Todas las encuestas lo
indican, todas las evidencias lo confirman: la situación de inseguridad se
desborda y estamos ante un gobierno manifiestamente incompetente para hacerle
frente. Varios lo venimos diciendo desde hace ya bastante tiempo, la cosa no es
broma, hay que actuar ya e ir a la raíz de los problemas. Estamos ante un tema
en el que, dentro de no mucho tiempo, habrá que constatar que ya no hay vuelta
atrás y que sólo queda resignarse a lo peor.
Hay mucho por hacer. Las
estrategias tienen que responder a la complejidad del problema. Pero hay una
que es insustituible y sin la cual no se pueden esperar resultados adecuados.
Me refiero a contar con una policía capaz de enfrentar un problema como el que
hoy tenemos. Digámoslo sin anestesia: eso no existe hoy en el Perú.
Tanto se podría decir de la
situación calamitosa actual de la Policía, pero pocas cosas recientes grafican
mejor el problema que tenemos y la incapacidad del gobierno para asumirlo que
la reciente denuncia de que en El Huallaga, zona complicada por el
narcotráfico, se han construido comisarías con drywall, pese a haber
dinero suficiente para hacerlas de verdad. Dicen que eso vendrá después. Sí,
después de que las lluvias que ya empiezan se lleven al río la plata
malgastada. Entretanto, los policías ponen sacos de arena para protegerse de
eventuales ataques que, crucemos los dedos, ojalá no se produzcan. Y,
probablemente, en compensación, muchos de ellos dejen pasar la droga a cambio
de ya sabemos qué.
Sea por corrupción, ineficiencia
o una combinación de las dos cosas, esa imagen resume lo que está pasando hoy
en la Policía Nacional y en el ministerio del Interior. No es
principalmente un problema de dinero: aun cuando se necesite mayor inversión,
hay hoy, más que nunca en la historia del Perú, recursos para que hagan su
labor. No es principalmente un problema de leyes, aun cuando algunas se van a
necesitar. Es un problema de gestión política y de coraje para enfrentar al
toro por las astas.
No sigamos perdiendo el tiempo
con retórica vacía, con promesas de paraíso a la vuelta de la esquina.
Reclamemos al gobierno que asuma la real dimensión y urgencia del problema.
Propongo 10 medidas concretas
y viables que no harán milagros, pero sí empezarán a enderezar las cosas.
1.- Depuración profunda del cuerpo policial: Hay que afrontar la realidad,
la Policía Nacional del Perú está profundamente penetrada por la corrupción. Es
imposible saber con exactitud a cuántos y con qué intensidad los involucra,
pero, gruesamente, se puede sostener que, si bien debe haber un 30% de
efectivos incorruptibles, hay por lo menos un 30% de efectivos irrecuperables.
El 40% restante está
desmoralizado y probablemente tienda a actuar con estos últimos, dado que
observan cómo desde lo más alto todo se tolera. Es absolutamente indispensable
cambiar la ecuación. Hay que hacer una depuración profunda de efectivos
irrecuperables.
Hay que empezar este mismo año
y avanzar progresivamente hasta tener en un máximo de dos años una policía
razonablemente limpia de delincuentes.
Debe, asimismo, llevarse al
Congreso un proyecto de ley que declare en emergencia la Policía Nacional y que
como primera medida incluya los mecanismos de depuración; que estos sean a la
vez radicales, rápidos y justos. Se debe empezar por todos aquellos miembros
cuyas carreras no tienen ya horizonte y por los que enfrentan procesos
administrativos y juicios penales graves. A todos ellos hay que jubilarlos de
manera anticipada, ya que es mejor tenerlos fuera que en la fuerza.
Y es que el problema no es solamente
del número de policías que se requieren. Si por hacer número se mantiene dentro
de la institución a aquellos que concilian con el crimen o son ya parte de
este, su presencia al interior de la institución termina siendo un caballo de
Troya que afecta la efectividad de toda la Policía.
