomo y gases de motores. Se considera que éste aumenta con mayor tiempo y cercanía de exposición así como por intensificación de las ondas en espacios muy cerrados, tales como ascensores y subterráneos, y a temperatura más elevada de los aparatos. Muchos productores de celulares transmiten esas recomendaciones en sus instrucciones de uso. Que haya muchos elementos más riesgosos presentes en nuestra vida diaria no es motivo para no cuidarnos lo más posible de aquellos en que el riesgo nos es conocido y posible de evitar o minimizar.
Tenemos como sociedades la obligación de hacer una evaluación de los riesgos y de la relación costo – beneficio de cada nueva tecnología independientemente de los intereses económicos de quienes las producen y de monitorear los riesgos que van apareciendo en la práctica, de modo de contrarrestarlos y de evitar los que son socialmente inaceptables; y que cada consumidor pueda decidir si está dispuesto a asumir, para sí y sus hijos o allegados menores, el riesgo autorizado ya conocido. Velar por esto corresponde al Estado, y a las organizaciones de defensa de los consumidores vigilar su cumplimiento. Ello exige, en el caso de los TG, la indicación en la etiqueta de los productos que los contienen.
No sé si es cierta la afirmación de Grobman de que tenemos moratoria de TG porque el presidente Humala la había prometido en la campaña electoral sin saber de qué hablaba y por eso ha tenido que cumplirlo. Lo que sí sé es que responde a una creciente presión de parte de los consumidores, a las exigencias de las organizaciones de consumidores y de las entidades ecologistas y de la producción orgánica, y al mejor interés de nuestra sociedad y nuestra economía.
En cuanto a la salud, él y otros han ridiculizado la investigación del equipo de Gilles Eric Seralini sobre daño grave por maíz TG NK603 en ratas, que efectivamente no es concluyente, pero lo es bastante más que las investigaciones a favor realizadas por Monsanto y por numerosos otros investigadores, que han llevado a algunos organismos internacionales a declarar a algunos TG, incluida esa variedad de maíz, como seguros. Esto lo ampliaré en otro artículo.
Grobman no entiende la demonización de Monsanto y justifica la actuación empresarial con que tienen muchos accionistas con derecho a un ingreso, como lo tienen otras compañías. En verdad ¡qué pena nos deben dar también los accionistas de las empresas que fabricaban casas con asbesto o medicamentos con talidomida y que sufrieron enormes pérdidas –después de haber ganado muchísima plata- cuando se evidenció también judicialmente el enorme daño que causaban, y que había sido denunciado con pruebas mucho tiempo antes! ¡O de las tabacaleras cada vez más limitadas por prohibiciones y obligación de etiquetado de alerta en su ejemplar lucha por mantener la industria, según ellos, principalmente para satisfacer a los consumidores y mantener el empleo en la producción de tabaco! Conmovedor. Y siguen ganando muchísima plata.
Grobman afirma, también con razón, que en todos los países, mediante un sistema de genética convencional, se han ido cambiando las variedades, y menciona que en Europa ya no se encuentra nada de los trigos antiguos del siglo XIX, que todo son variedades mejoradas. Que se ha perdido la diversidad, pero se ha beneficiado la gente con un mayor rendimiento y –agrego-, legítimamente en principio, a las empresas creadoras de las variedades comerciales sobrevivientes-. Olvida decir que eso ha ocurrido en un tiempo en que había mucha menor conciencia de la importancia de la biodiversidad, y es obvio que lo que se hizo con conocimientos y criterios mucho más limitados y en parte incorrectos no es una buena razón para que hagamos lo mismo. Quién sabe qué mejoras se podría hacer en los trigos actuales si siguieran existiendo esas variedades.
Es aún materia de más investigación y deliberación si, por ejemplo, el maíz TG es una amenaza para las variedades cultivadas y silvestres (propias de nuestro carácter de país originario), pero está fuera de discusión que la conservación de nuestra biodiversidad es importante para nosotros mismos y como servicio a la humanidad. A ese respecto Grobman y otros han hecho enormes aportes que valoro, en la forma de estudios y de bancos de germoplasma y de genes. No debería borrar con la izquierda lo que hizo con la derecha (o viceversa).
Grobman caricaturiza las decisiones de la Unión Europea sobre prohibiciones y restricciones a los TG. Según él se deben (solo) a cuestiones políticas, a la fuerza de los partidos verdes, además de intereses de la industria química para vender más pesticidas. ¡O sea que las grandes empresas ejercen presiones! Se permite aludir a que las ONGs mueven mucho dinero y que hay también ciertos grupos empresariales que patrocinan los cultivos orgánicos, lo que reconoce como legítimo –yo también.
Parece ignorar el muchísimo dinero que corre en Estados Unidos y también en Europa y las presiones a favor de los transgénicos, en el Gobierno y en las instituciones de investigación. Un típico caso de ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio.
Y parece no saber que las normativas europeas son en general más exigentes en materia de seguridad nutricional, sanitaria y ambiental que las de otros países, en particular Estados Unidos, aunque lamentablemente bastante laxas en el caso de los TG.
Grobman señala que en Europa los agricultores son más ineficientes y que la UE equilibra estas ineficiencias con los subsidios, que equivalen al 50% de su presupuesto total. Curiosamente los agricultores norteamericanos, efectivamente en promedio más eficientes por la mayor escala y la organización empresarial más moderna de su agricultura, siguen recibiendo enormes subsidios, también los que producen con TG – y eso reconocidamente por una combinación de presiones políticas y de una preocupación por mantener la capacidad productiva nacional que no está en condiciones de poder competir en el mercado abierto sin esos subsidios.
Extiende a nuestro país su afirmación de que se mueve mucho dinero en contra de los TG, afirmando que quince ONGs internacionales tienen gente pagada a tiempo completo. No sé si eso es cierto, sí que sería legítimo, pero me consta que muchas de las personas que yo conozco que más han luchado y siguen luchando por una efectiva moratoria a los TG lo hacen por convicción y casi ad honorem.
Dice no tener ningún conflicto con que empresas estén en el negocio orgánico, y que si la gente quiere pagar dos o tres veces más eso es su problema. Efectivamente es nuestro problema, pero es problema de Grobman exagerar tanto la diferencia de precios. Es cierto que el mayor precio es frecuente, y corresponde al mayor costo y mayor beneficio, pero suele no sobrepasar un 10 o 20% y en muchos casos ser inexistente, de modo que la mayoría de agricultores están en lo orgánico por convicción y no solo por interés económico.
Él plantea que su problema está en que se haga una campaña contra ellos (él y otros, se entiende) diciendo que son malos. Es cierto y lamentable que haya ataques a personas, pero los defensores más serios de los derechos del consumidor y de los productos orgánicos nos basamos en argumentos y no en descalificaciones personales.

Publicado por Grupo Agronegocios digital.