Ante tensiones entre países latinoamericanos se me viene a
la mente el “Canto de amistad, de buena vecindad”, y símbolo de paz, el llamado
himno de América, aprendido en el colegio. No sé si la habrán estudiado todas
las generaciones siguientes, ojalá.
El diferendo marítimo con Chile ante el Tribunal
Internacional de La Haya provoca diversas manifestaciones de hostilidad en
ambos países, que nuestros gobiernos tratan de morigerar, hasta ahora con
bastante tino – y algunas excepciones - y con éxito. Pero el rescoldo sigue
ardiendo y puede producir llamas. Y en lo que a incendios se refiere, como en
general, más vale prevenir.
Soy un convencido del valor absoluto de la paz y del
entendimiento, y aprecio lo que la globalización económica y las organizaciones
internacionales han aportado. Cualquiera sea el resultado del fallo
internacional debemos respetarlo. Una de las cosas del gobierno de Fujimori que
reconozco como muy positiva – que no son muchas - es haber logrado una paz
definitiva con Ecuador, en contra de los chovinismos hasta en su propio
gobierno.
En el caso chileno es preocupante que una amplia mayoría de
ciudadanos encuestados considere que no deberían acatar un fallo adverso del
Tribunal. Creo que felizmente, de darse ese caso, los intereses económicos y la
prudencia política primarán. En ese sentido el Gobierno de Chile está jugando
un rol de contención de las tendencias patrioteras.
La globalización, entre sus aspectos positivos, es un
antídoto, claro que no omnipotente, contra las escaladas de conflictos, más que
los intercambios entre los pueblos y los cantos de amistad, que sin embargo
deberían seguir contribuyendo a moldear nuestras mentes a favor de la paz.
Partiendo de la preferencia absoluta por la paz, hay también
consideraciones en la esfera militar. En el caso de un conflicto bélico, felizmente
muy poco probable, además de la destrucción y sufrimientos, el resultado no
sería favorable para ninguno de los dos países. Probablemente Chile nos ganaría
inicialmente y por un buen tiempo. Porque, que tengamos, según cifras
internacionales, un número algo mayor de tanques, buques y aviones, y de
efectivos (alrededor del doble en el caso del Ejército), no dice nada sobre su
potencia, su operatividad y la capacidad del personal, que me temo, por decirlo
suavemente, es bastante mayor en el caso de Chile, no solo por ser más moderno
su equipamiento y armamento.
Pero con el tiempo, en el supuesto negado de que nos ocupara
territorio de manera prolongada, se vería enfrentado a una resistencia
creciente. Y aunque, como es lo más probable, se retirara pronto y se
contentara con imponer su soberanía marítima sobre el total del área que
reclama, se vería sometido a sanciones económicas y políticas internacionales y
a un creciente peso del gasto militar, consideraciones que refuerzan las de una
preferencia por la paz que creo también existe en las esferas políticas de
nuestro vecino.
¿Significa esto que ya no necesitamos fuerzas armadas? Sería
preferible poder prescindir de ese gasto y de ese peso político, como Costa Rica;
pero no sabemos qué nos dispensará el futuro a la larga. Ojalá ninguna guerra y
nunca con nuestros vecinos. Eso sí, para que sean un escudo y no un peso o
pesadilla debemos transformarlas, mantenerlas adecuadamente y potenciarlas
desde ahora, pero con criterios profesionales y cívicos.
Algunas voces alarmistas, frente a la evidente superioridad
chilena (pensada también para contener a Argentina), claman por la adquisición generalizada
de equipamiento y armamento más moderno. Ese es el camino equivocado. Aparte de
significar un peso inaceptable, siendo tanta nuestra necesidad de inversión
productiva, social y cultural, y de combate y alivio a la pobreza, cuando quizá
– ojalá que nunca – necesitemos esos implementos habrán dejado de ser
suficientemente modernos. Por supuesto hay que reponer el armamento gastado en
entrenamiento y el equipamiento que está cerca del límite de su vida útil, y
tener nuevos equipamientos necesarios para entrenamiento.
Claro que para mantener la paz a largo plazo es necesario también
estar preparados para la guerra, por lo que es absolutamente prioritario
cambiar radicalmente la orientación y tónica de nuestras Fuerzas Armadas, que
haga primar una convicción de servicio al país y a la sociedad así como la
subordinación al Poder civil, que procure la mayor calificación profesional posible,
con convicciones democráticas, de elevada moral y de respeto humano de las/los
oficiales y tropa en todos los niveles, que permita una cohesión no basada
principalmente en la autoridad vertical, o, frecuentemente, en la colusión
alrededor de intereses económicos personales, y que elimine la arbitrariedad y
el maltrato como conducta frente a subalternos; que haga que un/a oficial o
clase en retiro sea un ciudadano civil democrático, capaz de aplicar en el ámbito
civil los conocimientos y destrezas adquiridos. Felizmente tenemos en Miguel
Grau un paradigma para la ética militar democrática.
La funcionalidad también para el ámbito civil debería
evidenciarse, lo más posible, en aspectos no atendidos adecuadamente por el
sector privado, en cuanto a servicios al desarrollo y ante emergencias, y, lo
menos posible, apoyando a la Policía cuando ésta se vea desbordada en sus
funciones. En paralelo es indispensable hacer una reingeniería que logre que toda
la organización sea funcional y que todos los equipamientos y armamento que
tenemos funcionen efectivamente.
Sé que todo esto es por ahora utópico, pero, por el bien de
nuestro futuro, es lo que necesitamos lograr y por lo tanto comenzar a abordar
desde ahora – mejor dicho, continuar abordando, ya que siempre ha habido voces
en ese sentido y se ha logrado pequeños avances en esta dirección.
Volvamos al canto de amistad: partamos de nuestra realidad y
aspiración como pueblos hermanos, extensiva a todo el mundo. Aprendamos los
unos de los otros y cooperemos para tener la mejor calidad de vida para todas/os,
con el más alto índice de felicidad posible, para ser un país más fuerte, más
productivo, más competitivo y más justo, en paz.