2.- Más y mejores policías: Sobretodo si hemos planteado depurar el cuerpo de sus
malos elementos, lo que inevitablemente implicaría que varios miles deban salir
de inmediato y otros más a lo largo de los años siguientes. Necesitamos por
ello aumentar el número de policías, asegurando a la vez que los nuevos reúnan
los más altos estándares posibles. De nuevo, no basta con reclutar por reclutar
y dar la imagen de que los estamos formando, sino que hay que hacer un esfuerzo
significativo por tener policías de calidad.
Tanto a nivel de las escuelas
de oficiales como de suboficiales, hay que asegurar que los mecanismos y
pruebas de ingreso sean absolutamente objetivos y ajenos a cualquier atisbo de
favoritismo y menos todavía de corrupción. Quien entre a la institución con
esos criterios tiene ya de antemano una actitud diferente frente a la carrera y
las razones por las que comprometerse con la función policial.
Necesitamos más policías
rápidamente. Sobre todo más suboficiales de policía. Pero los necesitamos, como
digo, de un nivel profesional y ético que hoy, con 30 escuelas de policía
desperdigadas en el territorio nacional, es imposible obtener. Han sido creadas
por demagogia para hacer creer a las poblaciones en donde se establecen que se
está tomando en cuenta su seguridad ciudadana, y eliminarlas va a ser un
proceso sumamente complicado porque hay que hacerlo de manera paulatina. Si
bien, por razones de sensibilidades regionalistas, hay que mantenerlas en lo
inmediato e irlas centralizando macroregionalmente poco a poco hasta tener un
número razonable, hay que hacer convocatorias adicionales en Lima y aquellas
cuatro o cinco ciudades que tengan o puedan tener rápidamente condiciones
logísticas y profesorado adecuado para la formación de buenos policías.
Hay que volver a apostar por
atraer profesionales y técnicos ya formados a la Policía Nacional, haciéndole
al Estado un ahorro significativo y captando personas que por su formación y
experiencia previa puedan avocarse exclusivamente a la formación como policías,
haciendo su carrera en la mitad del tiempo previsto.
Hay que asegurarse de que la
formación sea policial y no militar. Los cursos, valores, destrezas,
disciplina, etc., que se necesitan de un policía no son los mismos que los de
un militar: son profesiones diferentes que todavía hoy confundimos en el Perú.
Ello debe estar claramente presente desde el nivel formativo si queremos tener
profesionales de la seguridad y no malos émulos de los soldados.
Los mejores entre los nuevos
policías salidos de este proceso deben tener la oportunidad de acceder
directamente al nuevo escalafón policial, germen de la nueva policía nacional,
creado en el mismo proceso en el que nos deshacemos de la vieja, y del cual
hablaré más adelante. Un requisito indispensable para pertenecer a este nuevo
escalafón policial será el haber aceptado pasar, a lo largo de su carrera, por
pruebas de integridad muy exigentes, sobre las que también hablaré más
adelante, cuando me detenga en las medidas de lucha contra la corrupción.
3.- Escalafones: Propongo
dividir a la policía en tres escalafones. Categorizar en un
plazo relativamente breve a todos los miembros de la institución para que
puedan pertenecer a cada uno de ellos y luego moverse entre uno y otro de
acuerdo a la evolución de su performance.
El escalón uno, llamémoslo
así, será el de la “nueva” Policía Nacional, es decir, será inicialmente el más
pequeño y congregará a los mejores de la institución, los que tendrán
responsabilidades centrales en unidades de élite y en proyectos de diversa
índole sobre los que iremos hablando en los artículos posteriores. Al escalón
uno pertenecerán los oficiales y suboficiales recién graduados que hayan
demostrado tener el mayor compromiso y capacidad a lo largo de su formación.
Ingresarán también, paulatinamente, los policías en actividad más destacados y
con más proyección en la carrera.
El escalón uno tendrá
beneficios y exigencias mayores al resto de los miembros de la institución.
