Francisco ha aprovechado la cercanía de un
nuevo jubileo católico, de indulgencia plena, que convocó el año pasado, para
un gesto importante: autorizar durante ese año (8 de diciembre 2015 a 20 de
noviembre 2016) a todos los sacerdotes de todo el mundo a otorgar la absolución
del pecado de aborto a todas las mujeres que lo hayan cometido y se arrepientan
profundamente de ello. Jubileo viene de la palabra latina que designa alegría
de los pastores (de ganado).
Esto se puede interpretar, y lo es, como
otro esfuerzo para lograr hacer retornar al redil a tantas almas descarriadas
que la rigidez de su Iglesia tiene apartadas. Pero también, y espero que lo sea,
como un paso más en el titánico empeño de profundizar el aggiornamiento del
dinosaurio vaticano, ampliando los canales de manifestación de la infinita
misericordia de Dios. Ya Pablo hizo el primer aggiornamiento al ampliar la
misericordia de Jehová, antes reservada solo a los judíos, a todos los
creyentes en el Nazareno, independientemente de su filiación nacional (pero al
mismo tiempo olvidó el tratamiento igualitario de Jesús hacia las mujeres,
entre otros puntos).
Los judíos de varios siglos antes de
nuestra Era celebraban después de cada siete por siete años, o sea, 49, un año
sabático ordenado por Jehová a Moisés, en el que no cultivaban la tierra,
liberaban a sus esclavos, perdonaban las deudas y devolvían a sus dueños
anteriores todos los bienes inmuebles que les habían comprado. Luego se les
olvidó por completo y las iglesias no lo han retomado, seguramente para no
trastornar el orden económico, con lo que concuerdo.
La Iglesia romana recién se acordó de los
jubileos a finales del siglo XIII y un Papa, Bonifacio VIII, visionario y quizá
modernizante, seguramente interesado en promover el turismo a Roma y la venta
de objetos religiosos (sus contrincantes malpensados dijeron que una parte para
su bolsillo), convocó al primer jubileo católico, en ocasión del año 1300, con
la indicación de que sea celebrado cada 25 años, o excepcionalmente en otras
fechas, como este Jubileo de la Misericordia (encomendada a una de las
personificaciones de María). Y hay seis ciudades, es decir, sus obispos, que
pueden convocarlo ad perpetuum cada 7 años para su jurisdicción (Roma,
Jerusalén, Santiago de Compostela y otras tres de España), otras, con
autorización especial. Felizmente una minoría significativa de los católicos ha
tenido siempre los recursos necesarios para hacer los viajes correspondientes
–claro que los/las demás, la inmensa mayoría, no.
Es fácil imaginar qué mujeres, que gustaban
del turismo religioso y no morían inoportunamente, accedían anteriormente a la
indulgencia por aborto, seguramente las más favorablemente relacionadas con el
Poder político o económico, ya que era prerrogativa exclusiva de obispos y del
Papa (o sacerdotes cercanos a quienes la habían delegado). O sea que Francisco
la está democratizando.
Aunque democratizadora, lo que es un
síntoma positivo, la decisión tiene un lado oscuro: la probablemente inmensa
mayoría de las muchísimas mujeres que se han sometido a un aborto (solas, por
alguna amiga, por curanderas, en consultorios particulares o en clínicas, según
su status social y bolsillo, o en hospitales -en los países más modernos que
permiten el aborto), lo han hecho como un alivio a una situación personal muy complicada
o incluso desesperante, pero también con pesar y dolor espiritual (además de
complicaciones por condiciones inadecuadas o mala suerte). Tiene razón Francisco
de considerarlo un drama existencial y moral, y que muchas mujeres llevan en su
corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Pero entonces ¿por
qué se opuso férreamente al aborto en Argentina, rigidizando, en alianza con la
Kirchner, la legislación antiabortista? Ojalá el Espíritu Santo que se supone orienta
al Papa en asuntos de fe lo ilumine más.
¿Tendrán algunos sacerdotes y obispos, por
ejemplo, el bienamado cardenal Cipriani, la empatía necesaria para comprender
el grado de arrepentimiento requerido?
Para todas las mujeres significa la
oportunidad de redimir su culpa religiosa revivir el dolor, para algunas, quizá
muchas, puede terminar siendo un alivio. Pero muchas no tomarán el camino de la
confesión. ¿Seguirán excomulgadas? ¿Por qué la misericordia de Dios no se
manifiesta en la comprensión divina, ex ante, como la interpretan algunas
iglesias evangélicas (no fundamentalistas), la ortodoxa, parte del judaísmo y gran
parte del islam, que dejan el aborto, hasta cierto plazo, a la conciencia de la
mujer? ¿O por qué no se expresa la misericordia al menos en el momento
oportuno, ex post, como lo hacen muchos sacerdotes católicos cercanos al pueblo,
con o sin autorización episcopal expresa?
¿Sabrán en el cielo que el 90% de las
violaciones de niñas, muchas incluso de menos de 12 años, han sido producidas
por su padre, otros parientes o cercanos a la familia, y que, además del trauma
terrible, las criaturas muchas veces nacen con deformaciones o retardos debidos
a la consanguinidad? Por eso en la mayor parte del mundo “civilizado” el aborto
por violación es permitido, incluso fuera de los plazos para otros abortos.
¡Qué dilema para Dios cuando mujeres llegan
a tocar a la puerta del cielo, excomulgadas por no haber tenido la oportunidad
de acogerse a un jubileo!
Me pregunto qué pasa, aquí y allá, con sus
acompañantes (personal de salud, personas que le dieron apoyo sicológico o
físico, y los fabricantes y distribuidores de píldoras abortivas), ya que
también son excomulgados automáticamente en el mismo momento en que el aborto
es consumado exitosamente (claro que solo si son católicos).
Anoto que la Iglesia se ha dejado un campo
de decisión discrecional al excluir de la sanción a aquellas personas que no
han cumplido los 16 años, las que no conocen esta Ley –se entiende,
eclesiástica- o están en error sobre su alcance, las mujeres que fueron
forzadas a esta decisión, las que tuvieron un accidente imprevisto ¿?, las que
actuaron por miedo ¡! o no estaban en su sano juicio (excepto culpabilidad
causada por el alcoholismo). Recordemos que también muchos matrimonios indisolubles
fueron disueltos por el Vaticano, como el del presidente peruano Manuel Prado.
Aunque parezca increíble, la Iglesia
católica es con esto incluso algo más avanzada y tolerante, menos retrógada,
que los legisladores católicos en nuestros países. Conviene que lean el Canon,
que además habla de la obligatoriedad de confesarse –con la discreción
correspondiente- y no obliga a informar a autoridades para que inicien una
acción judicial, punitiva (que debería enfocarse en los violadores).
¿No deberían la Iglesia y esos legisladores
arrepentirse de tanta falta de empatía y misericordia?