Una amiga me manda desde Alemania la excitante
noticia – ya no tan nueva - de que unos arqueólogos creen haber dado con lo que
podría ser la tumba de Pachacútec en Machu Picchu y piden autorización para
excavarla. Constato que es real y que el permiso ha sido denegado por las
autoridades correspondientes. Efectivamente Machu Picchu, probablemente llamada
originalmente Patallaqta, o sea poblado en una parte alta, ha sido mandada a
construir a mediados del siglo XV por Pachacútec, el primer gran inca –
estudiado por nuestra destacada historiadora autodidacta María Rostworowski. Me
parece correcta la apreciación del arqueólogo Federico Kaufmann de que Machu
Picchu fue concebido como un centro de administración agraria a la vez que de
culto, actividades siempre interrelacionadas en las culturas prehispánicas, lo
que no excluye una relación especial con Pachacútec como lugar de descanso.
Es posible, como afirma el arqueólogo Luis
Lumbreras, aunque nada seguro, que Pachacútec, más bien una urna con sus
entrañas, haya tenido originalmente allí su última posada, con su cuerpo
momificado expuesto en el Cusco al igual que otros incas. Su momia fue
trasladada a Lima por los españoles y enterrada, junto a la de otros incas. Parece
plausible que en Machu Picchu haya bóvedas funerarias quizá no enteramente
saqueadas. Explorarlas científicamente sería muy importante para el
conocimiento de nuestra prehistoria. Y si fue inicialmente tumba de Pachacútec
podría dar valiosa información sobre él y su panaca.
Aprecio la preocupación de nuestras
autoridades por evitar deterioros de sitios arqueológicos y posibles saqueos de
bienes culturales. Lo que no parece aceptable es que se deniegue el permiso de
excavación sin alternativa, argumentando que no está previsto en el Plan
Maestro del Cusco, lo que habla mal del plan y peor de ellos, que creen que un
plan es algo inmodificable aunque haya cambiado radicalmente la realidad para
la que ha sido concebida; tampoco convence el argumento de que los proponentes
solo quieren llevarse un tesoro, cuando lo que quieren probablemente es
llevarse la gloria de haberlo descubierto; ni que pondrían en riesgo la
estabilidad de la estructura, lo que parece no ser el caso o en todo caso
podría ser contrarrestado.
Es de esperar que tamaña noticia haya
gatillado en nuestras máximas autoridades, que quiero suponer interesadas en
una mejor comprensión de nuestro pasado, un proceso para corregir el
desaguisado. Que yo no tenga novedades al respecto no significa que no existan.
Ojalá nos sorprendan positivamente. Motivos para seguir investigando en Machu
Picchu hay de sobra, para entender mejor sus funciones y el proceso de su
construcción y esto debería ser usado como estímulo y palanca para hacerlo. Es
cierto que Machu Picchu no necesita algo para atraer más visitantes. Al
contrario. Pero el Cusco sí podría beneficiarse con descubrimientos
arqueológicos adicionales que podrían mejorar su oferta museológica.
Se me ocurre que podría llamarse a un concurso
internacional para atraer a centros de investigación arqueológica de solvencia,
asociados a arqueólogos peruanos, con posibilidad de participación de los
proponentes originales. Los recursos para la arqueología están escaseando, pero
Machu Picchu debería ser suficientemente atractivo.
Como asiduo lector de la revista Archaeology,
del Archaeological Institute of America, me entero asombrado de los avances de
la arqueología científica en los últimos tiempos, cada vez más
multidisciplinaria, con métodos cada vez más sofisticados para la datación y
para la determinación de origen de restos incluso microscópicos, no solo
biológicos, con aprovechamiento de sofisticados laboratorios, así como para el
mapeo y análisis de sitios con ayuda satelital, y preocupándose por entender el
entorno y el modo de vida de las culturas y de sus segmentos poblacionales, así
como una mayor precisión de las secuencias temporales. En ese sentido, por
ejemplo, el estudio de basurales puede resultar tan interesante como el de
restos humanos, edificaciones y objetos.
Eso implica años y hasta décadas de
investigación minuciosa, con avances a veces de milímetro por milímetro. ¡Cómo
me impresionan las intensas y prolongadas investigaciones sobre la cultura
Mochica y otras de la Costa Norte, de los sitios arqueológicos de Cajamarca, de
Kuélap, por Chachapoyas, de Cahuachi en Nazca, por Ruth Shady en Caral, para
mencionar solo algunos más saltantes.
¡Y pensar que de chico un tiempo quería ser
arqueólogo, impactado por las visitas guiadas a lugares prehistóricos! Creo que
no hubiese tenido la suficiente paciencia.
Pero la arqueología no se limita a la
prehistoria. Abarca el estudio de asentamientos humanos y acontecimientos, como
batallas, hasta el pasado reciente, y no solo la tierra sino también espacios
submarinos.
Siempre guardando proporción con nuestras
otras necesidades y urgencias como país, deberíamos tener un mucho mayor apoyo
estatal y privado al estudio o profundización de estudios tanto de nuestra
prehistoria como, por ejemplo, de cómo fueron el entorno de Túpac Amaru o la
Piura de Grau, la Lima de Taulichusco, la evolución del modo de vida en minas y
en haciendas, en ciudades y pueblos, el trabajo en las islas guaneras, campos
inagotables e importantes para nuestra conciencia nacional. ¿Qué esperamos para
investigar exhaustivamente la huaca El Paraíso - Chuquitanta, en San Martín de
Porres, quizá la más antigua de Lima, y las decenas de otras huacas en proceso
de deterioro y amenazadas por la urbanización? Ejemplar es en ese sentido el
trabajo de largo aliento de la Municipalidad de Miraflores en la huaca
Pucllana. Las organizaciones sociales, políticas y culturales deberían proponer
y exigir iniciativas similares en sus ámbitos.
Hace poco un historiador chileno y un
arqueólogo argentino han demostrado – ya aceptado por otros arqueólogos,
todavía ignorado por otros historiadores – que Santiago de Chile fue ubicada en
el emplazamiento de un importante centro administrativo y población incaicos, lógicamente
con antecedentes mapuches, con un amplio sistema de regadío de los valles del
Mapocho y del Maipo, e intersección de caminos. Esto que parece obvio es negado
por la historiografía chilena, que pretende que el camino del Inca solo llegaba
hasta la zona de Copiapó, y se expresa con claridad en un famoso cuadro del
pintor chileno Pedro Lira mostrando a Pedro de Valdivia “fundando” Santiago en
un descampado.
El estudio de múltiples evidencias
arqueológicas, enriquecidas últimamente con excavaciones en zonas céntricas de
la ciudad, así como de fuentes documentales, lo prueba fehacientemente. Por
algo Pedro de Valdivia iba a esta zona central para “poblar” – se entiende que
con españoles, incluidos negros – y no a “fundar” una ciudad. ¡Cuántas cosas no
tendremos que revisar de nuestra propia historia! ¡Hagámoslo, combinando
esfuerzos y recursos nacionales e internacionales, estatales y privados!