Tendrán ventajas económicas y mayores posibilidades de ascenso, así como de
acceso a los cargos de mayor interés e importancia. En paralelo serán sometidos
a un régimen mucho más exigente en cuanto a resultados y moral. Todos tendrán
que haber aceptado pasar por pruebas de integridad, tema sobre el cual también
hablaremos más adelante. En las evaluaciones anuales de desempeño, los que no
logren mantener las exigencias que se les demandan serán recategorizados al
escalafón dos.
El escalafón 2 será
inicialmente en el que estén la mayoría de los miembros de la institución y se
podría definir gruesamente como la situación actual. La diferencia fundamental
es que existe la opción, por mérito, de pasar al escalón uno, pero también de
ser derivados al escalón tres.
El escalafón tres es el de los
miembros de la institución que estuvieron en la posibilidad de ser depurados,
pero que por distintas razones se concluyó que existía la posibilidad de una
nueva oportunidad. Son policías con derechos plenos y que pueden aspirar a
pertenecer a los escalones dos e incluso uno, pero que están sometidos a una
observación mayor y que, de no producirse los resultados esperados, serán los
candidatos a futuras, necesarias e inevitables depuraciones.
4.- Carrera profesional: Agrego a lo anterior algunos
criterios generales sobre la carrera profesional, mencionando temas que deben
teñir el espíritu de las políticas y los cambios en las normas legales que haya
que hacer en el marco de la transformación de la policía.
Se pueden resumir en una
frase: la primacía del mérito por sobre la antigüedad. El reconocimiento al
esfuerzo y la entrega de los que ocupan posiciones difíciles, definidas éstas
con diferentes criterios que incluyen, pero no se limitan, al riesgo físico
personal. La eliminación de toda discriminación, notoriamente las que se fundan
en criterios raciales o de género. La exigencia de asumir responsabilidades y
el cuestionamiento a los que buscan una carrera sin complicaciones, como
fórmula para ir ganando posiciones en la institución. La mejora de los
criterios de evaluación del desempeño, reduciendo al mínimo lo formal y lo
memorístico e introduciendo al máximo y de manera lo más objetiva y justa
posible la evaluación sustantiva de los méritos y capacidades para la
profesión.
Habría
que agregar que hacia el mediano plazo se debería aspirar a una policía no
segmentada en dos castas, oficiales y suboficiales, la de los que mandan y la
de los que implementan, situación muchas veces originada simplemente porque
unos tuvieron mayores recursos para postular a la escuela de oficiales y otros
menos, estableciendo por ello una clasificación que los marca por los 30 años
siguientes. Es evidente que esto no se puede cambiar de inmediato, pero se
deben introducir ahora mismo mecanismos que le den fluidez y realidad a la
posibilidad de que suboficiales destacados puedan ser parte del cuerpo de
oficiales (por supuesto, con las demandas de formación adicional que esto
requiera).
5.- Reconstruir la
institucionalidad de lucha anticorrupción
La policía no está
comprometida a fondo con la lucha contra la corrupción en sus filas. Hay,
por supuesto, iniciativas en ese sentido, gente valiosa que sí la valora, pero
como institución la racionalidad es otra. Y sin disminución radical de la
corrupción nada va a funcionar.
Entre otras, propongo tres
medidas urgentes para cambiar esa racionalidad.
a.- Fortalecer la
inspectoría
No llenándola de más gente, ni
sirviendo como el huesero que es hoy. Quizás, por el contrario,
reduciéndola. Y aligerando en el camino su excesiva lógica burocrática. El
inspector general tiene que ser un policía absolutamente impecable, de
trayectoria respetada dentro de la institución y fuera de ella, alguien que
esté en línea de carrera para ser director general.
Todos los miembros de la
inspectoría deberán provenir del escalafón 1, descrito en el artículo anterior.
Es decir, de los policías seleccionados para pertenecer y liderar la nueva
Policía Nacional del Perú.
b.- Rescatar la
oficina de Asuntos Internos
Creada en el marco de la
reforma del 2001 al 2004 con ayuda del FBI, su función es hacer investigación
interna de denuncias de mafias de corrupción en el interior de la institución
policial y, por añadidura, también en el resto del ministerio del
Interior. En su momento pudo desbaratar algunas mafias que incluyeron
hasta a un general de la Policía y su potencialidad es enorme en la medida en
que se ubica fuera de la racionalidad burocrática de la institución.
Tiene que ser una oficina
pequeña con recursos adecuados, dirigida por un civil, dividida en pequeñas
unidades mixtas de investigación (civiles y policías) a cargo de casos
seleccionados por el ministro y el director general, trabajando en secreto y en
estrecha coordinación con el Ministerio Público.
Los policías que pertenezcan a
esta unidad gozarán de inmunidad, protección y privilegios para los años
siguientes de su carrera.
c.- Institucionalización de los
pactos de integridad
Como he señalado antes, todos
los policías que pertenezcan al escalafón 1 tienen que estar dispuestos a pasar
sin previo aviso por pruebas de integridad, incluyendo el polígrafo,
investigaciones especiales sobre su conducta y aceptar por escrito que pueden
ser “tentados” a cometer actos de corrupción por parte de funcionarios
encubiertos. Nadie obliga a los policías a pasar por esas pruebas, pero
sería el requisito para ingresar y permanecer en el escalafón 1.
6.- Nudo gordiano a desatar en
relación a la corrupción policial
La corrupción policial se da
principalmente a cuatro niveles, los cuales hay que enfrentar con igual
decisión y en base a los cambios institucionales propuestos en el acápite
anterior.
En primer lugar, en las
grandes licitaciones. Es ampliamente conocido lo ocurrido en los últimos
tiempos con la adquisición de pertrechos, remodelación de comisarías, compra de
patrulleros, etc. Creo que la solución definitiva a este problema pasa por
sacar del ministerio del Interior y de otros ministerios las grandes compras
estatales, creando una oficina central que tome esta misión y que cuente con
personal altamente calificado y con mejores posibilidades de control. Es una
decisión que viene dando vueltas en el Estado desde hace tiempo, pero nadie se
atreve a ponerle el cascabel al gato.
El segundo gran rubro de
corrupción es el uso de los recursos otorgados para el funcionamiento de la
institución con objetivos impropios. Esto ocasiona, adicionalmente, un
perjuicio enorme para la calidad de vida del personal policial y para el
funcionamiento operativo de la institución al servicio de los ciudadanos.
Aquí tenemos variedades
múltiples: entre las más conocidas están el robo sistemático de la gasolina de
los patrulleros (lo que impide que ejerzan su función), la apropiación ilegal
de los dineros de inteligencia, el robo sistemático de las medicinas en los
hospitales policiales, la asignación de personal en sus días de labor a
actividades privadas, la apropiación de parte significativa del dinero
destinado al rancho del personal de unidades acuarteladas, etc.
Para luchar contra ello se
requiere, por un lado, cambiar las reglas de juego para la asignación de los
recursos, las más de las veces visiblemente hechas para darle facilidad a los
transgresores. Por otro lado, ya que como sabemos la impunidad alienta el
delito, se requieren sanciones eficaces y ejemplares en casos concretos, los
que irán teniendo un efecto disuasivo de mediano plazo.
En tercer lugar está la
corrupción que se da en la relación entre policías y sospechosos de haber
incurrido en delito, lo que ocurre sobre todo en unidades de investigación
criminal en las que los delincuentes logran fugar con ayuda de malos policías ,
logran calificar su delito de la mejor manera para ellos o, incluso, logran no
ser investigados a cambio de coimas, etc.
Este es uno de los ámbitos más
difíciles de controlar en la lucha contra la corrupción y donde unidades de
élite como la Oficina de Asuntos Internos, haciendo contra inteligencia, puede
ser de gran utilidad.
Por último, está la corrupción
que se produce en la relación del ciudadano con el policía, que es la que más
afecta la imagen institucional por ser la más cotidiana y masiva. Esta ocurre,
sobre todo, en el tránsito.
La cosa es tan dramática y
afecta tanto a la población, que una broma cruel ya circula por las ciudades
del Perú: se insinúa que los “patrulleros inteligentes”, recientemente
instalados con bombos y platillos, no solo servirán para obtener mejores coimas
por parte de los conductores detenidos, sino que la tecnología con la que
vendrán implementados incluirá hasta sus propios POS para recibir el dinero con
tarjeta de crédito.
La única forma de enfrentar
este tema es una gran alianza con la opinión pública y los medios de
comunicación, en colaboración con las fiscalías de prevención del delito,
filmando y haciendo públicos los hechos de corrupción de ciudadanos a policías
y viceversa. Tal como se hizo, lamentablemente por muy poco tiempo, pero con
mucho éxito, durante la campaña “A la Policía se la Respeta”, durante la
experiencia de reforma de comienzos de este siglo.
7.- Dignificar la función
policial
Sin negar todos los problemas que existen en la Policía hay un elemento
adicional que es que la sociedad y el Estado no valoran lo suficiente la labor
de la institución y de sus miembros, la que es importantísima y sacrificada.
Se necesita para tener una Policía adecuada a las demandas tan grandes que se
le hacen tener policías bien tratados.
Aún en un país pobre como el nuestro hay maneras de que los policías, sobre
todo los suboficiales que son la inmensa mayoría y los que sufren con más fuerza
los maltratos fuera y dentro de la institución, puedan tener una vida más
digna.
Mencionó rápidamente cosas que se pueden hacer si se tiene la voluntad
política.
Mejorar la salud policial: siempre se necesitarán más recursos pero el problema
fundamental es que hay una pésima gestión y una gran corrupción, que lleva a
que los efectivos y sus familiares que se atienden en los hospitales de la
Policía reciban una pésima atención y tengan que llevar hasta sus propios
medicamentos; o que el grado defina la prioridad en la atención y no las
urgencias o el simple orden de llegada, creando inmenso malestar. No entró en
detalles por espacio, pero hay formas de cambiar completamente esa situación,
si es que se le pone el cascabel al gato.
Mejorar la atención al personal interno en sus trámites. Todos los
policías saben que es una pesadilla tener que ir a hacer un trámite de
cualquier tipo a recursos humanos. También hay corrupción y favoritismo, pero
sobre todo hay niveles de ineficacia que rayan en lo increíble y que aluden a
un profundo desinterés por los seres humanos policías que hacen esos trámites;
una situación que se hace más incomprensible todavía, porque quienes los
perjudican son sus propios compañeros de institución.
Mejorar la calidad de vida en el trabajo: es totalmente posible evitar que el
rancho sea pésimo, que policías en misión fuera de su lugar duerman en el suelo
y no se le den los viáticos; que las comisarías sean de cemento y no de cartón,
que tengan protección judicial cuando son procesados etc. Hay que decirlo con
claridad para eso ahora si hay recursos, lo que falta es voluntad y gestión.
Podría seguir con otros ámbitos, pero creo que el mensaje está trasmitido y
sólo cabe decir que para proteger los derechos de los policías se creó una institución
como la Defensoría del Policía que debía proteger a los más débiles dentro de
la institución de los abusos, muy frecuentes, lamentablemente, de los jefes
sobre ellos. La institución fue muy eficaz en su momento pero ahora ha
desaparecido para todo fin práctico. Sigue en el organigrama y podría
relanzarse con fuerza. De nuevo: voluntad política y mucho coraje.
8.-
Desmilitarizar y profesionalizar la lógica de mando y asignación de funciones en
la Policía:
La Policía Nacional copia a las Fuerzas
Armadas un su esquema de mando. Tiene un director general que en la práctica se
percibe asimismo y es tratado como un comandante general. Incluso durante la
gestión del tan cuestionado director Salazar esto se profundizó simbólicamente
y copiaron a los militares dándole a los generales PNP un bastón de mando como
los que tienen los generales del Ejército.
Asimismo se mantiene una estructura de
Estado Mayor que corresponde una lógica estrictamente militar y la antigüedad
es el criterio para la asignación de cargos y la permanencia en la institución.
Hay que cambiar todo eso radicalmente.
No tiene ningún sentido, por ejemplo, que oficiales muy aptos para una función
tengan que dejarla porque ascienden para ocupar otra en la cual no van a
servir. El cargo no debe estar ligado directamente al grado o la antigüedad. No
se debe perder tampoco oficiales porque son más antiguos que otros que ejercen
una función “superior”·. El criterio fundamental de asignación de
responsabilidades debe ser la idoneidad. Lo mismo para permanencia en la
institución.
Hay que eliminar el Estado mayor y contar
con dirección de planificación estratégica. Hay que tener estrictamente los
generales y coroneles que se necesitan para las funciones que se necesitan.
Acabemos con el absurdo de que haya más coroneles que tenientes Recordemos que
no solamente es una irracionalidad en la gestión, sino que las grados más alto conllevan una
serie de privilegios que hacen mucho más burocrática la institución.
Ahora bien, el cambio más importante y que
requiere una nueva ley orgánica de policía es la de contar con un director general
de la Policía que sea civil (o ex policía). Debe ser una persona que esté por
fuera del escalafón policial, como ocurre en muchas policías del mundo con
bastante éxito. Se le debe nombrar por un periodo de tres años renovables una
vez y solamente ser removido por causas previamente tipificadas y graves.
La carrera policial acabaría así con el
grado de teniente general (mientras no adecuemos los nombres y uniformes a
funciones policiales y no militares) y estos deben ocupar puestos no en una
lógica piramidal de cargos jerarquizados sino, insisto, en función de la
capacidad para el encargo específico.
9.-
Gestión profesional de los recursos institucionales: hoy en día un
buen policía que está siendo un magnífico trabajo -digamos en narcotráfico- es trasladado el año siguiente a ejercer
funciones gerenciales en, digamos, la dirección de logística. Doble perjuicio
para la institución y para el país: un oficial que servía para una cosa es
sacado de su función y puesto ejercer otra que no conoce por un tiempo breve,
por lo que lo poco que aprenda se pierde.
Propongo que todas las funciones
gerenciales en relación a los recursos humanos y materiales, cadena
abastecimientos, salud y otros
servicios, adquisiciones, etc. Queden a cargo de gerentes civiles
previamente seleccionados en concurso por su capacidad y experiencia para el
tipo de función que se le requiere. Servir podría ser a la vez una cantera y un
lugar de entrenamiento de profesionales para esta función específica.
La razón de ser
de los nueve puntos anteriores es crear condiciones para mejorar y cambiar la
aproximación de la policía a los temas centrales de preocupación de los
ciudadanos en relación al crimen común y al crimen organizado. Nada de lo
anterior tendría sentido si no se trabaja sobre esto y para trabajar sobre esto
se necesita todo lo anterior.
Si alguien cree
que éste es un menú del cual se puede escoger sólo algunos platos está
equivocado. Son más bien piezas de un rompecabezas complejo, que requiere abordarse
al mismo tiempo y, probablemente, con otros elementos que yo he omitido por las
limitaciones de un artículo de esta naturaleza.
Insisto, nada de
lo que propongo es imposible de implementar. Es difícil, sí, pero podría
hacerse si hay mucha voluntad política, mucho compromiso a los más altos
niveles del Estado y mucho coraje para realmente ponerlos en práctica.
10.- Cambiar la lógica de aproximación de la policía el
crimen.
No necesito
hacer demasiado diagnóstico. En términos generales y salvo excepciones, la
Policía no está logrando enfrentar adecuadamente el problema del crimen y sus
diferentes manifestaciones. Ya he explicado muchas de las razones que
causan esta situación. En esta ocasión simplemente quiero llamar la atención
sobre dos aspectos que son centrales: uno en relación al crimen común y
cotidiano que afecta a la inmensa mayoría y otra en relación al crimen
organizado, que, si bien no afecta a todos, alimenta el clima de inseguridad y
constituye un problema para la seguridad el Estado.
a.- Hay que
resolver la relación de la policía con los gobiernos locales. Desde hace
muchos años, los gobiernos locales de muchos lugares, han tenido que crear sus
propias policías locales, a las que llamamos Serenazgo, para suplir la ausencia
de compromiso real de la policía en la lucha contra el crimen.
Se han creado
múltiples y diferentes híbridos, pero se puede decir, en síntesis, que en
muchos distritos y provincias del país existen policías locales sin
atribuciones reales, como las de detener o portar armas y, en el resto del
país, sólo existe la Policía. O sea, en la práctica, lo que existe es un gran
abandono de la ciudadanía.
Desde hace unos
meses he empezado a pensar que esta situación es irreversible y que lo que
habría que hacer para avanzar en el tema de seguridad ciudadana es darle
mayores atribuciones a las policías locales (o sea, a los serenazgos),
concentrando al resto de la Policía en funciones de crimen mayor.
Ese es el
esquema que funciona en muchos países del mundo y cuya aplicación en el Perú
tendría que ser muy paulatina y muy cautelosa, ya que podría traer también
algunas complicaciones importantes. Sin embargo para ser coherente con mi
afirmación de que es posible refundar la policía para que luche adecuadamente
contra la inseguridad ciudadana, hay que darle una última oportunidad de
reencontrarse con el ciudadano en los escenarios locales.
Para ello es
indispensable que los alcaldes tengan un mando funcional sobre las comisarías
de su jurisdicción, algo así como lo que ocurre en ciudades colombianas y que
ha funcionado razonablemente bien. Allí los jefes de Policía responden en lo
funcional al alcalde y administrativamente a su institución. Es decir, la
autoridad define el marco de la institucionalidad local, estrategias y medidas
concretas a ser implementadas por la Policía.
Ello responde al
hecho de que el pequeño delito tiene su racionalidad explicativa en los
escenarios locales y es a ese nivel en el que puede actuar más eficientemente
para prevenirlo y reprimirlo. Al ser el alcalde una autoridad que va a tener
que rendir cuentas ante el ciudadano que vota, va a tener que esforzarse por
obtener resultados.
Todo esto
implica, además de la subordinación funcional a los alcaldes, la creación de
unidades de policía comunitaria que permitan, vía el acercamiento sustantivo
del policía en escenarios micro, cambiar la relación hoy día viciada entre
policía y ciudadanos.
Si las cosas
marchan bien, se podría avanzar a disolver los serenazgos en el interior de la
Policía Nacional.
b.-
Fortalecimiento de unidades de élite de alto nivel. La otra
apuesta es absolutamente contraria, es decir, totalmente elitista. Pasa por
concentrar en grupos relativamente pequeños unidades de investigación e
inteligencia altamente capacitadas con grandes recursos tecnológicos y que
permitan luchar contra el crimen organizado.
Ya la labor de
la policía en el Huallaga usando esta modalidad de intervención ha demostrado
que es el camino para acabar con grupos de crimen organizado. Hay que aprender
de las experiencias, extenderlas y convertir estas unidades en otro de los
gérmenes de la nueva Policía del Perú.
Sé muy bien que
el desafío planteado es enorme. Se trata nada menos de refundar la Policía en
movimiento. Muchos dirán que es demasiado ambicioso. Sin embargo creo que es
mucho peor el mantenernos en el marasmo actual, poniendo parchecitos que no van
a funcionar y mirando cómo la situación empeora día a día. Es el momento
de ponerle el cascabel al gato.
*ESCRITO Y
PUBLICADO POR ENTREGAS EN MI BLOG DE SEMANA ECONÓMICA ENTRE SEPTIEMBRE Y NOVIEMBRE DEL 2013. REVISADO DICIEMBRE 2015